Seductores III- 2



—Pareces muy tenso —Hyungsik le ofreció la copa. —No te pongas tenso, bello mío. Me pareces increíblemente atractivo.

El enfado y vergüenza que Minwoo solía sentir en momentos así brillaron por su ausencia. Comprendió qué había hablado en serio y sintió que el corazón se le desbocaba y caía a sus pies. Le asombró descubrir que le gustaba lo que oía. Cerró los dedos sobre la copa, temblorosos. Tomó un sorbo y luego otro, para ocultar la realidad de su debilidad física. Era impropio sentirse excitado. Cuando se atrevió a alzar la vista hacia sus asombrosos ojos oscuros, se quedó sin aliento.

Hyungsik bajó su oscura cabeza lentamente. Estaba divirtiéndose, tanteando los límites. El aroma delicado y fresco de su piel hizo que su cuerpo duro y fuerte se tensara. Sintió una súbita excitación que le sorprendió y puso fin a su actitud burlona. Reclamó sus deliciosos labios rosados con urgencia devastadora, y ese primer contacto incrementó su apetito.

A Minwoo le costaba creer lo que estaba haciendo, pero habría sido incapaz de moverse un milímetro para evitarlo. Le asolaba una tormenta de sensaciones que lo dejó mareado y desorientado. Sintió fuegos artificiales estallando en todo su cuerpo. Una dulce calidez se aposentó en su vientre y los músculos de su pelvis se tensaron. Se estremeció con violencia cuando la caricia de su lengua tentó la tierna cueva de su boca. El pinchazo de deseo que desgarró su cuerpo fue casi demasiado intenso, y emitió un gemido de protesta.

—Estás tan caliente que quemas —dijo Hyungsik, y su voz grave dejó traslucir un leve acento italiano—. Pero tenemos una partida a medias.

Minwoo no supo cómo sus piernas consiguieron llevarlo hacia el sofá y su lado del tablero. Le habría resultado más fácil derrumbarse en sus brazos que alejarse de él, y eso le inquietó aún más.

Sentía el cuerpo tenso, ardiente y distinto. Sensaciones nuevas para él lo asaltaban. Pero su cerebro no dejaba de enumerar sus errores. No debería estar a solas con él en un despacho, no debería haber permitido que lo besara y, mucho menos, animarlo respondiendo al beso. Pero aunque su inteligencia sabía todo eso, el hambre que había despertado en él, y la decepción de no haberle visto satisfecho, tenían aún más fuerza.

Dos movimientos después, la partida de ajedrez acabó. Hyungsik frunció sus negras cejas y la ira chispeó en sus ojos, dándoles un tinte de bronce bruñido.

—¡O alguien te ha estado diciendo cómo jugar estas tres últimas semanas, o acabas de dejarme ganar!

—Ha ganado… ¿de acuerdo? —musitó Minwoo, sorprendido por su discernimiento, pero dispuesta a capear el temporal.

—No, no vale. ¿Cuál de las dos cosas ha sido? —preguntó Hyungsik con voz gélida.

Siguió un silencio sofocante. Minwoo, tan tenso que ni siquiera podía tragar saliva, se puso en pie.

—Debo volver al trabajo.

Hyungsik, con odio estampado en los rasgos, se irguió sobre él.

—No irás a ningún sitio hasta que me contestes.

—Por Dios santo, sólo es un juego —balbuceó Minwoo, anonadado por su ira.

—Contéstame —ordenó Hyungsik.

—Le he dejado ganar… ¿de acuerdo? —Minwoo soltó un suspiro y movió las manos en el aire, quitando importancia a la respuesta.

—¿Es eso lo que creías que esperaba de ti? —Hyungsik no recordaba haberse sentido nunca tan airado por un joven—. ¿Me consideras tan vanidoso como para necesitar una falsa victoria que halague a mi ego? — escupió él con desprecio—. No necesito ese tipo de sacrificio ni de adulación. Así no vas a complacerme.

—¡Entonces debería dejar de mangonearme y comportarse como un bruto! —le devolvió con voz aguda y chillona—. ¿Cómo espera que me comporte? ¿Cómo se supone que debo enfrentarme a usted? No simulemos que esto es un terreno de juego justo o que me ha dado la oportunidad de…

—No me grites —interrumpió Hyungsik con voz glacial, desconcertado por su acusación.

—Si no lo hiciera, no me escucharía. Siento haber tocado su estúpido tablero de ajedrez, pero sólo lo hice por divertirme un rato. Siento haberle dejado ganar y haberle ofendido. Pero no pretendía complacerle… ¡complacerle me importa un comino! —exclamó Minwoo, asqueado—. Sólo intentaba aplacarlo… Debería estar trabajando. No quiero perder mi empleo. ¿Puedo volver al trabajo ya?

Esa actitud hizo que Hyungsik revisara su actitud. Era poseedor de una mente brillante y tenía un talento sin igual para la estrategia. En los negocios era invencible, porque unía su instinto de supervivencia al de un tiburón asesino, carente de emoción. Había aprendido a no aceptar a la gente a primera vista. Pero un joven que pretendiera impresionarlo no le gritaría. No tenía ninguna prueba de que hubiera algo calculado en el comportamiento de Ha Minwoo. ¿Por qué iba a saber quién era él?

—Así que sólo eres el limpiador —aseveró Hyungsik, tras analizar los datos.

Minwoo se ruborizó de indignación, preguntándose qué demonios podía significar ese comentario. Tal vez lo había tomado por una espía. O por un prostituto escondido tras una fregona.

—Sí —contestó con voz tensa—. Sólo el limpiador…, disculpe.

Cuando la puerta se cerró a su espalda, Hyungsik maldijo en italiano; no había sido su intención ofenderlo. Sonó el teléfono. Era Taehoon de nuevo.

—He realizado comprobaciones sobre el limpiador con intereses ajedrecísticos…

—Son innecesarios —interpuso Hyungsik.

—Ha tiene un currículum dudoso, señor —el hombre se aclaró la garganta—. Dudo que sea lo que dice ser. Aunque es un joven brillante con notas muy altas en la escuela, su experiencia profesional sólo incluye un empleo reciente en un restaurante. No cuadra. Hay un periodo de tres años sin ninguna explicación. Según explica, los pasó viajando, pero no me lo creo.

—Yo tampoco —el rostro delgado y duro de Hyungsik se tensó al pensar que por primera vez en una década casi había sido engañado por un joven.

—Creo que debe ser otro cazafortunas, o incluso un periodista. Pediré a la empresa de limpieza que lo retire de nuestra plantilla. Gracias a Dios, es problema de ellos, no nuestro.

Pero Hyungsik no estaba dispuesto a dejar que Ha Minwoo se fuera tan fácilmente. Él nunca había dado la espalda a un reto.


Minwoo trabajó a toda velocidad, intentando que sus inquietos pensamientos se dispersaran con una actividad frenética. El tratamiento recibido le había provocado enojo y confusión. Park Hyungsik era un tipo guapísimo con un problema grave de actitud cuando alguien se ponía en su contra. Sin embargo, cuando lo había besado, todas sus carencias parecían haber desaparecido. Tal vez, por un momento, había conseguido que olvidara que no era más que el limpiador.

Debía tener al menos treinta años y era mayor para él. Metió la fregona en el cubo con furia. No tenía nada en común con un hombre maduro y millonario, dueño de un edificio, que se enojaba cuando un pobre mortal se atrevía a tocar su tablero de ajedrez.

Empezó a preguntarse si estaba condenado a morir virgen. Los años pasaban sin que a él le hubiera interesado ningún hombre. Park Hyungsik era el primero que le había atraído desde que Ekyun lo abandonó.

Era algo poco inteligente y se dijo que la química sexual era algo muy extraño. No había existido con los hombres que coqueteaban con él en la cafetería. Debía ser demasiado exigente. Pero no había duda de que nueve de cada vez diez parejas considerarían a Park Hyungsik irresistible.

—¿Minwoo…?

Alzó la cabeza y sus ojos denotaron preocupación. Al ver al objeto de sus pensamientos más íntimos a menos de dos metros de distancia, dio un respingo. Notó que su piel enrojecía de culpabilidad y deseó que la tierra se abriera bajo sus pies.

—¿Sí?

—Te debo una disculpa.

Minwoo asintió con firmeza.

Hyungsik, que había estado esperando una protesta, rió con admiración. Estaba realizando una actuación digna de un Oscar en cuanto a expresar sinceridad. Se preguntó si el objetivo era que ese candor le resultara una cualidad refrescante.

Una novedad para el paladar de un millonario que lo había probado todo. No lo sabía y no le importaba. Las pestañas de cervatillo se agitaron sobre los increíbles ojos y él sintió las garras del deseo clavarse en su entrepierna. Le daba igual que acabase vendiendo la historia a alguna revista sensacionalista y de mal gusto.

Con sólo mirar su rostro, sus instintos más básicos ganaban la partida. Provocaba en él una reacción primitiva y poderosa que hacía años que no sentía. Casi le dolía mirarlo y no tocarlo. Estaba seguro de que sólo acostarse con él podría satisfacerlo. Y nunca se negaba un capricho.

—¿Jugarías otra partida conmigo cuando acabe tu turno? —le preguntó con voz sedosa.

Minwoo se quedó asombrado por la disculpa y por la invitación. Un breve encontronazo con esos ojos oscuros y al tiempo cristalinos y fríos como un lago subterráneo le hizo percibir su peligro: la poderosa personalidad que ocultaban en sus profundidades. Un hombre inteligente y despiadado que nadie desearía tener como enemigo. Le desconcertó seguir considerándolo increíblemente atractivo incluso tras percibir esos rasgos en él. Tragó saliva y se esforzó por dar supremacía a su prevención.

—Me temo que no acabo hasta las once —dijo.

—Eso no es problema.

—¿No? —la tentación se agitó con fuerza.

—No. Aún no he cenado. Enviaré a un coche para que te recoja cuando acabes.

—¿No podemos jugar aquí? —Minwoo se rindió pero con condiciones. No quería arriesgarse a que lo vieran con él. Y tampoco quería subirse a un coche desconocido que lo llevaría sólo Dios sabía dónde, para luego tener que encontrar el camino de vuelta a casa solo y ya de madrugada.

—Si es lo que quieres… —su sorpresa fue patente.

—Sí.

Minwoo lo vio alejarse con pasos largos y fluidos. Estaba asombrado, casi no podía creer que lo hubiera convencido tan fácilmente. Exasperado, se dijo que sólo se trataba de una partida de ajedrez. Él seguía queriendo la victoria. Y si volvía a besarlo… simplemente procuraría que no ocurriera. Sería un sinsentido, teniendo en cuenta el imperio que dirigía él y su pasado. No quería que volvieran a darle una patada en la boca. No tenía sentido exponerse a sufrir. Pero no le haría ningún daño ejercitar su cerebro.

Cinco minutos antes de las once, Minwoo se refrescó en el aseo. Dobló la bata y la guardó en su bolsa. Llevaba una camiseta color turquesa que se adhería a su silueta. Se puso de lado, tomó aire y arqueó la espalda. Tenía veintitrés años, pero en ese momento se sentía tan nervioso como un adolescente.

La incomodaba esa sensación de ignorancia e inseguridad. Los años en los que podría haber adquirido cierta experiencia, de los diecinueve a los veintidós, le habían sido robados. Enterró ese amargo pensamiento en cuanto surcó su mente, intentaba no ver la vida de esa manera, porque lo ocurrido no tenía vuelta atrás. Había pasado tres años en la cárcel por un delito que no había cometido, y cargaba con las cicatrices, tanto físicas como emocionales. Pero pocos habían creído en su inocencia y, de hecho, lo habían juzgado con más severidad por atreverse a proclamarla. Se dijo que debía dejar el pasado atrás, seguir adelante.

Cuando entró al despacho, a Hyungsik le impactó ver su esbelta figura y largas piernas cubiertas con una camiseta y pantalones vaqueros. Su melena rojiza iluminada por el sol, con toques de ámbar y ocre; un marco perfecto para la piel blanca.

—¿Has sido modelo alguna vez? —preguntó él, mientras le servía otra copa.

—No. No me hace ilusión la idea de caminar medio desnudo por una pasarela. Además, me gusta demasiado la comida. ¿Podrías ofrecerme una bolsa de patatas fritas? —con el estómago rugiendo de hambre, Minwoo había visto las bolsas de aperitivos en el mueble bar.

—Sírvete tú mismo. Pareces más relajado que antes —comentó Hyungsik.

—Ahora estoy en mi tiempo libre —Minwoo se acomodó en el sofá, comiendo patatas mientras jugaba. El sabor salado le daba sed y tomaba sorbos frecuentes de su copa. Sólo se permitió estudiarlo de cerca tras varios movimientos, cuando él parecía absorto.

Por más que lo escrutaba, Park Hyungsik seguía dejándolo sin respiración. Era guapísimo. Cabello y pestañas como seda negra, hipnotizantes ojos oscuros y una boca sensual. Se había afeitado desde la última vez que lo había visto, la sombra oscura de su mandíbula había desaparecido. Se preguntó si eso significaba que pretendía besarlo de nuevo. La idea provocó una oleada de calor en su vientre y en zonas más íntimas de su cuerpo, pero se recordó que estaba allí para jugar al ajedrez, no para flirtear.

—Tú mueves —dijo Hyungsik, alzando la vista.

Minwoo ocultó la mirada bajando las pestañas y estudió el tablero.

—¿Quién te enseñó a jugar? —preguntó Hyungsik, que analizaba sus movimientos, rápidos y certeros, que no dejaban lugar a duda respecto a su destreza.

—Mi padre.

—A mí el mío —su rostro se ensombreció y siguió un largo silencio. Tras mover pieza, vio que había terminado su copa y fue a rellenarla.

Los ojos café lo siguieron. Todo en él le fascinaba: el corte de pelo, la elegancia de su traje, el discreto brillo del oro en la muñeca y en los puños de su camisa, el movimiento fluido de sus manos cuando hablaba. Era pura elegancia y control.

—Si sigues mirándome así, nunca acabaremos la partida, bello mío.

Minwoo enrojeció y aceptó la copa que él le ofrecía con una mano temblorosa. Le avergonzó que hubiera interpretado sus pensamientos de forma tan certera y también le recordó que no sabía nada de él.

—¿Estás casado? —preguntó.

—¿Por qué lo preguntas? —Hyungsik arqueó una ceja con sorpresa.

—¿Eso es un sí o un no?

—Soy soltero.

Aunque Minwoo notó que empezaba a írsele la cabeza, evitó la trampa que él le había tendido en el tablero y esbozó una sonrisa victoriosa.

—Eres bueno —concedió Hyungsik, divertido por la idea de que quizá también Minwoo había tenido la intención de que fuera una partida rápida—. Son tablas. ¿Verdad o mentira?

—Verdad.

La descarada y desafiante sonrisa de Minwoo hizo surgir al cavernícola que llevaba dentro. Se inclinó hacia él, metió la mano entre los mechones cobrizos y alzó su rostro para luego entreabrir los deliciosos labios rosados y hacer el amor con su boca.

Ese súbito arrebato devastó a Minwoo. El deseo recorrió su cuerpo como una serie de explosiones de sensación. Lo besaba con un erotismo que le embrujaba. Cuando lo atrajo hacia él, lo rodeó con los brazos para equilibrarse, se sentía mareado. Tal vez fuera culpa del alcohol, pero decidió acallar esa sospecha y no sucumbir a su necesidad de jugar a lo seguro.

La excitación le quitaba el aliento y tenía el corazón desbocado. Por primera vez, que recordara, se sentía joven, vivo y carente de temor.

—No puedo quitarte las manos de encima —le dijo Hyungsik.

—Estábamos jugando al ajedrez —le recordó Minwoo con un suspiro.

—Prefiero jugar contigo.

Eso fue demasiado atrevido para Minwoo. Sus mejillas se arrebolaron y su confusión resultó patente. Él recorrió su exquisito rostro con ojos ardientes y soltó una risotada irónica. Volvió a inclinar la oscura cabeza.

La invasión de su lengua fue belicosamente sensual y se apretó contra el duro cuerpo masculino sin poder evitarlo. Sintió la dura e íntima prueba de su excitación clavarse en su bajo vientre y se estremeció. Agarró sus acerados y duros hombros. Se sentía atrapado por él. Sentía un nudo de deseo aflojarse y distenderse en su pelvis, llenándola de anhelo e impaciencia. Sus dedos se enredaban en el cabello negro y disfrutaban de su sedosa textura y el olor de su piel ejercía en Minwoo un efecto afrodisíaco.

Hyungsik había planeado terminar la partida antes de ir a más y había cumplido su plan. Siempre lo planificaba todo. Pero el deseo era puro fuego en su sangre y esa intensidad era nueva para él. El esbelto cuerpo se acoplaba al suyo como si hubiera nacido para eso. Era como sentir la influencia de una droga y quería más, lo quería entera. Lo recostó en el sofá y se quitó la chaqueta y la corbata.

El breve momento de separación llevó a Minwoo a preguntarse qué estaba haciendo. Aunque tenía la mente nublada, se dijo que debía levantarse. Lo miró, con ojos velados de pasión e incertidumbre y labios enrojecidos por la pasión. Hyungsik eligió ese momento para sonreírle.

—Eres deslumbrante —y su sonrisa tenía tanta fuerza carismática que Minwoo sintió que el corazón le botaba en el pecho como una pelota de goma.

Hyungsik posó la boca en la vena azulada que latía alocadamente en la base de su cuello y él gimió. Su cuerpo ronroneaba como un motor y no sabía cómo soportar la tensión. Hyungsik  encontró la piel desnuda bajo la camiseta y cerró la mano sobre un pequeño y dulce montículo. Minwoo se quedó rígido un instante, la caricia le pilló por sorpresa. Él alzó la tela color turquesa y los expuso a su escrutinio.

—Deliciosos —anunció con satisfacción, capturando un pezón rosado entre dedo y pulgar y apretándolo hasta obtener un gemido de placer. Utilizó la lengua para humedecer el tenso botón e iniciar un lento proceso de tortura sensual. Sus caderas empezaron a agitarse y alzarse, sus muslos se tensaron con una sensación de vacío interior. Jadeaba mientras él excitaba sus pezones hasta sensibilizarlos al máximo.

Las reacciones se sucedían una tras otra, demasiado rápidamente. Se sentía dominado por un frenesí sensual insoportable. El se apartó para quitarle los pantalones. Minwoo recuperó la conciencia un instante y parpadeó con vaga sorpresa al ver sus piernas denudas. Su cuerpo se estremecía con temblores de deseo. Se encontró con los llameantes ojos oscuros y todo pensamiento se borró de su mente.

—Hyungsik —susurró, perdido de nuevo.

El enredó los dedos morenos en la cascada de cabello y lo besó con pasión devoradora. Minwoo se molestó cuando sintió un tirón en el pelo y gimió con dolor.

—No te muevas. Tu pelo se ha enganchado —gruñó él, desabrochándose el reloj de pulsera. Desenredó el cabello y dejó el reloj a un lado.

Minwoo luchó con los botones de su camisa hasta que él apartó sus manos y se ocupó del tema.

—Necesitas práctica —dijo—. Te proporcionaré cuanta necesites, dulce mío.

El contorno musculoso de su torso bajo las manos le pareció increíble. Deseó explorar más, pero él lo aplastó contra el sofá para atrapar su boca de nuevo. En ese mismo instante, su mano descubrió su húmedo e hinchado miembro, y Minwoo perdió toda opción de resistirse. Nunca antes lo habían tocado así, y ni había soñado que fuera tan sensible. Pero la destreza erótica de él se lo demostró cuando guio sus dedos a su entrada. La exquisita sensación lo sumergió en un placer incoherente que lo llevó a estremecerse, gemir y debatirse.

Hyungsik nunca se había sentido tan excitado por un joven. Ya no pensaba en quién podía ser. Su respuesta descontrolada y pasional había derrumbado sus defensas como una carga de dinamita. Y una vez desatada su pasión sensual, no tenía más remedio que pasar a la acción. Se situó sobre él con un ágil y fluido movimiento.

Minwoo tembló al sentir la presión en ese lugar tierno e íntimo. Sus ojos se ensancharon y se tensó inquieto en el mismo momento en que él lo penetraba con un gruñido de satisfacción. No estaba preparado para el agudo dolor que hizo que un grito escapara de sus labios.

Hyungsik frunció las cejas y escrutó su rostro.

—Cielo santo… ¿soy el primero?

—No pares —Minwoo cerró los ojos con fuerza. Se sentía como si estuviera en el centro de un tornado, a pesar del dolor, su cuerpo anhelaba más.

Él colocó las manos bajo sus caderas para facilitar la entrada, haciendo uso de una lenta destreza sexual intensamente erótica. El corazón de Minwoo se desbocó mientras él deleitaba cada uno de sus sentidos. La excitación volvió con más fuerza que antes. Empezó a sentir que las oleadas de placer se sucedían, atenazándolo con más fuerza cada vez, atormentándolo con una necesidad insoportable. Escaló buscando la última y se entregó a un clímax que lo consumió con la fuerza de un huracán y lo zarandeó en un vuelo libre de deleite. Pero el deleite duró poco.

—Hacía mucho que un joven no me hacía sentir tan bien, bello mío —murmuró Hyungsik con voz ronca, abrazándolo.

—Yo nunca me había sentido así… nunca —dijo él, aún atónito por la experiencia y disfrutando de una sensación de conexión física seductoramente nueva.

—Tengo una pregunta vital —la mirada de Hyungsik resultó incómodamente fría y escrutadora—. ¿Por qué me has entregado tu virginidad?

Minwoo se quedó anonadado por una pregunta tan directa, más aún porque parecía sugerir que había tomado una decisión consciente; sin embargo, para su vergüenza, su entrega había sido impulsiva e incontrolada.

—Ha sido una experiencia gratificante y que en absoluto esperaba — confió Hyungsik. Movió la cabeza, suspicaz—. Pero sé y acepto que los placeres especiales siempre tienen un coste y preferiría saber ahora mismo qué esperas a cambio.

—¿Por qué iba a tener que costarte algo? —preguntó, arrugando la frente.

—Soy un hombre muy rico. No recuerdo la última vez que disfrute de algo gratuito —siseó Hyungsik con desdén.

Cuando Minwoo comprendió lo que quería decir se sintió apabullado. Liberó su delgado cuerpo del peso del de él con un airado gesto. ¿Cómo había podido compartir su cuerpo con un tipo que parecía pensar que quería obtener un beneficio económico del intercambio?

No se habría sentido más avergonzado si lo hubieran obligado a caminar por la calle desnudo con un cartel colgado del cuello y la palabra «furcia» escrita en mayúsculas.







******FELIZ CUMPLEAÑOS A MI NIÑO PRECIOSO ..Aunque tenga 27 sigue siendo mi niño...FELIZ CUMPLEAÑOS PARK HYUNGSIK!!!!!!!!!!!!!!!!!!!!!!!!!!!!!!!!!!




3 comentarios:

  1. Ahh Dios Hyu como la embarras de esa manera...
    Gracias por el capitulo 😚

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  2. Y a si es como tira un momento lindo a la basura!!
    Ahh que desespero!!!

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  3. Sik porque siempre la cajeteas ¬¬ Minu precioso no te preocupes ese hombre no merece nada de ti ¬¬

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yota´s news : De regreso?

 Buenas tardes a todas las lectoras. Después de un año  y casi 4 meses regreso a saludarlas y comentarles nuevas.  Me gustaría decirle...