Amante del Aristócrata- Capítulo 3



Viajaban en un coche cómodo y elegante, que por lo visto pertenecía a Kangin. Y ahora eran cinco. Minho había regresado al despacho de Boom del brazo de un joven rubio, vestido con prendas tan llamativas como las de Leeteuk. Leeteuk advirtió de inmediato que sentía auténtica devoción por Kim Minho. No podía quitarle los ojos ni las manos de encima, y ahora, en el interior del coche, iba prácticamente sentado en su regazo.

    Leeteuk permaneció imperturbable. El y Minho aún no habían iniciado su relación, pero incluso si lo hubieran hecho, sabía que no tenía derecho a exigirle fidelidad. Él correría con todos sus gastos. Aunque su relación no hubiera sido inusual —y lo era, pues le había comprado sin conocerle—, el joven habría esperado fidelidad absoluta de su parte. Pero en esta clase de arreglos, el hombre no tenía obligación de ser fiel. Ni mucho menos. Al fin y al cabo, la mayoría de los hombres que tenían amantes estaban casados.

    Mientras los caballeros continuaban bromeando sobre dinero y deudas eternas, Leeteuk hizo todo lo posible por permanecer indiferente. Sin embargo, tras oír la alusión de Minho a las deudas, se preguntó cómo era posible que un hombre de su edad pudiera permitirse el lujo de pagar un precio tan alto por él, cuando la mayoría de los hombres menores vivían de las asignaciones de sus padres o de las rentas de fincas que heredarían en el futuro.


    Debía de tener una fortuna personal, y Leeteuk se alegraba de ello. De no haber sido así, ahora estaría con aquel hombre horrible, en lugar de con unos caballeros auténticos de camino hacia... No sabía hacia dónde.

    Poco después, cuando el coche se detuvo, sólo se apearon Minho y su amigo. Nadie le dio explicaciones y Leeteuk no hizo preguntas. Pero Minho regresó poco después, sin el empalagoso amigo, y puesto que nadie le preguntó qué había hecho con él, Leeteuk supuso que los demás ya lo sabían.

    El coche reanudó la marcha, y pasaron quince minutos antes de que se detuviera otra vez. Leeteuk no conocía Londres, pues no había visitado la ciudad antes de que Dongyup lo llevara allí, el día anterior. Sin embargo, bastaba con echar un vistazo por la ventanilla para comprobar que estaban en un barrio elegante, con mansiones y casas imponentes, las residencias de las clases acomodadas.

    No era de extrañar, teniendo en cuenta la fabulosa suma que habían pagado por él esa noche. Pero Leeteuk se equivocó al pensar que ése era su destino, pues fue Kangin quien descendió del coche, y no Minho. Supuso entonces que Kangin vivía allí y que dejarían a éste y a Changmin en sus respectivas casas antes de continuar viaje con Minho.

    Pero se equivocaba otra vez, pues Kangin regresó al coche y le tendió la mano para ayudarlo a bajar. Leeteuk estaba lo bastante sorprendido para coger su mano sin pensar y dejarse conducir hasta una enorme puerta antes de atreverse a preguntar:

    —¿Por qué me acompaña usted, en lugar de Minho?

    Kangin lo miró, sorprendido por la pregunta.

    —No te quedarás mucho tiempo aquí. Sólo esta noche. Mañana haremos otros arreglos.

    Leeteuk asintió con un gesto y se ruborizó, creyendo comprender la situación. El joven Minho debía de vivir aún con sus padres, de modo que no podía llevarlo a su casa. Sin duda Kangin se había ofrecido a alojarlo por una noche, lo que era muy amable por su parte. Con un poco de suerte, allí no habría nadie a quien tuviera que dar explicaciones.

    —¿Entonces usted vive aquí?

    —Sí, cuando estoy en Londres —respondió él—. Es la casa de mi padre, aunque él no la visita con frecuencia. Prefiere el campo y SM.

    La puerta se abrió antes de que terminara la frase, y un mayordomo de aire solemne saludó a Kangin sin mirar a Leeteuk:

    —Bienvenido a casa, señor.

    —No me quedaré, Alvin —informó Kangin—. Sólo he venido a dejar a un invitado que pasará la noche en la casa. Te agradeceré que llames a la señora Yoonjin para que se ocupe de él.

    —¿El invitado se alojará en la planta alta o en la baja?

    Leeteuk se sorprendió al ver que Kangin se ruborizaba ante esa pregunta impertinente, aunque necesaria.

    —Se alojará en la planta baja —respondió Kangin con sequedad—. Ya he dicho que no me quedaré.

    Esta vez se ruborizó Leeteuk, consciente de las implicaciones de esa afirmación. El mayordomo, sin embargo, se limitó a asentir con la cabeza y se marchó a buscar al ama de llaves.

    Mientras se alejaba, Kangin murmuró:

    —Esto pasa por conservar los mismos criados que te han visto en pantalones cortos. Cielos, se dan esas ínfulas porque llevan demasiado tiempo con la familia.

    De no haberse sentido tan avergonzado, Leeteuk habría reído. Pese al gran atractivo de Kangin, el malhumor le daba un aspecto verdaderamente cómico. Sin embargo, aunque Leeteuk hubiera reunido valor para reírse, él no habría sabido apreciar la gracia de la situación. De modo que fijó la vista en el suelo y aguardó a que se marchara.

    Preparado para hacer precisamente eso, Kangin dijo:

    —En fin, espero que duermas bien esta noche. Mañana viajarás la mayor parte del día. Podría resultar agotador si no has descansado lo necesario.

    Y antes de que Kangin pudiera preguntar adonde viajaría, cerró la puerta a su espalda y se marchó.

    Leeteuk suspiró, embargado por una sensación de alivio. Pasaría la noche solo y aquello que tanto le asustaba y en lo cual se resistía a pensar se postergaría por lo menos un día más. Curiosamente, ahora que el motivo de su miedo se posponía, era incapaz de quitárselo de la cabeza.

    El inicio de su vida como amante equivalía a una noche de bodas, aunque sin el certificado de matrimonio y con una total ausencia de ternura entre las dos partes. Sabía que el matrimonio entre extraños no era un hecho insólito en la historia de la humanidad. Pero los arreglos de esta clase eran muy raros en los tiempos que corrían. En la actualidad, cuando los miembros de la pareja no hacían su propia elección, por lo menos tenían tiempo de sobra para entablar una relación antes de la boda.

    ¿Cuánto tiempo tendría Leeteuk? Este aplazamiento le había tomado por sorpresa. Había supuesto que no pasaría la noche solo. Y al día siguiente se iría de viaje. ¿Significaría eso una nueva dilación?

    Ojalá. Aunque ningún aplazamiento le serviría de nada si no tenía ocasión de conocer mejor a Minho. Si no recordaba mal, hasta el momento no le había dirigido la palabra, y tampoco Minho a él. ¿Cómo demonios iban a entablar una relación si no hablaban?

    Sin duda lo averiguaría al día siguiente. Por el momento sólo debía preocuparse de cómo tratar al ama de llaves. ¿Con sus modales de costumbre? ¿O de una manera más adecuada a su nueva posición?

    Pero no sería él quien tomara esa decisión. La señora Yoonjin se presentó en ese punto, y después de mirarle de arriba abajo, hizo una mueca de disgusto y volvió a perderse en los oscuros pasillos de la casa, dejando a elección de Leeteuk si deseaba seguirla o no. De modo que así estaban las cosas. Tendría que acostumbrarse a esa clase de tratamiento. Sólo esperaba que la vergüenza que le producía se hiciera más fácil de tolerar con el tiempo.



    Kangin debería haber supuesto que sus amigos del alma no lo dejarían en paz. En cuanto regresó al coche, Minho dijo:

    —No lo puedo creer. ¿Piensas ir al baile de todos modos? Caray. Yo en tu lugar no lo haría.

    —¿Por qué no? —preguntó Kangin arqueando las cejas—. El chico no escapará, y nuestro primo Key nos rogó que asistiéramos a la presentación en sociedad de su amigo. Puesto que ambos aceptamos la invitación, Minho, ¿qué consideras más importante?

    —A eso me refiero —respondió Minho con un gruñido—. Yo tengo claro qué es más importante, y no creo que sea precisamente sumarse a la multitud que asistirá al gran baile de la temporada. Habrá tanta gente que es muy probable que Key ni siquiera repare en nuestra presencia.

    —Lo haga o no, lo cierto es que dimos nuestra palabra y estamos obligados a asistir. Changmin, ¿te importaría explicar a este joven irresponsable cuáles son sus deberes sociales?

    —¿Yo? —Changmin rió—. Me temo que comparto su punto de vista, amigo. No creo que tuviera el valor de abandonar a un nuevo amante para asistir a una fiesta de sociedad que no promete ser distinta de tantas otras. Claro que si alguno de tus tíos, o tu hermoso primo Taemin, tuvieran intención de asistir, la cosa cambiaría. Tus tíos saben animar una velada aburrida, y Taemin aún no se ha casado con su novio yanqui, de modo que sigue ocupando un lugar de honor en mi lista de jovenes disponibles.

    Dada la característica falta de locuacidad de Changmin, esa larga perorata dejó sin palabras a sus dos amigos. Kangin fue el primero en reaccionar.

    —Taemin todavía no está casado, pero su boda se celebrará la semana próxima, así que ya puedes tacharlo de tu lista, Changmin.

    —Y deja de contar con que mi padre nos entretenga —añadió Minho—. Ahora está demasiado civilizado para animar las reuniones con sus cotillees. Y yo diría que al tío Siwon le ocurre otro tanto.

    —Lamento discrepar, chico. Esos dos miembros de la familia Kim nunca estarán lo bastante civilizados para no hacer arquear varios pares de cejas con su comportamiento. Cielos, yo mismo tuve ocasión de comprobarlo poco después del nacimiento de tu hermano Hyungsik. Tu padre y tu tío llevaron al yanqui a una sala de billar, y el pobre tipo salió casi a rastras.

    —Acababan de descubrir que Lee estaba interesado en Taemin, y no aprobaban sus intenciones. Fue una reacción previsible. Pero ya te lo explicamos antes, Changmin, cuando tú mismo querías cortejar a Taemin. Esa actitud se remonta a la época en que tuvieron que criar a nuestro primo Minnie, después de la muerte de su madre, y como Taemin se parece tanto a Minnie...

    —Min —corrigió Kangin tal como habría hecho su padre de haber estado allí, aunque con menos ardor—. Entiendo que tu padre insista en cambiarle el nombre para chinchar a sus hermanos, pero tú no tienes por qué seguir su ejemplo.

    —Ah, pero me gusta su ejemplo —repuso Minho con una sonrisa desvergonzada—. Y no lo hace para chinchar a sus hermanos... Bueno, quizá en parte sí, pero no fué por eso que empezó a llamarlo Minnie. Comenzó a hacerlo hace tiempo, antes incluso de que yo naciera. Con tres hermanos, dos de ellos mayores que él, necesitaba destacar en todos los aspectos.

    —Pues no cabe duda de que lo consiguió —dijo Kangin haciendo un guiño picaro.

    —Por supuesto.

    Los primos se referían a los tiempos de pirata de Kim Hyukjae, cuando se había hecho acreedor al mote de Kry y la familia lo había repudiado. Precisamente cuando desempeñaba esa deshonrosa profesión, Hyukjae había descubierto que tenía un hijo que era casi un hombre. No sólo le había dado su apellido, sino que también lo había llevado a vivir consigo, razón por la cual Minho tenía una educación muy poco ortodoxa. A la heterogénea cuadrilla de piratas de Hyukjae debía sus conocimientos sobre la bebida, las peleas y los jóvenes.

    Pero Changmin no lo sabía ni lo averiguaría nunca. Era un buen amigo, pero también un hombre incapaz de guardar un secreto, y la familia mantenía una reserva absoluta en lo referente a las pasadas correrías de Kim Hyukjae.

    —Además, Changmin —dijo Minho, volviendo al tema  inicial—, mi padre detesta las fiestas y sólo asiste a alguna cuando su esposo lo lleva a rastras. Lo mismo le ocurre al tío Siwon. Comprendo perfectamente cómo se sienten, pues yo también me veo arrastrado a ésta.

    Kangin frunció el entrecejo.

    —No pretendo arrastrarte a ningún sitio, chico.  Sólo me permito señalarte tus obligaciones. Si no querías ir, no debiste aceptar la invitación de Key.

    —¿No? —replicó Minho—. Sabes que soy incapaz de decir que no a un joven. A cualquier joven, por  cierto. Me resulta imposible defraudarlos. Y te aseguro que nunca habría defraudado al joven que acabas de abandonar.

    —Teniendo en cuenta que el chico sólo quería que lo dejaran en paz, no se puede decir que lo aya defraudado, Minho.

    —¿Dices que quería que lo dejaran en paz?

    —Te cuesta creerlo, ¿verdad?

    —Los jóvenes conspiran y luchan para meterse en tu cama, primo, no para salir de él. Lo he visto con mis propios ojos...

    —Pero algunos no quieren que se les moleste —interrumpió Kangin—, por un motivo u otro. Y ésta me dio claramente esa impresión. Parecía agotado. Puede que fuera sólo eso, pero como de todos modos yo tenía otros planes... Además, Minho, no he pagado tanto dinero sólo para meterme en la cama con el chico, así que no estoy impaciente por hacerlo. Para empezar, ni siquiera quería un amante, aunque ahora que lo tengo, si no te importa, me ocuparé de él cuando lo considere conveniente.

    —Pues vaya si no has pagado una suma desorbitada por algo que no querías —observó Changmin.

    —Ya —dijo Minho con una risita.

    Kangin se repantigó en el asiento y gruñó.

    —Sabéis muy bien por qué lo hice.

    —Desde luego, amigo —respondió Changmin—. Y te felicitamos por tu hazaña. Yo habría sido incapaz de un acto tan noble, pero al menos uno de nosotros tuvo el valor de arriesgarse.

    —Sí —convino Minho—. Venciste a Shangho y al mismo tiempo conseguiste un premio estupendo. Debo admitir que ha sido un trabajo excelente.

    Lejos de ruborizarse por los inesperados halagos, Kangin dijo:

     —Entonces, ¿queréis hacerme el favor de dejar de chincharme por haber dejado solo al chico?

    —¿Es necesario? —dijo Minho con una sonrisa.

    La mirada fulminante de Kangin hizo que Minho girara la cabeza hacia la ventanilla y comenzara a silbar una alegre melodía. Era un bribón incorregible. El tío Hyukjae lo tendría crudo para enderezar al chico y enseñarle sus responsabilidades cuando llegara el momento. Desde luego, el padre de Kangin se lamentaba de sus propias dificultades para educar a su hijo. Sin embargo, Kangin había tenido que vérselas con el cabeza de familia de los Kim y, en su condición de marqués de SM, Kim Shindong era el más severo de los hermanos y el más difícil de complacer.

    Kangin solía disfrutar de las fiestas, aunque no así de aquellas a las que asistían más de trescientas personas, como la de esa noche. Pero le gustaba bailar y por lo general participaba en un juego amistoso de cartas o billar, e invariablemente aparecía alguna cara nueva que despertaba su interés.

    Sin embargo, no permitía que su interés se mantuviera vivo mucho tiempo, pues la mayoría de los jóvenes que se vestían tan espléndidamente para la ocasión y coqueteaban con aparente recato sólo tenían un objetivo en mente: el matrimonio. Y en el preciso momento en que dejaban entrever sus intenciones, Kangin huía despavorido, ya que el matrimonio era lo último que deseaba para sí.

    Había pocas excepciones a la regla, aunque no se presentaban a menudo. Incluso cuando un joven no  deseaba casarse de inmediato, debía soportar las inevitables presiones de su familia. Era excepcional el joven o la mujer que podía dedicarse a divertirse sin ceder a esa clase de presiones.

    Kangin prefería a los jóvenes de mentalidad independiente y había llegado a intimar con varios. Solían ser muchachos inocentes, de modo que la relación nunca tomaba un cariz sexual. Ni mucho menos. Kangin respetaba las reglas sociales y le complacía vincularse  con los jóvenes en otros términos: buena conversación,
intereses comunes y la posibilidad de bajar la guardia ante ellos.

 Lo que no significaba que no fuera siempre en pos de nuevas compañeros de cama. Simplemente, no los  buscaba en el grupo de inocentes que aparecía en Londres cada nueva temporada. No; sus conquistas sexuales solían ser jóvenes casados o viudos: los primeros, insatisfechos con su matrimonio; los segundos, libres para hacer su santa voluntad... aunque siempre con discreción, por supuesto. Y rara vez se marchaba de una gran fiesta en Londres sin concertar antes una cita amorosa para un día de esa misma semana, o incluso para esa misma noche.

     Sin embargo, en esta fiesta en particular no había nadie que le interesara. Bailó el tiempo necesario para complacer a su anfitrión y tuvo que esforzarse para no bostezar antes de ceder su pareja al siguiente caballero de la lista. Jugó un par de manos a las cartas, pero fue incapaz de concentrarse en el juego, incluso cuando las apuestas se hicieron peligrosamente altas.

    Dos de sus antiguos amantes quisieron arrancarle una cita, pero en lugar de seguir su costumbre de aplazar el encuentro para más adelante, se limitó a responder que en ese momento tenía otro compromiso. Sin embargo, no era así. El joven que había dejado en su casa no podía considerarse como tal... al menos por el momento. Por otra parte, un amante no era nunca un compromiso. Un amante era sencillamente una conveniencia agradable... y costosa.

    Y todavía no podía creer que tuviera un amante. Su única experiencia anterior en mantener a un joven a cambio de sus favores había resultado un desastre.

    Se llamaba Seo Jaehyung y era un joven viudo de buena familia, que no tenía dinero suficiente para mantener el lujoso estilo de vida a que estaba acostumbrado. Kangin había pagado sus deudas —en su mayoría contraídas por su difunto esposo—, restaurado su casa y sucumbido a su capricho de poseer joyas caras.

    Hasta había accedido a acompañarlo a las reuniones sociales, pese a su resistencia a desempeñar tal papel. Naturalmente, se conducían con absoluta discreción y respetabilidad. Incluso cuando lo dejaba en su casa, debía esperar horas antes de entrar a recibir los favores  que le correspondían... y que la mitad de las veces le negaba excusándose en el cansancio. Y durante los seis meses que había durado la relación, pese a saber perfectamente que él no tenía intenciones de casarse, el joven había empezado a conspirar para llevarlo al altar.

    Aunque Jaehyung le hubiera atraído lo suficiente para entablar una relación permanente —y no era el caso—, Kangin nunca habría tolerado juegos sucios y mentiras, y Jae era un especialista en ambas artes. Le dijo que estaba embarazado cuando no lo estaba. Hizo pública su relación, asegurando que Kangin había prometido casarse con él. Ésa fue la última gota. Y hasta tuvo la osadía de hablar directamente con el padre del muchacho.

    Naturalmente, Jaehyung había subestimado a la familia Kim, con la que era imposible congraciarse con mentiras. El padre de Kangin conocía a su hijo lo  suficiente para saber que nunca habría hecho una promesa semejante.

     En realidad, la noticia de una boda inminente habría agradado sobremanera a Kim Shindong, pero sabía  que su hijo no estaba preparado para sentar la cabeza y,  gracias al cielo, nunca lo había presionado. Kangin sabía  que llegaría un día en que lo haría. Tarde o temprano le recordaría sus responsabilidades, la necesidad de continuar la estirpe y de hacerse acreedor al título nobiliario  que le correspondía heredar.

En cuanto a Jaehyung... Bien, Shindong también detestaba las mentiras. Era un hombre de principios, y tras tantos años al frente de la familia —exactamente desde que contaba dieciséis—, en que había tenido que lidiar con las travesuras de sus hermanos y ocuparse de la educación de Kangin y Sungmin, conocía su papel al dedillo.

    Tenía además un carácter fuerte, y sólo los inocentes podían superar la prueba de sus furiosos sermones. Los culpables se acobardaban rápidamente o, en el caso de los jovenes, se deshacían en lágrimas, pues, como solía decir tío Siwon, era duro ver cómo el techo se derrumbaba sobre tu cabeza.

    Tras la entrevista con Shindong, Jaehyung se había marchado avergonzado y lloroso, y no había vuelto a importunar a Kangin. Habida cuenta de que el joven se había embolsado mucho dinero durante la breve relación, Kangin no se sintió culpable de que todo acabara en catástrofe. Además, había aprendido su lección... o al menos eso creía.

    El joven que había comprado esa noche no plantearía —o no debería plantear— los mismos problemas que Jaehyung. Park Leeteuk no pertenecía a la nobleza, aunque su forma de hablar sugiriera lo contrario. No estaba acostumbrado a los privilegios, de modo que estaría agradecido por cualquier cosa que él le diera, mientras que Jaehyung se creía con derecho a exigir.

    Por otra parte, Kangin lo había comprado. Así lo demostraba la factura que tenía en el bolsillo. Aún no sabía qué pensar de esa transacción, pero Leeteuk había accedido a la subasta. No era como si le hubieran vendido sin su permiso y... mejor no pensar en lo que eso significaba. Acababa de comprar un amante, y ni siquiera lo había hecho por iniciativa propia, sino para evitar que ese demonio de Shangho maltratara a otra persona. Un joven que, en este caso, debido a las condiciones del contrato, no podría escapar de su crueldad.

     Era evidente que la paliza que había dado a Shangho no había servido para poner fin a sus perversiones, como Kangin habría deseado. Ahora se conducía con mayor impunidad que nunca, como había demostrado en esa absurda subasta, visitando una casa como la de Boom, que proporcionaba personas para estos fines.

     Si Kangin hubiera decidido denunciarle, como testigo de sus perversos métodos para obtener  placer, sabía que ninguna de las víctimas testificaría en su contra. Les comprarían o les eliminarían antes del  juicio.

     Pero Kangin estaba tan indignado por el comportamiento de Shangho que ahora que sabía que éste seguía en las mismas, estaba dispuesto a hacer algo más. No  podía arrebatarle a cada persona que Shangho decidiera comprar, ni siquiera si conseguía enterarse de todas las subastas de esta clase.

     Sus reservas de dinero no eran inagotables. Esa noche había actuado por impulso. Quizá debiera consultar a su tío Hyukjae, que durante sus tiempos de pirata había tenido ocasión de lidiar  con los aspectos más siniestros de la vida. Si alguien sabía cómo tratar con una basura como Shangho, ése era Hyukjae.                                        .

     Pero se ocuparía de ello al día siguiente. Por el momento, debía concentrarse en disfrutar de la fiesta, cosa que le resultaba muy difícil. Finalmente, tras un buen rato de ver ante él unos ojos grises en lugar de los cafés de su actual amante, comenzó a preguntarse si Minho y Changmin no estarían en lo cierto. ¿Qué demonios hacía en la fiesta, cuando bajo su propio techo había un hermoso joven que sin duda estaría preguntándose por qué le había dejado solo?

      Desde luego, el hecho de que se encontrara bajo su  propio techo ponía freno a sus impulsos. Una de las razones por las que se llevaba tan bien con su padre era porque éste no interfería en sus asuntos, siempre y cuando los llevara con total discreción.

      Y Kangin lo hacía.  Lo que significaba que nunca alojaba a un joven en su casa de Londres ni en ninguna de las dos fincas que había heredado. Los criados eran la peor fuente de cotilleos, pues no había medio más rápido y seguro para cambiar información entre casa y casa que la red de mayordomos, cocheros, doncellas y lacayos. En consecuencia, esa noche no tendría ocasión de conocer mejor a su nuevo amante.

     Por fin dejó de fingir que se divertía y buscó a Changmin y Minho para comunicarles que se marchaba y que enviaría un coche a recogerlos más tarde. Como es natural, los dos jóvenes respondieron con sonrisas burlonas y guiños de complicidad, convencidos de que regresaba a casa para pasar un buen rato. Al fin y al cabo, sus respectivos padres no se parecían en nada a Kim Shindong.

     En cualquier caso, Kangin no pudo evitar pensar en su Joven amante durante el viaje a casa. Después de todo, Park Leeteuk no era un criado. Y no permanecería en la residencia de Londres el tiempo suficiente para cotillear con los sirvientes. De hecho, podía hacerle una visita furtiva y volver a su cama antes del amanecer. El mayordomo no se enteraría, pues nunca lo esperaba levantado.

    No tardó mucho en convencerse de que debía visitarla asi que su decepción no pudo ser mayor cuando Alvin  le abrió la puerta, a pesar de lo insólito de la hora, y desbarató sus planes de un plumazo.

    Maldito cotilla. Si Alvin no se hubiera quedado en el vestíbulo, mirándolo subir las escaleras peldaño a peldaño, Kangin podría haberse dirigido a las dependencias de servicio a buscar al joven. Pero estaba seguro de que el mayordomo permanecería al acecho, vigilándolo. Su padre se enteraría de todo en menos de una semana, y lo llamaría al orden, recordándole la necesidad de proteger su honor, de actuar con discreción y de  asegurarse de que los cotilleos de los criados se limitaran a los asuntos de otras familias, no la suya. ¿Era necesario correr ese riesgo por un breve encuentro con un joven a quien podría visitar a su antojo a partir de esa noche? No valía la pena.

    Pero de todos modos le resultó muy difícil conciliar el sueño.


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yota´s news : De regreso?

 Buenas tardes a todas las lectoras. Después de un año  y casi 4 meses regreso a saludarlas y comentarles nuevas.  Me gustaría decirle...