Esclavo de Amor- Capítulo 20



Después de desayunar, Donghae decidió enseñarle a conducir.

— Esto es ridículo —protestó Hyukjae mientras Donghae aparcaba en el estacionamiento del instituto.

— ¡Venga ya! —se burló—. ¿No sientes curiosidad?

— No.

— ¿Que no?

Hyukjae suspiró.

— Esta bien, un poco.

— Bueno, entonces imagina las historias sobre la gran bestia de acero que condujiste alrededor de un aparcamiento que podrás contarles a tus hombres cuando regreses a Macedonia.

Hyukjae lo miró perplejo.

— ¿Eso significa que estás de acuerdo con que me marche?


No, quiso gritarle. Pero en lugar de eso, suspiró. En el fondo, sabía que jamás podría pedirle que abandonara todo lo que había sido para quedarse con él.

Hyukjae de Macedonia era un héroe. Una leyenda.

Jamás podría ser un hombre de carácter tranquilo del siglo veintiuno.

— Sé que no puedo hacer que te quedes conmigo. No eres un cachorrito abandonado que me ha seguido a casa.

Hyukjae se tensó al escucharlo. Tenía razón. Por eso le resultaba tan difícil abandonarlo. ¿Cómo podía separarse de la única persona que lo veía como a un hombre?

No sabía por qué quería enseñarlo a conducir pero, de todas formas, notaba que se sentía feliz compartiendo su mundo con él. Y, por alguna razón que no quería analizar demasiado a fondo, le gustaba hacerle feliz.

— Muy bien. Enséñame a dominar a esta bestia.

Donghae salió del coche para que Hyukjae pudiese sentarse en el asiento del conductor.

Tan pronto como Hyukjae se sentó, hizo una mueca al ver al hombre encogido para poder acomodarse en un asiento dispuesto para un joven de menor estatura.

— Lo siento, se me ha olvidado mover el asiento.

— No puedo moverme ni respirar, pero no te preocupes, estoy bien.

Donghae se rió.

— Hay una palanca bajo el asiento. Tira de ella y podrás moverlo hacia atrás.

Hyukjae lo intentó, pero el espacio era tan estrecho, que no la alcanzaba.

— Espera, yo lo haré.

Una vez acomadado el asiento Donghae le dio unas palmaditas en el brazo.

— Venga, ¿llegas bien a los pedales?

— Me encantaría llegar hasta los tuyos…

— ¡Hyukjae! —exclamó Donghae—. ¿Quieres concentrarte?

— De acuerdo, ya me estoy concentrando.

— En mi pecho, no.

Hyukjae bajó la mirada hacia el regazo de Donghae.

— Ni ahí tampoco.

Para su sorpresa, hizo un puchero semejante al de un niño enfadado. La expresión era tan extraña en él que Donghae no tuvo más remedio que reírse.

—Vale —le dijo—. El pedal que está a tu izquierda, es el embrague; el del medio es el freno y el de la derecha, el acelerador. ¿Te acuerdas de lo que te explicado sobre ellos?

— Sí.

— Bien. Ahora, lo primero que tienes que hacer es apretar el embrague y meter la marcha. —Y diciendo esto, colocó la mano sobre la palanca de cambios, situada entre los dos asientos, y le enseñó cómo debía moverla.

— Donghae. No deberías acariciar eso de esa forma delante de mí. Es una crueldad por tu parte.

— ¡Hyukjae! ¿Te importaría prestar atención? Estoy intentando enseñarte a cambiar de marcha.

Él resopló.

— Ojalá me cambiaras a mí las marchas del mismo modo.

Con un brillo malicioso en los ojos, soltó el embrague antes de la cuenta y el coche se caló.

— Se supone que esto no debería pasar, ¿verdad? —preguntó.

— No, a menos que quieras tener un accidente.

Él suspiró y lo intentó de nuevo.

Una hora más tarde, después que se las hubiera arreglado para dar una vuelta alrededor del estacionamiento sin golpear los postes y sin que el coche se le calara, Donghae se dio por vencido.

— Menos mal que fuiste mejor general que conductor.

— Ja, ja —exclamó él sarcásticamente, pero con un brillo en la mirada que indicó a Donghae que no estaba ofendido—. Lo único que alegaré en mi defensa es que el primer vehículo que conduje fue un carro de guerra.

Donghae le sonrió.

— Bueno, en estas calles no estamos en guerra.

Con una mirada escéptica, él le respondió:

— Yo no diría eso después de haber visto las noticias de la noche. —Apagó el motor—. Creo que dejaré que conduzcas un rato.

— Muy inteligente por tu parte. No puedo permitirme comprar un coche nuevo de ninguna forma.

Salió del coche para cambiar de asiento; pero al cruzarse a la altura del maletero, Hyukjae lo sostuvo para darle un beso tan tórrido que Donghae acabó mareado. Él le cogió las manos y las sostuvo sobre sus estrechas caderas mientras mordisqueaba sus labios.

¡Santo Dios! Uno podía acostumbrarse a eso con mucha facilidad. Mucha, mucha facilidad.

Hyukjae se separó.

— ¿Quieres llevarme a casa para que te mordisquee otras cosas?

Sí, eso era lo que quería. Y por eso no se atrevía. De hecho, el beso le había dejado tan trastornado que no podía ni hablar.

Hyukjae sonrió ante la mirada extraviada y hambrienta de Donghae. Estaba observando sus labios como si aún pudiese saborearlos. En ese momento, lo deseó más que nunca.

— El coche —dijo él, parpadeando como si despertara de un sueño—. Íbamos a entrar en el coche.

Hyukjae le dio un pequeño beso en la mejilla.

Una vez dentro del coche y con los cinturones de seguridad abrochados, Donghae lo miró de soslayo.

— ¿Sabes una cosa? Creo que hay dos cosas en Nueva Orleáns que deberías experimentar.

— En primer lugar, tengo que poseerte en un…

— ¿Es que no vas a parar?

Hyukjae se aclaró la garganta.

— Está bien. ¿Cuál es tu lista?

— Bourbon Street y la música moderna. Y de una de ellas nos podemos encargar ahora mismo. —Y puso la radio.

— Vuestra música es interesante.

— ¿Te hace añorar la tuya?

— Dado que la mayoría de la música que escuchaba procedía de las trompetas y los tambores que nos acompañaban a la batalla, no. Creo que soy capaz de apreciar esto.

— Entonces —dijo Donghae—, ¿qué quieres hacer cuando regreses a tu casa?

— No lo sé.

— Probablemente irás a darle una buena patada en el culo a Escipión, ¿verdad?

Él se rió ante la idea.

— Ya me gustaría.

— ¿Por qué? ¿Qué te hizo?

— Se cruzó en mi camino.

Vale, no era eso lo que esperaba escuchar.

— Y a ti no te gusta que nadie se cruce en tu camino, ¿cierto?

— ¿Te gusta a ti?

Donghae sopesó la pregunta antes de responder.

— Supongo que no.

Para cuando llegaron a Bourbon Street, la calle había sido invadida por la multitud típica de un domingo por la tarde. Donghae se abanicó el rostro, luchando contra el intenso calor.

Miró a Hyukjae, que apenas si sudaba; las gotitas de sudor le conferían un nuevo atractivo. El pelo húmedo se le rizaba alrededor de la cara y con esas gafas oscuras… ¡Ooooh, Señor!

Por supuesto que su atractivo quedaba aún más enfatizado gracias a la camiseta blanca, de mangas cortas, que se le adhería a los hombros y a la tableta de chocolate que tenía por abdominales. Mientras dejaba que su mirada vagara hasta el botón de sus vaqueros, deseó haberle comprado unos más anchos.

Pero dado su seductor modo de andar, que decía mucho acerca de su confianza en sí mismo, Donghae dudaba mucho de que unos vaqueros más anchos pudiesen ocultar tan tremenda sensualidad.

Hyukjae se detuvo al pasar junto a un club de striptease. A su favor Donghae tuvo que admitir que ni siquiera jadeó al mirar a las mujeres tan escandalosamente vestidas, que se contoneaban tras el cristal, pero su sorpresa fue bastante evidente.

Mirándole como si quisiera devorarlo, una exótica bailarina se mordió el labio inferior y se pasó la lengua por él de forma sugerente, mientras se tocaba los pechos. Le hizo un gesto con un dedo para que entrara al local.

Hyukjae se dio la vuelta.

— Nunca habías visto algo así, ¿verdad? —preguntó Donghae, intentando disimular el malestar que sentía ante los gestos de la mujer, y el alivio que le invadió al ver la reacción de Hyukjae.

— Roma —contestó simplemente.

Donghae se rió.

— No eran tan decadentes, ¿o sí?

— Te sorprendería saber cuánto. Por lo menos aquí nadie hace una orgía en… —y su voz se perdió al pasar junto a una pareja que se lo estaba montando en una esquina—. Déjalo.

Donghae se rió a carcajadas.

— ¡Ooooh Señor! —exclamó una prostituto, al pasar junto a otro club, haciendo un gesto a Hyukjae—. Entra y te lo hago gratis.

Él meneó la cabeza sin detenerse. Donghae lo cogió de la mano y lo detuvo.

— ¿Se comportaban así antes de la maldición?

Él asintió.

— Por eso el único amigo que tuve fue Kangin. Los hombres que conocía no podían aguantar la atención que me prestaban; las parejas me perseguían allí donde estuviésemos, intentando arrancarme la armadura.

Donghae se detuvo a pensar por un momento.

— Y tú no estás seguro de que todas te amaran, ¿verdad?

Lo miró con una chispa de diversión.

— El amor y la lujuria no son lo mismo. ¿Cómo puedes amar a alguien a quien no conoces?

— Supongo que tienes razón.

Siguieron caminando por la calle.

— Cuéntame cosas sobre tu amigo. ¿Por qué no le importaba que las parejas se quedaran con la boca abierta al verte?

Hyukjae sonrió, mostrando sus hoyuelos.

— Kangin estaba profundamente enamorado de su esposo, y no le importaba ningun otro. Jamás me vio como un competidor.

— ¿Conociste a su esposo?

Hyukjae negó con la cabeza.

— Aunque nunca lo hablamos, creo que los dos intuíamos que sería una mala idea.

Donghae percibió el cambio en su rostro. Estaba recordando a Kangin, seguro.

— Te culpas por lo que le sucedió, ¿verdad?

Él apretó los dientes mientras imaginaba lo que debía haber sentido su amigo al ser capturado por los romanos. Considerando las ganas que habían tenido de atraparlos a ambos, no había duda de lo que lo habían hecho sufrir antes de matarlo.

— Sí —contestó en voz baja—. Sé que tengo la culpa. Si no hubiese despertado la ira de Príapo, habría estado allí para ayudar a Kangin a luchar contra ellos.

Y sabía con absoluta certeza que la desgracia de Kangin provenía del hecho de haber sido tan estúpido como para ser su amigo.

Lanzó un suspiro.

— Una vida brillante que no debería haber acabado así. Si tan sólo hubiese aprendido a controlar su osadía, habría llegado a ser un magnífico gobernador — dijo, cogiendo la mano de Donghae y dándole un ligero apretón.

Caminaron en silencio, mientras Donghae intentaba pensar en el modo de animarlo.

Al pasar por la Casa del Vudú, se detuvo y lo arrastró al interior.

Le explicó los orígenes del vudú mientras recorrían el museo de miniaturas.

— ¡Uuuh! —dijo cogiendo un muñeco de vudú de una estantería—. ¿Quieres vestirlo como Príapo y clavarle unos cuantos alfileres?

Hyukjae se rió.

— ¿Por qué no imaginarnos que es Lu Han?

Donghae suprimió una sonrisa.

— Eso sería muy poco profesional por mi parte, ¿no es cierto?... Pero me resulta muy tentador.

Dejó el muñeco en su sitio y se fijó en el mostrador de cristal, donde estaban colocados los amuletos y la bisutería. Justo en el centro, había un collar de cuentas negras, azules y verdes, trenzadas de un modo tan intrincado que daban la sensación de ser un delgado hilo negro.

— Trae buena suerte a quien lo lleva —le dijo la vendedora al percibir el interés de Donghae—. ¿Le gustaría verlo de cerca?

Donghae asintió.

— ¿Funciona?

— ¡Sí! Está trenzado siguiendo un poderoso diseño.

Donghae no estaba muy seguro de que debiera creérselo; pero entonces recordó que, hacía apenas una semana, jamás habría creído que dos personas borrachas pudieran devolver a la vida a un general Macedonio.

Pagó a la mujer y se acercó a Hyukjae.

— Agáchate —le dijo.

Él le miró con escepticismo.

— ¡Vamos! —le acució—. Dame el gusto, anda.

La vendedora se rió al ver a Donghae colocarle el amuleto a Hyukjae en el cuello.

— Ese chico no necesita ningún tipo de suerte para aumentar su encanto. Lo que necesita es un hechizo que disperse la atención de todos los que le están mirando el trasero ahora que está agachado.

Donghae miró por encima del hombro de Hyukjae y observó a tres mujeres y joven que babeaban al mirarle el culo. Por primera vez, sintió un horrible ramalazo de celos.

Pero la sensación se evaporó por completo cuando Hyukjae le dio un cariñoso beso en la mejilla antes de incorporarse. Con una mirada diabólica, le pasó un brazo alrededor de los hombros en un gesto posesivo.

Al pasar junto a los espectadores, Donghae no pudo suprimir un travieso impulso. Se detuvo junto a ellos y los interpeló.

— Por cierto, desnudo está muchísimo mejor.

— Y tú que no pierdes oportunidad de comprobarlo, cariño —comentó Hyukjae mientras se ponía las gafas de sol y comenzaba a andar con el brazo aún sobre sus hombros.

Donghae le pasó la mano por la cintura y la metió en el bolsillo delantero del pantalón, mientras él lo atraía más hacia su cuerpo.

— ¿Sabes una cosa? —le susurró al oído—. Si bajases la mano un poquito más, no me importaría en absoluto.

Le dio un pequeño apretón, pero dejó la mano donde estaba.

Las miradas de envidia los persiguieron mientras se alejaban caminando por la acera.

Para cenar, Donghae llevó a Hyukjae a una marisquería. Hizo una mueca al ver que depositaban un plato de ostras para Hyukjae sobre la mesa.

— ¡Puaj! —exclamó cuando él se comió una. Muy ofendido, Hyukjae resopló.

— Están deliciosas.

— Para nada.

— Eso es porque no sabes cómo tienes que comerlas.

— Claro que sé. Abres la boca y dejas que ese bicho viscoso se deslice por tu garganta.

Hyukjae bebió un trago de su cerveza.

— Ésa es una forma de comerlas.

— Así acabas de hacerlo tú.

— Cierto, pero ¿no te gustaría probar otro modo?

Donghae se mordió el labio, indecisa. Algo en el comportamiento de Hyukjae le indicaba que podía ser peligroso aceptar su desafío.

— No sé.

— ¿Confías en mí?

— No mucho —resopló.

Él se encogió de hombros y dio otro trago a la cerveza.

— Tú te lo pierdes.

— ¡Vale, está bien! —se rindió, demasiado curioso como para continuar negándose—. Pero si me dan arcadas, recuerda que te lo advertí.

Hyukjae tiró de la silla de Donghae con los talones hasta colocarlo a su lado, tan cerca que sus muslos se rozaban. Se secó las manos en los vaqueros, y cogió la ostra más pequeña.

— Muy bien entonces —le susurró al oído y le pasó el otro brazo por los hombros—. Echa la cabeza hacia atrás.

Donghae obedeció. Él deslizó los dedos por su garganta, causándole una oleada de escalofríos. Donghae tragó, sorprendido por la ternura de sus caricias. Sorprendido por lo bien que se sentía con él a su lado.

— Abre la boca —le dijo en voz baja, mientras le rozaba el cuello con la nariz.

Volvió a obedecer.

Hyukjae dejó que la ostra resbalara hasta su boca. Cuando Donghae la tragó y comenzó a bajar por su garganta, Hyukjae pasó la lengua por su cuello en dirección contraria.

Donghae se estremeció ante la inesperada sensación. Su entrepierna vibró y un millón de escalofríos recorrieron su piel. ¡Era increíble! Y por primera vez, no le importó para nada el sabor de la ostra.

— ¿Te ha gustado? —le preguntó, juguetón. Donghae no pudo evitar sonreír.

— Eres incorregible.

— Eso intento.

— Y lo consigues a las mil maravillas.

Antes de que Hyukjae pudiera responder, sonó su teléfono móvil.

— ¡Puf! —resopló mientras lo sacaba del bolso. Quienquiera que fuese, ya podía tener algo importante que decirle.

Contestó.

— ¿Donghae?


Se encogió al escuchar la voz de Han.

— Señor Lu, ¿cómo ha conseguido este número de teléfono?

— Estaba apuntado en tu Rodolex. Vine a tu casa a verte, pero no estás —y suspiró—. Estaba deseando pasar el día contigo. Tenemos una conversación pendiente. Pero no pasa nada. Puedo reunirme contigo, ¿estás en el Barrio Francés con tu amiga la vidente?

El miedo lo paralizó.

— ¿Cómo conoce a mi amiga?

— Sé muchas cosas de ti, Donghae. ¡Mmm! —masculló en voz baja—. Perfumas los cajones de tu ropa interior.

El terror lo poseyó por completo y no pudo moverse. Comenzaron a temblarle las manos.

— ¿Está en mi casa?

Podía oír cómo abría y cerraba los cajones de su cómoda, a través del teléfono. De repente, el tipo soltó una maldición.

— ¡Zorra! —espetó Han—. ¿Quién es él? ¿Con quién coño te has estado acostando?

— Eso es…

La comunicación se cortó.

Donghae estaba temblando, tanto que apenas si podía respirar cuando colgó el teléfono.

— ¿Qué sucede? —le preguntó Hyukjae, con el ceño fruncido por la preocupación.

— Han está en mi casa —le dijo con voz temblorosa. Marcó de inmediato el número de la policía para notificarlo.

— Nos encontraremos allí —le informó el agente—. No entre en su domicilio hasta que lleguemos.

— No se preocupe, no lo haré.

Hyukjae le cogió las manos.

— Estás temblando.

— ¡No me digas! Resulta que tengo a un psicópata metido en mi casa, olfateando mi ropa interior e insultándome. ¿Por qué iba a temblar?



2 comentarios:

  1. Bien....si quiere,yo puedo enseñarle a manejar y el puede enseñarme a comer ostras.....digo,para que no se sienta en deuda.....*0*
    Quien no quisiera a un HyukJae *0* yo sí.
    Santa madre,el loco,maldito doctor,le echo todo el paquete a Hae,eso no se hace,y luego sabiendo como es este loco,más precaución deberian de haber tenido.....ahora esta no solo en su casa,sino dentro de ella.....que no agarre las cosas de Hyuk O.O

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  2. Las clases de conducir o mejor dicho "de domar a a gran fiera de acero" me hicieron reír mucho, lo que si es para morirse pero de miedo es el acoso de ese tal Han, no me gusta nada se nota que cada vez mete más en la vida de Hae y ahora hasta piensa que Hae le es "infiel" ojal´´a lo atrapen porque Hae está muy asustado.

    Gracias por la actu!!

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yota´s news : De regreso?

 Buenas tardes a todas las lectoras. Después de un año  y casi 4 meses regreso a saludarlas y comentarles nuevas.  Me gustaría decirle...