Esclavo de Amor- Capítulo 17



Algo iba mal. Donghae lo notaba en el ambiente mientras conducía hacia el Barrio Francés. Hyukjae iba sentado junto a él, mirando por la ventana.

Había intentado varias veces hacerlo hablar, pero no había modo de que despegara los labios. Todo lo que se le ocurría era que estaba deprimido por lo sucedido en el cuarto de baño. Debía ser duro para un hombre habituado a mantener un férreo control de sí mismo perderlo de aquel modo.

Aparcó el coche en el estacionamiento público.

— ¡Vaya, qué calor hace! —exclamó al salir y sentirse inmediatamente asaltado por el aire cargado y denso.

Echó un vistazo a Hyukjae, que estaba realmente deslumbrante con las gafas de sol oscuras que le había comprado. Una fina capa de sudor le cubría la piel.

— ¿Hace demasiado calor para ti? —le preguntó, pensando en lo mal que lo estaría pasando con los vaqueros y el polo de punto.


— No voy a morirme, si te refieres a eso —le contestó mordazmente.

— Estamos un poco irritados, ¿no?

— Lo siento —se disculpó al llegar a su lado—. Estoy pagando mi mal humor contigo, cuando no tienes la culpa de nada.

— No importa. Estoy acostumbrado a ser el chivo expiatorio. De hecho, lo he convertido en mi profesión.

Puesto que no podía verle los ojos, Donghae no sabía si sus palabras le habían hecho gracia o no.

— ¿Eso es lo que hacen tus pacientes?

El asintió.

— Hay días que son espeluznantes. 

— ¿Te han hecho daño alguna vez? —El afán de protección de su voz le dejó perplejo. Y encantado. Había echado mucho de menos tener a alguien que lo cuidase.

— No —contestó, intentando disipar la evidente tensión de su cuerpo. Esperaba que nunca le hiciesen daño, pero después de la llamada de Han, no estaba muy seguro, y era bastante posible que ese tipo acabase con su buena suerte.

Estás siendo ridículo. Sólo porque el hombre te ponga los pelos de punta no significa que sea peligroso.

La expresión del rostro de Hyukjae era dura y muy seria.

— Creo que deberías buscarte una nueva profesión.

— Tal vez —le dijo evasivamente. No tenía ninguna intención de dejar su trabajo—. A ver, ¿dónde vamos primero?

Él se encogió de hombros despreocupadamente.

— Me da exactamente igual.

— Entonces, vamos al Acuario. Por lo menos hay aire acondicionado —y cogiéndolo del brazo, cruzó el estacionamiento y se encaminó hacia el  lugar.

Hyukjae permaneció en silencio mientras él compraba las entradas y lo guiaba hacia el interior. No dijo nada hasta que estuvieron paseando por los túneles subacuáticos, que les permitían observar las distintas especies marinas en su hábitat natural.

— Es increíble —balbució cuando una enorme raya pasó sobre sus cabezas. Tenía una expresión infantil, y la luz que chispeaba en sus ojos le llenó de calidez.

Súbitamente, sonó su busca. Soltó una maldición y miró el número. ¿Una llamada desde el despacho un sábado?

Qué raro.

Sacó el móvil y llamó.

— ¡Hola, Donghae! —le dijo su colega, tan pronto como descolgó—. Escucha, estoy en mi consulta. Anoche entró alguien al despacho.

— ¡No!, ¿quién haría algo así?

Donghae captó la mirada curiosa en los ojos de Hyukjae. Le ofreció una sonrisa insegura, y siguió escuchando.

— Ni idea. Hay un equipo de la policía buscando huellas y todo está acordonado. Por lo que he visto, no se han llevado nada importante. ¿Tenías algo de valor en tu consulta?

— Sólo el ordenador.

— Está todavía allí. ¿Algo más? ¿Dinero, cualquier otra cosa?

— No, nunca dejo objetos de valor ahí.

— Espera, el oficial quiere hablar contigo.

Donghae esperó hasta escuchar una voz masculina.

— ¿Doctor Lee?

— Sí, soy yo.

— Soy el oficial Kwill. Parece que se llevaron su organizador Rodolex y unos cuantos archivadores. ¿Sabe de alguien que pudiera estar interesado en ellos?

— Pues no. ¿Necesita que vaya para allá?

— No, no. Estamos buscando huellas, pero si se le ocurre algo, por favor, llámenos —y le pasó el teléfono a su colega.

— ¿Quieres que vaya? —le preguntó.

— No. No hay nada que puedas hacer. En realidad, es bastante aburrido.

— Vale, avísame al busca si necesitas algo.

— Lo haré.

Donghae colgó el teléfono.

— ¿Ha pasado algo? —preguntó Hyukjae.

— Alguien entró anoche en mi despacho.

Él frunció el ceño.

— ¿Para qué?

— Ni idea —la pausa de Donghae hizo que el ceño de Hyukjae se intensificara, mientras pensaba en los posibles motivos—. No puedo imaginarme para qué iba a querer alguien mi Rodolex. Desde que me compré el Palm Pilot, ni siquiera lo he usado. Es muy extraño.

— ¿Tenemos que irnos?

Donghae agitó la cabeza.

— No hace falta.

Hyukjae dejó que Donghae lo guiara alrededor de los diferentes acuarios, mientras le leía las extrañas inscripciones que explicaban detalles sobre las distintas especies y sus hábitats.

¡Por los dioses!, cómo le gustaba escuchar el sonido de su voz al leer. Había algo muy relajante en la voz de Donghae. Le pasó un brazo por los hombros mientras paseaban. Él le rodeó la cintura y enganchó un dedo en una de las trabillas del cinturón.

El gesto consiguió debilitarlo. Se dio cuenta de que pasaba las horas deseando sentir el roce de su cuerpo. Y la sensación sería mucho más placentera si ambos estuviesen desnudos en ese mismo momento.

Cuando le sonrió, el corazón se le aceleró descontroladamente. ¿Qué tenía este joven que despertaba algo en él que jamás había sentido?

Pero en el fondo lo sabía. Era el primer joven que lo veía. No a su apariencia física, ni a sus proezas de guerrero. Veía su alma.

Jamás había pensado que podía existir una persona así.

Donghae lo trataba como a un amigo. Y su interés en ayudarlo era genuino. O al menos, eso parecía.

Es parte de su trabajo.

¿O era de verdad?

¿Podía un joven tan maravilloso y compasivo como Donghae preocuparse realmente por un tipo como él?

Donghae se detuvo delante de otra inscripción. Hyukjae se quedó tras él y le pasó ambos brazos por los hombros. Donghae le acarició distraídamente los antebrazos mientras leía.

Con el cuerpo en llamas por el deseo que despertaba en él, inclinó la barbilla hasta apoyarla sobre su cabeza y escuchar de ese modo la explicación, mientras observaba cómo nadaban los peces. El olor de su piel invadió sus sentidos y anheló volver a su casa, donde podría quitarle la ropa.

No era capaz de recordar cuándo había sido la última vez que deseó tanto a alguien como le ocurría con Donghae. De hecho, no creía posible que algo así le hubiese ocurrido antes. Deseaba perderse en su interior. Sentir sus uñas arañándole la espalda mientras gritaba al llegar al clímax.

Que las Parcas se apiadasen de él. Donghae se le había metido bajo la piel.

Y estaba aterrado. Ocupaba un lugar en su corazón que acabaría destrozándolo si le faltaba. Sólo Donghae podía acabar realmente con él. Hacerlo pedazos.

Era casi la una del mediodía cuando salieron del Acuario. Donghae se encogió tan pronto como volvieron a la calle, asaltado por la oleada de calor. En días como éste, se preguntaba cómo podría la gente sobrevivir antes de que se inventara el aire acondicionado.

Miró a Hyukjae y sonrió. Por fin había encontrado a alguien a quien preguntar.

— Dime una cosa, ¿qué hacíais para sobrevivir en días tan calurosos como éste?

Él arqueó una ceja con un gesto arrogante.

— Hoy no hace calor. Si quieres saber lo que es el calor, intenta atravesar un desierto con todo tu ejército, llevando la armadura y con sólo medio odre de agua para mantenerte.

Donghae hizo un gesto compasivo.

— Abrasador, supongo.

Él no respondió.

Donghae echó un vistazo a la plaza, atestada de gente.

— ¿Quieres que vayamos a ver a Judith y demos una vuelta por la plaza? Debe estar en su tenderete. El sábado suele ser uno de sus mejores días.

— Vamos.

Agarrados de la mano, bajaron la calle hasta llegar a Jackson Square. Como era de esperar, Judith estaba en su puestecillo con un cliente. Donghae comenzó a alejarse para no interrumpir, pero Judith lo vio y le hizo un gesto para que se acercara.

— Oye, Hae, ¿te acuerdas de Ben? Bueno, mejor del doctor Lewis, de la facultad.

Donghae dudó en acercarse al reconocer al tipo corpulento, entrado ya en los cuarenta.

¿Que si lo recordaba? Le había puesto una nota bajísima en su asignatura, con lo cual, le bajó la media de todo el curso. Sin mencionar que el hombre tenía un ego tan grande como el territorio de Alaska, y le encantaba hacer pasar un mal rato a sus alumnos. De hecho, aún recordaba a una pobre chica que se echó a llorar cuando él dio el sádico examen final que había preparado. El hombre se rió, literalmente a carcajadas, cuando vio la reacción de la chica.

— ¡Hola! —saludó, Donghae intentando no demostrar su antipatía. Suponía que el hombre no podía evitar ser detestable. Como buen licenciado por la universidad de Harvard, debía pensar que el mundo giraba a su alrededor.

— Señor Lee —lo saludó con el mismo tono despectivo tan insoportable que recordaba a la perfección.

— En realidad debería llamarme doctor Lee —lo corrigió, encantado al ver cómo abría los ojos por la sorpresa.

— Discúlpeme —le dijo con un tono de voz que distaba mucho de parecer arrepentido.

— Ben y yo estábamos charlando sobre la Antigua Grecia —explicó Judith, dedicándole una diabólica sonrisa a Hyukjae—. Soy de la opinión de que Afrodita era hija de Urano.

Ben puso los ojos en blanco.

— No me cansaré de decirte que, según la opinión más extendida, era hija de Zeus y Dione. ¿Cuándo vas a aceptarlo y a unirte a nosotros?

Judith lo ignoró.

— Dime, Hyukjae, ¿quién tiene razón?

Ben recorrió a Hyukjae de arriba abajo con una arrogante mirada. Donghae sabía que lo único que veía en él era a un hombre excepcionalmente apuesto, que parecía sacado de un anuncio de automóviles.

— Joven, ¿ha leído usted alguna vez a Homero?, ¿sabe quién es?

Donghae suprimió una carcajada ante la pregunta. Estaba deseando escuchar la respuesta de Hyukjae.

Él se rió con ganas.

— He leído a Homero en profundidad. Las obras que se le atribuyen no son más que una amalgama de leyendas, fusionadas con datos reales a lo largo de los siglos, y cuyos verdaderos orígenes se han perdido en las brumas del tiempo. Muy al contrario que la Teogonía de Hesíodo, la cual escribió con la ayuda directa de Clío.

El doctor Lewis dijo algo en griego clásico.

— Es más que una simple opinión, doctor —le contestó Hyukjae en inglés—. Es un hecho probado.

Ben volvió a mirarlo con atención, pero Donghae sabía que aún no estaba muy dispuesto a creer que alguien con el aspecto de Hyukjae pudiese darle una lección en su propio campo.

— ¿Y usted cómo lo sabe?

Hyukjae le respondió en griego.

Por primera vez desde que conocía a aquel hombre, hacía ya más de una década, Donghae le vio totalmente sorprendido.

— ¡Dios mío! —jadeó—. Habla griego como si fuese su lengua materna.

Hyukjae miró a Donghae con una sonrisa sincera; se estaba divirtiendo.

— Ya te lo dije —le dijo Judith—. Conoce a los dioses griegos mejor que cualquier otra persona.

El doctor Lewis vio entonces el anillo de Hyukjae.

— ¿Es eso lo que creo que es? —inquirió—. ¿Un anillo de general?

Hyukjae asintió.

— Sí.

— ¿Le importa si le echo un vistazo?

Hyukjae se lo quitó y se lo ofreció. El doctor Lewis contuvo el aliento.

— ¿Macedonio? Creo que del siglo II AC.

— Exacto.

— Es una reproducción increíble —comentó Ben, mientras se lo devolvía. Hyukjae se lo puso de nuevo.

— No es una reproducción.

— ¡No puede ser! —jadeó Ben, incrédulo—. No puede ser original, es excesivamente antiguo.

— Lo tenía un coleccionista privado —apuntó Judith. Ben no dejaba de mirarla para, al momento, volver a centrar su atención en Hyukjae.

— ¿Cómo lo consiguió? —le preguntó.

Hyukjae tardó en contestar mientras recordaba el día en que se lo dieron. Kangin de Tracia y él habían sido ascendidos a la vez, después de salvar, prácticamente los dos solos, la ciudad de Temópolis de las garras de los romanos.

Había sido una batalla larga, sangrienta y brutal. Su ejército se había desperdigado, dejándolos solos a Kangin y a él para defender la ciudad. Hyukjae había esperado que Kangin lo abandonara también, pero el idiota le había sonreído, sosteniendo una espada en cada mano, y le había dicho: «Es un hermoso día para morir. ¿Qué te parece si matamos unos cuantos bastardos romanos antes de pagar a Caronte?»

Kangin de Tracia, un lunático total y absoluto, siempre había tenido más agallas que cerebro.

Cuando todo hubo acabado, bebieron hasta acabar debajo de las mesas. Y a la mañana siguiente, los despertaron con la noticia del ascenso.

¡Por los dioses! De todas las personas que había conocido en Macedonia, Kangin era a quién más echaba de menos. Era el único que siempre le guardó las espaldas y lo defendió.

— Fue un regalo —contestó Hyukjae a Ben.

Él echó un vistazo a la mano de Hyukjae, con los ojos cargados de codicia.

— ¿Consideraría usted la posibilidad de venderlo? Yo estaría a dispuesto a pagar lo que pidiese.

— Nunca —contestó Hyukjae, recordando las heridas que había recibido durante la batalla de Temópolis—. No sabe por lo que pasé para conseguirlo.

Ben meneó la cabeza.

— Ojalá alguien me hiciese alguna vez un regalo como ése. ¿Tiene la más ligera idea de lo que le darían por él?

— La última vez que lo comprobé, me ofrecieron mi peso en oro.

Ben soltó una carcajada y dio una palmada sobre la mesa de Judith.

— Muy bueno. Ése era el precio para liberar a un general capturado, ¿verdad?

— Para aquellos cobardes que no eran capaces de morir luchando, sí.

Los ojos de Ben mostraron un nuevo respeto al observar a Hyukjae.

— ¿Sabe a quién perteneció?

Judith contestó.

— A Hyukjae de Macedonia. ¿Has oído hablar de él en alguna ocasión, Ben?

Él se quedó con la boca abierta y los ojos como platos.

— ¿Estás hablando en serio? ¿Es que no sabes quién fue?

Judith puso una expresión extraña. Asumiendo que no lo sabía, Ben continuó hablando.

— Tesio dijo de él que iba a ser el nuevo Alejandro Magno. Hyukjae era hijo de Diocles de Esparta, también conocido como Diocles el Carnicero. Ese hombre haría que el Marqués de Sade pareciese Ronald McDonald.

» Según los rumores, Hyukjae nació de una relación entre Afrodita y el general, después de que Diocles salvara uno de los templos de la diosa de ser profanado. La opinión más extendida hoy en día es que su madre fue una de las sacerdotisas del templo.

— ¿De verdad? —preguntó Donghae. Hyukjae puso los ojos en blanco.

— A nadie le interesa quién pudo ser el tal Hyukjae. Ese tipo murió hace siglos.

Ben lo ignoró y siguió alardeando de sus conocimientos.

— Los romanos lo conocían Hyukjae, el Ejecutor. Él y Kangin de Tracia dejaron un rastro sangriento a lo largo de todo el Mediterráneo, durante la cuarta guerra macedonia contra Roma. Hyukjae despreciaba a los romanos, y juró que vería la ciudad arrasada bajo su ejército. Él y Kangin estuvieron a punto de conseguir que Roma se arrodillara ante ellos.

La mandíbula de Hyukjae se relajó un poco.

— ¿Sabe qué le ocurrió a Kangin de Tracia?

Ben dejó escapar un silbido.

— No tuvo un final agradable. Fue capturado; los romanos lo crucificaron en el año 47 a.C.

Hyukjae retrocedió al escucharlo. Con una mirada apesadumbrada y jugueteando con el anillo, dijo:

— Ese hombre era, sin duda, uno de los mejores guerreros que jamás han existido. Amaba la lucha como ningún otro que haya conocido —movió la cabeza—. Recuerdo que una vez Kangin condujo su carro hasta atravesar una barrera de escudos, rompiendo los cuellos de los soldados romanos y permitiendo que sus hombres los derrotaran con tan sólo un puñado de bajas —frunció el ceño—. No puedo creer que lo capturaran.

Ben encogió los hombros con un gesto indiferente.

— Bueno, una vez desaparecido Hyukjae, Kangin era el único general macedonio digno de dirigir un ejército; por eso los romanos fueron tras él con todo lo que tenían.

— ¿Qué le sucedió a Hyukjae? —preguntó Donghae, intrigado por lo que los historiadores opinaban del tema.

Hyukjae lo miró furioso.

— Nadie lo sabe —le respondió Ben—. Es uno de los grandes misterios del mundo antiguo. Aquí tenemos a un general al que nadie puede derrotar en el campo de batalla y, de repente ¡puf! Desaparece sin dejar rastro —tamborileó con un dedo sobre la mesa de Judith—. La última vez que se le vio fue en la batalla de Conjara. En un brillante movimiento táctico, engañó a Livio, que perdió su, hasta entonces, inexpugnable posición. Fue una de las mayores derrotas en la historia del Imperio Romano.

— ¿Y a quién le importa? —se quejó Hyukjae.

Ben ignoró la interrupción.

— Tras la batalla, se supone que Hyukjae mandó decir a Escipión el Joven que le perseguiría, en venganza por la derrota que acababa de infligirle al ejército macedonio. Aterrorizado, Escipión abandonó su carrera militar en Macedonia y se marchó como voluntario a la Península Ibérica, para seguir luchando allí —el profesor agitó la cabeza—. Pero antes de que Hyukjae pudiese llevar a cabo la amenaza, se desvaneció. Encontraron a toda su familia asesinada en su propio hogar. Y ahí es donde la cosa se pone interesante —miró entonces a Judith.

Los escritos macedonios que han llegado hasta nuestros días, afirman que Livio lo hirió de muerte durante la batalla, y que en mitad de un increíble dolor, regresó cabalgando a casa para asesinar a su familia y evitar, de este modo, que su enemigo los tomara como esclavos.

Los textos romanos aseguran que Escipión envió a varios de sus soldados, que atacaron a Hyukjae en mitad de la noche. Supuestamente, lo mataron junto al resto de su familia, lo descuartizaron y ocultaron los pedazos de su cuerpo.

Hyukjae resopló ante la idea.

— Escipión era un cobarde y un fanfarrón. Jamás se habría atrevido a atacarm…

— ¡Bueno! —exclamó Donghae, interrumpiendo a Hyukjae antes de que se delatase—. Hace un tiempo espléndido, ¿verdad?

— Escipión no era ningún cobarde —le respondió Ben—. Nadie puede discutir sus éxitos en la Península Ibérica.

Donghae vio como el odio se reflejaba en los ojos de Hyukjae. Pero Ben no pareció notarlo.

— Joven, el valor de ese anillo que lleva es incalculable. Me encantaría saber cómo puede conseguirse algo así. Y a ese respecto, mataría por saber qué le ocurrió a su dueño original.

Donghae miró incómodo a Judith.

Hyukjae hizo una mueca sarcástica a Ben.

— Hyukjae de Macedonia desató la ira de los dioses y fue castigado por su arrogancia.

— Supongo que esa podría ser otra explicación —en ese momento, sonó la alarma de su reloj—. ¡Joder! Tengo que recoger a mi esposa.

Se puso en pie y le ofreció la mano a Hyukjae.

— No nos han presentado adecuadamente. Soy Ben Lewis.

— Hyukjae —le contestó, aceptando el saludo.

El doctor Lewis se rió. Hasta que se dio cuenta que Hyukjae no bromeaba.

— ¿En serio?

— Me pusieron el nombre de su general macedonio, se podría decir.

— Su padre debe haber sido como el mío. Dos amantes de todo lo griego.

— En realidad, en mi caso su lealtad iba para Esparta.

Ben se rió con más ganas. Echó una mirada rápida a Judith.

— ¿Por qué no lo traes a la próxima reunión del Sócrates? Me encantaría que los chicos lo conocieran. No es muy frecuente encontrar a alguien que conoce la historia griega tan profundamente como yo.

Dicho esto, volvió a dirigirse a Hyukjae.

— Ha sido un placer. ¡Nos vemos! —le dijo a Judith.

— Bueno —comenzó a decir Judith una vez que Ben hubo desaparecido entre el gentío—, amigo mío, has logrado lo imposible. Acabas de dejar impresionado a uno de los investigadores de la Antigua Grecia más importantes de este país.

Hyukjae no pareció impresionarse demasiado, pero Donghae sí lo hizo.

2 comentarios:

  1. Ese robo en el consultorio de DongHae es muy sospechoso, que raro que solo se lleven algo personal, ojalá que no sea ese paciente, al menos Hyuk está cerca por si ocurre algo >_<

    El encuentro con ese profesor me hace sentir esperanzas, creo que con todo lo que sabe Hyuk sobre la historia de Grecia, tiene una oportunidad de seguir en este presente, no me agrada nada que piense en volver al pasado y vivir en soledad.

    Hae es muy perceptivo, ojalá que Hyuk le cuente lo que tiene pensado y este pueda convencerlo de quedarse.

    Gracias por la actu.

    Bye ^^

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  2. Ay que miedo.....seguro es el paciente ese del otro doctor.....por dios.....como un doctor arriesga a su colega de esa forma.
    Oh.....mataron a kangin....dios,el único amigo de Hyuk
    El profesor ese se quedo con la boca abierta,claro,nadie puede saber se su vida misma,más que uno.

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yota´s news : De regreso?

 Buenas tardes a todas las lectoras. Después de un año  y casi 4 meses regreso a saludarlas y comentarles nuevas.  Me gustaría decirle...