Kim Hyukjae
permanecía de pie, oculto en la penumbra del lujoso vestíbulo. Tenía las manos
metidas en los bolsillos de los vaqueros y un hombro apoyado contra el marco
del ventanal que miraba a la calle. Su cuerpo entero estaba en tensión mientras
observaba la acera con una intensidad y una concentración obsesivas.
«Pero ¿dónde
se habrá metido? Ya son las once menos cuarto».
Sabía que Donghae
había ido al trabajo. Tras pasar dos días indispuesto se había incorporado hoy
a Boah Place, donde trabajaba de camarera en el turno de noche. Hyukjae se lo
había preguntado a su madre, que era la dueña de ese coqueto restaurante.
Aunque su
madre solía responder a todas sus preguntas sin reservas, Hyukjae había actuado
con cautela, pues no quería que su progenitora le diera la lata hasta descubrir
por qué le interesaba la vida de Donghae. Si se le pasara por la cabeza que Hyukjae
no solo preguntaba para darle conversación, su madre, una mujer maravillosa
pero bastante entrometida, se comportaría como un sabueso olfateando un rastro
y le daría la lata sin descanso hasta descubrir exactamente qué intenciones
tenía con Donghae.
Hyukjae
frunció el ceño. ¡Como si tuviera alguna intención! Lo único que tenía era
fantasías. Se imaginaba a Donghae tumbado en la cama y abierto de piernas
gritando su nombre mientras le hacía alcanzar el orgasmo una y otra vez.
Hyukjae
respiró hondo y exhaló el aire despacio para intentar liberar la tensión
acumulada mientras se decía a sí mismo que tenía que estar mal de la cabeza
para esperar noche tras noche en el mismo sitio a un joven que ni siquiera
había conocido oficialmente. Pero ahí estaba… otra vez. Daba la espalda al
entrometido del conserje mientras observaba la calle con una lascivia propia de
un acosador desequilibrado y con un único objetivo: ver, aunque solo fuera un
instante, a Kim Donghae.
Por alguna razón
ese joven despertaba en él unos instintos territoriales y un afán de protección
a los que no estaba acostumbrado y que lo forzaban a plantarse allí cada noche
a hacer guardia mientras él regresaba desde el trabajo a su casa.
Cuando lo
viera, haría lo mismo que hacía todas las noches: lo seguiría a cierta
distancia para no alarmarlo y esperaría hasta que entrara en su portal sano y
salvo. Luego daría media vuelta y volvería a casa.
No hablaría
con él ni se le acercaría. No lo había hecho nunca. No porque no le apeteciera,
sino porque Donghae estudiaba Fisioterapia, trabajaba a jornada completa en el
restaurante y, por lo que le había contado su madre, se negaba en redondo a
salir con nadie porque no disponía ni de la energía ni del tiempo necesario
para mantener una relación.
Y
probablemente llevaba razón. El muy insensato apenas dormía ni comía. Nadie se
preocupaba por él, solo la madre de Hyukjae… y Hyukjae. ¡En el último año se
había interesado por él más de lo que lo hubieran hecho sus familiares! ¡Y ni
siquiera eran amigos! El problema era… que no eran familia y que sus
sentimientos hacia él no eran preciKanginente fraternales.
«¡Es que está
imponente!».
Hyukjae tuvo
que contener un gemido de frustración al recordar la primera vez que había
visto a Donghae: sus ojos café brillaban con simpatía, su ágil cuerpo se movía
con gracia entre las mesas del restaurante de su madre. A los
veintiocho años aún conservaba una mirada inocente y un aspecto vulnerable que,
sin que se lo hubiera propuesto, habían hecho prisionero a Hyukjae, que
permanecía cautivo en aquella telaraña desde el primer día que lo vio.
La madre de Hyukjae
hablaba de Donghae como si fuera su hijo. Vamos, que, si Donghae fuera más
joven, Hyukjae estaba convencido de que su madre lo habría adoptado. Apretó los
labios al pensar que su madre tuviera la esperanza de que, en un futuro, lo
tratara como a un hermano.
Ni de coña.
Se empalmaba cada vez que lo veía. Se le ponía dura como una piedra. ¿Qué coño
tenía este joven en concreto para ponerle tan nervioso y alterarlo de esta
manera?
Hyukjae se
había tirado a mujeres y jóvenes más atractivos y sofisticados, pero ninguno de
ellos había despertado en él sentimiento alguno. Era un ermitaño que prefería
invertir su tiempo en el ordenador que en eventos sociales, pero a veces tenía
necesidades físicas que él solo no podía satisfacer, que únicamente podía
aliviar la compañía de una pareja. Hyukjae conocía a varias idóneas para tales
ocasiones, pues le permitían tener en la cama el control que necesitaba —que le
resultaba imprescindible— y ni hacían demasiadas preguntas ni exigían nada a
cambio. ¡Maldita sea! Con eso se había contentado… hasta que vio a Donghae.
Hizo una
mueca sin despegar la mirada de la calle, introdujo las manos aún más en los
bolsillos y cambió de postura, apoyando la cadera contra la pared para liberar
el peso del hombro. ¡Dios mío, empezaba a dar pena! ¿Cuánto tiempo seguiría
contemplando embelesado a un joven que ni siquiera conocía? ¿Hasta que acabara
la carrera y se marchara de la ciudad? ¿Hasta que se casara?
Le entraron
ganas de gruñir al imaginar las manos de otro acariciando el irresistible
cuerpo de Donghae. Reprimió el instinto animal que le generaba la idea de que
otro hombre tocara a ese joven que era suyo.
«No es tuyo,
capullo. Contrólate».
Por primera
vez en la vida deseó parecerse más a su hermano mayor, el otro socio de Kim
Corporation. Kangin no se lo pensaría dos veces antes de abordar a Donghae. El
estilo de su hermano consistía en engatusar, conquistar y desechar. Es más, la
posibilidad de que él lo rechazara ni se le pasaría por la cabeza. Seguramente
porque todos caían rendidos a sus pies.
Su único
hermano se comportaba con las parejas del mismo modo que una persona trata a un
paquete de pañuelos cuando está resfriado. Kangin echaría abajo las murallas
que Donghae había construido para defenderse, lo camelaría para que se quitara
los boxer y después lo abandonaría en busca de la siguiente conquista.
«¡Ni
hablar!».
Hyukjae
quería a su hermano, pero Kangin tendría que pasar por encima de su cadáver
antes de seducir a Donghae. Es más, ni siquiera le haría gracia que estuvieran
juntos en la misma habitación.
«Es mío».
Hyukjae negó
con la cabeza, atónito ante sus pensamientos. Sí…, le gustaba tener el control,
de hecho, lo necesitaba, pero hasta ahora jamás había deseado a ninguna pareja
en concreto y, sin embargo, ahora en lo único en lo que podía pensar era en el
bonito camarero en el que se había fijado hacía justo un año.
«Le tienes
miedo».
La idea le
hizo fruncir el ceño. ¡Y una mierda! A él no le daba miedo nada y menos aún Lee
Donghae. Las posibilidades de llevárselo a la cama eran remotas, así que ¿para
qué seguir dándole vueltas?
Él solo
follaba. No salía con nadie.
Y eso era lo
que quería seguir haciendo.
Su hermano Kangin
era la cara visible de la compañía, el empresario. Hyukjae era un friqui de la
informática y prefería quedarse en segundo plano. ¿Qué sabía él sobre el arte
de la seducción? Jamás había tenido que engatusar a ninguna pareja para
llevársela a la cama. Las que se tiraba se iban con él a cambio de un
beneficio. Tenía fama de ser un amante generoso. No era tan tonto como para
pensar que sentían algo por él. Esa situación la entendía. Y la sabía manejar.
«Quizá lo
único que tengo que hacer para superar esta absurda obsesión es tirármelo».
¿Se
contentaría con eso? ¿Dejaría de estar obsesionado con él si encontrara el modo
de llevárselo a la cama?
¡Joder, tenía
que hacer algo! Esa irracional fijación con Donghae había ido en aumento en los
últimos doce meses y le impedía desear a ningún otro. Desde hacía más de un año
su vida sexual se limitaba al placer que le ofrecían sus manos, y ya no podía
aguantarlo más. Sin embargo, era incapaz de hacer nada al respecto. Cuando se
proponía tomar cartas en el asunto y llamar a alguien, recordaba la dulce
carita de Donghae y colgaba el teléfono.
«¡Joder,
estoy rayadísimo con este joven!».
Hyukjae se
percató de que alguien se acercaba. Como era un joven de pelo oscuro que
llevaba unos pantalones cortos de cuero, y un jersey rojo chillón,
prácticamente lo descartó de inmediato. Siempre había visto a Donghae en
vaqueros con una camiseta con el logo del restaurante; el atuendo informal que
solían llevar los camareros de su madre.
A medida que
se aproximaba Hyukjae no daba crédito a lo que vislumbraban sus ojos y, cuando
por fin vio con claridad su rostro, se quedó boquiabierto. ¡La hostia! Sí que
era Donghae. Estaba tan cerca que veía a la perfección sus facciones, aquel
rostro que se le aparecía en sus sueños húmedos cada maldita noche, pero esa
ropa…
«¿Qué coño
lleva puesto?».
Los
pantalones era tan tan cortos que dejaba al descubierto prácticamente cada
centímetro de sus esbeltas y torneadas piernas. La ropa se le ajustaba al torso
y el trasero como un guante. Hyukjae se empalmó de inmediato y sacó las manos
de los bolsillos. Apretó los puños mientras una gota de sudor le resbalaba por
la cara. Y después otra. Y otra.
«¡Maldita
sea! ¿Cómo se le ocurre vestirse así? Está pidiendo a gritos que lo aborde
cualquier desconocido por la calle».
Juró por Dios
que él sería ese desconocido. No pensaba brindar esa oportunidad a otro hombre,
a alguien que quizá le hiciera daño.
«¿No se da
cuenta de que estamos en una gran ciudad? No era una aldea por la que puedas
deambular a tus anchas por la noche sin que nadie te moleste».
Sin despegar
la mirada del joven que seguía acercándose, Hyukjae estiró la mano para
apoyarse en el marco del ventanal. Apretó los dientes mientras se hacía a la
idea de que ese era el día en que tendría que aproximarse a él.
Ya no podía
controlar esos desenfrenados instintos animales. No le gustaban, no estaba
acostumbrado a ellos. Lo único que deseaba era recuperar la cordura, volver a
enfrascarse en su gran pasión, la creación de videojuegos, sin que le interrumpieran
fantasías eróticas cuyo protagonista era Donghae.
Sensatez.
Raciocinio. Control. Ese era su estilo de vida. Para volver a ser él mismo,
para recuperar su estado de ánimo habitual, tenía que recuperar esas
cualidades, y lo conseguiría costara lo que costara. Encontraría la manera de
purgarse de este ridículo deseo incontrolable que sentía por Lee Donghae.
Una vez
tomada esa decisión se separó del ventanal y permaneció inmóvil mientras se
ponía la
Esconder lo
que sentía se le daba bien. Se había criado en una zona en la que la gente
normal no se atrevería ni a parar; un lugar en el que mostrar un ápice de
debilidad, torpeza o fragilidad podía suponer la destrucción.
Kim Hyukjae era,
como mínimo, un superviviente. Oculto tras su disfraz, apartó la mirada de la
calle, se giró con brusquedad y avanzó con paso decidido hacia la puerta.
¡Menudo día
de perros había tenido Lee Donghae!
Volvió a
colocarse la mochila sobre el hombro para sujetarla con más firmeza y se tiró
del dobladillo del short. Se sentía ridículo era tan corto que apenas le tapaba
el culo. A Heechul, un compañero de clase, le sentaba muy bien esa ropa. Por
desgracia, a Donghae, que era más corpulento, no le quedaba igual.
Se había
criado en una de las zonas más problemáticas de la ciudad y para superar
aquella experiencia sin un solo rasguño había tenido que espabilarse. Donghae
sabía de sobra cómo cuidar de sí mismo y cómo evitar llamar la atención de
quien no quería. Pero, entonces, ¿qué hacía así vestido? ¿Buscar jaleo? «Eres
tonto, Donghae. Tonto de remate».
Frunció el
ceño y se obligó a no aminorar la marcha. No pasaría nada. Estaba en un buen
barrio, ¿qué más daba que pareciera una gatita en celo con zapatillas de
deporte?
Le quedaban
ocho manzanas para llegar a casa y, una vez allí, podría ponerse cómodo y
cambiar ese conjunto ridículo por unos vaqueros y una camiseta.
Donghae
suspiró centrando toda su atención en un objetivo: llegar al minúsculo
apartamento que compartía con otro estudiante. Como tenía las piernas
congeladas y había empezado a temblar, apresuró la marcha para entrar en calor.
Esa mañana debería haber cogido la cazadora, pero había salido a toda prisa
porque llegaba tarde. Nunca se hubiera imaginado que acabaría con las piernas
descubiertas y el trasero prácticamente al aire.
«Ya queda
poco para que acabe el día». ¡Gracias a Dios!
Por la mañana
se le había caído un café y se había manchado los vaqueros y la camiseta. Como
no le daba tiempo de ir a casa a cambiarse antes del trabajo, Donghae había
aceptado agradecida la ropa limpia que le había ofrecido Heechul, un compañero
que siempre llevaba algún trapito de sobra en el coche.
No es que Donghae
no apreciara su amabilidad, todo lo contrario; sin embargo, le daba rabia no
saber llevar esa ropa con la actitud con la que lo hacía Heechul. Pero es que…
era incapaz. Estaba acostumbrado a pasar inadvertido y le mortificaba la idea
de parecer un prostituto de lujo con unas zapatillas de deporte que no le
pegaban ni con cola. Se había pasado la mañana y la tarde ruborizado tratando
por todos los medios de no agacharse.
Le pesaba el
agotamiento y le rugían las tripas. Había estado tan ocupado en el trabajo que
no lehabía dado tiempo a comer. Quizá podría comprar algo de
comida. La despensa de su casa estaba vacía y todo apuntaba a que la situación
económica de su compañero de piso era aún más precaria que la suya. En cuanto Donghae
llevaba algo de comida a casa, desaparecía como por arte de magia.
«¡Solo queda
un semestre! ¡Tú puedes!».
Caray…, los
últimos cuatro años se le habían hecho muy largos y Donghae, a sus veintiocho
años, se sentía mucho más viejo de lo que realmente era. Es más, se sentía
viejo. ¡Punto! Mientras sus compañeros de clase apenas tenían veinte años y lo
único que les preocupaba era salir de fiesta, en lo único en lo que pensaba Donghae
era en que cada día que pasaba estaba un pasito más cerca de la graduación.
A los
dieciocho años Donghae había perdido a sus padres en un accidente de coche y
desde entonces había tenido que enfrentarse solo a la vida. Tras varios años
trabajando de camarero y sobreviviendo a duras penas se había dado cuenta de
que tenía dos opciones: matricularse en la universidad o resignarse a una vida
muy complicada en la que la pobreza sería una amenaza permanente.
Aunque no se
arrepentía de su decisión, estudiar una carrera había sido muy duro; un camino
arduo y solitario cuyo final por fin vislumbraba.
«Lo lograrás.
¡Ya casi lo tienes!».
Donghae se
paró en seco al sentir que la acera se inclinaba y que se le nublaba la vista.
Ay, Dios. Estiró un brazo para agarrarse a una farola y tratar de recuperar el
equilibrio mientras la cabeza le daba vueltas y le temblaba el cuerpo entero.
El mareo le impedía seguir adelante, continuar avanzando.
«Mierda.
Debería haber hecho una pausa para comer».
«¡Donghae!»,
una voz de barítono logró abrirse paso entre su mente nublada y alcanzar sus
oídos. Era un tono brusco y serio, pero le tranquilizaba saber que estaba cerca
alguien que lo conocía y que lo había reconocido.
Movió la
cabeza tratando de recuperar la visión y se aferró con fuerza al poste de
metal, concentrando sus esfuerzos en no desmayarse y caer en la fría y dura
acera, pero su cuerpo se tambaleaba con precariedad preparándose para la caída.
Madre mía, ¡estás
hecho un asco!». Entre el desconcierto y el mareo oyó de nuevo la impaciente
voz grave, y sintió que unos brazos musculosos lo ponían de pie y lo apoyaban
contra un pecho robusto, duro como una roca.
Y cálido…,
tan cálido que no pudo reprimirse y se hizo un ovillo al calor de aquella
figura recia con la esperanza de que aquella fuente de energía desbloqueara sus
músculos ateridos por el frío.
La cabeza
seguía dándole vueltas y la apoyó en aquel hombro fuerte. Exhaló un suspiro
mientras aquel hombre misterioso le hacía cruzar una puerta para entrar en un
edificio cálido. En el fondo sabía que lo sensato sería zafarse de aquel
individuo desconocido, cuya voz no reconocía, pero no tenía fuerzas para
enfrentarse a él.
Donghae
reconoció el pitido típico de un ascensor y sintió que el estómago le daba un
vuelco cuando aquella caja de metal despegó a una velocidad de vértigo.
Poco después
lo depositaron con delicadeza sobre una mullida cama y lo cubrieron con un
edredón, gracias al cual no tardó en entrar en calor. Al percatarse de que le
quitaban los zapatos con brusquedad y los tiraban al suelo abrió los ojos, pero
no logró ver con claridad. Tampoco fue capaz de incorporarse, y unas manos
fuertes se apoyaron en sus hombros y lo empujaron de nuevo contra los
almohadones.
—Estate quieto.
No muevas ni una pestaña.
—Estoy bien.
Cogí un virus insignificante y pensaba que ya me había curado. Tan solo ha sido
un mareo sin importancia —replicó tratando de incorporarse de nuevo.
—No estás
bien —ladró el hombre—. Ha venido a verte un médico. Observó desde su ventana
cómo prácticamente te estampabas de bruces contra la acera.
—¿Un médico?
—Alarmado, desvió la mirada de aquel marimandón y vio que a sus espaldas había
otro hombre—. No necesito ningún médico.
En realidad
lo que pasaba era que no tenía dinero para pagarlo.
—Demasiado
tarde. Ya ha venido y te va a hacer una revisión.
—Puedo
negarme a que me la haga —respondió dubitativo mientras posaba la mirada por
primera vez en los oscuros ojos del hombre que lo había rescatado.
—No lo harás
—repuso él con tono de advertencia.
Su aspecto
agresivo lo tenía tan impresionado que reprimió el impulso de replicarle.
¡Madre mía, era enorme! Mientras Hyukjae se agachaba para ponerse de cuclillas
junto a la cama, sus anchos hombros ocuparon por completo el campo de visión de
Donghae. Podía además percibir con los ojos la fuerza de sus brazos y su
complexión. Turbio. Peligroso.
Casi sintió
miedo al contemplar su mirada tan salvaje. Hyukjae se pasó la mano por el
cabello, corto y negro, con expresión seria y una impaciencia evidente. No
tenía una belleza al uso —unos rasgos demasiado marcados y dos pequeñas
cicatrices, una en la sien y otra en la mejilla izquierda, malograban su tez—,
pero…, ¡madre mía!, era irresistible. Donghae sintió cómo la intensa vibración
que despedía aquel hombre penetraba en su cuerpo.
—¿Quién eres?
—susurró al recordar que lo había llamado por su nombre.
—Kim Hyukjae.
El hijo de Kim Boah —respondió mientras se ponía de pie y retrocedía unos pasos
para dejar paso al otro hombre.
¿El hijo de Boah?
Hyukjae. Donghae no conocía ni a Kangin ni a Hyukjae, pero su jefa, una mujer
que con el paso del tiempo se había convertido en una amiga, le había hablado
mucho de ellos. Hyukjae era el más pequeño. Rondaba la treintena. Era un crack
de la informática, el creador de los videojuegos que habían convertido Kim
Corporation en una empresa multimillonaria.
—Tengo
entendido que has estado enfermo, jovencito. Soy el doctor Shin. Permíteme que
te eche un vistazo.
Un rostro
amable de mediana edad reemplazó a don Cachas Refunfuñón. Donghae exhaló un
suspiro de alivio antes de dedicar media sonrisa al jovial médico.
—Estoy bien.
Es que tuve un virus. Supongo que aún no estoy recuperado del todo y no tenía
la energía necesaria para afrontar un día tan largo como el de hoy —le explicó
al médico, deseando volver a ponerse las desgastadas zapatillas de deporte
cuanto antes y salir corriendo de aquella situación que la hacía sentir tan
pequeño.
Hyukjae
estaba de pie detrás del amable doctor con los brazos cruzados y una expresión
imponente. Madre mía…, ¡menuda fiera! A lo largo de la vida Donghae había visto
cientos de hombres de aspecto temible, pero Hyukjae tenía algo que hacía que su
corazón latiera más fuerte y que su cuerpo entero permaneciera en alerta.
Donghae dejó
que el médico lo examinara. Le dio varias instrucciones y le hizo las preguntas
de rigor.
El doctor
Simms esbozó una sonrisa amable cuando dio el reconocimiento médico por
concluido.
—Lo que
necesitas es reposo, comida y algo más de tiempo para superar ese virus. Hoy te
habrás
sentido mejor
porque te había bajado la fiebre, pero te ha vuelto a subir y aún no has
expulsado el virus. Estás exhausto y me da la impresión de que ni duermes ni
comes lo suficiente. —Amplió la sonrisa—. Es típico de nuestro gremio. Aunque
haya pasado mucho tiempo desde que hice la carrera de Medicina, aún recuerdo
con nitidez aquella época. —Hizo una pausa antes de preguntar con un tono
profesional—: ¿Hay alguna posibilidad de que estés embarazado?
Donghae lanzó
una mirada avergonzada a Hyukjae mientras sentía cómo le ardían las mejillas.
¿Era imprescindible que se enterara de eso? Los ojos de Hyukjae se clavaron en
los de Donghae mientras su cuerpo permanecía en tensión a la espera de una
respuesta.
—No. Es
totalmente imposible —respondió con una timidez que no era propia de su forma
de ser. No había ni la más remota posibilidad de que estuviera embarazado; a no
ser que ahora los juguetes fueran capaces de hacerle a uno un bombo. Además,
últimamente no había tenido tiempo ni para eso. La universidad y el trabajo a
jornada completa inhibían por completo su apetito sexual. Lo único que ocurría
en su cama era que, bien entrada la noche y después de una larga sesión de
estudio,
Donghae, y
solo Donghae, se tendía unas pocas horas a descansar allí.
El médico
cambió de tema sin darle importancia alguna y le recomendó que guardara reposo
y que combatiera los síntomas con medicamentos sin receta. Donghae le dio las
gracias y le dedicó una sonrisa trémula. El médico se giró hacia Hyukjae y
salieron juntos conversando en voz baja.
Donghae se
incorporó de inmediato, pero lo hizo demasiado rápido y el dormitorio empezó a
darle
vueltas. Tardó un minuto en recuperar el equilibrio. ¡Madre de
Dios, la fiebre y la inanición lo habían dejado tan débil! Se inclinó
despacito, cogió las deportivas del suelo y se sentó al borde de la cama para
ponérselas sin siquiera desatar los cordones.
—Pero ¿adónde
te crees que vas?
Donghae, que
aún no había acabado de ponerse las zapatillas, pegó un bote al oír aquella voz
atronadora.
—Tengo que ir
a casa —respondió.
Estar a solas
con Hyukjae le hacía sentirse incómodo. Era demasiado grande, demasiado brusco,
demasiado exigente, demasiado de todo. Con él se sentía inestable y esa
sensación no tenía nada que ver con el virus.
Hyukjae
volvió a extenderle las piernas sobre la cama y le quitó las deportivas.
¡Mierda! ¡Tanto esfuerzo para nada! Le había costado mucho calzarse y no le
hacía ninguna gracia tener que volver a hacerlo.
—Estás enfermo
y vas a quedarte aquí —afirmó con rotundidad mientras la fulminaba con sus ojos
oscuros y hacía una mueca.
—No puedo.
Mañana trabajo. Necesito dormir un rato.
—No volverás
al trabajo hasta la semana que viene como pronto. Ya he llamado a mi madre y le
he dicho que te busque un sustituto. —Mantuvo un gesto de desaprobación
mientras la tapaba con el edredón y se sentaba sobre él; estaba atrapada—. Como
no sabía si tu compañero estaría en casa, también me he tomado la libertad de
cogerte las llaves de la mochila para que mi asistenta vaya a tu piso a por
algo de ropa.
—Pero…
—¡Deja de
rechistar! ¡Se acabó la discusión! Voy a prepararte algo de cena y te lo vas a
comer. Después te irás a dormir.
Se puso de
pie y se marchó, pero sus órdenes se quedaron resonando en el espacioso
dormitorio. Donghae se incorporó furiosa y se preguntó si se atrevería a salir
de un salto de la cama y cruzar la
puerta de lo
que parecía un piso.
¡Un piso
impresionante! El dormitorio era inmenso. Una suntuosa alfombra, la cama era
gigante y estaba encastrada en una base de hierro negro, sobre la que se
apoyaba un dosel, que combinaba lo que a la vista parecía seda color canela con
lanas negras y marrones. Era un cuarto precioso, oscuro y atrevido… Igual que
su dueño.
¿De verdad
este tío pensaba que iba a quedarse aquí? Vale, era hijo de su jefa, que era
una buena amiga, pero a él no lo conocía y ni siquiera tenía claro si le caía
bien.
Era un mandón
impaciente que daba por hecho que, cuando él decía «salta», todo el mundo
saltaba y que, cuando decía «quieto», todo el mundo se quedaba quieto, igual
que los perros amaestrados. Pero, por desgracia para él, Donghae no estaba
acostumbrado a recibir órdenes. Llevaba dirigiendo el rumbo de su vida desde
que sus padres fallecieron y lo último que necesitaba era que un
multimillonario dominante se dedicara a tomar decisiones por él.
Jajajajajajajjaa
ResponderEliminarXD pobre mono sexoso sin sexo(?) por ahora! Jajajajja
Ay no! Ese monólogo mental estuvo genial!!!
Ahhhh
Pecesito! Ya te cacharon! De está no te salvas! Ya te echaron el ojo!!!
Ahhhhh
Pelea! Pelea! Jajajajjaaja quién ganará!???
Quien será más cabeza dura!???
un buen inicio que cedera por lo que se ve ninguno pero espero y gane la razon y no el orgullo tu puedes lindo monito
ResponderEliminarNo no no no no
ResponderEliminarUn hombre así y de repente dejar a alguien por una mano....no no no
Hyukjae ya casi desde el 1er cap lleva las de perder...aunque Hae parece que no puede cantar victoria tan pronto tampoco...pero al parecer cada uno se topará con pared.
Monito mandon pobre Hae ya te desea, y quien no mi sexy machote
ResponderEliminarSi yo fuera Donghae igual me largo de esa casa jajaja qué miedo con el Hyukjae... ok si fuera alguien como Hyukjae tal vez me lo pensaría(? 😅😅😅😅
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