Anhelos -2



—¿Has bebido?
—Sí, me he tomado un té frío. ¿Quieres uno?
—¿Esto va en serio?
—Eso espero. ¿Qué piensas tú?
Hyungsik prefería no pensar.
—¿No estarás jugando sucio? Porque tengo que decirte que...
—No es un juego, Hyungsik —se quejó Minwoo.
Parecía ofendido. Se quitó de encima de él y se fue hacia un extremo de la cama
—Pensé que podríamos... conectar —añadió—. Pero si no quieres...
—¿Si no quiero? Minwoo, claro que quiero.
Se quitó la chaqueta y la camisa, las tiró al suelo y fue a buscarlo
—¡Ven aquí, por favor!
El corazón le latía tan fuertemente, que pensó que se le iba a salir del pecho. Consiguió agarrarlo por el tobillo para que no se bajase de la cama. Pensó que Minwoo protestaría, pero no lo hizo. Se dio media vuelta obedientemente y se quedó tumbado boca arriba, con las piernas abiertas.
Suspiró. Todavía no podía creerlo. Tenía un nudo en el estómago y, aunque el instinto le decía que tomase lo que le ofrecían sin hacer más preguntas, se quiso proteger, ya que sabía que las cosas nunca eran tan sencillas como parecían.
—Minwoo.
Pero él no quería hablar.
Le puso un dedo en los labios y Hyungsik no pudo evitar atrapar su mano y acariciar su palma con la lengua.
—Pensé que querías hacerme el amor —susurró Minwoo—. Pero llevas demasiada ropa.
Hyungsik casi no podía respirar. No sabía si lo que estaba viviendo era un sueño o la realidad. Se quitó los pantalones y los calzoncillos con dificultad, los tiró al suelo y se arrodilló a su lado para contemplarlo.
Casi había olvidado lo precioso que era. Su pecho, la cintura delgada, las caderas bien dibujadas y las piernas largas. Tenía la piel suave, ligeramente dorada por todas las horas pasadas en el exterior. A Minwoo le encantaba el sol.
Le acarició el pecho, tenía los pezones duros. Y Hyungsik no necesitaba mirar hacia abajo para saber que su erección también era prominente.
—Tú también llevas demasiada ropa —dijo quitándole la minúscula ropa interior—. Así está mucho mejor.
Minwoo se movió inquieto cuando su marido rozó su sexo con el dedo al quitarle la ropa interior, pasó a su entrada y prepararlo para recibirlo.
El también estaba preparado y buscó sus labios mojados con la boca. Lo deseaba, siempre lo había deseado antes de los tres abortos y de que Minwoo lo rechazase.
Minwoo apartó la cara, como si no desease que siguiese besándolo, como si los preliminares no le interesasen. Quizás tuviese tantas ganas como él de consumar su unión.
—Por favor, Hyungsik, hazme el amor.
El también estaba deseándolo, pero cuando se colocó entre sus piernas se dio cuenta de que no tenía preservativo.
—No tengo...
Gesticuló para que su pareja le entendiese. Pero a Minwoo no pareció importarle.
—No pasa nada. Por favor...
No necesitó que se lo repitiese. A pesar de que hacía más de dos años que no hacían el amor, encajaron a la perfección. Lo penetró y Minwoo se movió despacio, dejándose llevar por el placer de tener todos sus músculos apretados contra él.
—Ah, cielo —murmuró Hyungsik apoyando la cabeza en su pecho.
Minwoo, que hasta entonces casi no lo había tocado, lo tomó por los hombros con fuerza, para atraerlo hacia él.
Al principio se contentó con estar tumbado a su lado, piel contra piel, sintiéndose unido a él. Pero pronto se encontró llenándolo.
Minwoo se mostraba impaciente, pidiéndole a gritos que tomase lo que le estaba ofreciendo. Así que Hyungsik empezó a moverse con más rapidez.
Hyungsik sentía cómo se le inundaba la frente de sudor, no podía contenerse. Lo deseaba tanto, que el miedo a que volviese a rechazarlo hizo que acelerase el ritmo. Minwoo tenía las piernas alrededor de su cuerpo y Hyungsik sabía que, a pesar de que lo intentaba, tampoco podía controlarse.
Sintió cómo los músculos de su entrada se tensaban alrededor de su sexo un momento antes de que alcanzase el clímax. Minwoo habría gritado de placer si no hubiese tenido la boca apoyada contra su pecho Y Hyungsik tardó sólo unos segundos más. Por primera vez después de varios años, sintió cómo se vaciaba dentro de él. Y aunque sabía que lo estaba aplastando, no tenía fuerza para quitarse de encima...


Minwoo estaba en la cocina con el joven Moon cuando Hyungsik bajó a la mañana siguiente.
Se había despertado solo en la gran cama y, al comprobar que el colchón estaba frío como el mármol, sospechó que su esposo debía de haber dormido en otro sitio. Alguien, probablemente Minwoo, le había tapado las piernas con la colcha, para que no hiriese la sensibilidad de el joven Moon, suponía. Todas las velas se habían consumido y la habitación estaba vacía y sin vida.
Hyungsik había abierto todas las ventanas de par en par antes de meterse en la ducha y no había querido hacerse preguntas acerca de la ausencia de Minwoo. Después, como no tenía planeado ir a la oficina, se había puesto una camiseta negra y los vaqueros más viejos que tenía, que le quedaban justos, por lo que se dejó el botón de la cintura desabrochado. Hacía meses que no se sentía así de bien, relajado y descansado. Un estado bastante inusual durante los últimos tiempos.
Minwoo estaba de pie, apoyado en la encimera, tenía una jarra de algo que parecía ser café en la mano y hablaba con el joven Moon. Al contrario que él, no parecía estar relajado ni haber descansado bien, aunque estaba deslumbrante. Vestía una camisa amplia en tonos rosas encima de una camiseta color marfil y unos pantalones marrones, estaba muy elegante.
Los dos jóvenes dejaron de hablar cuando él entró. Pero Hyungsik no pensaba desistir de su propósito.
—Buenos días. ¿Interrumpo algo?
—Por supuesto que no, señor Park —respondió el mayordomo, Minwoo evitó su mirada—. Supongo que quiere usted desayunar. ¿Qué le apetece?
Hyungsik quería que Minwoo lo mirase, pero después de dirigirle una mirada rápida y dejar que siguiese hablando con el mayordomo, su esposo se puso delante del enorme fregadero de porcelana y miró hacia el jardín por la ventana.
Durante los últimos años se había acostumbrado a que lo ignorase, pero no entendía su actitud después de lo que había pasado la noche anterior, así que mientras el joven Moon sacaba unos huevos del frigorífico, Hyungsik cruzó la cocina para acercarse a él.
—Hola. Te he echado de menos al despertar.
Minwoo dio un sorbo de café antes de responder:
—¿De verdad? —respondió sin dignarse a mirarlo—. Supongo que estás acostumbrado a tener sexo también por la mañana.
¿Por qué decía eso? Hyungsik lo miró sorprendido. Minwoo se enfadó con él mismo por haber hecho ese comentario. No quería volver a pensar en lo perfecto que había sido hacer el amor con él la noche anterior.
Le costaba hasta mirarlo. Hyungsik siempre había sido guapo, en eso tenía que estar de acuerdo con el tal Yeowool. Tenía el pelo oscuro, y solía llevarlo demasiado largo y despeinado, los ojos negros como la noche y unas facciones masculinas y sensuales.
A todo eso se añadía la tenacidad que su padre siempre había  admirado. Y el hecho de que fuese alto y delgado y se moviese con la     gracia de un felino. El conjunto lo convertía en un hombre irresistible.
Milagrosamente, se había casado con él. Se habían enamorado y habían vivido una inolvidable historia de amor. Minwoo había creído que nada ni nadie podría separarlos. Pero no había sido así.
—¿Me he perdido algo?
Minwoo se dio cuenta de que tenía que contárselo. No era justo que Hyungsik pensase que volvían a estar juntos. Aunque se sentía tentado a aplazar ese momento lo máximo posible. Sabía que, si él quería, podrían pasarse el día juntos, en la cama.
Pero no podía hacer eso. Hyungsik era como una droga y después no podría desengancharse.
—Estoy seguro de que sabes de qué hablo. Sé que te has acostado con otros jóvenes, Hyungsik, que no has vivido como un monje todos estos años.
—¡Dios santo! ¿De dónde te has sacado eso?
La reacción de Hyungsik fue violenta y Minwoo miró preocupado por encimo de su hombro para ver si el joven Moon los estaba escuchando. Pero el mayordomo se había marchado y los había dejado solos.
—¿Acaso no es cierto? ¿No has estado viéndote con alguien?
—He estado viendo a muchas personas. ¿De qué hablas, Minwoo? ¿A qué vino lo de anoche? ¿Por qué no me dijiste cómo te sentías antes de...?
De pronto, se sintió mareado. ¿Era la causa de tanta excitación? ¿O tal vez temía de antemano la pesadilla que se avecinaba?
—¿Hyungsik?
Minwoo parecía casi preocupado y él se preguntó si se habría dado cuenta de que algo iba mal. Pero lo último que quería era darle lástima. Todavía tenía orgullo, aunque hubiese perdido parte de él la noche anterior.
—Déjame, Minwoo —pidió agarrándose con las dos manos a la encimera—. Me voy a la oficina. Ya nos veremos.
Minwoo tocó su brazo y él se estremeció. Sólo lo había tocado y ya estaba loco por tomarlo en sus brazos. A pesar de que le temblaban las piernas y de saber que su esposo lo había utilizado, todavía lo deseaba. Era patético.
—No estás vestido para ir a la oficina.
—Tenía hambre —respondió Hyungsik, aunque sólo de ver la tortilla que le había preparado el joven Moon le entraban náuseas.
—Supongo que estás deseando verlo.
—¿Verlo? ¿De quién estás hablando?
—De ese joven. ¿Trabaja en tu oficina, verdad? ¿Jo Yeowool? No hagas como si lo hubieses olvidado.
—¿De qué lo conoces?
—Lo conozco —respondió Minwoo, que no quería decirle que ese joven había estado allí el día anterior.
—No puedo creer que te interese lo suficiente como para investigar mi vida.
—¿No? Eso es que ya no nos conocemos bien.
—¿Y de quién es la culpa de eso? —preguntó Hyungsik sintiendo que se le aceleraba el pulso—. ¡No fui yo quien se marchó de tu cama!
—Sabes por qué lo hice... —se defendió Minwoo.
—Esos bebés también eran míos —espetó. Entonces sintió que necesitaba aire y cruzó la cocina con paso inseguro—. ¡Vete al infierno!


Hyungsik estaba sentado en su oficina cuando lo llamaron por el interfono, se echó hacia delante y apretó el botón de respuesta.
—¿Sí?
—Tiene usted una llamada, señor Park —anunció su  secretaria—. Sé que me pidió que no lo molestasen, pero es su esposo.
—¿Mi esposo? —repitió Hyungsik sorprendido.
No tenía ni idea de lo que querría después del altercado de esa misma mañana, pero él siempre era optimista.
—Pásemelo —añadió.
—Hola, Hyungsik.
No era Minwoo. Eso fue lo primero que pensó, y empezó a ponerse de mal humor. Así que fue bastante seco.
—Yeowool —respondió él. Había reconocido su voz inmediatamente. Tal y como se sentía, lo habría matado si lo tuviese cerca.
—Cariño... ¡Te acuerdas de mí!
Cómo iba a olvidarlo. Llevaba tres meses acosándolo, desde que lo despidió. Lo había llamado tantas veces, que le había pedido a su secretaria que filtrase las llamadas.
—No me llames «cariño» —contestó preguntándose por qué no colgaba inmediatamente. Ya lo había hecho antes—. ¿Se puede saber qué estás haciendo? Hacerse pasar por otra persona es un delito. Si vuelves a llamarme, avisaré a la policía. ¿Sabes cómo se llama lo que estás haciendo, Yeowool? Acoso.
—No seas retrógrado. No te comportabas así cuando estábamos juntos.
—Nunca hemos estado juntos. Salimos juntos una vez, y puedes creerme si te digo que fue un error.
—No digas algo que no piensas,  Hyungsik.
—Claro que lo pienso, del mismo modo que hablo en serio cuando digo que voy a llamar a la policía. Debí hacerlo antes, pero supongo que me das lástima.
—No sientas lástima por mí,  Hyungsik.
De pronto, parecía alterado y molesto. Tanto mejor. A ver si se daba por aludido de una vez y lo dejaba en paz.
—Siente pena por ti mismo. Tenemos que estar juntos y lo sabes.
—¡Dios santo! ¡Vive tu vida, Yeowool, y déjame tranquilo!
Iba a colgar el teléfono cuando Yeowool soltó la bomba:
—Vamos  a  tener  un  bebé,  Hyungsik,  por  eso  he  estado  llamándote. Tenemos que hablar.


Minwoo se pasó la mañana en el estudio que Hyungsik había hecho construir para él en el jardín, lejos de la casa y con una magnífica vista que daba hacía la bahía. Su casa estaba al pie de los acantilados, podía llegar bajando los escalones de piedra que el anterior dueño había hecho esculpir en la roca.
Minwoo pintaba bastante bien al óleo y al carboncillo, pero su material favorito era la acuarela y, durante los últimos años, se  había  hecho  conocido por ilustrar libros para niños.
Pero esa mañana le costó concentrarse. No dejaba de pensar en lo que había hecho la noche anterior y en la cara que había puesto Hyungsik cuando le había dicho que estaba al corriente de su aventura con Jo Yeowool.
Hyungsik no lo había admitido, pero tampoco lo había negado. En su lugar, lo había acusado de descuidar su matrimonio, de haberse marchado de su cama y de haber acabado así con su relación.
¿Acaso no sabía cómo se había sentido por aquel entonces’? Se había quedado embarazado tres veces, había sentido el milagro de la vida en su interior tres veces, y las tres había perdido al bebé durante el tercer mes de embarazo. Era cierto que quizás no había pensado en cómo se había sentido Hyungsik. Quizás había estado demasiado hundido en sus propias emociones, en su propio dolor.
Pero Hyungsik siempre le había parecido tan fuerte, siempre estaba preparado para enfrentarse a lo que le presentase la vida. Era el hijo mayor de un obrero y su esposo, y había luchado duro para sacarse el título de ingeniero. Era el único miembro de su familia que había ido a la universidad y, aunque en ese momento uno de sus hermanos y sus tres hermanas ya tenían sus propios trabajos y familias, Hyungsik los había ayudado durante años trabajando hasta en dos lugares al mismo tiempo que estudiaba.
Quizás lo había juzgado demasiado rápido al pensar que sólo se sentía decepcionado. Lo había decepcionado al no conseguir hacerlo padre, y él se sentía frustrado como pareja. Minwoo siempre había pensado que Hyungsik debía de haber sentido que le había fallado, no una, sino tres veces. Y cuando le había negado su compañía después de eso, él se había ido con otra pareja.
Todo le parecía tan simple... y sórdido. Minwoo siempre había creído que un hombre como Hyungsik no podía estar sin una pareja en su cama. Había tardado casi dieciocho meses en descubrir su aventura con Yeowool, aunque imaginaba que no era la primera. Pero sí era el único  que había dejado embarazado.
A la hora de la comida Minwoo desistió de trabajar y fue a la casa. Todavía tenía que explicarle al joven Moon por qué su habitación estaba llena de velas consumidas y por qué Hyungsik no había dormido en su propia cama.
Pero el mayordomo había salido. Solía hacer la compra los martes por la mañana, recordó Minwoo. Sólo conseguía pensar en la visita de Yeowool del día anterior y en lo confundido que se había quedado después. Sabía que había intentado seducir a su marido. Pero no entendía por qué.
Bueno, era obvio: quería quedarse embarazado. ¿Pero tenía  sentido?
¿Por qué pensaba que ese embarazo, si es que conseguía quedarse embarazado, podría ser diferente a los anteriores? ¿Por qué se hacía sufrir él solo?
Sacudió la cabeza. Lo único que sabía era que no podía dejar que le robasen a su marido. Seguía amándolo, a pesar de todo, aunque no tenía pensado confesárselo. Pero si Yeowool estaba embarazado era porque se estaban acostando juntos. Y eso le daba una ventaja. A pesar de que él siguiese siendo su esposo.
Se sorprendió al ver que el joven Moon había dejado comida para dos en el salón. Una crema de espárragos fría, una ensalada César, y un pastel de fresas de postre. Minwoo se preguntó  si el mayordomo esperaba que invitase a comer a Hwang Kwanghee, su mejor amigo, que vivía cerca.
Pero él no le había dicho que esperase a nadie. Y Hyungsik hacía tiempo que no iba a comer a casa. Ya era bastante si iba a cenar, aunque no le importaba, ya que normalmente no tenían mucho de qué hablar.
Había una botella de vino descorchada en la cubitera, Minwoo la sacó y se sirvió una copa. Nada más probarlo se dio cuenta de que era un Chablis, a Hyungsik le encantaba. ¿Le habría dicho él al joven Moon que iría a comer?
Le parecía poco probable, se había marchado de casa muy enfadado después de su pelea matutina, así que seguro que no lo veía en todo el día. Pero no todo era culpa de Hyungsik. Él también se acostaba cada vez más temprano para evitar hacer preguntas acerca de las ausencias de su marido.
Oyó el motor de un coche y se puso tenso. Podía ser el joven Moon, por supuesto, pero él conducía un Ford, no un Aston Martin. Y parecía el motor de un coche potente.
Dio un trago de vino para intentar calmarse. No tenía por qué ponerse nervioso. Seguro que Hyungsik había olvidado algo, así que entraría en casa, buscaría lo que fuese y volvería a marcharse sin tan siquiera saludarlo.
Cerraron la puerta del coche con fuerza y Minwoo sintió que se le secaba la boca. Dio otro sorbo de vino sólo para humedecerse la garganta y casi se atragantó al ver a Hyungsik aparecer por la puerta abierta.
Tenía que haber cerrado la puerta, se dijo Minwoo, todavía convencido de que Hyungsik no se quedaría a comer. Pero estaba equivocado.
—Hola —lo saludó civilizadamente—. Qué bien, llego justo a tiempo.
Minwoo tragó saliva y miró la mesa, los mantelitos individuales de color verde y amarillo, la vajilla de porcelana y la cubertería de plata.
—¿Así que esto es para ti?
—Para nosotros —lo corrigió Hyungsik, quitándose la chaqueta negra del traje y dejándola encima de una silla. Se desabrochó el botón más alto de la camisa y se aflojó la corbata gris. Se acercó a la cubitera y preguntó:
—¿Es un Chablis?
—No me digas que no lo sabes. Estoy seguro que has sido tú el que ha pedido al joven Moon que organice esto antes de marcharte.
—No, en realidad lo he llamado por teléfono —le explicó sirviéndose un poco de vino, pero muy poco. Era evidente que no había ido a casa a ahogar sus penas en alcohol—. Mmm, qué bueno está.
Minwoo sacudió la cabeza y apoyó la copa en la mesa con mano temblorosa. No podía permitir que Hyungsik se comportase como si no hubiese pasado nada. Jo Yeowool formaba parte de sus vidas, para bien o para mal.
Hyungsik lo miró de un modo que habría hecho derretirse a cualquier joven. Estaba distinto que otros días. No sabía lo que era, pero lo turbaba.
—¿Nos sentamos?
—Si quieres —contestó Hyungsik.
Esperó a que tomase asiento en la otra punta de la mesa, lo más lejos posible de él, pero no hizo ningún comentario al respecto. Se conformaba con que no lo criticase, al menos por el momento. Ya iban a estropearse suficientemente las cosas cuando le hablase de la llamada de Yeowool.
Minwoo volvió a servirse vino, como si lo necesitase para sentirse valiente y una copa no fuese suficiente. A pesar de que no quería hacerlo, no pudo evitar preguntarse por qué su marido parecía tenso.
Se dio cuenta de que Hyungsik estaba esperando que se sirviese él primero, así que se puso un poco de crema de espárragos antes de pasarle el cucharón a Hyungsik.
A juzgar por la poca cantidad que se sirvió, su marido no parecía tener nada de apetito, a él le pasaba lo mismo, y se preguntó cuál sería la razón. La noche anterior Hyungsik se había comportado como siempre, aunque entonces había sido él el que había estado centrado en sus propios intereses.
El mal aspecto de su marido tenía que deberse al sentimiento de culpabilidad, pensó Minwoo metiendo la cuchara en el plato sin demasiado entusiasmo.
—¿Has dormido bien?
La pregunta le pilló totalmente desprevenido, seguro que Hyungsik lo había hecho a propósito para sacarlo de sus pensamientos
—No muy bien.
Tras dejarlo a él profundamente dormido en su cama, se había ido a otra de las habitaciones de invitados. Debía de estar exhausto, porque no había pensado en lo que había ocurrido hasta que a la mañana siguiente el sol había entrado por la ventana. A partir de ese momento no había podido volver a pegar ojo.
—Qué pena. Yo he dormido como un tronco, estaba muerto.
Hyungsik se dio cuenta inmediatamente de que no había elegido bien sus palabras, dado su estado de salud, y esperó que no fuesen premonitorias. Pero Minwoo no era consciente de su importancia.
—No me sorprende. Supongo que te remuerde la conciencia.
—Tengo la conciencia muy tranquila. ¿Y tú?
—¿Yo? ¿Por qué no iba a tenerla?
—Veamos... —empezó Hyungsik recostándose en el respaldo de la silla y jugueteando con la copa de vino sin dejar de mirarlo fijamente a los  ojos—. ¿No piensas que tu juego de anoche fue un poco sucio?
—Eres mi marido. ¿Por qué iba a serlo?
—Cielo, no creo que quieras que conteste a esa pregunta.
—No me llames «cielo».
—¿Por qué no? Como acabas de decir, soy tu marido.
—Si me perdonas... —se excusó Minwoo levantándose de la mesa.
Hyungsik se levantó también y le bloqueó la salida, sabía que eso lo enfadaría, pero no podía dejarlo marchar.
—No, no te perdono. Todavía no hemos terminado.
—No tengo más hambre.
—No me refería a la comida.
Minwoo lo miró enfadado y Hyungsik supuso que le molestaba que, a pesar de ser alto, él lo fuese más.
—No puedes retenerme aquí.

—Claro que puedo. Así que vuelve a sentarte para que hablemos.


2 comentarios:

  1. O! Esto me encanta!!
    Amo esta parejitaa! 😀

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  2. me encanta esta pareja *w* y la trama de esta historia
    Muchas gracias por el cap espero el siguiente :)

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yota´s news : De regreso?

 Buenas tardes a todas las lectoras. Después de un año  y casi 4 meses regreso a saludarlas y comentarles nuevas.  Me gustaría decirle...