Amante del Aristócrata- Capítulo 7

   

 Al otro lado del salón, lady Shinyoung se acercó a su marido. Estaba tan nerviosa que casi temblaba, pero no titubeó. Con la ayuda de su querido Oscar había tomado la decisión de confesarse ante Shindong. O al menos de contarle todo aquello que él no hubiera adivinado ya.

    Era hora de que la farsa de su matrimonio terminara. En realidad, ella nunca había querido casarse con él; de hecho, la sola idea le causaba horror y en un principio se había negado en redondo. Al fin y al cabo, era un hombre fornido como un toro, severo, temperamental, con una repulsiva inclinación a los placeres de la carne... en fin, un hombre aterrador.

Shinyoung sabía muy bien que no estaban hechos el uno para el otro. Pero su padre la había obligado a casarse porque deseaba emparentarse con los Kim, aunque no había vivido lo suficiente para disfrutar de la relación.


     Los dieciocho años de matrimonio habían sido tan insoportables como Shinyoung había sospechado. Cada  vez que Shindong se le acercaba la embargaba una terrible aprensión. Jamás la había sometido a ninguna clase de violencia física, pero el solo hecho de saber que era un hombre violento, propenso a los exabruptos, bastaba para mantenerla en vilo. Y Shindong siempre estaba protestando por algo que no le gustaba, ya se tratara de la actitud de alguno de sus hermanos, de algún asunto político o sencillamente del clima. No era sorprendente que Shinyoung buscara constantemente excusas para evitarlo.

    Su principal excusa había sido la salud, lo que había inducido a Shindong a pensar que era una mujer enfermiza. De hecho, toda la familia Kim lo creía así. Pero la verdad era que gozaba de una excelente salud. Uno podría incluso decir que era tan fuerte como un toro. Aunque nunca había permitido que Shindong se enterara.

    Pero estaba cansada de ocultar la verdad. Harta de estar casada con un hombre a quien no podía soportar, sobre todo ahora que había hallado a uno que le gustaba.

        —¿Shindong?

    Él no se había percatado de su llegada y estaba conversando con su hijo Kangin. Los dos se volvieron y la  saludaron con una sonrisa. La de Kangin era sincera, pero no le cabía duda de que la de Shindong no. De hecho, a Shinyoung no le cabía duda de que él deseaba su compañía tanto como ella la de él. Se alegraría por lo que iba a decirle. Y no pensaba retrasar la cuestión con un preámbulo intrascendente.

—¿Puedo hablar un momento contigo, Shindong? En privado.

—Claro, Shinyoung. ¿Te parece bien que vayamos al estudio de Zhoumi?

    Ella asintió con la cabeza y cruzó la estancia a su lado. Su nerviosismo creció. En realidad, no debería haber aceptado esa sugerencia. Tendría que haber hecho un aparte allí mismo y discutido el asunto en murmullos. Nadie se habría enterado de nada, y la presencia de los demás le habría servido de protección contra la cólera de Shindong.

    Pero ya era demasiado tarde. En ese preciso momento él cerraba la puerta del estudio de su hermano. Lo mejor que podía hacer Shinyoung era caminar hasta el otro extremo de la habitación para poner uno de los grandes sillones de la estancia entre los dos. Sin embargo, cuando lo miró, la expresión burlona de Shindong hizo que las palabras se le atragantaran. Y aunque sabía que él debería alegrarse por lo que tenía que decir, las reacciones de Kim Shindong eran siempre impredecibles.

    Tuvo que respirar hondo para recuperar el habla.

    —Quiero el divorcio.

    —¿Qué?

    Ella tensó los músculos.

    —Me has oído muy bien, Shindong. No pretendas que me repita sólo porque he conseguido sorprenderte, aunque sabe Dios que no deberías estar sorprendido. No es como si alguna vez hubiéramos tenido un matrimonio normal.

    —Lo que tengamos, señora mía, no viene al caso. Y lo que experimento no es sorpresa, sino total y absoluta incredulidad ante el hecho de que te atrevas siquiera a insinuar algo así.

    Por lo menos no gritaba... todavía. Y su cara estaba apenas sonrojada.

    —No era una insinuación —dijo ella mientras se preparaba para el estallido— sino una exigencia.

    Lo había cogido con la guardia bajada por segunda vez. Por un instante, Shindong se limitó a mirarla con incredulidad. Luego frunció el entrecejo en esa mueca inclemente que solía retorcerle las tripas a Shinyoung. Y esta vez no fue una excepción

    —Sabes tan bien como yo que no podemos divorciarnos, Shinyoung. Procedes de una buena familia y te consta que en nuestro círculo el divorcio es algo inconcebible...

    _No lo es —contestó ella—; sólo escandaloso.  Y no sería el primer escándalo en tu familia. Tus hermanos han provocado uno tras otro en el transcurso de los años desde que se marcharon a Londres. Tú mismo diste mucho que hablar cuando anunciaste que tu hijo ilegítimo se convertiría en tu heredero.

     La cara de Shindong ya estaba más roja. No sabía encajar las críticas a su familia; nunca lo había hecho. Y, sin duda, decir que los Kim habían provocado muchos escándalos podía considerarse como una crítica.

     —No habrá ningún divorcio. Shinyoung. Puedes continuar escondiéndote de mí en Bath, si eso quieres,  pero seguirás siendo mi esposa.

     Esa reacción, tan típica de él, enfureció a Shinyoung.

     —Eres el hombre más desconsiderado que he tenido la desgracia de conocer, Kim Shindong. ¡Quiero rehacer mi vida! Pero a ti no te importa, ¿verdad? Tienes una amante viviendo bajo tu mismo techo, una mujer  de clase baja con quien nunca podrías casarte, aunque estuvieras libre para hacerlo, sin provocar un escándalo aún mayor que un divorcio. Por eso no quieres que  las cosas cambien... ¿Por qué pones esa cara? ¿Crees  que no estoy al tanto de lo de Nari?

     —¿Esperabas que me mantuviera célibe cuando tú jamás has querido compartir mi cama?

    La cara de Shinyoung ardía, pero no estaba dispuesta a permitir que Shindong descargara toda la responsabilidad de su desastroso matrimonio sobre sus hombros.

    —No necesitas excusarte, Shindong. Nari era tu amante antes de que te casaras conmigo, y cuando nos casamos tenías toda la intención de mantenerla como amante, que es exactamente lo que has hecho. Y no pienses mal, pues eso nunca me importó. Todo lo contrario. Por mí, podía quedarse contigo.

    —Eres muy generosa, querida.

    —Tampoco es necesario que te pongas sarcástico. No te quiero y nunca te he querido. Y tú lo sabes bien.

    —Eso nunca fue un requisito ni una expectativa en  nuestro trato.

    —No, claro que no —convino ella—. Para ti nuestro matrimonio nunca fue más que un trato. Pues bien, yo quiero romperlo. Me he enamorado de un hombre y deseo casarme con él. Y no me preguntes quién es. Debería bastarte con saber que no se parece en nada a tí.

     Había conseguido sorprenderlo otra vez. Hubiera preferido dejar a Oscar fuera del asunto, pero su mención le confirmaría a Shindong que hablaba muy en serio.

 Sin embargo, él aún no parecía dispuesto a mostrarse razonable. Claro que un hombre intransigente y obstinado como él nunca se mostraba razonable. Todavía le quedaba otra baza por jugar. En el fondo, había deseado no tener que usarla. Al fin y al cabo, el soborno era una táctica muy desagradable. Pero tendría que haber adivinado que no convencería a Shindong por las buenas.

 Y tan grande era su deseo de terminar con su matrimonio que estaba decidida a recurrir a cualquier medio incluido el soborno.

     —Acabo de darte una excelente razón para divorciarte de mí, Shindong —señaló con serenidad.

     —Creo que no me has escuchado...

     —¡No! Eres tú quien no me escucha a mí. No pretendía caer en una bajeza semejante, pero tú me obligas. Concédeme el divorcio o... Kangin se enterará de que su madre no está muerta. Sabrá que está viva y que ha estado en SM todos estos años... y en tu cama. Si te niegas a ser razonable, todo el mundo conocerá por fin tu gran secreto, Shindong. Así pues, ¿qué escándalo prefieres?



    La casa de Londres era muy bonita, pero Leeteuk no dio por sentado que sería su nuevo hogar. Estaba cansado de dar las cosas por sentadas. Incluso si era cierto que viviría allí, el hecho de que la casa fuera agradable y estuviera amueblada con buen gusto no lo tranquilizaba. No creía que nada pudiera tranquilizarle después de los espantosos cinco días que acababa de pasar.

    El cochero de Kangin había llegado a la cabaña a primera hora de la mañana, cuando él se disponía a emprender su caminata diaria hasta el pueblo. Leeteuk  supuso que le traía un mensaje de Kangin, pero no, el hombre le había dicho que estaba allí para llevarlo a Londres. No le había dado ninguna explicación de por qué lo había dejado librado a su suerte durante cinco interminables días. De hecho, el cochero no tenía ninguna otra información para él. Sólo le habían dado instrucciones de recogerlo y llevarlo a Londres.

    Leeteuk se había apresurado a empacar todo, incluidos los pocos artículos esenciales que se había visto obligado a comprar, por si volvían a llevarlo a un sitio tan espartano como la cabaña. Pero le había pedido al cochero que antes lo llevara a Bridgewater para entregar el último libro que había transcrito y que, por fortuna, había terminado la noche anterior.

        Por lo menos no estaba sin un céntimo. Incluso había pagado por su propia comida al mediodía, cuando el cochero se había detenido en una posada, y comprado algo más de comida para llevar consigo por si acaso. Después del miedo que había pasado al encontrarse solo el primer día en la cabaña, tardaría un tiempo en dejar de preocuparse por su sustento.

    Kim Kangin le debía muchas explicaciones, y Leeteuk esperaba ser capaz de mantener la calma el tiempo suficiente para oír lo que tenía que decir. Pero durante todo el viaje a Londres había estado hirviendo de rabia contenida, y cuando llegó a su destino, a última hora de la tarde, estaba tan tenso que le dolía todo el cuerpo. Eso, sumado al resfriado, a la fiebre y al hecho de que en la casa no hubiera nadie para recibirle, no hizo más que aumentar su irritación.

    Le quedaba una hora de luz natural para explorar la casa. El cochero sólo había permanecido allí lo suficiente para encender el fuego. Y había múltiples lámparas y velas para alumbrarse por la noche.

    No era una casa grande para los cánones de la nobleza, pero las siete habitaciones eran agradables, cómodas y amplias, y la casa estaba situada en un barrio elegante, con un pequeño parque en el centro. Había una pequeña cocina independiente con una habitación contigua para uno o dos criados —contenía dos camas estrechas—, un comedor con una mesa lo bastante grande para seis personas, un salón, un pequeño estudio y dos dormitorios en la planta alta.

    El hecho de que estuviera completamente amueblada, incluso con una estantería llena de libros en el estudio, pinturas exquisitamente enmarcadas en las paredes, adornos sobre las mesas y la cocina bien surtida de alimentos no perecederos, le indujo a creer que era la vivienda habitual de alguien. Muchos caballeros alquilaban sus casas de la ciudad mientras pasaban una temporada en el continente o en sus fincas del interior. Pero ya estaba dando cosas por supuestas, y se había prometido no volver a hacerlo.

     Junto al dormitorio más grande, que Leeteuk decidió sería el suyo si había de permanecer allí, había un cuarto de baño completo y moderno. Cuando terminó de inspeccionar la casa tomó un baño. La incómoda tina de la cabaña —con poca agua caliente, puesto que tenía que calentarla y cargarla hasta allí— no había sido en absoluto satisfactoria. Esta bañera sí era cómoda, aunque Leeteuk no se demoró, pues no sabía cuándo podía aparecer Kangin.

    En la cocina no había comida fresca, de modo que comió lo que había traído de la posada. Podría haberse preparado algo con los alimentos no perecederos, pero no tenía ganas de cocinar. La fiebre le había subido varios grados, como ocurría cada noche. Esperaba poder curarse el resfriado ahora que estaba en Londres. Las largas caminatas diarias hasta Bridgewater en el aire helado, y una vez bajo la lluvia, no le habían permitido reponerse.

    La fiebre junto con la comida abundante, el baño caliente y el fuego acogedor conspiraron todos para que se quedara dormido en el sofá de la sala. Pero despertó al oír la llave en la puerta principal y tuvo tiempo suficiente para sentarse antes de que Kangin apareciera en el umbral, aunque no para parecer despierto.

    Tenía los ojos entornados, le goteaba la nariz, como de costumbre, y estaba a punto de sonarse con el pañuelo que llevaba siempre consigo cuando lo vio. Caramba. Casi había olvidado lo guapo que era, sobre todo vestido con ropa formal, como en esa ocasión. A juzgar por su elegancia, la fiesta de la que venía, o a la que se dirigía, debía de ser muy especial.

    —Hola, querido Leeteuk —dijo con una sonrisa afectuosa—. Aún es temprano para dormir. ¿Acaso te ha agotado el viaje?

    Leetuk asintió y de inmediato negó con la cabeza. Demonios, aquél no era el mejor momento para tener la  mente nublada por el sueño.

    —Habría venido antes —prosiguió él mientras se acercaba—. Pero la boda a la que acabo de asistir congregó a toda mi familia, y es muy difícil escapar de  ellos. ¿Qué te ha pasado en la nariz?

    Leeteuk parpadeó. Se llevó la mano automáticamente a la nariz y el contacto con la piel despellejada le indicó a qué se refería Kangin. Estaba tan acostumbrado a  no tener espejo en la cabaña que ni siquiera había recordado mirarse en alguno de los de la casa, aunque podía imaginar los estragos causados por el uso constante  del pañuelo.

     —Estoy constipado —comenzó, pero la sola mención de su estado aclaró su mente y desató su furia contenida—. Pillé un resfriado caminando hasta Bridgewater. Sin duda se preguntará por qué iba a hacer algo así con el tiempo tan frío. Bien, estaba muerto de hambre, y puesto que en la cabaña no había comida ni tenía esperanzas de que apareciera por obra y arte de magia,  tuve que emplear el único medio de transporte que tenía, o sea mis pies, para ir a comprarla. Claro que tampoco tenía dinero, de modo que me vi obligado a buscar un trabajo para poder comer.

     Su sarcasmo sorprendió a Kangin, pero lo que más le alarmó fueron las últimas palabras: Leeteuk había tenido que buscar trabajo. Dio por supuesto que para alguien del oficio del joven, trabajar equivalía a hacer una sola cosa, la que encontraría más sencilla y familiar, es decir, vender sus favores.

    Y sus pensamientos se pusieron de manifiesto cuando preguntó con sequedad:

    —¿Y qué clase de trabajo encontraste?

    El hecho de que, después de todo lo que le había contado, sólo se interesara por ese punto hizo que Leeteuk respondiera airadamente:

    —¡No el que usted piensa! Pero ¿y qué si lo hubiera sido? ¿Le parecería mejor que me hubiera muerto de hambre?

    Era evidente que lo estaba acusando, de modo que Kangin se puso a la defensiva.

    —Que me aspen si sé de qué hablas —gruñó—. ¿Cómo ibas a morirte de hambre si ordené que te enviaran comida para varias semanas? Y mi cochero se quedó allí a tu disposición, de modo que no necesitabas ir andando a ningún sitio, a menos que quisieras hacerlo.

    Leeteuk lo miró con incredulidad. O sufría algún tipo de alucinación o mentía. ¿Y qué sabía Leeteuk de él, después de todo, para creer que no era un mentiroso? Le había parecido agradable. Le había pareado cortés.

    Pero quizá todo hubiera sido una estratagema para que no sospechara que disfrutaba haciendo que la gente sufriera privaciones o pasara miedo. Si esto último era verdad, estaba en una situación más delicada de lo que había supuesto, atado a Kangin por el contrato de compraventa hasta que él decidiera poner fin a la relación.

    La sola idea de que pudiera ser un hombre cruel le enfureció hasta tal punto que se puso en pie y comenzó a arrojarle todo lo que tenía al alcance de la mano, mientras gritaba:

    —¡Nadie me envió comida! ¡El cochero no apareció hasta esta mañana! ¡Y si piensa que va a engañarme y confundirme con sus embustes...!

    No continuó porque Kangin no permaneció inmóvil bajo la lluvia de proyectiles. Esquivó el primero con facilidad y el segundo pasó por encima de su cabeza mientras se abalanzaba sobre Leeteuk, lo empujaba al sofá y caía encima de él.

    Cuando recuperó el aliento después del impacto, Leeteuk gritó:

    —¡Quítese de encima, torpe!

    —Mi querido niño, te aseguro que no he caído encima de ti por torpeza. La posición en que nos encontramos es intencionada, te lo aseguro.

    —¡Pues quítese de encima de todos modos!

    —¿Para que continúes con tu ataque? Pues no. La violencia no formará parte de nuestra relación. Juraría que ya lo había dejado claro.

    —¿Y cómo llamaría a la forma en que me está aplastando?

    —Pura y simple prudencia. —Hizo una pausa mientras lo miraba—. Aunque también diría que es una posición muy  agradable.

    Leeteuk entornó los ojos.

    —Si está pensando en besarme, le aconsejo que no  lo haga —advirtió.

    —¿No?

    —No.

    Kangin suspiró.

    —De acuerdo —dijo, pero una media sonrisa asomó a sus labios cuando añadió— Aunque yo no siempre sigo los buenos consejos.

    Era imposible detenerlo en la posición en que se encontraban, sobre todo porque él le cogió la barbilla para evitar que girara la cabeza. Sus labios rozaron los de Leeteuk y se apartó, como si se hubiera quemado. De hecho, fue el calor de la fiebre lo que le hizo apartarse.

    —Cielo santo, estás enfermo. Estás ardiendo de fiebre. ¿Te ha visto un médico?

    —¿Cómo quiere que pagara a un médico si las monedas que gané trancribiendo apenas me alcanzaron para comer?

    Con la cara roja de rabia, Kangin se levantó y exclamó:

    —Explícate. ¿Te robaron? ¿Acaso se quemó la cabaña con todo lo que contenía? ¿Cómo es que no tenías comida, cuando ordené que te enviaran más que suficiente?

    —Eso dice usted, pero como no llegó nada, yo diría que no es cierto.

    Kangin tensó los músculos.

    —No me acuses de mentir, Leeteuk. No sé qué ocurrió con las provisiones que envié a la cabaña, aunque lo averiguaré. Y es verdad que dejé instrucciones. También dejé el coche y el cochero a tu disposición.

    Parecía sincero. Leeteuk deseó tener la certeza absoluta de que lo era. Pero se limitó a concederle el beneficio de la duda hasta que tuviera pruebas de lo contrario.

    —Si eso es cierto, le aseguro que no le vi el pelo al cochero hasta esta misma mañana.

    —Tenía que pasar por la cabaña todos los días para preguntar si lo necesitarías. ¿Quieres decir que no lo hizo nunca?

    —¿Cómo quiere que lo sepa, si casi nunca estaba allí? ¿O no ha oído que cada mañana iba al pueblo a comprar comida?

    Finalmente Kangin comprendió por lo que había tenido que pasar el joven... y solo.

    —Dios santo, entonces no me extraña que te abalanzaras sobre mí. Ay, Leeteuk, lo siento muchísimo. Créeme. Si hubiera sabido que estabas tan incómodo en la cabaña, habría regresado de inmediato.

 Parecía tan mortificado que Leeteuk sintió deseos de tranquilizarlo. En realidad, a pesar del miedo y la preocupación, la situación no habría sido tan terrible si no hubiera sido invierno y no hubiera pillado un resfriado. Y ahora que la ira lo abandonaba, los síntomas del resfriado se hacían más patentes.

    Se reclinó en el sofá. Tras haber derrochado tanta energía en su rabieta, se sentía débil.

    —Creo que me vendría bien un poco de descanso...

    —Y un médico —agregó él mientras lo levantaba en brazos y se dirigía al dormitorio.

    —Puedo andar —protestó —. Y lo único que necesito es descansar, ahora que no tengo que salir al aire frío.

    Kangin dio un respingo, aunque Leeteuk no lo notó. Comenzaba a marearse al ver que las paredes pasaban a su lado a una velocidad vertiginosa. ¿Acaso Kangin corría escaleras arriba? No; se estaba desmayando y muy pronto perdió por completo el sentido.


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yota´s news : De regreso?

 Buenas tardes a todas las lectoras. Después de un año  y casi 4 meses regreso a saludarlas y comentarles nuevas.  Me gustaría decirle...