Esclavo de Amor- Capítulo 19



— Ya veo que significan mucho para ti. Se te ilumina el rostro cuando hablas de ellos.

Algo en su mirada le dijo a Donghae que él estaba pensando en otro modo de hacer que se iluminara…

Tragando saliva ante la idea, se dio la vuelta y rebuscó en la estantería de la derecha, donde guardaba los clásicos, mientras Hyukjae seguía mirando los de la izquierda.

— ¿Qué te parece éste? —le preguntó él, con una de sus novelas románticas en la mano.

Donghae soltó una risita nerviosa al ver a la pareja que se abrazaba medio desnuda en la portada.

— ¡Señor!, me parece que no.

Hyukjae miró la portada y alzó una ceja.

— Vale —dijo Donghae quitándole el libro de la mano—. Has descubierto mi más profundo secreto. Soy un adicto a las novelas románticas, pero lo último que necesitas es que te lea una apasionada escena de amor en voz alta. Muchísimas gracias, pero no.


Hyukjae le miró fijamente los labios.

— Preferiría recrear una apasionada escena de amor contigo —dijo en voz baja, acercándose a él.

Donghae comenzó a temblar. Tenía la espalda pegada a la estantería y no podía retroceder más. Hyukjae colocó un brazo sobre su cabeza y acercó su cuerpo al suyo, hasta dejarlos unidos. Entonces, bajó la cabeza y se acercó a su boca.

Donghae cerró los ojos. La presencia de Hyukjae inundaba todos sus sentidos. Le rodeaba de una forma extremadamente perturbadora.

Por una vez, él mantuvo las manos quietas y se limitó a tocarle tan sólo con los labios. Daba igual. La cabeza de Donghae comenzó a girar de todos modos.

¿Cómo había podido su esposo elegir a otro hombre teniéndolo a él? ¿Cómo podía rechazarlo alguien en su sano juicio? Este hombre era el paraíso.

Hyukjae profundizó el beso, explorando su boca con la lengua. Donghae sentía los latidos de su corazón mientras él se acercaba aún más y sus músculos le envolvían.

Jamás había sido tan consciente de la presencia de otro ser humano. Él le ponía al límite, le hacía experimentar sensaciones que no sabía que pudiesen existir.

Hyukjae se retiró un poco y apoyó la mejilla sobre la de Donghae. Su aliento caía sobre su pelo y le erizaba la piel.

— Tengo unos deseos horribles de estar dentro de ti, Donghae —murmuró—. Quiero sentir tus piernas alrededor de mi cuerpo, sentirte debajo de mí, escucharte gemir mientras te hago el amor lentamente. Quiero que tu aroma quede impreso en mi cuerpo y que tu aliento me queme la piel.

Todo su cuerpo se tensó antes de separarse.

— Pero ya estoy acostumbrado a desear cosas que no puedo tener — susurró.

Donghae le tocó el brazo. Hyukjae cogió su mano, se la llevó a los labios y depositó un rastro de pequeños besos sobre los nudillos.

El deseo que se reflejaba en su apuesto rostro hacía que a Donghae le doliera todo el cuerpo.

— Busca un libro y me comportaré.

Tragó saliva mientras él se alejaba. Entonces, se fijó en su viejo ejemplar de La Ilíada. Sonrió. Le iba a encantar, estaba seguro.

Lo cogió y bajó las escaleras.

Hyukjae estaba sentado delante del sofá.

— ¡Adivina lo que he encontrado! —exclamó Donghae excitado.

— No tengo la más remota idea.

Lo sostuvo en alto y sonrió.

— ¡La Ilíada!

Hyukjae se animó al instante y los hoyuelos relampaguearon en su rostro.

— Cántame, ¡Oh Dios!

— Muy bien —respondió Donghae, sentándose a su lado—. Y esto te va a gustar todavía más: es una versión bilingüe; con el original griego y la traducción inglesa.

Y se lo dejó para que lo viera.

La expresión de Hyukjae fue la misma que habría puesto si le hubieran entregado el tesoro de un rey. Abrió el libro y, de inmediato, sus ojos volaron sobre las páginas mientras pasaba la mano reverentemente por las hojas, cubiertas con la antigua escritura griega.

Era incapaz de creer que estuviese viendo de nuevo su idioma escrito, después de tanto tiempo. Hacía una eternidad que no lo leía en otro lugar que no fuese su brazo.

Siempre le habían encantado La Ilíada y La Odisea. De niño, había pasado horas oculto tras los barracones, leyendo pergaminos una y otra vez; o escabulléndose para escuchar a los bardos en la plaza de la ciudad.

Entendía muy bien lo que sentía Donghae por sus libros. Él había sentido lo mismo en su juventud. A la más mínima oportunidad, se escapaba a su mundo de fantasía, donde los héroes siempre triunfaban, los demonios y villanos eran aniquilados, y los padres amaban a sus hijos.

En las historias no había hambre ni dolor, sino libertad y esperanza. Fue a través de esas historias como aprendió lo que eran la compasión y la ternura. El honor y la integridad.

Donghae se arrodilló junto a él.

— Echas de menos tu hogar, ¿verdad?

Hyukjae apartó la mirada. Sólo echaba de menos a sus hijos.

Al contrario que a Kangin, la lucha nunca le había atraído. El hedor de la muerte y la sangre, los quejidos de los moribundos. Sólo había luchado porque era lo que se esperaba de él. Y había liderado un ejército porque, como bien dijo Platón, cada ser humano está capacitado por naturaleza para realizar una actividad a la cual se entrega. Por su naturaleza, Hyukjae siempre había sido un líder y no podía seguir las órdenes de nadie.

No, no lo echaba de menos, pero…

— Fue lo único que conocí.

Donghae le rozó el hombro, pero fue la preocupación que reflejaban sus ojos lo que le desarmó.

— ¿Querías que tu hijo fuese un soldado?

Él negó con la cabeza.

— Jamás quise que truncaran su juventud como les ocurrió a tantos de mis hombres —contestó con la voz ronca—. Bastante irónico, ¿no es cierto? Ni siquiera le habría permitido que jugara con la espada de madera que Kangin le regaló para su cumpleaños; ni le hubiese dejado tocar la mía mientras estuviese en casa.

Donghae lo miró con una sonrisa triste, como si compartiera su dolor por la pérdida.

— Eran unos niños preciosos.

— Si se parecían en algo a ti, me lo creo.

Eso había sido lo más hermoso que nadie le había dicho jamás.

Hyukjae le pasó la mano por el pelo, dejando que los mechones se escurrieran de sus dedos. Cerró los ojos y deseó poder quedarse así para siempre.

El miedo a tener que abandonarlo lo estaba destrozando. Nunca le había gustado la idea de ser engullido por aquel desolado infierno que era el libro; pero ahora, al pensar que jamás volvería a ver a Donghae, que jamás volvería a oler el dulce aroma de su piel, que sus manos jamás volverían a rozar el suave rubor de sus mejillas…

No podía soportarlo. Era demasiado.

¡Por los dioses!, y había creído hasta entonces que estaba maldito… Donghae se alejó un poco, lo besó suavemente en los labios y cogió el libro.

Hyukjae tragó. El quería rescatarlo y, por primera vez durante todos aquellos siglos, quería ser rescatado.

Se tendió en el suelo para que Donghae pudiese apoyar la cabeza en él. Le encantaba sentirlo así.

Estuvieron tendidos en el suelo hasta las primeras horas de la madrugada; Hyukjae le escuchaba mientras leía la Odisea y narraba las historias de Aquiles.

Observaba cómo el cansancio iba haciendo mella en él, pero continuaba leyendo. Finalmente, cerró los ojos y se quedó dormido.

Hyukjae sonrió y le quitó el libro de las manos para dejarlo a un lado. Le acarició la mejilla con la palma de la mano durante un instante.

No tenía sueño. No quería desaprovechar ni un solo segundo del tiempo que tenía para estar a su lado. Quería contemplarlo, tocarlo. Absorberlo. Porque atesoraría esos recuerdos durante toda la eternidad.

Nunca había pasado una noche así: tumbado tranquilamente en el suelo junto a un joven, sin que él montara su cuerpo y le exigiese que lo tocara y lo poseyera.

En su época, los hombres y sus parejas no solían pasar demasiado tiempo juntos. Durante las temporadas que pasó en su hogar, Junsu le hablaba en raras ocasiones. De hecho, no había demostrado mucho interés en él.

Por las noches, cuando lo buscaba, no lo rechazaba. Pero, no obstante, no estaba ansioso por sus caricias. Siempre había conseguido engatusarlo para que su cuerpo le respondiera apasionadamente, pero no así su corazón.

Deslizó las manos por el pelo negro de Donghae, extasiado por la sensación de tenerlo entre los dedos. Su mirada se detuvo sobre su anillo. Brillaba tenuemente, captando la escasa luz de la estancia.

En su mente, lo veía cubierto de sangre. Recordaba cómo se le clavaba en el dedo mientras blandía la espada en mitad de una batalla. Ese anillo lo había significado todo para él, y no le había resultado fácil conseguirlo. Se lo había ganado con el sudor de su frente y con las numerosas heridas que sufrió su cuerpo. Le había costado mucho, pero había merecido la pena.

Durante un tiempo fue respetado, aunque no lo amaran. En su vida como mortal, eso había sido esencial.

Suspirando, echó la cabeza hacia atrás para apoyarse en el cojín del sofá que había puesto sobre el suelo y cerró los ojos.

Cuando por fin se deslizó entre las neblinas del sueño, no fueron los rostros del pasado los que poblaron su mente, fue la imagen de unos claros ojos que se reían con él, de un negro cabello sobre su pecho y de una voz suave que leía palabras que le resultaban familiares aunque, de algún modo, extrañas.



Donghae se desperezó lánguidamente al despertarse. Abrió los ojos y se sorprendió al darse cuenta de que tenía la cabeza sobre el abdomen de Hyukjae. Él tenía la mano enterrada en su pelo y, por la respiración relajada y profunda, supo que todavía estaba dormido.

Alzó la mirada hacia su rostro. Tenía una expresión tranquila, casi infantil.

Y entonces fue consciente de algo: no había tenido la pesadilla. Había dormido toda la noche.

Sonriendo, intentó levantarse muy despacio para no despertarlo.

No funcionó. Tan pronto como levantó la cabeza, Hyukjae abrió los ojos y le abrasó con una intensa mirada.

— Donghae —dijo en voz baja.

— No quería despertarte. Iba arriba a darme una ducha. ¿Debería cerrar la puerta?

La recorrió con ojos ardientes.

— No, creo que puedo comportarme.

Donghae sonrió.

— Me parece que ya he oído eso antes.

Hyukjae no contestó.

Donghae subió y se dio una ducha rápida.

Una vez acabó, fue a su habitación y se encontró a Hyukjae tumbado en la cama, hojeando su ejemplar de La Ilíada.

Le miró con expresión absorta al darse cuenta de sólo llevaba puesta una toalla. Una lasciva sonrisa hizo que sus hoyuelos aparecieran en todo su esplendor, y la temperatura del cuerpo de Donghae ascendió varios grados.

— Me pongo la ropa y…

— No —le dijo con tono autoritario.

—¿Que no qué? —preguntó incrédulo. La expresión de Hyukjae se suavizó.

— Preferiría que te vistieras aquí.

— Hyukjae…

— Por favor.

Donghae se puso muy nervioso ante la petición. Jamás había hecho algo así en su vida. Y se sentía avergonzado.

— Por favor, por favor… —volvió a rogarle con una leve sonrisa. ¿Quién le diría que no a una expresión como ésa?

Lo miró con recelo.

— No te atrevas a reírte —le dijo mientras abría vacilante la toalla. Hyukjae miró su cuerpo con ojos hambrientos.

— Puedes estar completamente seguro de que la risa es lo último que se me pasa por la mente en estos momentos.

Y entonces, se levantó de la cama y se acercó a la cómoda, donde Donghae guardaba la ropa interior, con los movimientos gráciles de un depredador. Un extraño escalofrío recorrió la espalda de Donghae mientras observaba cómo la mano de Hyukjae rebuscaba entre su ropa interior hasta encontrar unos diminutos boxer negros.

Hyukjae los sacó y se arrodilló en el suelo delante de él, con toda la intención de ayudarle a ponérselos.

Tras sus manos, que deslizaban la seda ascendiendo por su pierna, sus labios dejaban un reguero de besos que le hicieron estremecerse. Para mayor devastación de todos sus sentidos, abrió las manos y las colocó sobre sus muslos con los dedos totalmente extendidos. Y lo que fue aún peor, una vez que el boxer estuco colocado, le acarició levemente su entrepierna, con deleite, erizándole la piel.
  
Hyukjae inclinó la cabeza y capturó sus labios. Podía sentir el fuego consumiéndolo, exigiéndole que lo poseyera. Exigiéndole que aliviara el dolor de su entrepierna aunque fuese por un instante.

Donghae gimió cuando él profundizó el beso y se dejó llevar por completo. Hyukjae lo alzó en brazos para tenderlo sobre la cama. De forma instintiva, él le rodeó la cintura con las piernas.

Hyukjae le pasó las manos por la espalda. La visión de su cuerpo húmedo y desnudo estaba grabada a fuego en su mente. Había llegado a un punto sin retorno cuando un destello de luz cegadora iluminó la habitación.

Con los ojos doloridos por el resplandor, Hyukjae se separó de Donghae.

— ¿Has sido tú? —le preguntó él sin aliento. Risueño, Hyukjae negó con la cabeza.

— Ojalá pudiera atribuírmelo, pero estoy bastante seguro de que tiene otro origen.

Echó un vistazo a la habitación y sus ojos se detuvieron sobre la cama. Parpadeó.

No podía ser…

— ¿Qué es eso? —preguntó Donghae, girándose para mirar la cama.

— Es mi escudo —contestó Hyukjae, incapaz de creerlo.

Hacía siglos que no veía su escudo. Atónito, lo contempló fijamente. Estaba en el mismo centro de la cama y emitía débiles destellos bajo la luz.

Conocía cada muesca y arañazo que había en él; recordaba cada uno de los golpes que los habían producido.

Temeroso de estar soñando, alargó el brazo para tocar el relieve en bronce de Atenea y su búho.

— ¿Y tu espada también?

Hyukjae le agarró la mano antes de que pudiera tocarla.

— Ésa es la Espada de Cronos. No la toques jamás. Si alguien que no lleva su sangre la toca, su piel quedará marcada para siempre con una terrible quemadura.

— ¿En serio? —preguntó, bajándose de la cama para alejarse de la espada.

— En serio.

Donghae miró a la cama con el ceño fruncido.

— ¿Qué hacen aquí?

— No lo sé.

— ¿Y quién los envía?

— No lo sé.

— Pues no me estás ayudando mucho.

Hyukjae no pareció captar su sarcasmo. En lugar de darse por aludido, Donghae lo observó contemplar su escudo. Pasaba la mano sobre él como un padre que mira con adoración a un hijo largo tiempo perdido.

Cogió su espada y la depositó en el suelo, debajo de la cama.

— No olvides que está aquí —le dijo muy serio—. Ten mucho cuidado de no tocarla.

Su expresión se volvió más ceñuda al incorporarse. Miró de nuevo el escudo.

— Debe ser obra de mi madre. Sólo ella o uno de sus hijos podrían enviármelos.

— ¿Y por qué iba a hacerlo?

Hyukjae entrecerró los ojos mientras recordaba el resto de la leyenda que rodeaba a su espada.

— Estoy seguro de que ha enviado mi espada por si tengo que enfrentarme con Príapo. La Espada de Cronos también es conocida como la Espada de la Justicia. No acabará con su vida, pero hará que ocupe mi lugar en el libro.

— ¿Estás hablando en serio?

Hyukjae asintió.

— ¿Puedo tocar el escudo?

— Claro.

Donghae pasó la mano sobre las incrustaciones doradas y negras que formaban la imagen de Atenea y el búho.

— Es muy bonito —dijo, maravillado.

— Kangin lo mandó hacer cuando me nombraron General Supremo.

Donghae acarició la inscripción grabada bajo la figura de Atenea.

— ¿Qué dice aquí?

— «La muerte antes que el deshonor» —dijo con un nudo en la garganta.

Hyukjae sonrió con melancolía al recordar a Kangin junto a él durante las batallas.

— El escudo de Kangin decía: «El botín para el vencedor». Solía mirarme antes de la lucha, y decir: «Tú te llevas el honor, hermano, y yo me quedo con el botín».

Donghae permaneció en silencio al escuchar el extraño tono de su voz. Intentando imaginar su apariencia con el escudo en alto, se acercó un poco más.

— ¿Kangin? ¿El hombre que fue crucificado?

— Sí.

— Lo apreciabas mucho, ¿verdad?

Él sonrió con tristeza.

— Le llevó un tiempo acostumbrarse a mí. Yo tenía veintitrés años cuando su tío lo asignó a mi tropa, después de advertirme concienzudamente de lo que me sucedería si dejaba que Su Alteza fuese herido.

— ¿Era un príncipe?

Hyukjae asintió.

— Y no tenía miedo a nada. Apenas si llegaba a los veinte años y luchaba o se metía en peleas sin estar preparado, sin creer que pudiesen hacerle daño. Me daba la sensación de que cada vez que me daba la vuelta, tenía que sacarlo a rastras de algún extraño contratiempo. Pero resultaba muy difícil no apreciarlo. A pesar de su carácter exaltado, tenía un gran sentido del humor y era completamente leal. —Pasó la mano por el escudo—. Ojalá hubiese estado allí para poder salvarlo de los romanos.

Donghae le acarició el brazo en un gesto comprensivo.

— Estoy seguro de que los dos juntos habríais sido capaces de salir de cualquier atolladero.

Los ojos de Hyukjae se iluminaron al escucharlo.

— Cuando nuestros ejércitos marchaban juntos, éramos invencibles. — Tensó la mandíbula al mirarlo—. Hubiese sido cuestión de tiempo que Roma fuese nuestra.

— ¿Por qué depreciabais tanto al Imperio Romano?

— Juré que destruiría Roma el mismo día que conquistaron Primaria. Kangin y yo fuimos enviados para ayudarlos en la lucha, pero cuando llegamos era demasiado tarde. Los romanos habían rodeado la ciudad y habían asesinado salvajemente a todas las parejas y a los niños. Jamás había visto una carnicería semejante. —Su mirada se oscureció—. Estábamos intentando enterrar a los muertos cuando los romanos nos tendieron una emboscada.
  
Donghae se quedó helado al escucharlo.

— ¿Qué ocurrió?

— Derroté a Livio y estaba a punto de matarlo en el momento en que intervino Príapo. Lanzó un rayo a mi caballo y caí en mitad de las tropas romanas. Estaba seguro de iba a morir cuando Kangin apareció de la nada. Hizo retroceder a Livio hasta que pude ponerme en pie de nuevo. Livio llamó a sus hombres a retirada y desapareció antes de que pudiésemos acabar con él.

Donghae fue consciente de la proximidad de Hyukjae. Estaba detrás, tan cerca que podía sentir el calor que emanaba de él. Colocó los brazos a ambos lados de su cuerpo, atrapándole entre él y la cama, y se apoyó sobre su espalda.

Donghae apretó los dientes ante la ferocidad del deseo que le invadió. Hyukjae no lo estaba tocando, pero sus sentidos estaban tan desbocados como si sus manos le acariciasen. Él inclinó la cabeza y le mordisqueó el cuello.

La sensación de su lengua sobre la piel consiguió que todas sus hormonas cobraran vida. Arqueó la espalda mientras un estremecimiento le recorría los pechos. Si no lo detenía…

— Hyukjae —balbució; su voz no logró trasmitir la advertencia que pretendía.

— Lo sé —susurró él—. Voy de camino a darme una ducha fría.

Mientras salía de la habitación, Donghae lo escuchó gruñir una palabra en voz baja:

— Solo.


2 comentarios:

  1. (/.\)
    Este par y sus incitaciones..es evidente que Hyuk incita a Hae......pero vamos,que Hae no se queda atras,ve que este solo necesita un poquito y todavia se le ocurre decirle lo que hará,.....claro,para que así lo vista.....hae es inteligente.
    O sea que se acerca algo grande...espada y escudo,por algo se lo mandaron

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  2. Me gustó imaginármelos en el suelo juntos mientras Hae lee y Hyuk lo acaricia. Se nota que ambos estarían desolados sin el otro, lástima que ninguno lo diga.

    Es triste lo que le pasó a Kangin, la forma en que lo describe Hyuk, es genial, es obvio que era un gran amigo, creo que él unico que se arriesgaría por él. También lo de sus niños es difícil de superar.

    Lo que me dejó sorprendida fue lo de el escudo y la espada, es que acaso su hermanastro se va aparecer?? ojalá y esa espada le sirva de algo y lo ayude contra su hermano.

    Gracias por la actualización

    Cuídate :D

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yota´s news : De regreso?

 Buenas tardes a todas las lectoras. Después de un año  y casi 4 meses regreso a saludarlas y comentarles nuevas.  Me gustaría decirle...