Seductores III- 4




Aunque el miedo le estaba provocando sudores a Minwoo, la ira era como un carbón al rojo vivo asentado en su interior.

—¿Cómo descubriste que he estado en la cárcel?

—Mi jefe de seguridad empezó a investigarte cuando te vio mover las piezas en el tablero de ajedrez. Es muy concienzudo.

—¿Ah sí? —Minwoo alzó una ceja mostrando su desacuerdo—. Yo diría que resultó una salida muy fácil…

—Kim Taehoon no trabaja así —aseveró Hyungsik—. Fue policía.

—¡Mejor aún! —Minwoo dejó escapar una risa amarga—. Vio que tenía antecedentes penales y con eso bastó, ¿verdad? ¡Investigación concluida!

—¿Estás negando que robaste el reloj?

—Sí, pero es obvio que no me crees y no tengo forma de demostrar mi inocencia. Es obvio que hay un ladrón en tu oficina. Puede que sea alguien vestido de ejecutivo, alguien que se rindió a la tentación, incluso alguien que quería correr un riesgo. Los ladrones son de todo tamaño y condición.

Hyungsik lo miró con desdén. El delito por el que había sido condenado le provocaba repulsión. Lejos de ser el joven natural y refrescante que había creído, su belleza ocultaba un centro podrido de ambición.

Aprovechándose de su puesto como cuidador y acompañante, había abusado de la confianza de una anciana inválida y le había robado sistemáticamente durante varios meses. Había sido condenado por el robo del único artículo que encontraron en su posesión, pero sin duda era el responsable del robo y venta de otras muchas valiosas antigüedades que habían desaparecido mientras trabajó en la casa.

—No necesito que me digas lo obvio —respondió Hyungsik con sequedad—. En este caso, estoy seguro de tener ante mí al culpable.

—Pero tú siempre estás seguro de todo —Minwoo movió la cabeza lentamente.

Comprendió que estaba en estado de shock. En unos pocos minutos, él había destrozado su recién adquirida confianza en sí mismo. Lo había tentado a dejar la seguridad de su vida rutinaria para luego amenazar con destrozarle. Lo odió por ello. Lo odió por la arrogante seguridad que le convencía de tener la razón y negársela. Se odiaba a sí mismo por haber creído, siquiera un segundo, que podía aspirar a salir con un tipo como él. Se había comportado como un idiota, como si aún creyera en cuentos de hadas. Había bajado sus mecanismos de defensa al ponerse esa bonita ropa. Mezclado con la ira y el miedo, convivía un intenso sentimiento de humillación.

—Hablemos claramente. Quiero saber qué hiciste con el reloj —repitió Hyungsik con dureza—. Y no me hagas perder el tiempo con lágrimas o pataletas. Conmigo no funcionan.

Minwoo sintió un escalofrío helado recorrer su espalda al registrar la cruel falta de emoción de sus bellas y afiladas facciones. Nunca escucharía su versión de la injusticia que había sufrido… no tendría ni la fe ni la paciencia necesarias. No tenía tiempo para él ni para sus explicaciones, veía las cosas en blanco y negro. Desde su punto de vista, era un ladrón convicto y, por mucho que hubiera cumplido su condena, no iba a concederle el beneficio de la duda.

—No me lo llevé, así que no sé dónde pretendes llegar con esto. No tengo la información que buscas.

—Entonces te entregaré a la policía —afirmó él, implacable.

Minwoo sólo pudo pensar en la amenaza de volver a prisión. Durante un segundo, volvió a estar en una celda, con interminables horas vacías que llenar, sin ninguna ocupación o intimidad. Volvió a sentir las garras de la impotencia, la desesperación y el miedo. La cicatriz que lucía en la espalda pareció abrirse de nuevo. Unas gotas de sudor se formaron sobre su labio superior y se le puso la piel de gallina. A diferencia del hijo de Joonyoung, que nunca había regresado a casa, Minwoo había aguantado y había sobrevivido. Pero la perspectiva de tener que pasar por eso una segunda vez, perdiendo su libertad y dignidad, era insoportable.

—No quiero eso —admitió, con un hilo de voz.

—Yo tampoco —le confió Hyungsik—. Tener que admitir que me tiré al limpiador sería de mal gusto.

Los músculos de su rostro se tensaron al oír el insulto, mientras que su cerebro lo descartaba como irrelevante. Su mente buscaba frenéticamente una solución que le disuadiera de involucrar a la policía. Pero sólo algo inusual convencería a Park Hyungsik. Le gustaba el peligro, el riesgo y competir.

—Si consigo ganarte una partida de ajedrez esta noche, me dejarás marchar —Minwoo le lanzó la propuesta antes de perder el coraje.

Ese súbito cambió de actitud pilló a Hyungsik por sorpresa. Con esa sola frase había admitido su culpabilidad como ladrón y había regateado con él para obtener su libertad. Pero lo había hecho sin disculparse ni dar explicaciones. Su audacia le gustó.

—¿Estás retándome?

Sus ojos brillaban con desafío, pero por dentro era un caos de pánico e inseguridad porque sabía que estaba luchando por la posibilidad de evitar que su vida se derrumbara de nuevo.

—¿Por qué no?

—¿Qué gano yo? ¿Una buena partida? —protestó Hyungsik—. Ese reloj valía al menos cuarenta mil libras. Pones un precio muy alto a tu capacidad de entretenerme.

Minwoo sintió consternación al oír eso. Cuarenta mil libras. No se le había ocurrido que el objeto desaparecido pudiera ser tan valioso. Su aprensión se disparó.

—Tú decides.

—Si pierdes, quiero que me devuelvas el reloj —dijo Hyungsik con voz sardónica—. O, al menos, que me digas qué hiciste con él.

Como volvía a pedirle algo imposible, Minwoo tuvo cuidado de no encontrarse con sus astutos ojos. Pero que aceptara tácitamente el reto hizo que la adrenalina volviera a surcar sus venas, relajando la tensión de su espalda y extremidades. Fuera como fuera, tenía que ganarle. Si perdía, volvería a estar donde había empezado, con la desventaja añadida de que se enfurecería cuando no pudiera proporcionarle ni el reloj ni la información necesaria para recuperarlo.

—De acuerdo —aceptó Minwoo, dispuesto a simular que podía cumplir su parte del trato, dado que no tenía otra opción.

—Y creo que, sea cual sea el resultado, debería recibir una dosis del mejor entretenimiento que puedes ofrecer, dulce mío —murmuró Hyungsik, alzando el teléfono para pedir que le llevaran un tablero de ajedrez.

—¿Disculpa? —Minwoo arqueó las finas cejas.

Hyungsik le lanzó una mirada de admiración.

—Terminaremos el concurso en la cama.

Minwoo se puso rígido y sus altos y anchos pómulos se tiñeron de rojo con una oleada de furia. Lo destrozó esa exigencia, pues la consideraba totalmente injusta.

—¿Independientemente de quién gane?

—Yo tengo que recibir algún beneficio adicional.

Minwoo clavó la mirada en la preciosa vista que ofrecía la ventana más cercana y pensó en las vistas que tendría en una celda. Se le encogió el estómago al comprender quién tenía el poder verdadero. Hyungsik sostenía el látigo y él sólo contaba con su inteligencia.

—De acuerdo —aceptó.

Un criado apareció con una caja de madera antigua y dispuso un tablero con elegantes piezas talladas. Una sirvienta llegó con una bandeja de refrescos. Minwoo se sentó. Aunque no había comido nada desde el almuerzo, rechazó la oferta de una bebida y de los tentadores canapés que la acompañaban.

Todo era tan civilizado que estuvo a punto de echarse a reír. A primera vista parecía una invitada de honor, pero sabía que tendría que jugar por su supervivencia.

Hyungsik alzó un peón blanco y uno negro y los escondió a su espalda antes de ofrecerle las manos cerradas. Minwoo eligió y ganó las piezas blancas. Se dijo que era un buen augurio y se concentró al máximo. Perdió la noción del tiempo y se fijó únicamente en las combinaciones que ofrecía el tablero. Él era un jugador agresivo, que avanzaba sin pausa. Pero su estrategia era más intrincada. Dejó que capturase su alfil y después colocó el caballo junto al de él.

—Jaque —susurró suavemente y poco después atrapó a su rey.

—Jaque mate —concedió Hyungsik, asombrado por su brillantez y molesto porque hubiera ocultado la magnitud de su destreza en las dos partidas anteriores.

Minwoo tomó aire lentamente. Había terminado; estaba a salvo. Tenía la piel húmeda por la tensión y la adrenalina seguía surcando sus venas. Apartó la silla y se puso en pie.

—La última vez que jugamos hiciste tablas a propósito —condenó Hyungsik, levantándose también.

—Tal vez fuera mi manera de flirtear contigo —Minwoo irguió la cabeza—. A los hombres no les gusta perder, ¿no?

—Algunos prefieren un reto —dijo Hyungsik.

—Pero tú no eres uno de ellos —se atrevió a decir Minwoo con desprecio—. En tu pasado ha habido un increíble número de jóvenes guapos de cabeza vacía.

—Me servían para lo que quería —contestó Hyungsik sin inmutarse—.¿Es éste el auténtico Ha  Minwoo? ¿O hay algún otro esperando a aparecer? Eres un cúmulo de contradicciones sorprendentes.

Molesto porque él no hubiera reaccionado con enfado a su insulto, Minwoo mantuvo el control.

—¿Eso crees?

—Limpiador, cuando podías ser modelo. Virgen, jugador de ajedrez digno de formar parte del equipo olímpico, y ladrón —Hyungsik alzó una mano e introdujo los dedos en la espesa melena ámbar y cobre—. No me gusta lo que eres, pero me fascinas, cara.

Acarició la piel de debajo de su oreja con el pulgar y Minwoo se estremeció. Estaba tan cerca que captaba el aroma de su colonia, una fragancia que ya le resultaba familiar y excitante. La proximidad de su cuerpo fuerte y ágil era imposible de ignorar. Su boca conocía su sabor. Su cuerpo recordaba y ya estaba deseando revivir la experiencia. Empezó a faltarle el aliento mientras luchaba contra el traicionero demonio de su propia sensualidad.

Él inclinó su cabeza hacia atrás. Despiadados ojos oscuros asaltaron los suyos, capturándolos.

—Tú te quedas con el reloj… y esta noche yo me quedo contigo —le recordó con crueldad—. Pero no quiero a un mártir en mi cama.

Minwoo no tenía ninguna intención de hacerse la víctima y era demasiado orgulloso para intentar volver a razonar con él. Sabía cómo funcionaba él. Si había dominado el tablero de ajedrez, él dominaría en el dormitorio. Había aceptado el trato y no iba a dejarse llevar por sus emociones: era más duro que eso. La vida había vuelto a irle mal, pero conseguiría manejarla igual que había hecho la vez anterior. Él agarró una de sus manos y lo condujo al vestíbulo y luego por un pasillo.

El dormitorio principal daba a una gran terraza. Le costaba creer que pudiera haber algo tan bonito tantas plantas por encima del nivel de la calle. Se centró en mirarlo mientras él lo desvestía. Con el corazón desbocado, observó su reflejo en el ventanal iluminado por el sol. Él inclinó la cabeza oscura y posó su experta boca en su omoplato. Encontró un punto cuya existencia desconocía y provocó un escalofrío de placer que le recorrió de arriba abajo.

—No quiero a alguien que se comporte como un exquisito autómata—Hyungsik rió con suavidad—. Te quiero bien despierto, delizia mia.

—¿Qué significan esas palabras? —susurró.

—«Mi delicia», y es lo que eres. Desde que me marché de Seúl, me han asaltado sueños inventivos en los que eras el protagonista —le confió él.

—Entonces, ¿qué fuera un ladrón no supuso ninguna diferencia para ti?

Él se tensó a su espalda. Le hizo girar para que lo mirara y clavó sus amenazadores ojos oscuros en él.

Pero Minwoo no se inmutó por esa silenciosa censura. De hecho, lo que más le provocaba era la ira contenida que percibía en él, sometida a un control férreo.

—Eres más sensible de lo que pensaba —le dijo.

—¿Es que no tienes vergüenza? —exigió él.

—¿Te avergüenzas tú de estar utilizando tu poder sobre mí para volver a llevarme a la cama?

Hyungsik le lanzó una mirada fulminante y después lo sorprendió con una carcajada.

—No —concedió, divertido—. Pero, ¿por qué iba a hacerlo? Me deseas tanto como yo a ti.

—¿No es eso lo que se dicen siempre los hombres para alimentar su ego? —su voz tembló al final cuando lo alzó en vilo.

En respuesta, Hyungsik inclinó su arrogante cabeza y lo besó. La caricia de su lengua en el paladar hizo que se estremeciera. El deseo estalló en su interior. Lo deseaba, pero odiaba desearlo y se negaba a sucumbir a su deseo. Al notar que se tensaba, él le atrajo más y lamió sus labios con una dulzura tan inesperada que Minwoo se quedó transfigurado. A eso siguió un inquietante asalto pasional que encendió chispas de fuego en sus venas. Con un gemido ronco que sonó en lo más profundo de su garganta, cerró sus dedos en su pequeño montículo. A Minwoo empezaron a temblarle las piernas.

—Tú también me deseas —afirmó Hyungsik contra su boca—. Admítelo.

—¡No! —con ojos brillantes, se liberó de él.

—¿A pesar de que podría convenirte agradarme? —insistió Hyungsik con voz sedosa.

—Conseguirás una noche y eso es todo… ¡no volverás a acercarte a mí! —siseó Minwoo como un gato furioso—. ¿Lo entiendes?

—Lo entiendo, delizia mia —entonó Hyungsik, alzándolo en brazos para llevarlo a la cama—. Que lo acepte o no es otra cuestión. Me disgusta hacer lo que otras personas me ordenan.

—Eso no es nada nuevo —al descubrirse sobre la cama, cubierto sólo con su ropa interior, Minwoo se calmó. Incómodo con su desnudez, lanzó una mirada de horror a las soleadas ventanas—. Por Dios santo, ¡cierra las cortinas!

Divertido por ese súbito cambio de frialdad a pánico, Hyungsik pulsó un botón y luego otro que encendió las luces. Se quitó la chaqueta y la corbata mientras la observaba con mirada de depredador. Sus bellos ojos denotaban inquietud y tenía el pelo revuelto. Su magnetismo era innegable, sobre su cama resultaba tan inusual y exótica como un tigre paseando por un salón.

Minwoo se sentía inquieto bajo su escrutinio, y se giró para ocultar sus senos desnudos. Le molestaba su timidez, porque la veía como una debilidad más y su conciencia ya estaba protestando. Le había devuelto el beso con más que tolerancia. No entendía cómo podía responder con tanto entusiasmo a un hombre al que odiaba. Por otro lado, era una suerte poder hacerlo, pero no entendía el por qué.

—Madre mía —Hyungsik miraba con horror la cicatriz que mancillaba la blanca piel de su espalda—. ¿Qué diablos te ocurrió?

Cuando Minwoo comprendió lo que había llamado su atención, se apoyó en la almohada para ocultar esa parte de su cuerpo. La mortificaba que hubiera visto la fea evidencia del ataque que había sufrido tres años antes.

—Nada…

—Eso no es nada…

—Pero no tengo que hablar de ello si no quiero —sus vividos ojos se habían velado y su esbelto cuerpo estaba tenso.

Hyungsik se acercó a la cama en calzoncillos. Era alto y viril y sus fuertes músculos cubrían un cuerpo de atleta.

—¿Siempre estás tan dispuesto a batallar?

—Si no te gusta, envíame a mi casa.

Hyungsik la miró con la agresividad de un cazador. Ella se quedó hechizada. Él curvó los dedos alrededor de su cuello.

—Tal vez podría llegar a gustarme pelear, delizia mía —ronroneó, acercando la promesa de su sensual boca a sus labios.

Minwoo tenía los nervios desbocados; estaba rígido. Pero el beso fue una provocación que seducía y prometía mucho más. Su sabor lo embriagaba pero luchó contra esa verdad, empeñado en someterse a sus atenciones sin corresponderle. Masajeó las puntas aterciopeladas hasta que se convirtieron en capullos rosados. Sentía dardos de sensaciones exquisitas, pero siguió intentando resistirse a su destreza sexual.

Hyungsik lo estrechó entre sus brazos para combatir su resistencia. Había más urgencia que paciencia en la posesiva caricia de sus manos. Más exigencia en la pasión ardiente de su boca. Minwoo se debatió bajo el asalto de su creciente ardor. Por más que intentaba mantenerse alejado, estaba volviendo a crear en él esa tormenta de pasión en la que el orgullo no tenía lugar y sólo regía el deseo.

—Tú también me deseas —le dijo él—. Es recíproco. Lo vi la primera vez que me miraste.

Minwoo bajó las pestañas para ocultar sus ojos. No iba a contestar, pero era impotente para controlar el deseo que había provocado en él. Estaba clavando los dedos en sus anchos y morenos hombros. El aroma de su piel lo hechizaba. Él había quedado grabado en sus sentidos en su primer encuentro y la asombrosa fuerza de esa unión lo asustaba y enfurecía, pero también lo excitaba.

—Eres muy testarudo —gruñó Hyungsik.

—¡No estoy aquí para halagar a tu ego! —declaró Minwoo.

Él abrió sus labios con fuerza devoradora y le castigó con placer. Cada átomo de su cuerpo reaccionó en respuesta. Trazó un camino erótico por todo su cuerpo, deteniéndose en los pezones rosados y explorando con buscando los puntos más sensibles de su cuerpo. Poco después, notó el tronar de los latidos de su corazón en los oídos y el deseo se convirtió en anhelo. Sus caricias le estaban atormentando hasta un punto insoportable.

—Hyungsik…

—Di «por favor» —le urgió él.

—¡No! —apretó los dientes.

—Algún día te haré decir «por favor» —amenazó él.

Pero Minwoo no lo escuchaba. Temblando de deseo, lo atraía hacia él. Hyungsik, impaciente y listo, no necesitó más. Se deslizó entre sus muslos y lo penetró con fuerza y ardor. Gritó al sentir su invasión. Lo había excitado hasta crear en él un hambre irresistible y había llegado el momento del delirante placer.

Era algo glorioso y su capacidad de disfrute no tenía límites. La apasionada intensidad de él le volvió loco de excitación. La sensación se convirtió en una dulce agonía hasta qué lo llevó hasta la tumultuosa cima de un estallido liberador.

Siguió un momento intemporal de puro éxtasis y júbilo. En las sensuales y deliciosas oleadas que lo siguieron, se sintió muy cerca de él, transformado y en paz. Después, su cerebro volvió a entrar en acción y borró esas agradables emociones. Recordó cómo eran las cosas entre ellos en realidad y se sintió airado, mortificado y llena de amargura. Al percibir que su dolor estaba a punto de aflorar, lo aplastó de raíz y se apartó de él con un fiero gesto de rechazo.

—¿Puedo irme ya? —preguntó, escurriéndose hasta el otro extremo de la cama y bajando las piernas al suelo, con una prisa por marcharse que decía más que mil palabras—. ¿O vas a insistir en que me quede toda la noche?

Hyungsik estaba acostumbrado a jóvenes que expresaban cumplidos y comentarios salaces después de compartir su intimidad. La actitud de Minwoo le pareció ofensiva.

Minwoo no esperó una respuesta. Se levantó rápidamente y lo asaltó una inesperada oleada de mareo. La habitación se inclinó antes sus ojos y tuvo la sensación de que el suelo se elevaba hacia él. Con el rostro húmedo de sudor, se tambaleó y volvió a dejarse caer en la cama.

—¿Qué ocurre? —preguntó él.

Minwoo luchaba contra las náuseas y respiraba profunda y lentamente, intentando despejarse la cabeza.

—Puede que me haya levantado demasiado rápido.

—Túmbate —Hyungsik lo aplastó contra la cama—. He creído que ibas a desmayarte.

—Hace horas que no como. Eso es lo único que pasa —masculló, sintiéndose como un tonto por haber estropeado así su gran salida—. Estaré bien dentro de un minuto.

—Pediré comida —Hyungsik utilizó el teléfono que había junto a la cama y empezó a vestirse.

—Sólo quiero irme a casa —dijo Minwoo, sin mirarlo.

—En cuanto hayas comido algo y te encuentres mejor —dijo Hyungsik con escrupulosa cortesía y rostro sombrío.

Atenazado por una sobrecogedora fatiga, tan poco familiar para él como el mareo, Minwoo tragó saliva y no dijo nada. Sabía que no iba a encontrarse mejor en mucho tiempo. Hyungsik le había destruido su paz mental y devastado su orgullo. ¿Y si su peor miedo se hacía realidad y estaba embarazado? ¿Embarazado de un hombre a quien odiaba más que a un veneno?


A la mañana siguiente, Minwoo se despertó sintiéndose mareado otra vez. Aunque le daba miedo utilizar la prueba de embarazo que había comprado demasiado pronto y desperdiciarla, sus nervios no soportaban la idea de esperar más. Lo conmocionó que se tardara tan poco tiempo en realizar una prueba que tenía una importancia desmesurada en su vida. Pocos minutos después tenía el resultado que había temido: iba a tener un bebé. Su estómago se contrajo con pánico y náuseas y tuvo que correr al cuarto de baño. Después de eso, ni siquiera se sintió capaz de mordisquear una tostada.

Por su parte, Hyungsik tampoco había empezado el día nada bien. Acababa de llegar al edificio Hwarang cuando su asistente ejecutivo, Heecheol, y su jefe de seguridad, solicitaron una reunión urgente.

Heecheol puso sobre el escritorio el reloj que Hyungsik no había contado con ver de nuevo.

—Lo siento mucho, señor. Estoy desolado por esto. Vine a la oficina a primera hora el día que me iba de vacaciones, porque quería comprobar que no había dejado ningún asunto pendiente. Vi su reloj en el suelo del despacho y lo guardé bajo llave en un cajón de mi escritorio…

—¿Tú encontraste mi reloj? —interrumpió Hyungsik, incrédulo—. ¿Y no dijiste nada?

—Tenía prisa por marcharme. Aún no había nadie aquí. Envié un correo electrónico a otro miembro del equipo, para informarle de dónde estaba el reloj, pero es obvio que no leyó el mensaje —explicó el joven con desaliento—. Cuando me reincorporé esta mañana, alguien mencionó que su reloj había desaparecido y que todos creían que había sido robado. Entonces me di cuenta de que nadie sabía lo ocurrido.



Esa mañana, Minwoo no pudo evitar fijarse en todos los jóvenes embarazados que veía, y le sorprendió lo numerosas que eran. Aunque aún no había digerido la realidad de su situación, sabía que el pánico lo asaltaría. Se dijo que si otros jóvenes eran capaces de enfrentarse a embarazos no planificados, él también lo sería.

Tenía que considerar todas sus opciones y mantener la calma. Pero si decidía ser appa soltero, no podría salir adelante sin ayuda financiera, la de él. Esa denigrante perspectiva le inspiraba un intenso desagrado. No podía olvidar el comentario de Park Hyungsik sobre el que tener un hijo suyo fuera «una lucrativa opción de estilo de vida».

—Una llamada para ti —le dijo su compañera de recepción.

—¿Por qué no contestas al móvil? —preguntó Hyungsik. El zumbido grave de su voz lo dejó paralizado.

—No está permitido atender llamadas personales. Siento no poder hablar contigo —dijo Minwoo, cortando la comunicación, furioso porque se hubiera atrevido a llamarlo. Por lo visto su arrogancia no tenía límites. Parecía incapaz de aceptar que no quería tener nada que ver con él. La noche anterior, le había dejado en paz para que se vistiera y comiera algo. Había vuelto a casa en la limusina y llorado hasta dormirse. Era obvio que tendría que hablar con él antes o después, pero en ese momento «después» le parecía una opción mucho más llevadera.

A media mañana, llegó un espectacular arreglo floral para él. Minwoo abrió el sobre y sólo había una tarjeta con las iniciales de Hyungsik. Se preguntó por qué lo llamaba y enviaba flores. Incómodo por el interés que provocaba el extravagante jarrón de lirios, intentó devolvérselo al repartidor.

—Disculpe, pero no lo quiero…

—Eso no es problema mío —dijo él, y se marchó.

Una hora después, Hyungsik volvió a telefonear, pero rechazó la llamada. A mediodía, su supervisora la llevó a un lado y le habló en voz baja.

—Puedes tomarte tiempo extra para el almuerzo. De hecho, puedes tomarte el resto del día libre si quieres.

—¿Por qué? —Minwoo la miró atónita.

—El jefe ha recibido una petición especial del director ejecutivo. Creo que el chofer del señor Park te está esperando fuera.

Minwoo se puso rojo como la grana. Deseó que se lo tragara la tierra. Pero cuando abrió los labios para decir que no quería ver a Hyungsik ni tenía ningún deseo de recibir un tratamiento especial, la mujer se alejó, obviamente incómoda. Minwoo, colérico y avergonzado, pensó que Hyungsik era tan sutil como un pulpo en un garaje, mientras se encogía ante las miradas de reojo y susurros que acompañaron su salida de la oficina.

Siseando de resentimiento, Minwoo subió al Mercedes que lo esperaba. Se preguntó si debía decirle que estaba embarazado o sería mejor analizar sus propios sentimientos antes de darle la noticia.

Quince minutos después, estuvo ante la entrada de un hotel muy exclusivo. Un portero de librea lo guió al interior. Uno de los guardaespaldas de Hyungsik lo recibió en el vestíbulo y lo escoltó al ascensor. Entró en una sala de recepción casi palaciega.

Hyungsik entró desde el balcón y se detuvo. En cuanto a entradas, fue digna de un premio, porque era un hombre espectacular. El corazón le dio un vuelco y se quedó sin aire. Independientemente de lo que opinara de Hyungsik, su impacto físico en él no disminuía. Su respuesta a él era involuntaria e incontrolable. Lo miró y supo que lo miraría una y otra vez. Era como si un rebelde sexto sentido que había desconocido poseer hubiera forjado un vínculo permanente con él.




2 comentarios:

  1. Yay no!!
    Que lo haga sufrir!!!
    Lo tildo de ladrón!!!
    Ahhh no lo perdones!!!!!
    Ahhhhh QUE Sufra

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  2. Ummm pobre Min, 😣 desafortunadamente su pasado no lo deja en paz y para sobrevivir tiene que aceptar cosas que no ha hecho...
    u
    Jajajajajaja a Hyun el saber que será padre creo que será un golpe fuerte.
    Gracias por el capitulo

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yota´s news : De regreso?

 Buenas tardes a todas las lectoras. Después de un año  y casi 4 meses regreso a saludarlas y comentarles nuevas.  Me gustaría decirle...