Seductores III- 3




Hyungsik había descubierto algo más por lo que preocuparse. Maldijo en italiano.

—¿Utilizas algún tipo de anticonceptivo?

Minwoo se sentía mareado, enfermo y desconsolado. Le costaba creer lo que había hecho. Lo estúpido que había sido. Pero no podía pensar en eso mientras siguiera en su presencia. Tenía que concentrar su energía en huir de la escena del peor error de su vida. Buscó su ropa con la mano.

—No, pero tú has usado protección.

—El preservativo se ha roto —afirmó Hyungsik con rostro sombrío, ya vistiéndose.

Minwoo dio un respingo y palideció más aún, pero no dijo nada. Ni siquiera quería mirarlo. Pensó que eso era lo que se sentía al tener intimidad con alguien desconocido: incomodidad, humillación y vergüenza. Con manos temblorosas se vistió.

—Obviamente, no parece preocuparte —gruñó Hyungsik, indignado por que lo estuviera ignorando.

—En este momento, lo que más me preocupa es haber practicado el sexo con un tipo horrible. Sé que tendré que vivir con este error mucho tiempo —dijo Minwoo con fiero arrepentimiento—. Quedarme embarazado de ti añadiría otra dimensión a esta pesadilla y creo que ni siquiera yo podría tener tan mala suerte.

—Dudo que esa fuera tu reacción si ocurriera. Tener un hijo mío podría ser una opción muy lucrativa para tu estilo de vida —farfulló Hyungsik, gélido.

—¿Por qué crees que todo el mundo intenta robarte? —exigió Minwoo con una cólera que estaba acabando con su deseo de refugiarse en un rincón oscuro—. ¿O acaso reservas las acusaciones ofensivas para mí? No debería tontear con el personal de limpieza, señor Park. ¡No tienes los nervios templados para eso!

—Tienes que calmarte para que podamos hablar de esto como adultos —dijo Hyungsik con sus ojos oscuros fijos en los de él, de nuevo desconcertado por su comportamiento—. Siéntate, por favor.

—No —Minwoo negó con vehemencia—. No quiero hablar de nada contigo. He bebido demasiado. Hice algo que desearía no haber hecho. Has sido muy, pero que muy grosero conmigo.

—Esa no era mi intención —dijo Hyungsik, intentando buscar la paz, mientras seguía observándolo. Su enfado parecía convincentemente real.

—No, ¡te importa un cuerno ser o no grosero! —Minwoo soltó una risa desdeñosa, no pensaba dejarse engañar otra vez—. Crees que puedes permitírtelo.

—Posiblemente tengas razón —farfulló Hyungsik con el mismo tono pacificador—. Es una desgracia que los cazafortunas me consideren un objetivo…

—¡Te mereces un cazafortunas! —escupió Minwoo con convicción—. Si piensas por un segundo que esa excusa te da derecho a haberme hablado como si fuera un prostituto, ¡te equivocas de plano!

—No creo haber ofrecido una excusa.

—No, ni siquiera tienes suficiente educación para eso, ¿verdad? — Minwoo lo miró con desprecio.

—Si dejas de hablar de mis defectos, creo que tenemos cosas más importantes que considerar.

—Dudo que esté embarazado, pero si ocurriera lo peor, no necesitas preocuparte de nada —le lanzó Minwoo, yendo hacia la puerta—. ¡Ni siquiera me plantearía la opción «lucrativa para mi estilo de vida»!

—Eso no tiene gracia —dijo Hyungsik con voz dura.

—Tampoco la tienen tus presunciones sobre mí —Minwoo se alejó por el pasillo y, cuando comprendió que lo seguía, casi corrió hacia el ascensor. Apretó el botón de cerrar la puerta, pero él consiguió entrar. El reducido espacio le dio sensación de claustrofobia. Irradiando oleadas de hostilidad, lo ignoró. No podía entender por qué no captaba el mensaje y lo dejaba en paz.

Hyungsik echó un vistazo a su muñeca y descubrió que no llevaba puesto el reloj, lo había dejado en su despacho.

—Es tarde. Te llevaré a casa.

—No, gracias.

Cuando el ascensor se detuvo, Hyungsik interpuso su poderoso cuerpo entre él y la puerta que se abría.

—Te llevaré a casa —insistió con firmeza.

—¿Qué parte de la palabra «no» es la que no entiendes?

Hyungsik se acercó más a él. Escrutó su rostro airado con ojos oscuros moteados de oro. Su actitud desafiante y su negativa a ser razonable le resultaban tan lejanas a su experiencia con las parejas que estaba atónito.

—Estoy enfadándome contigo —le advirtió Minwoo, con voz rasposa, mirándolo a su pesar. Sus miradas se encontraron y parecieron quedar unidas por una corriente eléctrica. El corazón se le aceleró y sintió la boca seca.

—Pero sientes la corriente que existe entre nosotros igual que yo, bello mío —dijo Hyungsik, tomando su rostro entre sus manos y acariciando la cremosa piel con los pulgares.

Minwoo se quedó helado un instante, hechizado por la caricia. Era extraordinariamente consciente del pálpito que sentía entre los muslos y del intenso magnetismo sexual de Hyungsik. Su cerebro no tenía ningún control sobre su cuerpo. Le aterrorizaba que aún fuera capaz de provocar esa respuesta en él y se puso a la defensiva, negando su reacción.

—¡No siento nada!

Consiguió esquivarlo con un movimiento rápido, salió al luminoso y enorme vestíbulo y se encaminó hacia la salida. Estaba desconcertado por lo que había permitido que ocurriera entre ellos.

—Minwoo —gritó Hyungsik, al límite de su paciencia; no había creído que fuera a marcharse así.

—¡Piérdete! —respondió Minwoo, sin inmutarse por el hecho de que tenían audiencia. Uno de los dos guardias nocturnos, que habían estado mirando al vacío, se acercó rápidamente y le abrió la puerta. Salió a la calle.

Kim Taehoon se acercó desde su discreta posición tras una columna e interceptó a su jefe.

—Yo…

—Aunque comprendo que tu función es ocuparte de mi seguridad, a veces tu celo me resulta excesivo —le informó Hyungsik con sequedad—. Se acabaron las preguntas e investigaciones sobre Ha Minwoo. Queda fuera de tus obligaciones.

—Pero…, señor… —empezó Taehoon con expresión consternada.

—No quiero escuchar ni una palabra más sobre él —interrumpió Hyungsik con determinación—. Exceptuando una cosa: su dirección.




Minwoo, tumbado en la cama, no podía dormir. Daba vueltas y más vueltas mientras sus emociones se debatían entre la ira, el dolor, la vergüenza y el resentimiento. Sobre todo, se sentía decepcionado consigo mismo.

No había hecho caso de sus recelos; aburrido de su vida rutinaria, se había rebelado como un adolescente. Llevaba una vida demasiado tranquila y segura y Park Hyungsik había sido una tentación irresistible. Pero culpaba al alcohol por haberle hecho perder el control. ¿Por qué había simulado que sólo le atraía la posibilidad de una partida de ajedrez?

Posó los dedos abiertos sobre su vientre, aprensivo. La idea de quedarse embarazado lo aterrorizaba: ya era suficiente reto ocuparse de sus propias necesidades. Sin embargo, se amonestó mentalmente por su pánico, ya que no llevaría a ningún sitio. Siempre parecía esperar lo peor. Era cierto que había tenido muy mala suerte en los últimos años, pero todo el mundo pasaba por malas épocas en algún momento.

A la mañana siguiente dio de comer a Rosso e intentó concentrarse en tener sólo pensamientos positivos. Era su día libre y no podía permitirse desperdiciarlo. Tenía que ir a la biblioteca para recopilar información para un trabajo. Llevaba un año matriculado en la Universidad a distancia para hacer una carrera. Sin embargo, de camino a la biblioteca entró en una farmacia y leyó las instrucciones de la caja de una prueba de embarazo para saber cuándo sería el momento de hacérsela.

Estaba en la parada del autobús cuando sonó su teléfono móvil. El contratista de limpieza había recibido una queja sobre su trabajo en el edificio Hwarang y, en consecuencia, prescindían de sus servicios.

El despido golpeó a Minwoo como un rayo. ¡Park Hyungsik había hecho que lo despidieran! Era increíble que un tipo pudiera caer tan bajo. Sin embargo, esa clase de comportamiento no era tan inusual. Recordó cómo había sido despachado por la madre de Ekyun, ni siquiera por él mismo, y el humillante recuerdo hizo que se le encogiera el estómago.

Su amor de la infancia ni siquiera había tenido el coraje de decírselo él. Lo había abandonado en un momento en el que su apoyo era su única esperanza. Su falta de fe en él había hecho que su encarcelamiento por un delito que no había cometido resultara aún más penoso.

Recordó el verano del año que terminó en el instituto. Sus planes de estudiar Derecho en la universidad habían quedado relegados porque su padre estaba muriéndose. Cuando falleció, había tenido seis meses libres hasta poder ocupar su plaza en la universidad. Había aceptado un empleo de interno como acompañante de Do Bongsoon, una mujer mayor que le habían dicho que sufría de demencia senil.

Cuando la anciana se quejó a Minwoo de que estaban desapareciendo piezas de su colección de antigüedades de plata, la sobrina de Do Bongsoon le había asegurado que eran imaginaciones de su tía. Pero habían seguido desapareciendo piezas.

Se había solicitado una investigación policial y una pequeña pero valiosa jarrita estilo georgiano había aparecido en el bolso de Minwoo. Ese mismo día la denunciaron por robo. Inicialmente, había confiado en que el verdadero culpable, que debía haber guardado la jarrita en su bolso para incriminarlo, sería descubierto. Envuelto en una red de engaños y mentiras, sin una familia que luchara por él, Minwoo había sido incapaz de demostrar su inocencia. El tribunal lo había declarado culpable de robo y había sido encarcelado.

Minwoo se recordó que eso había tenido lugar cuando era demasiado inmaduro y carecía de recursos para defenderse. Desde entonces había aprendido a cuidar de sí mismo. ¿Por qué iba a permitir que Park Hyungsik le hiciera perder el empleo? No sabía cómo impedirlo, ya que contaba con dinero, nombre y poder, y él no. Pero incluso si no podía cambiar las cosas, tenía derecho a decirle lo que opinaba de él. De hecho, defenderse por el bien de su autoestima era la única fuerza que le quedaba.



—Me temo que no hay rastro de su reloj, señor Park. He buscado en cada centímetro de su despacho —informó el guardia de seguridad.

Hyungsik frunció las cejas levemente y se puso en pie, tenía un vuelo a Noruega. Sin duda, debía haber una explicación. Cuando se quitó el reloj la noche anterior, debía haber caído tras algún mueble. Las búsquedas rara vez eran tan intensivas como pretendía la gente. El reloj debía estar por allí, le parecía improbable que hubiera sido robado. No sufría la paranoia de Taehoon con respecto a los desconocidos. Sin embargo, sería ingenuo no tener en cuenta que su reloj de platino era extremadamente valioso.

Todos sus asistentes personales estaban reunidos junto a la puerta. Lo exasperaba la nube de estrés e indecisión que flotaba sobre ellos. Su eficaz asistente ejecutivo estaba de vacaciones, y sus subordinados parecían perdidos sin él. Finalmente, uno se apartó del grupo y se acercó a él con timidez.

—En recepción hay un joven llamado Ha Minwoo, señor. No está en la lista de visitas aprobadas, pero parece convencido de que deseará verlo.

El bello rostro de Hyungsik se iluminó con fría y dura satisfacción. Había sospechado que la huida de Minwoo no era más que un gesto vacío. Se alegraba de no haberle enviado flores, pues los gestos reconciliadores no encajaban en su estilo.

—Así es. Puede ir al aeropuerto conmigo.

Su asistente no pudo ocultar su sorpresa. Hyungsik nunca veía a nadie que no estuviera citado, y las parejas de su vida sabían que no les convenía interrumpir su jornada de trabajo. Hyungsik, con una agradable sensación de excitación sexual, entró en el ascensor privado que lo llevaría al aparcamiento.

Con la resplandeciente cabeza muy erguida, y brillantes ojos, Minwoo cruzó la puerta que acababan de abrirle. Su corazón latía con fuerza. Suponiendo que iba a tener una reunión privada con Hyungsik, lo desconcertó verlo en el pasillo con más hombres. Alto y fuerte, dominaba el grupo no sólo en el sentido físico, sino también con su aura de hombre poderoso.

Minwoo se vio obligado a contener su malhumor, no pensaba decirle a Park Hyungsik lo que pensaba de él ante tanta gente. El esfuerzo hizo que se sintiera como una olla a presión a punto de estallar. Descubrir que ese rostro de planos duros y aristas seguía provocando una corriente eléctrica en todo su ser no hizo desaparecer su enfado.

Con inescrutables ojos oscuros Hyungsik, le indicó que entrara al ascensor. Él rechinó los dientes, etiquetándolo como el aristócrata de los buenos modales. No lo impresionaba en absoluto el superficial despliegue.

—Supongo que pretendes sacarme de aquí con el menor ruido posible —condenó Minwoo con ardor. Hyungsik seguía absorto estudiando su bellísimo rostro y la elegante y esbelta perfección de su cuerpo. Sus acompañantes lo habían admirado como un montón de colegiales boquiabiertos. Impresionante, teniendo en cuenta que no llevaba maquillaje ni ropa de diseño.

—No, voy de camino al aeropuerto. Puedes hacerme compañía en el trayecto.

—No pierdas el tiempo desplegando tus encantos. ¡Apenas soporto estar tan cerca de ti en este ascensor! —siseó Minwoo con la rapidez de una bala—. Te quejaste de mí y me han despedido. Sólo estoy aquí para decirte lo que opino de tu despreciable comportamiento…

—Yo no me he quejado —dijo él. Las puertas del ascensor se abrieron en el aparcamiento.

—Alguien lo hizo. Pero no he estropeado tu juego de ajedrez y siempre he cumplido con mi trabajo…

—Es posible que hayan interpretado las preguntas realizadas por mi equipo de seguridad como una queja —concedió Hyungsik, saliendo del ascensor—. Dada la temporalidad de tu contrato, es posible que tu empresa haya decidido que lo mejor sería prescindir de tus servicios.

Minwoo, apresurándose para seguirlo, no supo si creer esa interpretación o no.

—Si ése es el caso, deberías actuar con justicia y solucionarlo.

Pero Hyungsik lo veía de otra manera. Le gustaba que no fuera a seguir limpiando el edificio Hwarang. Si iba a relacionarse con él, en cualquier sentido, no podía dedicarse a un trabajo de tan poco nivel.

—Te buscaré algo más apropiado…

—¡No quiero que me busques nada! —exclamó Minwoo, anonadado por su respuesta—. No estoy pidiendo favores, sólo que me traten con justicia.

—Lo discutiremos en la limusina —canturreó Hyungsik.

Desconcertado por esa propuesta, Minwoo por fin miró a su alrededor. Un chofer uniformado sujetaba abierta la puerta de atrás de una enorme y reluciente limusina, mientras varios hombres con aspecto de guardaespaldas formaban un círculo protector. Extremadamente incómodo, se sintió fuera de lugar. Pero si subía al coche podría continuar con la conversación. Lo hizo y procuró no mirar boquiabierto el opulento interior de cuero y la elegante consola con diversos dispositivos de trabajo y entrenamiento.

—Es natural que estés molesto. Es lamentable que hayas sufrido un tratamiento tan injusto —dijo Hyungsik.

El timbre grave y profundo de su voz hizo que Minwoo sintiera un cosquilleo sinuoso en la espalda. Pero también pensó que era lo suficientemente listo para saber qué decir y cómo decirlo en cualquier ocasión. La desconfianza lo asaltó y se puso rígida como un gato acariciado a contrapelo.

—Me alegra que reconozcas que ha sido injusto.

—No te preocupes —respondió Hyungsik con seguridad—. Me ocuparé de que consigas otro trabajo.

—Eso es más fácil decirlo que hacerlo. Sólo tengo referencias como camarero —Minwoo ya estaba pensando en hacer turnos extras en la cafetería para llegar a fin de mes. Pero el ritmo desaforado de servir mesas durante más horas lo agotaría y sus estudios sufrirían las consecuencias, así que sólo era una solución a corto plazo.

—¿Preferirías trabajar en una empresa de catering?

—No —Minwoo cerró las manos compulsivamente. Aunque era culpable de encontrarse en esa situación, tenía su orgullo y le costaba pedir favores. Pero si él tenía las influencias que parecía creer tener, había una posibilidad de que, por una vez, su mala suerte pudiera tener un resultado positivo

—Me encantaría un puesto de oficina —confesó rápidamente—. No importa la categoría. Incluso si es un puesto temporal serviría, porque me daría experiencia. Tengo buenos conocimientos informáticos… y un currículum muy vacío.

—No será problema. Tengo una cadena de agencias de empleo. Lo organizaré hoy mismo.

—No estoy pidiendo favores especiales —dijo a la defensiva.

—Ni yo los ofrezco —Hyungsik puso la mano sobre la suya, y estiró sus dedos, blancos de tensión, para acercarlo más a él.

—Mira, no estoy aquí para jugar a la seducción —dijo Minwoo con ojos cargados de inquietud.

—Tu pulso dice algo muy distinto, bello mío —replicó Hyungsik con voz grave, rodeando su frágil muñeca con el índice y el pulgar y mirando sus ojos.

Fue una mirada tan oscura y ardiente que Minwoo tuvo la sensación de que encendía llamas bajo su piel. Sintió un pinchazo de deseo. Con movimiento involuntario y compulsivo, se inclinó hacia él y buscó su sensual boca. Un segundo después, le costó creer que había dado el primer paso, pero le habría sido tan imposible resistirse al primitivo impulso como dejar de respirar.

Hyungsik, excitado por ese atrevimiento, hizo que abriera los labios. Acarició el húmedo interior de su boca con un erotismo que lo volvió loca de deseo. Minwoo enredó los dedos en su brillante pelo oscuro, atrayéndolo hacia sí. Un beso llevó a otro en un intercambio frenético y cada vez más insatisfactorio para ambos. Con un gruñido de frustración, él atrajo su delgado cuerpo y agarró una de sus manos para guiarle hacia la poderosa fuerza de su erección.

Minwoo abrió los dedos sobre su sexo, descaradamente obvio bajo la tela de los pantalones. Sintió un calor húmedo entre las piernas y se estremeció, anhelante de deseo. Sabía lo que Hyungsik y también lo que él quería hacer, aunque era algo que nunca antes le había parecido atractivo.

El impacto de esa intensidad sexual le llevó a abrir los ojos de repente. Le desconcertaba que siguiera siendo de día y que estuvieran en un coche que circulaba rodeado de tráfico. Lo había olvidado todo, quién era y dónde estaba. Se sentía fuera de control y eso le daba miedo. Apartó su la boca de la suya, tomó una bocanada de aire y movió la mano hasta ponerla en su fuerte muslo. Una mano delgada agarró su cabello cobrizo para impedir que se alejara de él.

—No deberías empezar cosas que no estás dispuesto a terminar — dijo él con una mirada abrasadora.

—Tengo trabajo que hacer —Minwoo alzó la barbilla con las mejillas encendidas.

Acostumbrado a que aceptaran sus deseos al instante, Hyungsik lo estudió con ojos altaneros. Después echó la arrogante cabeza hacia atrás y soltó una carcajada de aprecio. Le gustaba su valor.

—¿Qué trabajo?

—Tengo otro empleo de media jornada y también estudio.

—Y yo tengo un vuelo que no puedo perder.

El corazón de Minwoo golpeteaba con fuerza. Él acarició lentamente su labio inferior con el índice. Sintió el cosquilleo en cada una de sus terminaciones nerviosas. Tuvo que hacer uso de toda su autodisciplina para no inclinarse hacia él en busca de mayor intimidad.

—Te veré cuando regrese a Seúl, en un par de semanas, dulce mío —murmuró Hyungsik con suavidad.

—¿Un par de semanas? —repitió Minwoo.

Él le explicó sus planes de viaje. Sintió una profunda decepción al saber que estaría fuera tanto tiempo. Veló los ojos, irritada por esa reacción tan infantil, y las dudas lo asaltaron nuevamente. ¿Qué sentido podía tener verlo de nuevo? Incluso si estaba interesado por él, como novedad, no duraría más de cinco minutos. No necesitaba experiencia con los hombres para saber que lo único que podía interesarle de él eran su rostro y su cuerpo.

Hyungsik miró su muñeca para descubrir, por décima vez esa mañana, que no llevaba reloj. Por suerte, habría uno esperándolo en el aeropuerto.

—Ayer me quité el reloj. ¿Te fijaste en dónde lo puse?

—Estaba en la alfombra. Pasé por encima de él —arrugó la frente—. Mira, volver a vernos no es buena idea…

—Intenta mantenerme alejado —la retó él.

—Lo digo en serio…

Hyungsik alzó el teléfono y marcó un número. Un momento después, hablaba en italiano.

—¿Te interesaría ser recepcionista? —le preguntó después.

Minwoo asintió con entusiasmo. Tras unas cuantas frases más, colgó el teléfono y le dio una dirección en la que debía presentarse la mañana siguiente.

—¿Para una entrevista? —preguntó.

—No, el puesto es tuyo durante tres meses. Más, si causas buena impresión.

—Gracias —masculló incómodo mientras la limusina se detenía.

—Te lo debía —Hyungsik bajó del coche.

Minwoo bajó también, aunque él ni se dio cuenta; ya se alejaba rápidamente, seguido por dos de sus guardaespaldas. Antes de volver a sentarse en la limusina, vio a un hombre fornido y mayor que lo observaba desde la acera. Su rostro le resultó familiar y estaba seguro de haberlo visto antes, aunque no recordaba dónde. Cuando lo vio subir al coche que había tras la limusina, del que habían bajado los guardaespaldas, comprendió que debía trabajar para Hyungsik.

El chofer captó su atención al preguntarle dónde quería que lo llevase. Mientras el lujoso vehículo ponía rumbo hacia la biblioteca, Minwoo dejó que le invadiera la alegría de tener un nuevo trabajo.


Casi dos semanas después, Hyungsik regresó a Seúl. Estaba de un humor excelente.
Kim Taehoon fue a buscarlo con expresión seria y le entregó una carpeta.

—Soy consciente de que estoy arriesgando mi trabajo, pero no puedo estar a cargo de su seguridad personal y callarme esto —declaró el jefe de seguridad—. Es vital que eche un vistazo a este informe. Estoy convencido de que su reloj ha sido robado.




Minwoo, con ojos brillantes como estrellas, estudió su imagen en el espejo.

—Con unas gafas de sol y cara de aburrimiento, ¡te tomarán por una celebridad! —bromeó Moon Joonyoung, con rostro risueño.

Minwoo llevaba puesto un pantalón recto de color amarillo limón y una camisa tipo túnica sin mangas, Minwoo pensó que le daba un aspecto muy elegante. Eso le parecía importante para una cita con un hombre nacido en una familia cuya historia se remontaba a varios siglos atrás. Aunque no se sentía intimidado por el linaje de Hyungsik Park, que había comprobado en Internet, se había estremecido al imaginarlo haciendo una mueca de horror si iba a verlo con pantalones vaqueros. En realidad, su guardarropa no contenía nada más elegante que unos pantalones negros.

Intentar resolver el problema con sus ingresos, tras sólo unas semanas en un empleo nuevo, era impensable. El esfuerzo para sobrevivir hasta que recibiera su primer sueldo de recepcionista estaba resultando todo un reto, a pesar de que había trabajado en la cafetería casi todas las noches. Había sido una gran suerte que Joonyoung acudiera en su rescate sugiriendo prestarle algo de su colección de modelitos de época, comprados en tiendas de segunda mano.

—No sé cómo agradecértelo —Minwoo dio un impulsivo abrazo al joven—. Sé lo orgulloso que estás de tu colección y te prometo que lo cuidaré muy bien.

—¡Me alegro de que por fin tengas una cita!

—Lo de Hyungsik no durará ni dos días —predijo Minwoo, alzando un hombro para demostrar que no tenía grandes expectativas—. Creo que simplemente siente curiosidad por ver cómo vive el resto del mundo.

—¿Vas a decírselo?

Minwoo palideció y se tensó. Sabía que Joonyoung se refería a su estancia en la cárcel.

—Dudo que Hyungsik dure lo bastante como para que se haga necesaria una confesión. Pero si hace preguntas incómodas, no mentiré…

—Antes dale una oportunidad —le aconsejó Joonyoung.

—Es demasiado sofisticado y mundano para que pueda engañarlo. Si intentase simular que pasé todo ese tiempo en el extranjero, pronto me pillaría —repuso Minwoo con amabilidad.

—No va a pedirte que señales sitios en un mapa, Minwoo —le regañó su amigo—. No vayas a contarlo todo sin necesidad. Tienes derecho a guardarte algunos secretos hasta conocerlo mejor.

Joonyoung era un romántico convencido, y Minwoo no había sido capaz de confesarle a su amigo que ya había tenido relaciones íntimas con Hyungsik. De hecho, cuanto más pensaba en ello, más molesto y avergonzado se sentía por su comportamiento. Le molestaba no haber tenido más sentido común. Intentaba enterrar su miedo a que el accidente con el preservativo pudiera tener consecuencias; pensaba hacerse una prueba de embarazo un par de días después.

Sorprendentemente, Hyungsik le había telefoneado cuatro veces desde que salió de Seúl. Había llamado desde Noruega para hablarle con entusiasmo sobre los picos nevados y las pistas de esquí. Tanto si hablaba sobre duras acampadas en agrestes terrenos nevados, lagos helados y bosques, como si revelaba su pasión por un café que Minwoo había descubierto era el más caro del mundo, Hyungsik siempre resultaba entretenido.

Minwoo había satisfecho su curiosidad con respecto a él en Internet y lo descubierto le había dejado intrigado y preocupado a un tiempo. Nacido en un entorno de privilegio extremo, en un enorme palacio italiano, Hyungsik había vivido como un príncipe hasta que tuvo un misterioso enfrentamiento con su padre cuando aún estaba en la universidad.

A pesar de haber sido virtualmente desheredado, a favor de su hermanastro, más joven que él, Hyungsik había conseguido ganar su primer millón a la edad de veintidós años, y desde entonces no había dejado de acumular éxitos. Mantenía el mismo ritmo frenético en su vida privada.

Era un reputado playboy. Cuando no estaba haciendo lo posible por matarse practicando deportes de riesgo extremo, mataba su aburrimiento con una inacabable sucesión de bellos jóvenes, todos celebridades o miembros de la alta sociedad.

La tarde siguiente, cuando Minwoo subía al autobús para volver a casa tras el trabajo, intentó no pensar demasiado en esas verdades porque, al conseguirle empleo, Hyungsik había transformado su vida. Su nuevo trabajo era en una agencia de publicidad, un hervidero de actividad a todas horas, y lo adoraba. Aprendía rápido y ya había sido felicitado por su trabajo.

Era la oportunidad que tanto había necesitado para demostrar su capacidad y adquirir experiencia. Pero sabía que sin la intervención de Hyungsik nadie le habría dado esa oportunidad. Eso no implicaba que tuviera intención de acostarse con él cuando lo viera esa noche, pero sí que seguramente seguiría controlándose para no ganar si alguna vez volvían a jugar al ajedrez.

Divertido por ese pensamiento, Minwoo se vistió. Un coche lo recogió a las ocho en punto y atravesó la ciudad para llevarlo a una zona residencial muy exclusiva. El conductor lo acompañó al ascensor y él se sintió tenso e incómodo. Se preguntó a donde iba. Había supuesto que iban a salir. Pero quizá él no quisiera llevarlo a ningún sitio. Tal vez temiera que fuese a avergonzarlo con sus modales en la mesa o su apariencia.

Con la brillante cabeza cobriza muy erguida, Minwoo cruzó el vestíbulo de mármol y atravesó la puerta que daba a una sala de recepción inmensa. Su corazón empezaba a acelerarse y el rubor teñía sus mejillas.

—Minwoo… —Hyungsik se acercó a recibirlo.

Minwoo pensó que sólo había una palabra para describirlo: deslumbrante. Llevaba un elegante traje color chocolate que, unido a una camiseta color tostado, formaba un conjunto clásico y al tiempo informal. Sólo con ver los contornos masculinos de su rostro, sintió mariposas en el estómago. Le costó un enorme esfuerzo controlar su lengua para no decir lo que estaba pensando.

—¿Este es tu piso? —preguntó con voz tensa.

Hyungsik lo recorrió de arriba abajo con ojos oscuros y fríos como el hielo y, a pesar de que estaba asqueado por lo que había descubierto de él, no pudo negar su increíble atractivo físico. Supo de un vistazo que el atuendo que llevaba era de diseño y no le cupo duda de dónde había conseguido el dinero para comprarlo: de la venta de su reloj.

—Sí. ¿Por qué? —contestó él.

—¿Vamos a salir? —preguntó Minwoo, inquieto.

—Pensé que estaríamos más cómodos aquí —dijo Hyungsik mirándolo fijamente.

—O salimos a algún sitio, o me voy a casa —Minwoo alzó la barbilla y le dedicó una mirada de desdén, herido en su orgullo y en sus sentimientos—. No soy una opción fácil a quien llamar cuando te apetece algo de sexo. Si eso es lo único que te interesa, me voy. Sin ánimo de ofender.

El oscuro escrutinio de su mirada se iluminó de chispas doradas, como si hubiera lanzado una cerilla sobre un montón de heno seco, prendiéndola.

—No podrás irte hasta que hayas contestado a algunas preguntas de forma satisfactoria.

—¿A qué te refieres? —Minwoo se quedó helado.

—Seamos simples. Robaste mi reloj. Quiero saber qué hiciste con él.

—Yo… ¿robé tu reloj? ¿Estás loco? —exclamó Minwoo, incapaz de creer esa sorprendente acusación—. Recuerdo que preguntaste por él antes de marcharte de Seúl pero…

—Fuiste la última persona en verlo en mi despacho. Y no puede ser una coincidencia que también tengas antecedentes penales por robo.

El delicado color natural de su piel desapareció hasta convertirse en ceniciento. Sin previo aviso, él le volvía a lanzar a la pesadilla que creía haber dejado atrás. Él conocía su pasado. Minwoo sentía enfermo, acorralado y atacado. Creía que era un ladrón y que sólo él podía ser responsable de la desaparición de su reloj. Durante unos segundos su mente se convirtió en un torbellino y su garganta se cerró tanto que apenas le llegaba oxígeno a los pulmones.

Durante un instante, Hyungsik pensó que iba a desmayarse. Se había puesto blanco como la nieve y su palidez contrastaba con los vividos colores de su cabello y su ropa. Estaba aterrorizado, por supuesto. No se arrepintió de haber elegido el enfrentamiento directo. Le gustaba obtener resultados, y rápidos.

—Yo no robé tu reloj —afirmó Minwoo, tembloroso.

—¿Te parece aconsejable mentir a estas alturas? —preguntó Hyungsik, impertérrito—. Podría llamar a la policía ahora mismo y dejar que se ocuparan del asunto. Pero preferiría resolverlo en privado. Ten en cuenta dos cosas: no tengo piedad con quienes intentan aprovecharse de mí y nunca he creído que las parejas fueran el género débil.

—¡Yo no toqué tu reloj! —la protesta fue vehemente. Tenía el pulso tan acelerado que le costaba respirar. La mención de la policía lo había aterrorizado, reviviendo recuerdos que habría dado cualquier cosa por olvidar y que no deseaba revivir. Con sus antecedentes no tenía ninguna esperanza de luchar contra la acusación de un hombre rico y poderoso.

Hyungsik lo miró con frialdad y determinación.

—No dejaré que salgas de aquí hasta que me hayas dicho la verdad.

—¡No puedes hacer eso! —dijo Minwoo, incrédulo—. No tienes derecho.

—Ah, yo creo que me otorgarás el derecho a hacer lo que quiera, cara —contraatacó Hyungsik con voz sedosa—. Creo que harías cualquier cosa para mantener a la policía fuera de esto. ¿Me equivoco?





3 comentarios:

  1. Hyungsik no sé porqué se me hace que metiste la pata y hasta el fondo.
    MinWoo yo que vos le doy uefa la cara de un trompazo y no lo vuelvo a ver en mi vida independientemente de si estes o embarazado

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  2. Esto me huele mal...
    Literal!
    Ay Sik~ me late a que vas a cometer el peor error de tu vida!
    Ahhhhh yo que el, me perdí! Le daba pruebas de su error y lo hacía rogar!!!!

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  3. Pobre Minwoo, es tan injusto que e le acuse del robo solo porque estuvo en la cárcel.

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yota´s news : De regreso?

 Buenas tardes a todas las lectoras. Después de un año  y casi 4 meses regreso a saludarlas y comentarles nuevas.  Me gustaría decirle...