–¡¿Tú?! –gritó Leeteuk, al tiempo que corría hacia la
puerta. Top lo atrapó.
–No tan rápido.
–¿Cómo has podido? –le preguntó a su ex, antes de girarse
para lanzar una furiosa mirada a Changsu–. No entiendo porqué estás aquí.
¿Cómo…?
El Daimon sonrió.
–Por favor, no conviertas la situación en un manido cliché.
Ya es bastante odioso haber tenido que recurrir a un plan tan burdo para
capturar a Kangin. ¿Qué esperas, que ahora abandone el plan para que puedas
escapar y matarme? –Meneó la cabeza–. Yo también veo películas malas, ¿sabes?
En ese mismo instante, sintió a Changsu en sus pensamientos.
Lo sintió hurgar y rebuscar entre sus recuerdos. La cabeza empezó a dolerle y
todo comenzó a dar vueltas a su alrededor, mientras por su mente pasaban las
imágenes más horribles. Imágenes de Changsu abrazándolo, acariciándolo. Y de su
aliento sobre el cuello…
Y, por si eso fuera poco, la cosa empeoró más. Leeteuk
sintió que las barreras que protegían su mente caían bajo la presión de su
brutal asalto.
–Es tal y como me prometiste, Top. –Su voz sonaba lejana,
como un débil susurro arrastrado por el viento–. Sus poderes son puros,
inmaculados.
–Lo sé. Eso fue lo que me atrajo de él la primera vez que lo
vi. –Top sonrió–. Y con la información que reunimos sobre la forma de luchar de
Kangin aquella noche en el callejón, no deberíamos tener ningún problema para
vencerlo.
Changsu se detuvo para contemplar a ese ser inferior.
Consideraba a los humanos como las bestias más bajas de la creación. Eran,
después de todo, alimento para los dioses. Sólo había una cosa inferior a un
humano: los mestizos como Top. Medio apolita y medio humano, él se había
aprovechado de semejante cobarde llorón para sus propios fines.
Con todo, debía estar agradecido al padre apolita de Top por
haber muerto antes de poder explicarle la verdad sobre la mitad de su herencia
genética.
Y con respecto a la madre de Top… bueno, había resultado ser
un delicioso bocado.
Cuando Top descubrió a ese pequeño hechicero en su oficina,
él se había limitado a esperar que su mascota destapara y desarrollara las
habilidades psíquicas del chico antes de que él tomara su alma junto con esos
poderes.
Pero él se había resistido.
¿Quién iba a imaginarse el resultado de todo esto? Tras el
ataque de pánico de Top el día que conoció al hermano de Leeteuk, supo que
tenía que actuar con rapidez para reclamar al brujo antes de que escapara de
sus garras.
Cuando encadenó a Leeteuk y al Dark Hunter, esperando que él
lo confundiera con su gemelo, pensaba que el joven recurriría a sus poderes,
preso del pánico, y los usaría para acabar con él y, de ese modo, proteger a su
hermano. Jamás se le había pasado por la imaginación que usara sus poderes para
proteger al Cazador.
Pero tampoco es que eso importara mucho. Ahora que había
destapado por completo esos poderes, el chico estaba listo para el empujoncito.
–¿Lo harás ahora? –le preguntó Top–. ¿Me convertirás en
inmortal?
–Por supuesto.
Leeteuk apenas se dio cuenta que el Daimon se acercaba a Top
y lo abrazaba. Vio el destello de sus colmillos décimas de segundo antes de que
Changsu los hundiera en el cuello de su ex.
La cabeza comenzó a darle aún más vueltas y sintió que se
alzaba sobre el suelo. Demasiado tarde, comprendió que sus pensamientos ya no
le pertenecían.
Kangin se detuvo en el centro del Barrio Francés y miró a su
alrededor. Bourbon Street estaba plagado de turistas, totalmente ajenos al
peligro. Algunos se detenían al verlo vestido de negro y con las gafas de sol
que le protegían los ojos de las potentes luces.
Apartando la mente de esas distracciones, echó mano de sus
poderes y de la tecnología para hallar a Changsu, pero no había rastro de él.
–¡Joder! –masculló.
Se frotó el hombro, aún dolorido por el ataque de Heechul.
Mientras intentaba disminuir el dolor, la imagen de Heechul fue reemplazada por
la de su hermano. Vio a Leeteuk con una sonrisa en los labios y tendida sobre
él la noche anterior mientras le hacía el amor de la forma más tierna. Nunca
había sentido por nadie lo que sentía por él.
«Porque te amo.»
Esas tres palabras flotaban en su corazón. Sabía que eran
ciertas porque los sentimientos de Leeteuk se translucían en su voz. Había sido
sincero con él como nadie lo había sido jamás. Lo amaba.
Y él a Leeteuk.
Lo amaba tanto que quería morirse si no podía tenerlo. Las
Parcas eran unas putas retorcidas. Hacía siglos que lo sabía, no obstante, en
mitad de la noche helada, ese hecho le quemaba las entrañas.
Ven por mí, Leeteuk, te necesito.
El rumbo de sus pensamientos hizo que pusiera una mueca de
dolor.
–No pienses en eso –se dijo a sí mismo en un murmullo,
sabiendo que era inútil. Ojalá pudiera pedir un deseo…
Se obligó a pensar en otra cosa. Tenía una misión que
cumplir. Debía detener a Changsu. En ese momento, su móvil comenzó a sonar. Lo
cogió de la funda que llevaba asegurada al cinturón y contestó. Era Kyuhyun.
–Shin quiere que te diga que se está cociendo algo raro. Los
Daimons están atacando en grupos grandes esta noche. Yo he pulverizado ya a
diez y él va tras cuatro ahora mismo. Quiere que estés alerta.
–Dile al abuelito que no se preocupe. Todo está tranquilo en
el Barrio Francés.
–Vale, pero no te muevas de ahí.
–No te preocupes. Sé arreglármelas solo.
–Por cierto –le dijo Kyuhyun–, Jay está con Heechul. Dice
que ha salido en busca de Changsu.
–Me estás tomando el pelo.
–Ojalá. Shin iba tras él en el Garden District, pero tuvo
que dejar de seguirlo al ver a un grupo de Daimons que perseguían a unos
turistas.
Mientras colgaba, el localizador comenzó a sonar. Era la
señal que avisaba de la presencia de Daimons en los alrededores. Siguió el
rastro hasta un callejón situado en la calle paralela a la que él estaba.
Al llegar a la zona, totalmente oscura, encontró seis
Daimons atacando a cuatro humanos.
–¡Eh! –los llamó, distrayendo su atención de las víctimas.
Hizo a un lado el abrigo y sacó la espada retráctil. Presionó el botón de la
empuñadura y la hoja se extendió, alcanzado el metro y medio de longitud–.
Díganme –siguió hablando mientras blandía la espada a su alrededor–, ¿alguna
vez han visto a un general de la Antigua Grecia cabreado?
Los Daimons se miraron, cautelosos, entre sí.
Kangin se agachó, sujetando la espada con ambas manos, sin
dejar de observarlos.
–No es una imagen muy agradable, la verdad.
–¡Cóganlo! –gritó el líder.
Y, al unísono, todos se lanzaron a por él.
Desvió al primero con una estocada que acabó convirtiéndolo
en una nube de polvo. Al instante, se giró con la habilidad de un felino y
lanzó un golpe directo al estómago del segundo. El vampiro jadeó y se
desintegró.
Antes de que pudiera recuperarse, uno de los vampiros lo
cogió por el brazo herido y le quitó la espada. Kangin se giró y lo golpeó con
la punta de la bota. También desapareció.
Otro lo agarró por la cintura y lo lanzó contra la pared
mientras dos más se acercaban. Dio una patada en la cintura al primero de
ellos, al mismo tiempo que los dos que se acercaban se convertían en polvo… y
vio a Heechul que se sostenía en pie a duras penas.
–Chupen ésa, asquerosos vampiros –exclamó mientras le
lanzaba un shuriken a Kangin.
Perplejo ante el hecho de que Heechul estuviera ayudándolo
en lugar de atacarlo, cogió la estrella y la utilizó para acabar con el último
vampiro.
Cuando llegó junto a él, lo encontró arrodillado en el
suelo. Tenía una herida en el cuello que sangraba profusamente y apenas se veía
color en su rostro. Kangin se desgarró la camisa para hacer una compresa y
llamó a una ambulancia.
–¿Jay? –preguntó Heechul con voz tensa, intentando
distinguir entre la oscuridad a las otras víctimas que yacían en el suelo–.
¿Está muerto?
–Estoy aquí, nene.
Jay llegó a trompicones junto a ellos y se dejó caer junto a
Heechul, al tiempo que lo abrazaba.
–No va a morir –le aseguró Kangin.
El muchacho asintió con la cabeza.
–Intenté convencerlo de que no saliera esta noche; le dije
que las cosas iban a ponerse feas, pero no me escuchó.
–Es cosa de familia.
Heechul rozó el brazo de Kangin mientras él le daba la
dirección al 911. Cuando acabó de hablar, lo vio mirándolo fijamente. Tenía el
ceño arrugado y sus ojos lo observaban incrédulos.
–¿Por qué me has salvado?
–Eso es lo que hace Kangin, Hee –susurró Jay.
Mientras Jay se ocupaba de su novio, Kangin se acercó a los
otros dos amigos que aún yacían en el suelo.
Eran los mismos que lo habían atacado en casa de Inyoung.
Por desgracia, no habían corrido la misma suerte que Heechul y Jay.
–Jay –lo increpó, volviendo junto a ellos–, ¿qué ha
sucedido?
El muchacho se encogió de hombros.
–Los teníamos atrapados y, en un abrir de ojos, se
abalanzaron sobre nosotros.
–¿Dijeron algo?
Jay se puso muy pálido y abrazó a Heechul con más fuerza.
–«Voy a tragarme tu alma».
Kangin lo miró fijamente un instante y apretó los dientes
ante el retorcido sentido del humor de los vampiros.
–Los Daimons ven demasiadas películas de serie B.
Heechul alargó un brazo y tocó la mano de Kangin.
–Gracias.
Él asintió.
–No he hecho más que devolverte el favor.
–Kangin –jadeó Jay–. Tenías razón. Nunca he visto a ningún
Daimon moverse como se movían éstos. Debería haber escuchado tu advertencia.
Frunciendo el ceño, Heechul los miró alternativamente.
–¿Se conocen?
–Mi padre trabajaba para Kyuhyun, el amigo de Kangin. –Jay
miró a Kangin a los ojos–. He conocido a Kangin durante toda mi vida, Hee.
Créeme, es uno de los buenos.
Antes de que Heechul pudiera contestar, llegó la ambulancia.
Kangin esperó hasta que los dos estuvieron dentro, y llamó a
Leeteuk para contarle lo sucedido.
No cogió el teléfono.
Llamó a su madre, a su hermana y marcó el teléfono de su
propia casa. Nadie contestaba.
Con un nudo en el estómago provocado por el miedo, corrió
hacia el coche. Quizás Leeteuk estaba todavía en su casa, esperándolo.
O quizás Changsu lo ha atrapado…
Se lo imaginó siendo atacado como Heechul. Lo vio muerto en
un charco de sangre como los amigos de su hermano. El dolor y el pánico le
retorcían las entrañas. Leeteuk tenía que estar bien. No podría seguir viviendo
si algo le sucedía.
Condujo como un poseso hacia su casa, tan rápido como el
Lamborghini se lo permitió.
Temblando de angustia, atravesó el garaje a la carrera y
entró en la casa, atento a cualquier sonido.
Por favor, Zeus, cualquier cosa menos que le hayan hecho
daño.
Lo escuchó en la planta alta. El alivio y la gratitud que
sintió fueron tan intensos que estuvo a punto de tropezarse. Tenía que verla
para saber que estaba bien. Inspiró hondo, aliviado, y subió las escaleras de
dos en dos.
Al abrir la puerta de la habitación se quedó helado.
Leeteuk había encendido todas las velas de los candelabros y
llevaba una bata blanca. Estaba de espaldas a él, inclinado sobre la cama.
Kangin estalló en llamas mientras lo observaba. Abrumado por
sus emociones, se acercó a la cama y le abrazó por la espalda. Lo sujetó con
fuerza y apoyó la cabeza sobre la de él, temblando de alivio.
Leeteuk estaba sano y salvo.
Él gimió de placer y Kangin sintió que ese sonido le sacudía
todo el cuerpo, intensificando el deseo.
–Tócame, Kangin –jadeó–. Esta noche necesito sentirte.
Él también lo necesitaba. Después del miedo de pensar que la
había perdido, necesitaba sentirlo con tanta desesperación que la cabeza le
daba vueltas si se paraba a pensarlo.
–Leeteuk –balbució él, mientras su aroma invadía sus
sentidos, hechizándolo–. ¿Qué me has hecho?
Leeteuk le contestó lamiéndole el mentón, descendiendo hasta
la barbilla y de allí hasta el cuello. Miles de escalofríos le recorrieron el
cuerpo mientras Leeteuk le quitaba el abrigo, dejando que se desAmberra por sus
hombros y que cayera libremente al suelo. Tiró de la camisa para sacarla de debajo
de la cinturilla del pantalón y metió la mano por debajo de ella, dejando un
rastro de fuego en el torso de Kangin.
Su instinto le decía que se alejara de él, pero no podía
hacerlo. Ni ahora, ni nunca.
Amaba a esa mujer. No había otro modo de explicarlo. Era la
otra mitad de su alma; no podía seguir negándolo. Y, aunque sólo tuviera ese
pequeño instante, disfrutaría del amor que sentía por ella. Disfrutaría del
deseo que despertaba en él.
Con los ojos enfebrecidos por la pasión, Leeteuk le desabrochó
los pantalones y deslizó las manos por su endurecido miembro.
–Me encanta acariciarte –murmuró él, comenzando a mover
las manos–. Dime, Kangin, ¿puedes leerme la mente?
Él cerró los ojos, extasiado ante sus caricias. Cuando
sintió que Leeteuk cubría los testículos con una mano se estremeció de la
cabeza a los pies.
–No –jadeó–. Prescindí de ese poder cuando me pediste que no
volviera a hacerlo.
Lo alzó y lo sentó en el borde de la cama mientras él se
quedaba de pie entre sus rodillas.
Ardiendo de deseo, Kangin le separó las piernas. ¡Por los
dioses! Cómo le gustaba contemplarlo. Se puso de rodillas y tomó su miembro con
la boca.
Leeteuk dejó escapar un grito ahogado al sentir la boca de
Kangin sobre su sexo. Él cerró los ojos, lo acarició con la lengua y notó cómo
le temblaban los muslos, a ambos lados de su cabeza, mientras lo llevaba al
orgasmo. Lo agarró del pelo y comenzó a mover las caderas, frotándose contra
él.
–¡Oh, sí! –gimió.
Kangin esperó hasta que pasó el último estremecimiento y, sólo
entonces, se levantó.
Leeteuk lo miraba con los ojos cargados de deseo. Se
incorporó hasta quedar de rodillas en la cama y acabó de desvestirlo. Una vez
estuvo desnudo, bajó del colchón y se colocó delante de él, dándole la espalda.
Sin necesidad de explicaciones, Kangin supo lo que quería.
De su garganta escapó un gruñido al tiempo que se introducía en él con un
poderoso envite.
Leeteuk gimió de placer, se alzó hasta quedar de puntillas y
volvió a descender para recibir su verga hasta el fondo.
Kangin temblaba de arriba abajo.
Le besó en el hombro y deslizó la mano por la tersa piel de
su vientre antes de buscar su miembro y acariciarle. Comenzó a mover la mano
muy despacio y dejó las caderas inmóviles. Quería que fuese él quien tomara el
control de la situación.
Y Leeteuk se encargó de moverse hasta que volvió a correrse
de nuevo, gritando su nombre.
Kangin salió de él al sentir que sus poderes se desvanecían
ante la proximidad de su orgasmo. El dolor del deseo insatisfecho era tan
grande que tuvo que concentrarse en seguir respirando para no doblarse en dos.
Pero, por una vez, Leeteuk no parecía estar dispuesto a
compadecerse de él; al contrario, se dio la vuelta y lo besó con avidez.
–Leeteuk –jadeó él, intentando alejarse.
–Shhh, Kangin –murmuró sobre sus labios–. Confía en mí.
En contra de todos sus instintos, lo hizo. Dejó que lo
tumbara en la cama, que se subiera sobre él y volvió a estremecerse cuando guió
su verga de nuevo al interior de su cuerpo. Era tan maravilloso estar dentro de
él… sentir el placer de Leeteuk mientras lo montaba.
Cuando sintió que su orgasmo era imparable, se dejó guiar y
dio la vuelta en el colchón hasta que lo tuvo debajo, con sus piernas alrededor
de la cintura. Sintiéndose un poco mejor en esa posición, comenzó a penetrarlo
con embestidas fuertes y rápidas.
Y, esta vez, cuando estaba a punto de retirarse, Leeteuk lo
envolvió con todo su cuerpo y lo abrazó con fuerza. Kangin frunció el ceño al
sentir que Leeteuk movía las caderas, introduciéndose su miembro hasta el fondo
y gimiendo mientras su entrada se cerraba a su alrededor.
–Leeteuk, para –jadeó sin aliento. Si seguía haciendo eso,
estaría perdido.
Intentó retirarse otra vez y, de nuevo, se lo impidió,
frotándose contra él. Kangin apretó los dientes intentando detener el orgasmo.
Y lo consiguió hasta que sintió que él se corría de nuevo. Los gritos de
Leeteuk, combinados con los espasmos de su cuerpo, fueron más de lo que podía
soportar.
Y, en contra de su voluntad, alcanzó el clímax. Echó la
cabeza hacia atrás y gritó por la intensidad del placer. No había nada mejor
que estar entre los brazos de Leeteuk. En su cuerpo.
Por primera vez en dos mil años, se sintió en casa.
Mientras esos sentimientos lo embargaban, notó que sus
poderes de Dark Hunter se desvanecían.
¡No!
Leeteuk le dio un beso ligero en los labios y se giró, con
él en los brazos, hasta que lo dejó apoyado sobre el colchón. Estaba demasiado
débil para protestar. Lo único que podía hacer era mirarlo.
Leeteuk salió de la cama y se puso una bata.
–¿Leeteuk? –lo llamó.
Regresó al momento con una copa de vino.
–No pasa nada. Estoy aquí, amor mío –le dijo.
Le acercó la copa a los labios y él bebió, totalmente
confiado. Tras unos minutos, la habitación comenzó a girar a su alrededor.
–¿Qué estás haciendo? –preguntó Kangin, consumido por el
terror.
Pero lo sabía. Como Junho hiciera, tantos siglos atrás,
Leeteuk lo había drogado.
Lo último que alcanzó a ver fue cómo abría la puerta de la
habitación para dejar pasar a Changsu.
Kangin se despertó maniatado, con las manos sobre la cabeza.
Estaba de pie, sobre un muro oscuro y húmedo en una casa desconocida. La
habitación, que parecía antigua, estaba iluminada por velas cuya luz proyectaba
sombras danzarinas a su alrededor. Se escuchaban murmullos de voces. Por el
aspecto del lugar, suponía que se trataba de una vieja mansión, probablemente
no muy lejos de su propia casa, en el Garden District.
Al observar con más atención la estancia, se dio cuenta de
que Leeteuk y Changsu estaban muy cerca de él. El Daimon lo abrazaba por los
hombros.
La incredulidad de la situación lo dejó abrumado.
Otra vez no. ¡Dioses del Olimpo! Otra vez no.
¿Cómo podía haber sido tan imbécil?
Su mente había intentado decirle que algo iba mal. Había
sabido, desde un principio, que Changsu sería capaz de atraparlo. Pero no había
hecho caso de sus instintos. Había dejado que su amor por él, y la necesidad
que despertaba en él, lo cegaran.
Cerró los ojos con fuerza.
Lo que más dolía era saber lo que el Daimon planeaba hacer
con Leeteuk una vez acabara con él. Sin su protección, Leeteuk estaba a merced
del vampiro.
Le ocurriría lo mismo que a Junho. Cuando Siwon lo ejecutó,
arrojó a su esposo a la calle diciéndole que no quería a una puta en la cama
que, algún día, pudiera entregarlo impasiblemente a sus enemigos.
Puesto que Junho había traicionado al líder del ejército
macedonio y había sido el causante de su derrota, le resultó imposible regresar
a casa. La villa que tanto había amado había sido incendiada, sólo quedaron los
cimientos. Todas sus posesiones fueron confiscadas. Perseguido por sus compatriotas,
huyó de Grecia a Roma y acabó como prostituto, cayendo cada vez más bajo.
Murió, de una enfermedad venérea, apenas dos años después
que él. Al final, se enfrentó al destino que tanto había intentado evitar.
Al abrir los ojos, Kangin miró a Leeteuk. Llevaba unos
vaqueros y un jersey negro de cuello vuelto. Agarraba con fuerza un muñeco.
¿Cómo había sido capaz de hacerle esto?
Pero, en ese momento, supo la verdad. Los poderes de Changsu
habían sido demasiado para él. A pesar de los esfuerzos de Kyujong, el Daimon
había invadido sus sueños y ahora controlaba su mente.
La ira le oscureció la visión. No iba a permitir que lo
matara. Así no. Olvidando la debilidad que lo invadía, agarró las cuerdas y
tiró con toda la fuerza de la que fue capaz.
–Vaya, estás despierto.
Changsu y Leeteuk se acercaron hasta quedar frente a él. Con
una mirada burlona, el Daimon colocó una mano sobre el hombro de Leeteuk.
–Duele, ¿no es cierto? Saber que voy a acostarme con él
antes de matarlo, y que no podrás hacer nada para detenerme.
–Vete al infierno.
Changsu rió.
–Tú primero, comandante; tú primero. –Pasó un dedo ahusado y
de aspecto diabólico por el mentón de Leeteuk; no obstante, él no reaccionó. Daba
la sensación de estar sumido en una especie de trance–. Lo poseería delante de
ti, aunque nunca me ha gustado tener espectadores. Nunca he sido tan retorcido.
–Se rió de su propia broma.
Kangin sintió que la cuerda cedía un tanto. Concentrándose
en eso, se esforzó por soltarse. Las ataduras volvieron a tensarse al instante.
Changsu soltó otra carcajada.
–¿De verdad piensas que soy tan estúpido como para dejarte
libre? –Dio un paso adelante y se colocó delante de él hasta quedar nariz con
nariz–. Esta vez no correré el riesgo de que sobrevivas.
¬¬ solo espero que TOP este muerto!!!
ResponderEliminarpobre pato! cuando despierte del trance se va a querer morir~
ahh!!! Nooo!!! mapachito!!! Noooo!!!
ojala y Tukie se libere del trance y ayude a su guerrero!
Ahhhhh porque lo dejas ahí ;-; ahora a esperar todo el finde creo que no lo soportare ;-; Teukie despierta tu eres más poderoso que changsu, tienes que coger el medallón y matar a Kangin para liberarlo ;-; top en este fic te odio ;-; no demores mucho Porfa ;-;
ResponderEliminarNo pues,lo único que faltaba,atrapan a Teuk y aparte de llevan a Kangin también,traicionado de la misma forma en que lo fue en el pasado....eso de verdad debe destrozarlo,aunque seguro ya se dio cuenta que Teuk no es el mismo.
ResponderEliminarY con eso de que ningun hunter puede ayudar a otro,esta es una batalla de kangin.....aaaaaah
No puedo creer todo lo que ha pasado, todo esto está tan mal. LeeTeuk poseído por Changsu y Kangin atrapado y sin poderes, menos mal que se dio cuenta que LeeTeuk no era como YunHo (quien por cierto si tuvo su merecido) y que estaba poseído por Changsu.
ResponderEliminarYo solo espero que LeeTeuk pueda hacer algo, debe haber alguna manera de ayudar a Kangin >_<