Libre para Amar I- 11




El lamento de pena de Junbi hizo que la reina pusiera su atención en el hombre que había en la cama.
—Os avisé Wang. ¿Cómo os atrevéis a no seguir mi consejo?
—¿Milady? —el hombre que vigilaba a Yugyeom miró a la reina y sacudió la cabeza con confusión. Ésta dio un paso hacia la cama, los ojos se le abrieron como platos y le dio un golpe de tos.
—¿Qué significa esto?
Junbi abrió la boca fingiendo sorpresa.
Jackson se abrió paso entre la línea de hombres que rodeaban la cama y declaró con el tono de perplejidad que mejor pudo fingir:
—¿Salgo de la habitación unos instantes y al volver me encuentro a medio palacio dentro? —miró a Yugyeom—. ¿Sucede algo?
—No estoy seguro —cubriendo su desnudez con la sábana, su amigo se sentó en la cama—. Estaba dormido hasta que un grito ensordecedor me ha despertado —miró a Junbi y continuó—: Pero antes de poder saber de dónde provenía o qué había alguien en mi cama, la habitación se ha llenado entre los hombres de la reina y ella misma.
En ese momento el joven Junbi cayó al suelo como si se hubiera desmayado.
La reina miró a Yugyeom y después a Jackson, a quien se dirigió para decir:
—Para cuando llegue la mañana ya se habrán extendido los rumores sobre esto. ¿Qué pensáis hacer?
Sabía lo que la reina quería que dijera, quería oírle decir que haría lo honorable y se casaría con el joven. Sin embargo, quería enfurecerla y por eso dijo:
—Nada.
—La reputación de este joven quedará arruinada.
Le costaba creer cómo se podía arruinar la reputación de alguien que era considerado la ramera de palacio.
—La reputación de este joven es bien sabida y quedará intacta.
—Os avisé Wang.
—Lo hicisteis y yo no he hecho nada para provocar vuestra cólera, milady —se encogió de hombros—, todo el mundo presente en esta habitación es muy consciente de lo que ha sucedido aquí esta noche.
—Y todo el mundo presente en esta habitación jurará que habéis deshonrado al joven Junbi.
Ésa era una complicación que no habían tenido en cuenta. Incluso aunque fuera libre de casarse con el joven Junbi, jamás lo haría. Otro esposo no entraba en sus planes. No tenía la más mínima idea de lo que iba a hacer con la que ya tenía una vez que cumpliera su venganza.
En ese mismo momento, vio a Mark salir del hueco en el que estaba escondido y dirigirse a la reina.
—No todo el mundo.
El gesto de la reina se endureció más todavía.
—¿Por qué no estáis…?
—¿Atado a la cama de Lee? —Jackson la interrumpió mientras le indicaba a Mark que se pusiera a su lado.
Por un momento un inquietante silencio llenó la habitación hasta que uno de los nerviosos guardias se aclaró la garganta. Junbi se sentó y retomó sus sollozos como si no hubiera pasado ni un segundo desde su desmayo.
—Oh, milady.
—¡Basta! —el grito de la reina detuvo las quejas de Junbi.
La reina cerró los ojos y respiró hondo antes de señalar a Jackson.
—No discutiré con vos, Wang. Os casaréis con el joven Junbi.
—¿Por qué razón? —quería oírle decir delante de todos los presentes lo que supuestamente había hecho.
—Os lo he ordenado, no necesito dar ninguna otra explicación. Pero ya que insistís, os diré que quiero que su honor quede restaurado y que vos os unáis a un esposo.
—¿Y si me niego?
—No os atreveríais.
—Me atrevería y mucho.
—Si intentáis algo tan arriesgado, sabed que pasaréis muchos días y noches confinado en una celda.
No podía hacerle nada que no le hubieran hecho antes y el rey jamás permitiría que pasara demasiados días recluido.
—¿Qué preferís, Wang? ¿La soledad de una celda o casaros con el joven Junbi?
Cualquier otro se habría sentido intimidado por el tono y la mirada de la reina, pero no Mark. No podía permitir que Jackson se pudriera en una celda por mucho que el rey fuera a encargarse más tarde de que lo liberaran.
Supo con una repentina certeza que Jackson era el marido indicado para él. Ya no tenía duda de que él acabaría ganando la apuesta, pero ahora pensar en quién ganaría no tenía sentido. La libertad y la vida de su esposo estaban en peligro.
Dio un paso al frente.
—Ya tiene un esposo, milady.
—Ha declarado que no es así.
Jackson agarró la mano de Mark y lo llevó hacia si.
—Eso no es exactamente lo que he dicho, milady. Creo que no os he respondido.
—¿Entonces dónde está ese esposo?
La determinación de Mark casi languideció ante la malevolencia del tono de la reina, pero a menos que quisiera que su esposo fuera recluido en una celda u obligado a cometer adulterio y bigamia, no tenía otra opción que contarlo todo.
Sin apartar la mirada de él, respondió a Leonor:
—Está aquí, milady. Yo soy el esposo del conde.
La reina gritó, el joven Junbi retomó sus llantos, algunos de los guardias maldijeron mientras otros contenían gritos ahogados. Pero el clamor quedó en segundo plano para Mark, que estaba perdido en las expresiones que cruzaban la cara de Jackson.
Al principio sus ojos habían reflejado sorpresa, pero después el rostro con el que se había familiarizado curvó sus labios en una sonrisa diabólica.
Y en lugar de regocijarse con su victoria, como había esperado, Jackson le tomó la mano y le besó.
—Parece que tal vez te has cansado de nuestra apuesta —su suave susurro estuvo dirigido únicamente a él.
—Eso parece —respondió Mark ignorando el calor de sus mejillas.
—¿Qué habéis tramado? —la pregunta de la reina hizo que Mark apartara la mirada de Jackson.
—No hemos tramado nada en absoluto. El conde Wang es el esposo que daba por muerto.
—Exijo una explicación. Hong no era conde.
—No, no lo era. Pero parece que ha subido de estatus durante su larga ausencia.
—Entonces, Hong, ¿cómo es que habéis aparecido en mi corte milagrosamente vivo y con un título altamente cuestionable?
—Wang, milady. Conde de Wang. A pesar de vuestra preocupación el título no es cuestionable. Me fue otorgado por el rey.
—Y vos —ella ignoró la respuesta de Jackson y se volvió hacia Mark—. Vuestro padre me suplicó que os favoreciera bajo falsos pretextos. Debería hacer que lo azotaran por haber tomado parte en esto.
Antes de que Mark pudiera responder, Jackson dijo:
—Esas medidas están fuera de lugar, él no sabe nada de mi regreso.
¿Habría cambiado la opinión que tenía de su padre? Mark se sintió aliviado. Tal vez había logrado convencerlo de la inocencia de su padre y de él en lo que le había sucedido.
La reina alzó la barbilla.
—Todos abandonaréis mi corte —dijo con una voz terriblemente calmada—. Si seguís aquí cuando el sol se alce, haré que os cuelguen.
Los guardias se separaron para dejar paso a la reina. Cuando se detuvieron a la espera de que Junbi se uniera a ellos, se volvió y dijo:
—Vos no. Ya no me sois de utilidad en esta corte —y miró a Jackson—. Wang, llevaos a este meretriz con vos. No me importa lo que hagáis una vez que estéis fuera de mis tierras.
—Yo lo llevaré conmigo —gritó Yugyeom desde la cama—, pero sólo como mi esposo.
La reina asintió.
—Que así sea. Llevadlo a la capilla esta noche y es vuestro.
Claramente impactado, Junbi parecía estar clavado al suelo mientras la reina y sus hombres salían de la habitación.
Una vez que se marcharon Jackson cerró la puerta y fue hacia la cama.
—Yugyeom ya has hecho tu parte no tienes por qué casarte con este joven.
—Sí, he de hacerlo. Si sale de aquí bajo tu protección, te sentirás obligado a responsabilizarte de él —y con una mirada hacia Mark añadió—: Y tu responsabilidad y protección deberían centrarse en tu esposo, y no en otro joven.
Señaló a las ropas tiradas.
—Tráemelas, por favor.
Jackson le tiró la ropa a la cama, pero no dejó que la discusión terminara.
—¿Pero casarte con él?
—¿Acaso no es un joven señor? —Yugyeom se vistió apresuradamente y con una mirada que Mark no logró descifrar, miró a su amigo y le preguntó—: ¿Acaso no hizo lo que su señor le ordenó?
A Mark le sorprendió la elección de esas palabras y se mostró todavía más curioso ante la palidez de Jackson al oírlas. ¿Por qué ese comentario le había hecho palidecer? ¿Qué había sucedido para que esa elección de palabras le hubiera afectado tanto?
Antes de que pudiera llegar a una conclusión, Junbi dijo:
—No hay necesidad para esto. Ya os he dicho antes que no tenéis por qué casaros conmigo, no he cambiado de opinión.
Yugyeom se levantó y se situó delante de él.
—Entonces necesitáis tomar una decisión: o casaros conmigo o encontrar a otra persona que os saque de aquí.
—Pero Mark me lo prometió.
—Sí, lo he hecho —no permitiría que Yugyeom echara por tierra su honor de ese modo. Había hecho una promesa y no la rompería—. Y Jackson ha dicho…
Las miradas de los dos hombres le hicieron detenerse.
Yugyeom tomó la mano de Junbi.
—Tal vez podamos discutir esto en un sitio más privado.
El rostro asustado y aturdido del joven hizo que Mark fuera hacia él, pero Jackson lo detuvo.
—Déjalos solos.
Y así lo hizo, aunque él los acompañó hasta a puerta de la habitación. No pudo oír lo que Jackson le dijo a Yugyeom pero no pareció disgustar a Junbi más de lo que ya estaba, de modo que se quedó y no se movió de donde se encontraba.
Tenía otras cosas en qué pensar, unas más angustiosas que otras: ¿qué sucedería cuando Yugyeom y Junbi se marcharan y se quedara a solas con su esposo?

Una vez que la puerta se cerró detrás de la pareja, Jackson se volvió y lo miró. No dijo nada, simplemente se lo quedó mirando como si estuviera esperando que hiciera o le dijera algo.
Mark era muy consciente de lo que él quería. Al confesarse ante la reina, ya había declarado en público que estaban casados pero una confesión hablada, pública o no, no era lo que Jackson quería. Miró al suelo intentando esconder el calor que le coloreaba las mejillas. No, lo que él quería era que la apuesta se zanjara del modo que habían acordado, tenía que ir a él.
Llevó la mirada a la cama. Nada de lo que había hecho en su vida le había dado la experiencia que necesitaba para saber cómo afrontar esa… tarea. Aunque por supuesto sabía cómo se realizaba el acto.
¿Debía tumbarse en la cama? ¿Vestido o desnudo?
Con las mejillas encendidas, tomó aire mientras se desvestía con unas manos temblorosas cayendo al suelo, su ropa interior y los zapatos también quedaron apilados en el suelo. Sin apenas mirar a Jackson, recorrió la escasa distancia que lo separaba de la cama. Esos pocos pasos le parecieron kilómetros y casi cayó sobre la cama aliviado.
Deseaba cubrirse con las sábanas y tenía la pequeña esperanza de que la titilante luz de las antorchas no revelara toda su desnudez o de que tal vez lo hicieran las pocas cortinas que aún que daban rodeando la cama.
Ya tumbado boca arriba, se aclaró la garganta y dijo lo que creyó que él quería oír.
—Ésta es tu cama. Estoy aquí. Ya has ganado.
Jackson cerró los ojos. Ésa era una de las cosas que podía ser peor que casarse con la ramera del palacio. El futuro de su pasión compartida dependía de lo que sucediera esa noche. Encender el deseo de Mark y hacerlo feliz para luego causarle dolor, no era lo que buscaba esa noche.
No. Tenía unos planes para él que no incluían asustarlo en su primera noche juntos. Ya lo asustaría y enfurecería más tarde. Sin embargo, sólo pensarlo hizo que el corazón se le encogiera.
¿Por qué se sentía de pronto tan culpable y avergonzado cuando merecía una buena venganza por lo que su padre y él le habían hecho?
Y para que su plan funcionara necesitaba hacer que lo deseara antes de continuar. De modo que por el momento, podía aprovecharse de todo el placer que le ofreciera y también complacerlo a su vez.
—Mark, levántate.
—Pero yo pensaba que…
—Sé lo que pensabas —y al ver que no se movía, repitió—: Levántate.
Despacio, se levantó de la cama y fue a buscar su ropa.
—No, sólo quiero que te levantes.
Sin discutir, Mark dejó la mirada fija en el suelo y se quedó rígido como una tabla ante él.
El rubor de la inexperiencia le cubría el rostro y él sería la única persona testigo de esa reacción porque una vez que Mark se hubiera acostumbrado a estar desnudo delante de él ya dejaría de sentir vergüenza.
Hasta ese momento no se había dado cuenta de lo largas y musculosas que eran sus piernas. Esa mujer no era de las que se quedaban sentadas dando órdenes a los demás. Las firmes curvas de sus muslos y sus pantorrillas las habría logrado trabajando, caminando y montando a caballo. Sus piernas lo rodearían con fuerza sin cansarse.
La visión que ese pensamiento había creado en su cabeza le produjo una ardiente sensación en la entrepierna. Si no tenía cuidado, acabaría olvidando que esa noche era sólo para su esposo.
—Mírame.
El sacudió la cabeza y apartó la mirada.
—Mark, esposo, eres precioso. No tienes nada de lo que avergonzarte.
No quería darle clases sobre sexo, sino guiarlo en un baile de amor en el que la mente era una de las participantes. Y el modo más fácil de convencer a su mente para que se les uniera, era hablar con él y calmarlo.
—Ya me has robado algo de placer. Soñaba con desnudarte. Sólo el pensar en ir despojándote de tu ropa, pieza a pieza e ir lentamente descubriendo tus encantos ocultos me ha dado muchas noches de placer.
Su rostro volvió a enrojecerse.
—¿Pretendes halagarme con mentiras para que esto resulte más fácil?
—¿Mentiras? No. No te ves como yo te veo.
—No tengo ni las palabras ni el conocimiento para discutir.
—Pronto, esposo.
—Entonces me disculpo por arruinar tus sueños.
—Puedes enmendar tu error.
—¿Cómo?
Mark tenía curiosidad. Bien. La curiosidad le permitiría participar activamente en ese baile, además de darle la oportunidad de familiarizarse con su propio cuerpo.
—Puedes desnudarme.
Abrió la boca de par en par y parpadeó varias veces antes de decir:
—Yo… Yo… no puedo.
—Puedes y lo harás una vez que te quites el miedo.
—No tengo miedo.
—¿Quién está mintiendo ahora? Todo el mundo teme lo desconocido. Ven, Mark, te ayudaré a encontrar el valor que necesitas para enfrentarte a él.
Se acercó a Jackson lentamente y cuando se detuvo, él le alzó la barbilla.
—Bésame. Necesito saborear tus labios sobre los míos. No quiero que tengas miedo.
Le dio un fugaz beso.
Él volteó los ojos.
—¿Es que a estas alturas no te he enseñado a besar mejor?
Vaciló un instante antes de rodearlo por el cuello y bajarle la cabeza hacia su boca.
Mientras sus labios se rozaban, él mantuvo los brazos abajo porque quería que tomara la iniciativa en todo momento. Entonces, Mark le separó los labios con la lengua y lo provocó a que le devolviera el beso.
¡Vaya! Su esposo había aprendido bien. Cerró los ojos y saboreó la sensación de su suave cuerpo apoyado contra su pecho.
Mark profundizó el beso y Jackson respondió deslizando los labios sobre los suyos y casi haciéndole derretirse.
—No ha estado tan mal ¿verdad? —le dijo al apartar la boca.
—Lo único que ha estado mal es que te hayas detenido —le respondió con la respiración entrecortada.
—Oh, no temas, habrá más —y lo llevó hasta el banco situado junto a una antorcha fijada a la pared porque quería ver todas las expresiones que le surcaban la cara.
Se sentó en el banco, alargó un pie y le dijo:
—Las botas primero.

Mark se arrodilló y respiró aliviado al ver que se trataba de unas botas cortas. Al menos esas podría quitárselas con facilidad; si hubieran sido largas habría tenido que darse la vuelta, agacharse y colocar las piernas a ambos lados de la suya…
Esa imagen hizo que el calor volviera a posar se en sus mejillas. ¿Qué le estaba haciendo? ¿Cesaría alguna vez ese constante rubor de vergüenza?
Tras meter las manos bajo la túnica soltó las ligas que le sujetaban las medias y se las quitó. Después, apoyándose en los muslos desnudos de Jackson se levantó con cierta dificultad.
—Lo siento, he olvidado lo de tu rodilla —dijo Jackson sujetándolo de los brazos—. ¿Estás bien?
—No, no pasa nada. No debería haberme levantado tan deprisa.
—Podemos ir a la cama si eso te resulta más cómodo.
«Por el amor de Dios, todavía no».
—No. Así está bien.
Él ya se había soltado la túnica, de modo que lo único que tenía que hacer Mark era agarrar el dobladillo y sacársela por la cabeza.
Al alzar los brazos, su pecho quedó tan pegado a la cara de Jackson que pudo sentir su cálido aliento contra su piel. Abrumado, tembló; pero no tanto de miedo a lo desconocido como de una incómoda sensación de vergüenza.
—Por favor, Jackson, ya no más. Moriré de la humillación.
Lo capturó entre sus rodillas, le quitó la túnica de las manos y la tiró al suelo. Antes de que pudiera decirle que parara, le cubrió uno de los pechos con la boca.
—¡Oh! —la sorpresa ante esa sensación se desvaneció tan rápido como la vergüenza y la humillación. Una oleada de calor la invadió y enredó los dedos entre el pelo de Jackson para acercarlo más.
Un ligero roce de los dientes contra su pezón hizo que una ráfaga de deseo se instalara en su vientre y le arrancó un gemido de la garganta.
—Jackson… —incapaz de identificar lo que buscaba, posó una mejilla sobre su pelo.
Si una húmeda y ardiente caricia sobre su pecho podía debilitarlo de ese modo, ¿qué sucedería cuando estuvieran en la cama? Respiró entrecortadamente al imaginarlo. Jamás había pensado que la caricia de un hombre pudiera hacerle gritar que cesara y pedirle más al mismo tiempo.
Cuando cambió al otro pezón, alzó la cabeza y arqueó la espalda mientras el placer le nublaba los sentidos.
Pero entonces Jackson cesó tan rápido como había empezado. Le dio un beso en la palma de la mano, se la colocó en su propio pecho y le preguntó:
—¿Lo sientes?
Mark no pudo más que asentir con la cabeza para responderle. Oh sí sentía ese fuerte palpitar recorriéndole todo el cuerpo.
Después le llevó las manos hasta el vientre para posarlas sobre unos suaves rizos.
—¿Y sientes el palpitar aquí?
Cerró los ojos y volvió a asentir. Que si lo sentía temía que pudiera llegar a consumirle.
Y entonces le llevó las manos a su propio pecho.
—¿Y esto? ¿Sientes lo fuerte que late mi corazón?
—Sí —le susurró.
Fue deslizándole las manos hasta llegar a su abdomen y Mark no le pidió que cesara. Cuando la longitud de su erección palpitó contra su mano, cerró los ojos.
—No, Mark, mírame. ¿Sientes el palpitar aquí?
—Sí.
Jackson le besó la mano antes de soltarle.
—Ah, esposo mío, ¿ves ahora que lo que yo le hago a tu cuerpo tú se lo haces al mío?
Le apartó unos mechones de la cara y le acarició la mejilla. Mark se entregó a sus caricias y le respondió:
—Sí.
—Si nuestros cuerpos responden de este modo tan apasionado el uno al otro, ¿cómo puedes sentir vergüenza por lo que hacemos?
No tenía respuesta, pero la forma de pensar de Jackson tenía cierta lógica.
Él suspiró y comenzó a trazar círculos con el dedo en uno de sus pezones. Cuando gimió suavemente le preguntó:
—¿Te gusta lo que sientes?
Mark arqueó la espalda.
—Oh, sí.
—Pues hay más. Mucho más —se tiró de la camisa—. Pero es una lástima que aún esté vestido.
Mark agarró la delicadamente plisada camisa y casi la rompió al quitársela. Después comenzó a desatarle los calzones hasta que él le sujetó por la muñeca.
—¿Es que no deseas inspeccionar lo que has descubierto?
Lo miró. En realidad lo único que quería en que ese salvaje palpitar que sentía entre las piernas fuera mitigado.
—Mark, cálmate. Tómate tu tiempo para familiarizarte con mi cuerpo.
De pronto lo entendió todo. Estaba haciendo todo lo que podía para que no se sintiera angustiado. Pero aunque estaba nervioso, no era un tonto niño asustado ante la idea de estar a solas con un hombre.
Deslizó un dedo sobre la línea de oscuro vello que descendía hasta su vientre antes de extender las dos manos sobre su pecho.
Los músculos que notaba eran tan sólidos como la piedra e implacables bajo su piel tostada por el sol. Acarició una larga y estrecha cicatriz, y después otra y otra.
—No todas son de una espada —le susurró.
—¿Qué te ha causado estas cicatrices? —y cuando él no respondió, dio un paso atrás y le ordenó—: Levántate.
Y eso hizo. Se situó tras él y pudo ver multitud de finas líneas blancas surcándole la espalda.
Él era una persona, nadie con corazón o con alma debía maltratar a otra de esa forma. A los prisioneros se los trataba mejor, ¡Dios Santo!, ni siquiera se habría tratado así a un animal.
Besó cada una de las arrugadas cicatrices que lo marcaban y ya delante de él le preguntó:
—Cómo fue? ¿Qué te han hecho? ¿Fue tu padre?
Jackson tuvo que luchar por contener una respuesta brusca. ¿Su padre? No, fue el padre de él.
Pero por alguna razón no dijo nada; no supo por qué de pronto le resultaba tan importante protegerlo de la verdad.
Lo único que importaba era vivir esa primera noche.
Le secó las lágrimas de las mejillas antes de abrazarlo.
—Esposo no todo el mundo tiene una vida fácil.
—Ojalá yo pudiera hacer que la tuya fuera mejor.
—Pero ya lo has hecho, lo estás haciendo.
Se apartó de él.
—Jackson abrázame.
—Eso hacía.
—No, no de ese modo —le tomó la mano y lo llevó a la cama—. Has dicho que mi cuerpo está hecho para cobijar el cuerpo de un hombre. Muéstrame cómo hacerlo.
Ah de modo que su esposo ya no sentía tanta vergüenza para participar en ese baile. Bien. Porque estaba tan preparado como creía que Mark lo estaba para él.


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yota´s news : De regreso?

 Buenas tardes a todas las lectoras. Después de un año  y casi 4 meses regreso a saludarlas y comentarles nuevas.  Me gustaría decirle...