Yesung maldijo mientras las baterías del MP3 se acababan.
Su maldita suerte. Todavía faltaba una hora para aterrizar y lo último que
quería era escuchar a Mike en la cabina del piloto del helicóptero,
lamentándose y quejándose por lo bajo sobre tener que llevarlo de regreso a
Alaska. Si bien treinta centímetros de negro acero sólido separaban el
compartimiento sin sol de Yesung, del de Mike, él podía oírlo a través de las
paredes tan fácilmente como si Mike estuviera sentado a su lado.
Peor, Yesung odiaba estar metido en ese pequeño
compartimiento que parecía estar cerrándose sobre él. Cada vez que se movía, se
golpeaba un brazo o una pierna con la pared. Pero ya que habían estado volando
a la luz del día, era o el cubo o la muerte.
Por alguna razón él todavía no estaba realmente seguro de
por qué había escogido el cubo.
Se quitó los audífonos y sus oídos fueron asaltados
inmediatamente por el rítmico golpeteo de las aspas del helicóptero, ráfagas de
vientos invernales y la conversación, llena de estática, de Mike por radio.
—¿Y..., lo has hecho?
Yesung arqueó una ceja ante la voz masculina tan ansiosa
y poco familiar.
Ah, la belleza de sus poderes. Su audición le daría celos
a Superman. Y él sabía cual era el tema de la conversación.
Él.
O más bien su muerte.
A Mike le habían ofrecido una fortuna para matarle, y
desde el momento que habían dejado Nueva Orleáns, hacía unas doce horas
aproximadamente, Yesung había estado esperando que el Escudero de mediana edad
abriera las ventanas selladas y lo expusiera a la luz del sol o que arrojara al
mar su compartimiento y lo dejara caer sobre algo que garantizara terminar con
su inmortalidad.
En lugar de eso, Mike estaba jodiendo con él y aún le
faltaba jalar el interruptor. No era que a Yesung le importara. Él tenía unos
cuantos trucos para enseñar al Escudero, si es que Mike trataba de hacer algo.
—Nah —dijo Mike, mientras el helicóptero se sumergía sin
previo aviso bruscamente hacia la izquierda haciendo que Yesung se golpeara
ruidosamente contra la pared del compartimiento. Comenzaba a sospechar que el
piloto lo hacía justamente para joderlo y divertirse.
El helicóptero se inclinó otra vez mientras Yesung se
preparaba para eso.
—Pensé en eso, realmente lo hice, pero sabes, creo que
freír a este bastardo es algo demasiado bueno para él. Preferiría dejarlo en la
Ceremonia de Sangre de los Escuderos y dejar que lo sacaran despacio y dolorosamente.
Personalmente, me gustaría oír el grito del sicótico hijo de puta pidiendo
misericordia, especialmente después de lo que hizo a esos inocentes policías.
Un músculo en la mandíbula de Yesung comenzó al latir a
ritmo con los latidos rápidos y enojados de su corazón mientras oía. Síp, esos
policías habían sido realmente inocentes, claro. Si Yesung hubiera sido mortal,
entonces la paliza que le habían dado lo habría matado o estaría en coma ahora
mismo.
La voz habló por el radio otra vez.
—Escuché de los Oráculos que Artemisa pagará el doble al
Escudero que lo mate. Si lo agregas a lo que Dionisio iba a pagarte por matarlo
y personalmente pienso que eres un tonto si lo dejas pasar.
—Sin duda, pero tengo suficiente dinero para quedarme
tranquilo. Además, soy el que tiene que tolerar su actitud de mierda y sus
mofas. Él piensa que es un tipo muy rudo. Quiero verlos bajarle los humos antes
de que le corten la cabeza.
Yesung puso sus ojos en blanco ante las palabras de Mike.
Él no daba ni la cola de una rata por lo que el hombre pensaba de él.
Había aprendido hacía mucho tiempo que no tenía caso
tratar de llegar a la gente.
Todo lo que lograba era que lo abofetearan.
Metió el reproductor de MP3 en su bolso negro e hizo una
mueca ante su rodilla pegada a la pared. Dioses, sáquenme de este lugar
apretado y restringido. Se sentía como si estuviera en un sarcófago.
—Estoy asombrado que el Concejo no activara el estado de Minho
a Rito de Sangre para esta cacería —dijo el otro. —Ya que pasó la última semana
con Yesung, pensé que estaría más que dispuesto para esto.
Mike bufó.
—Lo intentaron, pero Choi se rehusó.
—¿Por qué?
—No tengo idea. Sabes cómo es Choi. No acepta muy bien
las órdenes. Me hace preguntarme por qué siquiera lo iniciaron en la hermandad
de los Escuderos, para empezar. No puedo imaginar ningún Cazador Oscuro aparte
de Shindong o Kangin que puedan soportar esa boca.
—Sí, es un maldito sabelotodo. Y hablando de eso, mi
Cazador Oscuro está llamándome así que mejor me voy a trabajar. Cuídate de Yesung
y permanece fuera de su camino.
—No te preocupes. Voy a deshacerme de él y dejarlo para
que los demás lo atrapen, luego sacaré mi trasero de Alaska más rápido de lo
que puedas decir “Guanghwamun”.
El radio se apagó.
Yesung se quedó perfectamente quieto en la oscuridad y
escuchó a Mike respirando en la cabina del piloto.
Entonces, el idiota había cambiado de idea acerca de
matarlo.
Bien, bravo por eso. Al Escudero finalmente le habían
crecido las pelotas, y medio cerebro. En algún punto durante las últimas horas
Mike había decidido que el suicidio no era la respuesta.
Por eso, Yesung lo dejaría vivir.
Pero lo haría angustiarse por el privilegio.
Y que los dioses ayudaran al resto que viniera tras él.
En la tierra congelada del interior de Alaska, Yesung era invencible. A
diferencia de los otros Cazadores Oscuros y Escuderos, él había tenido
novecientos años de entrenamiento en supervivencia ártica. Novecientos años de
estar solo él y la tierra salvaje que no figuraba en el mapa.
Indefectiblemente, Shindong lo había visitado cada década
o poco más o menos sólo para asegurarse que aún estaba vivo, pero nadie más,
siquiera una vez, había venido.
Y las personas se preguntaban por qué estaba demente.
Hasta diez años atrás, no había tenido contacto en
absoluto con el mundo exterior durante los meses largos del verano que lo
obligaban a vivir adentro de su remota cabaña.
Ni teléfono, ni computadora, ni televisión.
Ni teléfono, ni computadora, ni televisión.
Nada más que la tranquila soledad en la que releía la
misma pila de libros una y otra vez hasta que los había aprendido de memoria.
Esperando con ansiosa anticipación que las noches se hicieran más largas, lo
suficiente para permitirle viajar de su cabaña rural a Fairbanks en donde los
negocios aún estaban abiertos y él podía interactuar con gente.
Para eso, sólo había pasado un siglo y medio desde que el
área se hubiera poblado lo suficiente para que él pudiera tener algún contacto
humano.
Estaban las raras visitas de los Daimons en el invierno,
quienes se aventuraban en su bosque a fin de poder decir que habían enfrentado
al lunático Cazador Oscuro. Desafortunadamente, habían estado más interesados
en pelear que en conversar y así que su relación con ellos siempre había sido
breve. Unos pocos minutos de combate para aliviar la monotonía y luego estaba
solo otra vez con la nieve y los osos.
Y no eran ni siquiera wereoso.
La carga magnética y eléctrica de la aurora boreal
imposibilitaba a los Were Hunter aventurarse tan al norte. También causaba
estragos con la electrónica y los enlaces de satelitales, cortando sus
comunicaciones periódicamente durante el año, así que aún en este mundo
moderno, estaba todavía dolorosamente solo.
Tal vez debería dejarles que lo mataran después de todo.
Supervivencia básica era todo lo que Yesung siempre había
conocido. Tragó mientras recordaba Nueva Orleáns.
Cómo había amado esa ciudad. La animación. El calor. La
mezcla de olores exóticos, vistas, y sonidos. Se preguntaba si la gente que
vivía allí se percataba de lo bien que estaban. Qué tan privilegiados eran por
estar bendecidos con semejante ciudad.
Pero eso estaba detrás de él ahora. Había cometido un
error tan grande que no había forma que ni Artemisa ni Shindong le permitieran
regresar a un área poblada donde pudiera interactuar con un gran grupo de
personas.
Eran él y Alaska para la eternidad. Todo lo que podía
esperar era una masiva explosión demográfica, pero dada la severidad del clima,
eso era tan probable como que a él lo destinaran a Hawai.
Con ese pensamiento, sacó del bolso su ropa para la nieve
y empezó a ponérsela. Sería temprano en la mañana, cuando llegaran y aún
estaría oscuro, pero el amanecer no estaría muy lejos. Tendría que apresurarse
para llegar a su cabaña antes de la salida del sol.
Para cuando se había frotado vaselina sobre su piel y se
había puesto sus calzoncillos largos, un suéter negro con cuello de tortuga, el
abrigo largo de buey almizclero y las aislantes botas de invierno, ya podía
sentir descender al helicóptero.
En un impulso, Yesung repasó rápidamente las armas en su
bolso. Había aprendido hacía mucho tiempo a llevar un gran surtido de
herramientas. Alaska era un lugar rudo para estar por cuenta propia y nunca
sabías cuándo te ibas a encontrar con algo mortífero.
Siglos atrás, Yesung había tomado la decisión de ser la
cosa más mortífera en la tundra.
Tan pronto como aterrizaron, Mike cortó el motor y esperó
a que las aspas dejaran de dar vueltas antes de salir, maldiciendo por la
temperatura bajo cero, y abrió la puerta trasera. Mike hizo un repugnante gesto
de desprecio mientras se hacía para atrás para darle el espacio suficiente a Yesung
para desocupar el helicóptero.
—Bienvenido a casa —dijo Mike con una nota de veneno en
la voz. El estúpido estaba disfrutando con el pensamiento de que los Escuderos
le siguieran la pista y lo desmembraran.
Bueno, también Yesung.
Mike sopló sus manos enguantadas.
—Espero que todo esté como lo recuerdes.
Lo estaba. Aquí, ninguna cosa cambiaba nunca.
Yesung se sobresaltó ante el brillo de la nieve aún en la
oscuridad del pre-amanecer. Se bajó los lentes sobre los ojos para protegerlos
y saltó afuera. Agarró su bolso, lo lanzó sobre el hombro, luego se abrió
camino a través de la nieve hacia el cobertizo climatizado en donde, la semana
anterior, había dejado su Ski Doo MX Z Rev, hecha a medida.
Oh, sí, ésta era la temperatura por debajo de congelación
que recordaba, el aire ártico que mordía tan ferozmente. Cada pedazo de su piel
expuesta ardía. Apretó sus dientes para evitar que castañearan, algo no muy
agradable cuando un hombre tenía colmillos largos y filosos en lugar de
dientes.
Bienvenido a casa...
Mike se dirigía hacia la cabina del piloto cuando Yesung
se dio vuelta para mirarlo.
—Oye, Mike —lo llamó, su voz sonó a través de la fría
quietud.
Mike se detuvo.
—Guanghwamun —dijo antes de lanzar una granada debajo del
helicóptero. Mike dejó escapar una apestosa maldición mientras corría a través
de la nieve tan rápido como podía, tratando de alcanzar algún refugio.
Por primera vez en un largo rato, Yesung sonrió al ver al
Escudero enojado y el sonido de la nieve crujiendo ruidosamente bajo los
apurados pasos de Mike.
El helicóptero explotó en el mismo instante que Yesung
alcanzaba su vehículo de nieve y miró hacia atrás para ver cómo los pedazos de
metal, del helicóptero Sikorsky de veintitrés millones de dólares, llovían
sobre la nieve.
Ahh, fuegos artificiales. Cómo le gustaban. La vista era
casi tan bella como la aurora boreal.
Mike todavía estaba maldiciendo y dando saltos, como un
niño enojado, mientras miraba su juguete hecho a medida arder en llamas.
Yesung echó a andar el motor y condujo hacia Mike, pero
no antes de dejar caer otra granada para reventar el cobertizo, impidiendo de
esa forma que el Escudero la usara.
Mientras el vehículo de nieve vibraba bajo él, se bajó la
bufanda lo suficiente a fin de que Mike le pudiera entender cuándo le hablara.
—El pueblo está a unos seis kilómetros por ese camino
—dijo, señalando hacia el sur. Le lanzó a Mike un tubito de vaselina. —Mantén
los labios cubiertos para que no sangren.
—Debería haberte matado —Mike gruñó.
—Sí, deberías haberlo hecho —. Yesung se cubrió la cara,
y aceleró al máximo el motor. —Ya que estamos, si das con lobos en el bosque,
recuerda, realmente son lobos y no Were-Hunters al acecho. Ellos viajan en
jaurías así que si escuchas a uno, hay más detrás de él. Mi mejor consejo para
eso es escalar un árbol y esperar que se aburran antes de que un oso venga y
decida subir tras de ti.
Yesung hizo girar su máquina y se dirigió hacia el nordeste
donde su cabaña lo esperaba en el medio de ciento veinte hectáreas de bosque.
Probablemente debería sentirse culpable por lo que le
había hecho a Mike, pero no lo hacía. El Escudero sólo había aprendido una
valiosa lección. La próxima vez que Artemisa o Dionisio le hicieran una oferta,
él la tomaría.
Yesung rotó su muñeca, dando al vehículo de nieve más
potencia mientras corcoveaba sobre el escabroso camino nevado. Aún tenía un
largo camino a casa y su tiempo se acababa.
El amanecer ya llegaba.
Yesung tenía frío, estaba hambriento, y cansado, y en una
forma extraña todo lo que quería hacer era regresar a las cosas que le eran
familiares.
Si los otros Escuderos querían cazarlo, entonces que así
fuese. Al menos de esta manera él estaba prevenido.
Y como el helicóptero y el cobertizo lo demostraron, él
ya estaba preparado de antemano.
Si querían enfrentarlo, entonces les deseaba suerte. Iban
a necesitarla y también un montón de refuerzos.
Esperando con ilusión el desafío, hizo volar su máquina
sobre el terreno congelado.
Faltaba poco para el amanecer cuando llegó a su aislada
cabaña. Más nieve había caído bloqueando su puerta, mientras había estado
ausente. Deslizó el vehículo de nieve en un cobertizo pequeño que estaba pegado
a su cabaña y la cubrió con una lona impermeable.
Mientras enchufaba la calefacción para el motor, se
percató que no había suficiente poder en la conexión ni para la MX ni la Mach
que estaba estacionada al lado. Gruñó enojado. Maldición. Sin duda el motor del
Mach se había quebrado por las temperaturas bajo cero, y si no tenía cuidado el
motor de la MX también se quebraría.
Yesung se apresuró a salir y comprobar los generadores
antes de que el sol se levantara sobre las colinas, sólo para encontrar a ambos
congelados y sin funcionar.
Gruñó otra vez mientras golpeaba uno con el puño.
Bien, eso en cuanto a comodidad. Parecía que hoy iban a
ser él y la pequeña estufa a leña. No era la mejor fuente de calor, pero era lo
mejor que iba a obtener.
—Genial, simplemente genial —masculló. No era la primera
vez que se había visto forzado a tolerar dormir con frío, en el piso de la
cabaña. Sin duda no sería la última vez.
Sólo parecía peor esta mañana porque había pasado la
última semana en el clima templado de Nueva Orleáns. Había estado tan cálido
cuando estuvo allí que ni siquiera había necesitado usar la calefacción.
Hombre, cómo extrañaba ese lugar.
Yesung dejó caer su bolsa de lona al lado de la estufa a
leña. Luego se volvió y colocó el antiguo pestillo de madera dentro del hueco
sobre la puerta para atrancarla, y así mantener alejada a la fauna silvestre de
Alaska que algunas veces se aventuraba demasiado cerca de su cabaña.
Andando a tientas a lo largo de la pared, tallada con sus
manos, encontró la linterna que pendía allí y la pequeña caja de fósforos
Lucifer que estaba sujeta a ella. Si bien su vista de Cazador Oscuro estaba
diseñada para la noche, no podía ver en la oscuridad total. Con la puerta
cerrada, su cabaña estaba sellada tan ajustadamente que ninguna luz en absoluto
podía penetrar las gruesas paredes de madera.
Una vez encendida la linterna, tembló de frío en tanto se
daba vuelta para mirar el interior de su casa. Conocía cada centímetro del
lugar íntimamente. Cada estante de libros que revestía las paredes, cada muesca
tallada que la decoraba.
Él nunca había tenido muchos muebles. Dos alacenas altas;
una para su puñado de ropas y otra para su comida. Había también una mesita
para el televisor y los estantes de libros, y eso era todo. Como un ex—esclavo
romano, Yesung no estaba acostumbrado a mucho.
Estaba tan frío adentro que podía ver su respiración a
través de la bufanda y cuando miró alrededor del estrecho lugar, hizo una mueca
a su computadora y el televisor, los cuales tendrían que descongelarse antes de
poder usarlos. Con tal que la humedad no los hubiera alcanzado.
Reacio a preocuparse por eso, se dirigió a la despensa de
comida en la parte trasera donde no había más que productos enlatados. Había
aprendido hacia mucho tiempo que si los osos y los lobos olían comida,
rápidamente le harían una visita no deseada. No tenía ganas de matarlos sólo
porque estaban hambrientos y eran estúpidos.
Yesung agarró una lata de carne de cerdo con frijoles y
su abrelatas, y se sentó en el piso. Mike se había rehusado a alimentarlo
durante el viaje de trece horas. Mike había afirmado que no quería arriesgarse
a exponer a Yesung a la luz del sol para alimentarlo.
En realidad, el Escudero era un idiota, y el hambre no
era algo nuevo para Yesung.
—Ah, grandioso —masculló cuando abrió la lata y encontró
los frijoles sólidamente congelados adentro. Consideró en sacar el pica hielo,
pero cambió de idea. No estaba tan hambriento para que un helado de carne de
cerdo y frijoles le atrajera.
Suspiró con repugnancia, luego abrió la puerta y lanzó la
lata tan lejos en el bosque como pudo.
Cerrando de un golpe la puerta antes de que la luz del
amanecer se filtrara, Yesung buscó en su bolsa hasta que encontró su teléfono
celular, el reproductor de MP3, y la laptop. Colocó el teléfono y el
reproductor en sus pantalones a fin de que el calor del cuerpo evitara que se
congelaran. Luego dejó a un lado su laptop hasta que pudiera encender la estufa
a leña.
Fue a la esquina frente a la estufa y agarró un manojo de
figurillas de madera talladas, que había amontonado allí y las colocó adentro
de la estufa.
Tan pronto como abrió la pequeña puerta de hierro, hizo
una pausa.
Había un visón diminuto en el interior con tres recién
nacidos. La madre, enojada al ser perturbada, siseó una advertencia para él
mientras se miraban a los ojos.
Yesung siseó en respuesta.
—Hombre, no creo esto —refunfuñó Yesung coléricamente.
El visón debía haber entrado por el tubo de la estufa y
haberse mudado cuando él se había ido. Probablemente habría estado todavía cálida
cuando la encontró y la estufa era un lugar extremadamente seguro como cubil.
—Lo mínimo que podrías haber hecho era traer unos
cincuenta de tus amigos contigo. Y así yo podría usar un abrigo nuevo.
Ella le mostró sus dientes.
Yesung exasperado, cerró la puerta y devolvió el montón a
la esquina. Era un imbécil, pero ni siquiera él los echaría. Siendo inmortal,
sobreviviría el frío. La madre y las crías no lo harían.
Recogió su laptop y la colocó dentro de su abrigo cerrado
para conservarla caliente y se fue a la esquina lejana donde estaba su jergón.
Mientras se acostaba, pensó en irse a dormir bajo tierra en donde estaba más
caliente, pero entonces, ¿Para qué molestarse?
Tendría que mover la estufa para alcanzar su sótano
escondido y eso sólo contrariaría a la mamá visón otra vez.
En esta época del año la luz del día
era corta. Sólo serían unas cuantas horas más hasta la puesta de sol, y él
estaba más que acostumbrado a su páramo congelado.
Tan pronto como pudiera, iría al pueblo a comprar
suministros y un generador nuevo. Jalando las colchas y las pieles sobre él,
exhaló un suspiro largo y cansado.
Yesung cerró los ojos y dejó que su mente vagara sobre
los acontecimientos de la semana pasada.
—Gracias, Yesung.
Él rechinó los dientes mientras recordaba la cara de Lee Sungmin.
Sus grandes ojos café oscuros eran increíblemente seductores y estaba muy lejos
del tipo de modelo flaco que la mayoría preferían; tenía un cuerpo exuberante,
curvilíneo que lo había puesto duro con sólo estar cerca de él.
Hombre, debería haber tomado un mordisco de su cuello
cuando había tenido la oportunidad. Todavía no estaba seguro por qué no había
saboreado su sangre. Sin duda lo habría mantenido caliente, aún ahora.
Oh, pues bien. Debía apuntarlo como otro arrepentimiento,
total él tenía una lista infinita de ellos.
Sus pensamientos regresaron a él...
Sungmin había aparecido inesperadamente en su casa de
Nueva Orleáns mientras había estado esperando que Minho lo llevara al sitio de
aterrizaje para irse.
—No puedo quedarme por mucho tiempo. No quiero que Kyuhyun
se despierte y encuentre que me he ido, pero antes de que te vayas debía
agradecerte lo que hiciste por nosotros.
Todavía no sabía por qué los había ayudado a él y a Kyuhyun.
Por qué había desafiado a Dionisio y había peleado contra el dios cuando éste
había tratado de destruirlos a ambos.
Por su felicidad, se había consignado a sí mismo a morir.
Pero mientras le miraba ayer, había parecido que, en
cierta forma, había valido la pena.
Y mientras dejaba que el sueño lo alcanzara, se
preguntaba si todavía pensaría que valió la pena cuando los Escuderos
encontraran su cabaña y la quemaran hasta los cimientos con él en su interior.
Resopló ante el pensamiento. ¿Qué diablos? Al menos
estaría caliente unos pocos minutos antes de morir.
Yesung no estaba seguro cuánto tiempo había dormido.
Cuando se despertó, estaba oscuro otra vez.
Esperaba que no hubiera sido por mucho tiempo ya que su
vehículo de nieve corría la posibilidad de congelarse. Si lo hacía, entonces
sería una fría y larga caminata al pueblo.
Se dio vuelta y arrugó la cara de dolor. Había estado
descansando sobre su laptop. Sin mencionar el teléfono y reproductor de MP3 que
estaban mordiendo algo mucho más incómodo.
Temblando en contra del frío glacial, se obligó a sí
mismo a levantarse. Una vez que estuvo vestido para el clima, salió a su garaje
provisional. Puso la laptop, el teléfono, y reproductor de MP3 en su mochila y
la lanzó sobre sus hombros, luego montó el vehículo y desenvolvió el motor.
Afortunadamente arrancó en el primer intento. ¡Aleluya!
Tal vez su suerte estaba cambiando después de todo. Nadie lo había tostado
mientras dormía y realmente tenía suficiente combustible para llegar al pueblo
donde podía obtener alguna comida caliente y deshelarse por unos minutos.
Agradecido por los pequeños favores, se dirigió a través
de su tierra, dobló al sur para el largo, accidentado viaje que lo llevaría a
la civilización.
No le importaba. Estaba malditamente agradecido que ahora
hubiera una civilización a dónde dirigirse.
Yesung llegó a la ciudad poco después de las seis.
Estacionó su vehículo en la casa de Mathias, que estaba a
una corta distancia del centro del pueblo. Había conocido al ex camarero diez
años atrás cuando lo había encontrado en el interior de su coche averiado,
tarde en la noche, a un costado de una calle secundaria que raramente era usada
en el Polo Norte.
Había estado próximo a sesenta grados bajo cero y había
estado llorando, acurrucado bajo mantas, asustado de que él y su bebé murieran
antes de que le llegara algún tipo de ayuda. Su hija de siete meses estaba
enferma de asma y Mathias había estado tratando de llevarla al hospital para
tratarla, pero habían rechazado su ingreso ya que él no tenía seguro social ni
dinero para pagar.
Le habían dado indicaciones de cómo llegar a una clínica
de caridad y se había perdido mientras trataba de encontrarla.
Yesung los había llevado de regreso al hospital y había
pagado por el cuidado del bebé. Mientras esperaban, había averiguado que Mathias
había sido desalojado de su departamento y que no podía cubrir los gastos con
lo que ganaba.
Así es que le había ofrecido a Mathias un negocio. A
cambio de una casa, el coche, y el dinero, él le proveía de alguien amigable
para hablar cuando fuera que viniera al pueblo, y una pocas comidas caseras o
sobras cocinadas, lo que fuere que él tuviera en ese momento.
Lo mejor de todo, era que en el verano cuando él estaba
completamente encerrado dentro de su cabaña durante las veintitrés horas y
medias de luz del día, Mathias pasaba por la oficina de correos o la tienda y
le traía libros y suministros y los dejaba fuera de su puerta.
Había sido el mejor trato que alguna vez había hecho.
Mathias nunca le
había preguntado nada personal, ni aún cuando él no dejaba su cabaña en los
meses de verano. Sin duda estaba demasiado agradecido de tener su apoyo
financiero para preocuparse por sus actitudes excéntricas.
A cambio, Yesung nunca había tomado su sangre o le había
preguntado a algo personal. Eran simplemente empleador y empleado.
—¿Yesung?
Alto, delgado, y sumamente atractivo, estaba vestido con
un suéter negro y jeans. Cualquier otro tipo a estas fechas, probablemente ya
habría hecho una movida, y una noche, cuatro años atrás, Mathias había
insinuado que si alguna vez quisiese algo más íntimo, gustosamente se lo daría,
pero Yesung se había rehusado.
A él no le gustaba que las personas se acercaran
demasiado, y los jóvenes y mujeres tenían una horrorosa tendencia de mirar al
sexo como algo muy significativo.
Nunca se involucraría con Mathias. El sexo con él sería
una complicación que no necesitaba.
—¿Yesung, eres tú?
Bajó la bufanda de su cara y respondió a gritos.
—Sí, soy yo.
—¿Entras?
—Regresaré en un momento. Tengo que ir a comprar unas
pocas cosas.
Él asintió con la cabeza, luego regresó adentro y cerró
la puerta.
Yesung caminó calle abajo hacia la tienda. El almacén
general de tenía de todo. Lo mejor es que tenía una gran variedad de artículos
electrónicos y generadores. Desafortunadamente, no podría usar la tienda por
mucho tiempo. Él había sido un cliente regular por acerca de quince años, y
aunque el dueño era un poco torpe, había empezado a notar el hecho que Yesung
no había envejecido en todo este tiempo.
Tarde o temprano, Mathias lo notaría también y tendría
que dejar su único contacto con el mundo mortal.
Al terminar de comprar lo que necesitaba, se abrió paso
hacia lo de Mathias e hizo lo mejor que pudo por ignorar los latigazos del
viento.
Golpeó la puerta antes de empujarla con el hombro para
abrirla y entrar. Por raro que pareciera, la sala de estar estaba vacía. A esta
vez hora de la noche, la hija de Mathias, usualmente corría de un lado a otro,
jugando y gritando como un demonio o haciendo una tarea bajo extrema protesta.
Ni siquiera lo oía en la parte de atrás.
Por un segundo, pensó que tal vez los Escuderos lo habían
encontrado, pero eso era ridículo. Nadie sabía de Mathias. Yesung no se llevaba
exactamente bien con el Concejo de Escuderos u otros Cazadores Oscuros.
—¿Oye, Mathias? —llamó. —¿Esta todo bien?
Mathias caminó lentamente desde la cocina.
—Regresaste.
Un mal presentimiento le sobrevino. Algo no estaba bien.
Lo podía sentir. Parecía nervioso.
—Sí. ¿Sucede algo? ¿No interrumpí una cita o algo, no?
Y luego lo oyó. Era el sonido de un hombre respirando, de
pisadas fuertes dejando la cocina.
El hombre vino andando por el vestíbulo, con una forma
lenta y metódica de caminar, como un depredador tomándose su tiempo para situar
el paisaje mientras pacientemente observaba a su presa.
Yesung frunció el ceño ante el hombre que se detenía en
el vestíbulo detrás de Mathias. Había
un aura mortal alrededor del hombre y tan pronto como sus
ojos se cruzaron, Yesung supo que había sido traicionado.
Éste era otro Cazador Oscuro.
Y solo había uno de los de Cazadores Oscuros que
sabían de Mathias y él...
Yesung maldijo su estupidez.
El Cazador Oscuro inclinó su cabeza hacia él.
–Y —pronunció arrastrando las palabras pesadamente en un
acento sureño que Yesung conocía demasiado bien. — Tú y yo tenemos que hablar.
Yesung no podía respirar mientras clavaba los ojos en Mathias
y Jongjin a la vez. Jongjin era la única persona en quien él alguna vez se
había confiado en sus dos mil años de vida.
Y sabía por qué Jongjin estaba aquí.
Sólo Jongjin conocía a Yesung. Conocía los lugares que
frecuentaba y sus hábitos.
¿Quién mejor para seguirle la pista y matarle que su
mejor amigo?
—¿Hablar sobre qué? —preguntó bruscamente, entrecerrando
los ojos.
Jongjin se movió delante de Mathias como para protegerlo.
Que él pensase por un instante, que Yesung lo amenazaría, le dolió más que
nada.
—Pienso que sabes por qué estoy aquí, Y.
Sí, lo sabía bien. Sabía exactamente lo que Jongjin
quería de él. Una muerte agradable, rápida a fin de que Jongjin pudiera
reportar a Artemisa y Shindong que todo estaba bien otra vez en el mundo, y
luego regresaría a su casa en Reno.
Pero Yesung había ido dócilmente, una vez, a su
ejecución. Esta vez, tenía la intención de luchar por su vida, como fuese.
—Olvídalo, Jongjin –dijo él. Se dio vuelta y corrió hacia
la puerta.
Yesung logró regresar al jardín antes de que Jongjin lo
atrapara y jalara para detenerlo. Él dejó al descubierto sus colmillos, pero Jongjin
no pareció notarlo.
Yesung le dio un duro puñetazo en el estómago. Fue un
golpe poderoso que hizo que Jongjin se tambaleara hacia atrás y puso de
rodillas a Yesung. Siempre que un Cazador Oscuro atacaba a otro, el Cazador
Oscuro que atacaba sentía el golpe diez veces peor que el que lo recibía. Había
una única forma de evitar esto, que Artemisa levantara su prohibición. Solo
esperaba que no se la hubiera levantado a Jongjin.
Yesung luchó por respirar ante el dolor y se forzó a sí
mismo a pararse. A diferencia de Jongjin, el dolor físico era algo a lo que
estaba habituado.
Pero antes de poder alejarse vio a Mike y a otros tres
Escuderos en las sombras. Caminaban hacia ellos con pasos determinados que
decían que estaban armados para el Cazador Oscuro.
—Déjenmelo a mí –ordenó Jongjin.
Ay no! Por que la vida se ensaña con Yeye!!!!
ResponderEliminarNo me parece justo! Y todos lo traicionan!!!!
No me parece justo...ya quiero que se encuentre con Wookie y se deje querer...
La vida de Yesung allá es horrible y lo peor de todo es que él parece estar totalmente resignado a vivir así. Nadie merece eso, ojalá que Wookie pueda ver más de lo que la mayoría ve en Yesung, si hasta la mamá vison recibe ayuda aunque él no lo exprese así.
ResponderEliminarNo sabes la rabia que da que todos traicionen a Yesung, no entiendo que diablos se traen los escuderos y hasta su amigo Jongjin, que para eso mejor no tener amigos ><
Yesung la pasa mal ahí,regresa no por que quiera estar lejos de los demás...sino porque no tiene otra opción,bien o mal,sigue un poco las ordenes de Artemisa.
ResponderEliminarPero me gusto cuando le exploto el elicoptero y la tipo cabaña a ese disque escudero.....hubiera preferido que se muriera.
Uy Mathias amigo de Yesung,y lo usan de carnada para matarlo....y precisamente alguien en quien confiaba....por algo prefiere esa soledad.