Anhelos -1



—Un chico pregunta por usted, joven Park.
El mayordomo había salido de detrás de las cristaleras que había en la parte trasera de la casa y observaba a Minwoo, que acababa de cortar una rosa blanca de tallo largo y la había puesto en un cesto que había a sus pies.
Minwoo se incorporó. No estaba de humor para visitas, ni tampoco iba adecuadamente vestido para recibirlas. El joven Moon no debía de conocer al visitante. Debía de ser un cliente de Hyungsik o alguien que iba a pedir. Pero, en ese último caso, el joven Moon habría resuelto el problema solo.
—¿No le ha dicho que el señor Park no está en casa? —preguntó decidiendo que tenía que ser un cliente de su marido.
—No quiere ver al señor Park, sino a usted. Dice que se llama Jo Yeowool. Y me parece que piensa que usted lo conoce.
Minwoo palideció y se sintió aturdido. Habría perdido el equilibrio si no hubiese podido apoyarse en el enrejado. El joven Moon lo conocía demasiado bien como para no darse cuenta de su repentina palidez y corrió a su lado para sujetarlo.
—Sabía que no debía exponerse al sol sin protección. Trabaja usted demasiado. Vamos dentro, le daré un vaso de té frío.
—Estoy bien, de verdad. ¿Dónde está el señorito Yeowool? Hágalo pasar al salón mientras me lavo las manos.
—¿Está seguro? —preguntó el mayordomo tomando el cesto de rosas y mirando a Minwoo con la familiaridad de muchos años a su servicio—. Puedo decirle al señorito que no está usted disponible. Si es algo importante, volverá otro día.
Minwoo se sintió tentado, muy tentado, pero posponer el encuentro no solucionaría nada. Le sorprendía que se hubiese atrevido a ir allí.
¿Lo habría obligado Hyungsik a hacerlo? A pesar de tener muchos defectos, dudaba que su marido pudiese llegar a ser tan cruel.
—Acompáñelo al salón. No tardaré. Mientras yo bajo puede llevar allí el té frío.
Aunque pensó que no sería capaz de tragar nada en presencia de Jo Yeowool.
Minwoo subió las escaleras que llevaban al piso de arriba y entró aliviado en su dormitorio. Aunque a el joven Moon le hubiese dicho lo contrario, seguía encontrándose mal, así que se dirigió al baño y se lavó la cara con agua fría.
La belleza de todo lo que lo rodeaba lo calmó. La habitación, el salón y el cuarto de baño eran sólo suyos, y pensar en ello lo tranquilizaba.
No entendía  cómo el  joven había tenido la osadía de ir  a su    casa.
¿Qué querría? ¿Qué tendría que decirle? Era el amante de Hyungsik; Minwoo era su esposo. ¿Por qué no era con Hyungsik con quien hablaba?
Se miró en el espejo que había encima del tocador. Todavía se reflejaba en su rostro que estaba asustado.
No era posible. No podía dejar que ese joven llegase y lo intimidase en su propio hogar. Él era el joven señor de la casa. Tenía que haberlo echado de allí sin tan siquiera escuchar lo que quería decirle.
Pero ya era demasiado tarde. Jo Yeowool estaba sentado en su salón, probablemente bebiendo té frío. No debía hacerlo esperar. No quería que creyese que no era capaz de enfrentarse a él.
Respiró profundamente y repasó su aspecto con ojo crítico. Era un día muy caluroso y, como no esperaba que nadie fuese a verlo, se había puesto unos pantalones cortos y una camisa de seda color agua. La camisa era amplia y sin mangas y dejaba a la vista sus brazos enrojecidos por los rayos del sol.
¿Debería cambiarse? ¿Debería maquillarse antes de recibir a la visita? Se aplicó un poco de brillo en los labios lo que realzó su melena rubia.
Volvió a mirarse y quedó satisfecho con el resultado. Ya había tardado bastante tiempo. No quería que Yeowool pensase que se había arreglado especialmente para él. Volvió a respirar hondo y miró a su alrededor para ganar confianza. Pero tenía la incómoda sensación de que ocurriese lo que ocurriese entre ese joven y él, ya nada volvería a ser igual.
Yeowool estaba sentado en uno de los tres sofás de terciopelo que rodeaban la chimenea del salón. Era una habitación elegante, y las ventanas daban al jardín de detrás de la casa. Aunque disponían de aire acondicionado, Minwoo prefería siempre el aire del exterior y, cuando estaba solo en casa, siempre abría todas las ventanas de par en par.
Minwoo dudó al abrir la puerta, se sentía inseguro. Yeowool, por su parte, parecía relajado, como si estuviese en su casa. Cualquiera hubiera dicho que era Minwoo el intruso y Yeowool, el señor de la casa.
Al contrario que Minwoo, el joven iba vestido de manera formal. Minwoo se dijo que parecía muy seguro de él mismo. Inteligente y sofisticado, confiado en llamar la atención de los hombres. Era pelirrojo, aunque el color debía de ser tan natural como la sonrisa que esbozó al ver a Minwoo.
Se levantó, tenso a pesar de que a Minwoo le había parecido al principio que estaba tranquilo. No habló inmediatamente. Se quedó quieto, mirando a su anfitrión, esperando que hiciese él el primer movimiento. A Minwoo le hubiese gustado gritarle que qué demonios se creía que hacía en su casa, pero habría sonado muy infantil. Así que se contuvo y consiguió decir con admirable frialdad:
—Supongo que es usted el joven Jo —como si no hubiese visto las fotografías que Hyungsik tenía de él—. Si busca usted a mi marido, siento decirle que no está en casa.
—Ya lo sé, joven Park. Está en Busan, firmando un nuevo contrato de ventas —replicó Yeowool con seguridad.
Así que conocía su agenda, pensó Minwoo mientras luchaba por mostrarse indiferente. Hyungsik lo tenía bien informado de sus movimientos. Mientras que a él casi ni le decía adónde iba últimamente.
—Eso es. Me pregunto qué ha venido a hacer aquí, joven Jo. No creo que usted y yo tengamos nada de qué hablar.
—Claro que sí —dijo volviendo a sentarse en el sofá—. ¿Por qué no se pone cómodo? Lo que tengo que contarle podría disgustarlo.
Minwoo se preguntó cuánto dinero costaría cambiar los sofás, valdría la pena con tal de no volver a recordar esa escena.
—Prefiero quedarme de pie.
Esperaba que el intruso se diese por aludido y fuese lo más breve posible.
—Como usted prefiera.
Yeowool se encogió de hombros, pero antes de que pudiese volver a abrir la boca, entró el joven Moon con una bandeja, una jarra de té frío y dos vasos. Minwoo recordó que le había dicho al mayordomo que lo llevara nada más llegar Yeowool. Deseaba no haberlo hecho, pero ya era demasiado tarde.
—Aquí tienen. ¿Quiere alguna otra cosa, señor Park? —preguntó el joven Moon mirándolo preocupado.
—No, eso es todo. Muchas gracias.
—Siéntese y tranquilícese —le aconsejó el mayordomo—. Todavía está usted pálido. ¿Seguro que se siente...?
—Estoy bien, señor Moon. Le avisaré si necesitamos algo.
Lo último que querría Minwoo era que Jo Yeowool pensase que su llegada lo había perturbado.
El señor Moon  arqueó  las  cejas,  pero  no  le  llevo  la contraria.
Cuando se hubo marchado, Minwoo señaló la bandeja.
—Sírvase. Debe de tener calor. Espero que no se haya puesto ese atuendo sólo para venir a verme a mí.
Minwoo tuvo el placer de ver cómo ese comentario irritaba a Yeowool, pero se merecía eso y más. ¿Qué quería? ¿Cómo se había atrevido a ir allí?
¿No le parecía suficiente estar acostándose con Hyungsik? ¿Acaso tenía en mente separarlos todavía más?
—Siempre me visto para la ocasión. La ropa es muy importante, sobre todo para gustar a los hombres.
—Yo me visto para gustarme a mí mismo.
—Ya lo veo —respondió el joven sirviéndose un vaso de té. Dio un trago, lo saboreó lentamente y luego se relamió—. Mmm, está  delicioso. ¿Está usted seguro de que no quiere un poco? Seguro que tiene usted tanto calor como yo.
Minwoo se puso al lado del sofá que había enfrente de él.
—No se preocupe por mí y vaya directo al grano. Si su intención era sorprenderme con la revelación de su existencia, siento decirle que está usted perdiendo el tiempo.
Yeowool dejó el vaso en la bandeja y lo miró con malicia.
—¿Se cree usted muy seguro, verdad, Minwoo? ¿Me pregunto cómo va a sentirse cuándo le diga que estoy esperando un bebé de Hyungsik?
Minwoo se sintió como si le hubiesen dado una puñalada en el estómago. No podía ser verdad. Tenía que estar mintiendo. Tuvo que controlarse para no gritar. Con lo mal que lo había pasado intentando darle a Hyungsik ese hijo que tanto deseaba, no era posible que hubiese dejado embarazado a su amante.
Se dio cuenta de que Yeowool lo observaba con perspicacia y le dio la sensación de que estaba al corriente de sus tres abortos. ¿Se lo habría contado Hyungsik? Prefería pensar que lo había hecho otra persona, alguien de la oficina.
No era un secreto. Al principio, Hyungsik había estado tan contento que había anunciado a todo el mundo que iba a ser padre. Pero después de perder dos bebés en el primer trimestre de embarazo, había mantenido en secreto el tercero. Afortunadamente, porque también lo había perdido.
Pero no era el momento de pensar en esas cosas, Yeowool lo estaba observando y tenía que esconder sus verdaderos sentimientos hasta que se marchase.
No pudo evitar dejarse caer en el sofá. Las piernas no podían soportar su peso y esperaba lo que el otro joven no se diese cuenta de que estaba horrorizado.
Sabía que estaba pálido, pero eso no lo podía evitar. Tenía que obligarse a seguir con la conversación como si no hubiese ocurrido nada.
Antes de que pudiese articular palabra, Yeowool sirvió té en un segundo vaso.
—Tome —le ofreció el vaso sin demostrar ninguna compasión.
—No, gracias.
—Como quiera. Entonces... ¿qué va a hacer al respecto?
Minwoo lo miró incrédulo y se dio cuenta de que no tenía ni idea de qué contestar. No estaba dispuesto a hacer preguntas del estilo: «¿De cuántos meses está?» o «¿Se lo ha dicho ya a Hyungsik?». Lo cierto era que prefería no conocer las respuestas. Pero suponía que Yeowool se habría hecho una prueba de embarazo, si no, no estaría allí. Se preguntó si Hyungsik le habría avisado en el caso de que lo supiese.
—¿Cómo que qué voy a hacer al respecto? —repitió Minwoo sorprendido de que su voz sonase tan normal—. Me parece que no entiendo su pregunta. No tengo intención de hacer nada, joven Jo. Si está embarazado, y lo único que me lo demuestra es su propia palabra, será usted el que tenga que hacer algo.
—Oh, no —lo contradijo Yeowool poniéndose en pie de un salto—. No crea que va a ser así de fácil, señor Park.
Minwoo deseó que su madre estuviese allí. Pero no estaba. Hacía diez años que había muerto. Nadie podía ayudarlo.
—Lo siento mucho, pero no puedo hacer nada por usted.
—¡Claro que sí! Va a empezar por concederle el divorcio a Hyungsik. ¿O es tan egoísta que quiere privarlo de la oportunidad de tener un hijo?
Minwoo se había equivocado al pensar que no lo podrían herir todavía más de lo que ya lo habían herido.
—¿Acaso no sabe que sólo se casó con usted para asumir el control del negocio de su padre? —continuó Yeowool—. Las personas como usted me ponen enfermo. Toda la vida han estado protegidas, les han mimado, se han asegurado de que no se estropeen las manos trabajando.
—¡Eso no es verdad!
Aunque no quería discutir con ese, tenía que defenderse. Era cierto que se había casado con Hyungsik nada más terminar la universidad y que no había buscado trabajo. Pero había ofrecido sus servicios a varias editoriales e ilustraba cuentos desde hacía tiempo. Aunque todo eso daba igual, Yeowool seguía en sus trece:
—No sé por qué tuvo que casarse con Hyungsik. Bueno, sí lo sé. Pero a pesar de que es guapísimo, usted debía de saber que no lo quería. Quiero decir, que es un hombre de verdad, no un niño de papá, como esos con los que usted solía salir. Y necesita a una pareja de verdad. Una como yo.
—¿No me diga?
Minwoo consiguió parecer aburrido por la propuesta del joven y vio cómo se le cambiaba la cara.
—Sí, por eso he venido a verlo. Hyungsik no quiere herirlo. Le da lástima, supongo. Pero esta situación no puede continuar ahora que voy a tener un bebé.
Minwoo se puso en pie, seguía estando un poco aturdido. Pero ya había tenido suficiente. Tenía que pararlo si quería seguir manteniendo su dignidad. Estaba en su casa... y en la de Hyungsik y no podía permitir que ese la invadiese de ese modo.
Atravesó la habitación y tocó una campanilla para llamar al mayordono, que no llegó con la rapidez que le hubiese gustado.
—Será mejor que se marche, joven Jo —anunció con autoridad—. El joven Moon lo acompañará a la puerta. Le ruego que no vuelva a venir a mi casa.
—No puede tratarme así.
—Claro que puedo. No es usted bienvenido, joven Jo, así que dé gracias si no llamo a la policía para que lo eche.
—¡No se atrevería! Imagínese lo que diría la prensa si se enterase de que el joven señor Park ha echado de casa al amante de su marido. Estoy seguro de que tiene usted miedo de que sea yo el que los avise.
—¡Fuera de aquí! Márchese ahora mismo.
—No ha sido mi última palabra —lo amenazó Yeowool mientras se dirigía hacia la puerta a regañadientes—. Espere a que le cuente a Hyungsik cómo me ha tratado. Ya veremos si es usted tan valiente entonces.
—No se preocupe, soy yo quien va a hablarle a Hyungsik de su visita. Le va a encantar saber lo que opina usted de él.
—¿Qué quiere decir? —preguntó Yeowool con recelo.
—Estoy deseando contarle que ha dicho que sólo se casó conmigo para tener el control de la compañía de mi padre. Es decir, que usted piensa que no habría sido capaz de levantar un negocio él solo.
—¡Imbécil!
—¿Yo? —Minwoo empezaba a divertirse—. ¿Qué le pasa, joven Jo? ¿Acaba de darse cuenta de que quizás haya hablado más de la cuenta?
—No, y me da igual lo que diga. Voy a tener un bebé de Hyungsik, quizás usted haya ganado varias batallas, pero yo voy a ganar la guerra.
Minwoo cerró el puño con tanta fuerza, que se clavó las uñas en la palma de la mano. No pudo evitarlo y soltó:
—Una de las guerras. ¿No se lo ha dicho Hyungsik? Yo también estoy embarazado.


Era tarde cuando Hyungsik volvió a Hwarang.
No había tardado mucho en firmar el contrato, pero después había tenido que comer con el alcalde, dar un paseo por la ciudad y tomar algo antes de cenar con el arquitecto, el perito y otros dignatarios. Tenía que bailarles el agua a pesar de cómo se sentía.
Todo había ido muy bien y todo el mundo parecía satisfecho con el trato. Hyungsik pensó que se había desenvuelto adecuadamente, a pesar de no estar de buen humor. Desde que había hablado con el médico el martes había estado intentando encontrar el sentido de su vida.
Además, últimamente Minwoo y él casi no pasaban tiempo juntos. Durante los primeros meses de matrimonio ya se había dado cuenta de que algo iba mal. Y los últimos meses habían sido un verdadero infierno. Dormía fatal y casi no tenía apetito. La tensión del trabajo y las responsabilidades que había asumido después de la muerte del padre de Minwoo estaban acabando con él. Y tener que lidiar con Jo Yeowool también le suponía un enorme esfuerzo. Hasta el joven Moon se había dado cuenta de que algo no iba bien, pero sabía que no debía entrometerse.
Al traspasar las puertas de la casa que había hecho construir cuando se casó con Minwoo, se sintió aliviado. También agradeció la oscuridad, que escondía el cansancio de su rostro. Después de todo, su casa estaba lejos de Busan y aunque le gustaba conducir, deseó haber permitido que lo llevase su chófer.
Pero entonces tampoco habría podido tomarse nada, y eso no habría sido justo. Y no quería que sospechase que tenía un problema de salud, se habría sentido obligado a informar a Minwoo, al que siempre había apreciado mucho.
Había luz en la casa, a pesar de que eran más de las once de la noche. Supuso que era el joven Moon. Hacía mucho tiempo que Minwoo no lo esperaba despierto. Echaba de menos sus conversaciones hasta altas horas de la noche. Ya casi no hablaban. Y desde que el padre de Minwoo había muerto, dos años antes, no tenía a nadie de la familia con quien compartir sus problemas.
¿De quién era la culpa?
Prefería no pensar en ello. Estaba demasiado cansado, deprimido y harto de ser primero el jefe de Construcciones Zea y, después, de Park Hyungsik.
Suspiró y aparcó el Aston Martin a un lado de la casa. No se molestó en meterlo en el garaje, le daba igual que se lo robasen.
Así era la vida. Te lo daba todo con una mano y, con la otra, volvía a quitártelo.
Su teléfono móvil vibró en el bolsillo y lo sacó para ver quién era.
¡Yeowool! Ya se lo había imaginado. Lo apagó. Lo había llamado muchas veces a lo largo del día, bueno, a lo largo de los tres últimos meses, y no le apetecía hablar con él esa noche.
Abrió la puerta de casa con cuidado, sin hacer ruido, pensando que Minwoo debía de estar dormido. Tenía el sueño muy ligero y enseguida se despertaba. Aunque últimamente no dormían juntos. Desde que había perdido al último bebé Minwoo le había hecho saber que prefería dormir solo.
Había luz en la entrada, pero todas las puertas que daban a la planta baja estaban cerradas y parecían estar a oscuras. Parecía haber una luz en el descansillo, pero Hyungsik la ignoró. Si el joven Moon estaba despierto, debía de estar en la cocina, así que se dirigió allí.
Para su sorpresa, la cocina también estaba a oscuras. Se dirigió a la nevera, sacó el cartón de leche y miró a su alrededor en busca de un vaso. Como no lo encontró, decidió beber directamente del cartón.
Dio un buen trago y saboreó la leche. Estaba fría y lo refrescó. Se llevó el cartón con él en dirección al piso de arriba.
Seguro que le sentaba mejor que el filete que se había comido antes. Se aflojó la corbata y pensó que el joven Moon no podría quejarse de lo bien que se alimentaba.
Pero se olvidó del mayordomo al llegar al descansillo del primer piso y darse cuenta de que había demasiada luz y olía raro. Hacía calor y olía a... ¿qué? ¿Perfume? ¿Incienso? La puerta de la habitación de Minwoo estaba abierta y una luz parpadeaba dentro.
Lo primero en lo que pensó fue fuego. No podía ser otra cosa. El corazón empezó a latirle con fuerza e intentó calmarse sin mucho éxito. Pero estaba más preocupado por su esposo que por su propia salud.
Tiró el cartón de leche y corrió por el pasillo. A pesar de sus protestas, Minwoo se había marchado de la habitación principal y ocupaba una de las habitaciones de invitados que había al otro lado de la casa.
Casi se quedó sin aliento al llegar a la puerta y ver las llamas, sí, llamas, pero de docenas de velas colocadas por todo el dormitorio. Las había de todas las formas y tamaños: altas, finas, pequeñas...
Se detuvo en la puerta con una mano apoyada en el pecho y la otra en la puerta y vio que la habitación estaba vacía. La cama estaba deshecha, pero no había nadie acostado. ¿Qué era todo eso? ¿Estaría Minwoo haciendo un ritual religioso o algo así? ¿Por qué había encendido todas esas velas?
Intentó respirar y comprender lo que estaba ocurriendo. Sacó del bolsillo las pastillas que le había dado el médico y se metió una en la boca. Se sintió aliviado al ver que su corazón volvía a latir más despacio. Quizás Minwoo estuviese al corriente de su enfermedad y hubiese querido matarlo.
Estaba intentando erguirse del todo cuando se abrió la puerta del cuarto de baño de Minwoo. Hyungsik miró incrédulo y lo vio salir descalzo, mirando hacia donde él estaba. Iba prácticamente desnudo.
«Desnudo» era un término relativo, reconoció Hyungsik. A veces la expectativa era más satisfactoria que la propia realidad. Aunque no fuese así en ese caso. Llevaba un pequeño bóxer negro. Era como un dios delgado y de largas piernas.
—¡Dios mío!
Hyungsik no pudo controlarse y Minwoo le lanzó una mirada inocente, como si acabase de verlo en ese preciso instante.
—Hyungsik, estaba esperándote.
El pensó que se había muerto y estaba en el paraíso. La carrera por el pasillo había debido de acabar con él. Tenía que tratarse de un sueño.
—Hola —acertó a decir sorprendido.
—Pareces cansado —comentó Minwoo avanzando hacia él como si flotase por encima de la moqueta. Se detuvo enfrente y le apartó un mechón de pelo que le caía sobre la frente—. ¿Ha sido un día duro?
Sus dedos estaban fríos en comparación con la frente caliente de Hyungsik. Al estirar el brazo, notó esos círculos de carne rosada en su pecho. Él no pareció darse cuenta, pero Hyungsik, sí. El calor que desprendía el cuerpo de Minwoo era más potente que el de todas esas velas juntas.
Hyungsik sintió cómo su cuerpo respondía inmediatamente. Hacía más de dos años que no hacían el amor, pero recordaba lo increíble que solía ser. Desgraciadamente, sólo se había acercado a él para dejarlo embarazado y, después, el tiempo le había demostrado que Minwoo no quería que volviesen a acostarse.
—Minwoo.
—Ven, Hyungsik —respondió tomándolo de la mano para que entrase en el dormitorio, en dirección a la enorme cama de estilo victoriano que nunca habían compartido—. Siéntate. ¿Quieres beber algo?
Hyungsik tenía sed, pero negó con la cabeza. Si se trataba de un sueño, no necesitaba que el alcohol aplacase su libido y, si no lo era, tampoco debía beberlo.
Entró y dejó que cerrase la puerta y lo llevase hasta la cama. La verdad era que a Hyungsik le temblaban las piernas.
Minwoo se arrodilló a sus pies y empezó a quitarle los zapatos y los calcetines, le metió las manos por las perneras del pantalón y acarició sus pantorrillas. Sonrió cuando lo vio echarse hacia atrás para apoyarse en los codos. ¿Sabría que lo hacía para intentar contenerse y no saltar sobre él? Tenía que haberse dado cuenta de su erección, era algo que no podía disimularse.
—¿No estás más cómodo así?
Lo dijo como si lo que estaba haciendo fuese algo habitual. No podía ser tan ingenuo. ¿A qué jugaba?
Se puso en pie y su sexo quedó justo a la altura de los ojos de Hyungsik, que no conseguía apartarlos de allí. Estaba increíblemente sexy.
—Relájate —añadió acercándose más para quitarle la corbata y pegando las caderas a su muslo.
Hyungsik pensó que era imposible que se relajase en esas circunstancias, todavía menos cuando su esposo empezó a desabrocharle la camisa y le rozó la piel del pecho y del vientre con las puntas de los dedos. Lo estaba volviendo loco y tenía que pararlo.
—Minwoo —protestó débilmente.
Pero al levantar la mano perdió el equilibrio y se quedó tumbado en la cama. Sorprendido, vio cómo Minwoo se subía a la cama y pasaba una pierna por encima de su cuerpo para acabar de quitarle la camisa.
Notó los muslos de su esposo pegados a su ingle y se sintió abrumado. Nunca había estado tan cerca de perder el control, así que cerró los ojos para no ver cómo se inclinaba hacia él y le acercaba los deliciosos pezones a la boca.
Sabía que tenía que detenerlo. Quería hacerlo. Pero sus manos no obedecían a su cerebro. Lo dejó que le desabrochase los pantalones.
—Mmm —murmuró Minwoo, que debía de haber descubierto que los calzoncillos no podían aplacar su creciente erección.
Hyungsik pensó que iba a parar en ese momento, pero lo que hizo fue tomar su sexo con las manos y empezar a acariciarlo con la lengua.
—Minwoo, ¿de qué crees que estoy hecho?
—Estás hecho de carne y nervios —dijo sonriendo triunfante sin parar de acariciarlo—, de sangre y de huesos. Exactamente de lo que tiene que estar hecho un hombre.
—¿Y qué estás haciendo?
—Pensé que te estaba ayudando a quitarte la ropa —respondió inocentemente mientras lo miraba con sus hermosos ojos.



3 comentarios:

  1. O_____O
    Pero qué carajos pasa?????
    Sik es tan descarado!????
    Ahhhhh
    Quiero más! Esto no puede ser asi??? O sí!???

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  2. Todo esto es tan confuso, no se quien miente y quien no, necesito saber mas

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yota´s news : De regreso?

 Buenas tardes a todas las lectoras. Después de un año  y casi 4 meses regreso a saludarlas y comentarles nuevas.  Me gustaría decirle...