NUEVA ORLEÁNS
EL DÍA DESPUÉS DE MARDI GRAS
Yesung se reclinó en su asiento mientras el helicóptero
despegaba. Se iba a casa, a Alaska.
Sin duda moriría allí.
Si Artemisa no lo mataba, entonces estaba seguro que
Dionisio lo haría. El dios del vino y el exceso había sido muy explícito en su
desagrado sobre la traición de Yesung, y en lo que tenía intención de hacerle
como castigo.
Por la felicidad de Lee Sungmin, Yesung se había cruzado
en el camino del dios, quien se aseguraría de hacerle sufrir aún peores
horrores que aquellos vividos en su pasado humano.
No era que a él le importase. No había mucho en la vida o
la muerte por lo que Yesung alguna vez se hubiera preocupado.
Todavía no sabía por qué había puesto su trasero en la
línea por Kyuhyun y Sungmin, aparte del hecho de que joder a las personas era
lo único que verdaderamente le daba placer.
Su mirada cayó a la mochila que estaba a sus pies.
Antes de percatarse lo que hacía, sacó el tazón, hecho a
mano, que Sungmin le había dado y lo sostuvo entre sus manos.
Fue el único momento en su vida que alguien le había dado
algo sin que tuviese que pagarlo.
Pasó sus manos sobre los diseños intrincados que Sungmin
había grabado. Él probablemente había pasado horas con este tazón.
Tocándolo con manos amorosas.
—Pierden el tiempo con una muñeca de trapo y eso se
vuelve de suma importancia para ellos; y si alguien se los quita, entonces
lloran…
El pasaje del Principito pasó por su mente. Sungmin había
pasado mucho tiempo en esto y le había dado arduo trabajo sin ninguna razón
aparente. Probablemente no tenía idea cuánto lo había conmovido su sencillo
regalo.
—Realmente eres patético —suspiró agarrando firmemente el
tazón en sus manos mientras torcía su labio en repugnancia. —No significó nada
para él, y por un pedazo de arcilla sin valor te consignaste a la muerte
eterna.
Cerrando los ojos, él tragó. Era cierto.
Una vez más, iba a morir por nada.
—¿Y qué?
Déjenlo morir. ¿Qué importaba?
Si no lo mataban en el viaje, entonces sería en una buena
pelea, y las buenas peleas eran demasiado pocas y muy esporádicas en Alaska.
Esperaba con ilusión el desafío.
Enojado consigo mismo y con todo el mundo, Yesung hizo
añicos el tazón con sus pensamientos, luego se sacudió el polvo de sus pantalones.
Sacando su reproductor de MP3, se puso los audífonos, y
esperó a que Mike aclarara las ventanas del helicóptero y dejara entrar la luz
del sol tan letal para él.
Era, después de todo, lo qué Dionisio había pagado al
Escudero para que hiciera, y si el hombre tenía una pizca de sentido común
obedecería, porque si Mike no lo hacía, iba a desear haberlo hecho.
Shindong era un hombre de muchos secretos y poderes. Como
Cazador Oscuro primogénito y líder de los de su clase, había proclamado ser,
desde hacía nueve mil años, el intermediario entre ellos y Artemisa, la diosa
de la cacería, quien los había creado.
Era un trabajo que rara vez disfrutaba y una situación
que siempre había odiado. Como una niña descarriada, a Artemisa no había nada
que le gustara más que provocarlo, sólo para ver hasta dónde podía llegar antes
de que él la reprendiese.
La de ellos era una relación complicada que dependía de
un balance de poder. Solamente él poseía la habilidad para mantenerla calma y
racional.
Al menos la mayoría de las veces.
Entretanto ella tenía la única fuente de alimento que él
necesitaba para mantenerse humano compasivo. Sin ella, se convertiría en un
asesino sin espíritu, peor aún que los Daimons que atacaban a los humanos. Sin
él, ella no tendría corazón o conciencia.
En la noche de Mardi Gras, había negociado con ella
intercambiando dos semanas de servidumbre para que liberara el alma de Kyuhyun
y permitiera que el Cazador Oscuro dejara su servicio y pasara su inmortalidad
con la persona que amaba.
Kyuhyun fue liberado de cazar vampiros y otras criaturas
demoníacas que asechaban la tierra buscando víctimas desventuradas.
Ahora Shin estaba restringido a usar la mayor parte de
sus poderes mientras estaba recluido dentro del templo de Artemisa, donde tenía
que depender de su capricho de mantenerlo informado sobre el progreso de la
cacería de Yesung.
Sabía lo traicionado que Yesung se sentía y eso lo
atormentaba mentalmente. Mejor que cualquiera, él entendía lo que era ser
dejado completamente solo, para sobrevivir por instinto y tener sólo enemigos
alrededor de él.
Shin no podía soportar pensar que uno de sus hombres se
sintiera así.
—Quiero que llames a Thanatos —dijo mientras se sentaba
sobre el piso de mármol a los pies de Artemisa. Ella yacía recostada en su
trono coloreado en marfil, el cual siempre le había parecido una silla de salón
muy recargada. Era decadente y suave, un estudio de puro deleite hedonista.
Artemisa no era nada sino una criatura del confort.
Ella sonrió lánguidamente mientras se tendía sobre la
espalda. Arrastró una mirada caliente,
lujuriosa sobre su cuerpo, el cual estaba desnudo excepto por un par de
ajustados pantalones de cuero negro. La satisfacción brillaba en los luminosos
ojos verdes mientras ella jugueteaba con una hebra de su largo cabello rubio,
que cubría la mordedura en su cuello. Ella estaba bien alimentada y contenta
por estar con él.
Él ninguna de las dos cosas.
—Aún estás débil, Shindong –dijo ella quedamente, —y en
ninguna posición para hacerme demandas. Además, tus dos semanas conmigo recién
han comenzado. ¿Dónde esta la obediencia que me prometiste?
Shin se levantó lentamente para elevarse sobre ella.
Afirmó sus brazos a cada lado de ella y se acercó hasta que sus narices casi se
tocaron. Sus ojos se agrandaron un grado, sólo lo suficiente como para dejarle
saber que a pesar de sus palabras, ella sabía cuál de ellos era el más
poderoso, aún mientras estuviese debilitado.
—Llama a tu mascota, Artie. Lo digo en serio. Te dije
hace mucho tiempo que no había necesidad que un Thanatos asechara a mis Hunters
y yo estoy cansado de este juego que juegas. Lo quiero enjaulado.
—No —dijo ella en un tono que era casi petulante. —Yesung
debe morir. Fin de la sinfonía. En el momento que su foto salió en el noticiero
nocturno, mientras mataba Daimons, colocó a todos los Cazadores Oscuros en
peligro. No podemos dejar que las autoridades humanas se enteren de ellos. Si
alguna vez encuentran a Yesung...
—¿Quién lo va a encontrar? Está recluido en el medio de
ningún lugar por tu crueldad.
—No lo puse allí, tú lo hiciste. Yo lo quería matar y te
rehusaste. Es culpa tuya que este desterrado en Alaska, así que no me culpes.
Shin frunció su labio.
—No iba dar muerte a un hombre porque tú y tus hermanos
estaban jugando con su vida.
Él quería otro destino para Yesung. Pero hasta ahora,
ninguno de los dioses, ni Yesung, habían cooperado.
Maldito libre albedrío, de cualquier manera. Los había
metido a todos ellos en más problemas de los que necesitaban.
Ella entrecerró los ojos.
—¿Por qué te importa tanto, Shindong? Comienzo a sentir
celos de este Cazador Oscuro y del amor que tienes por él.
Shin se apartó de ella. Ella hacía que su preocupación
por uno de sus hombres sonara obscena.
Por supuesto, era buena en eso.
Lo que sentía por Yesung era un lazo de amistad, como
hermanos. Mejor que cualquiera, él entendía la motivación del hombre. Sabía por
que Yesung atacaba con enojo y frustración.
Había sólo una cantidad de golpes que un perro podía
recibir antes de que se volviera mordedor.
Él mismo estaba tan cerca de cambiar que no podía culpar
a Yesung por el hecho de haberse convertido en rabioso, siglos atrás.
Aún así, no podía dejar morir a Yesung. No de esta forma.
No sobre algo que no había sido su culpa. El incidente en el callejón de Nueva
Orleáns, donde Yesung había atacado a los policías, había sido una trampa
puesta por Dionisio para exponer a Yesung a los humanos y así causar que
Artemisa llamara a una cacería de sangre por la vida del hombre.
Si Thanatos o los Escuderos lo mataban, entonces Yesung
se convertiría en una sombra incorpórea que estaba condenada a pasar la
eternidad en la tierra. Por siempre hambriento y sufriendo.
Por siempre adolorido.
Shin se sobresaltó ante el pensamiento. Incapaz de
soportarlo, se apresuró a la puerta.
—¿Adónde vas? —preguntó Artemisa.
—A encontrar a la diosa de la justicia y deshacer
lo que has comenzado.
Artemisa repentinamente apareció delante de él,
bloqueando su camino hacia la puerta.
—No vas a ningún lado.
—Entonces llama a tu perro.
—No.
—Bien —. Shin bajó la mirada a su brazo derecho en la que
tenía un tatuaje de dragón que iba desde el hombro hasta la muñeca.
— Simi —ordenó él. — Toma forma humana.
El dragón se levantó de su piel, intercambió su forma a
la de una demoníaca mujer joven, no más alta que noventa centímetros. Ella
revoloteó sin esfuerzo a su derecha.
En esta encarnación, sus alas eran azul oscuro y negro,
si bien ella usualmente prefería el color borgoña. El color más oscuro de las
alas combinadas con el color de sus ojos le decía claramente qué tan desdichada
estaba Simi de encontrarse aquí, en el Olimpo.
Sus ojos eran blancos, bordeados en rojo, y su largo pelo
rubio flotaba alrededor de ella. Tenía cuernos negros que eran más bellos que
siniestros y largas y puntiagudas orejas. Su vestido rojo se envolvía alrededor
de su cuerpo ágil y musculoso, el cuál ella podía amoldar a cualquier tamaño
desde tres centímetros a dos metros cuarenta de alto en forma humana o tan
grande como veinticuatro metros como un dragón.
—¡No! —dijo Artemisa, tratando de usar sus poderes para
contener al demonio Charonte. Esto no perturbó a Simi, quien sólo podía ser
convocada o controlada por Shin o su madre.
—¿Que necesitas, akri?—preguntó Simi a Shin.
—Mata a Thanatos.
Simi mostró sus colmillos mientras se frotaba las manos
alegremente y dirigía una malvada sonrisa afectada a Artemisa.
—¡Oh, sí! ¡Voy a enojar a la diosa pelirroja!
Artemisa miró desesperadamente a Shin.
—Ponla de regreso en tu brazo.
—Olvídalo, Artemisa. Tú no eres la única que puede
ordenar un asesinato. Personalmente, pienso que sería interesante ver
simplemente cuánto tiempo tu Thanatos duraría en contra de mi Simi.
La cara de Artemisa palideció.
—Él no durará mucho, akri –le dijo Simi a Shin, usando el
término Atlante para "lord y maestro". Su voz era serena pero
poderosa y tenía un tono musical. — Thanatos es barbacoa.
Ella sonrió a Artemisa.
— Y a mí me gusta la barbacoa. Sólo dime cómo lo quieres,
akri, receta normal o extra crujiente. Soy partidaria del extra crujiente.
Hacen mucho ruido al masticarlos cuando están fritos en mucho aceite. Eso me
recuerda, necesito un poco de pan.
Artemisa tragó audiblemente.
—No la puedes enviar tras él. Es incontrolable sin ti.
—Ella hace sólo lo que le digo que haga.
—Esa cosa es una amenaza, con o sin ti. Zeus prohibió que
alguna vez fuera sola al mundo humano.
Shin se mofó ante eso.
—Ella es menos amenaza de lo que tú eres y ella sale todo
el tiempo.
—No puedo creer que la sueltes tan descuidadamente. ¿Qué
estás pensando?
Mientras discutían, Simi flotaba alrededor del cuarto,
haciendo una lista en un pequeño libro cubierto de cuero.
—Ooo, veamos, necesito mi salsa especiada de
barbacoa. Definitivamente algunos
guantes para horno,
porque va a
estar caliente por haber sido asado a la parrilla. Necesito traer un par
de manzanos para así tener madera y que la carne quede con sabor a manzana. Hay
que darle ese sabor extra, porque no me gusta el sabor a Daimon. ¡Ack!
—¿Qué está haciendo? —preguntó Artemisa mientras se
percataba que Simi hablaba sola.
—Hace una lista de lo que necesita para matar a Thanatos.
—Suena como si fuera a comerlo.
—Probablemente.
Los ojos de Artemisa se estrecharon.
—No lo puede comer. Lo prohíbo.
Shin le dirigió una media sonrisa siniestra.
—Ella puede hacer lo que quiera. La enseñé a no
desaprovechar.
Simi hizo una pausa y levantó su cabeza de la lista para
decir con un bufido a Artemisa.
—Simi tiene mucho cuidado con el medio ambiente. Come
todo excepto pezuñas. No me gustan, lastiman mis dientes —. Ella miró a Shin. —
¿Thanatos no tienen pezuñas, no?
—No, Simi, él no tiene.
Simi dio un grito feliz.
—Ooo, buena comida esta noche. Traigo a un Daimon para
barbacoa. ¿Puedo ir ahora, akri? ¿Puedo? ¿Puedo? ¿Puedo, por favor? —. Simi
bailó por todos lados como un niño pequeño, feliz en una fiesta de cumpleaños.
Shin clavó los ojos en Artemisa.
—Depende enteramente de ti, Artie. Él vive o muere por tu
palabra.
—¡No, akri!— Simi lloriqueó después de una pausa breve,
atontada. Ella sonó como si estuviera sufriendo. —No le preguntes a ella eso.
Ella nunca me dejaría tener diversión. ¡Ella es una diosa mezquina!
Shin sabía cuánto odiaba Artemisa que él le ganara una
discusión. Sus ojos ardieron con furia reprimida.
—¿Qué quieres que haga?
—Dices que Yesung es inadecuado para vivir, que
representa una amenaza para los otros. Todo lo que quiero es que Themis lo
juzgue. Si su juicio encuentra que Yesung es un peligro para los que están a su
alrededor, entonces enviaré a Simi tras él para quitarle la vida.
Simi descubrió sus colmillos a Artemisa mientras
intercambiaban burlas venenosas.
Finalmente, Artemisa lo miró.
—Muy bien, pero no confío en tu demonio. Haré que
Thanatos se retire, pero después de que Yesung sea juzgado culpable, enviaré a
Thanatos para matarle.
—Simi —dijo Shin a su compañera Charonte. —Regresa a mí.
Ella se vio disgustada por el mero pensamiento.
—Regresa a mí, Simi —. Simi se burlaba mientras
intercambiaba de forma.
—No salgo a freír a la diosa. No salgo a freír a Thanatos
—. Ella hizo un bufido extraño. —No soy un yo—yo, akri. Soy un Simi. Odio
cuando me excitas sobre ir a matar algo y luego me dices que no. No me gusta
eso. Es aburrido. Ya no me dejas divertirme.
—Simi –dijo él, acentuando su nombre.
El demonio hizo pucheros y luego voló al lado izquierdo
de su cuerpo y regresó a su brazo con la forma de un pájaro estilizado, en su
bícep.
Shin frotó su mano sobre la pequeña quemadura que siempre
sentía cada vez que Simi salía o regresaba a su piel.
Artemisa se quedó con la mirada fija, con malicia ante la
forma nueva de Simi. Luego, dio un paso alrededor de él y se apoyó contra su
espalda mientras pasaba una mano sobre la imagen de Simi.
—Un día voy a encontrar la manera de librarte de la
bestia que descansa en tu brazo.
—Seguro que sí —dijo él, obligándose a soportar el toque
de Artemisa mientras ella respiraba sobre su piel en tanto se apoyaba contra su
espalda. Era algo que Shin nunca había podido tolerar sin dificultad, y era
algo que ella sabía que él odiaba.
La miró sobre su hombro.
—Y un día voy a encontrar la manera de deshacerme de la
bestia que descansa sobre mi espalda.
Ryeowook se sentó sola en el atrio a leer su libro
favorito, El principito. No importa cuántas veces lo leyera, siempre le gustaba.
Y hoy necesitaba encontrar algo bueno. Algo que le
recordara que había belleza en el mundo.
Sobre todo, quería encontrar esperanza.
Una brisa suave con perfume a lila flotó fuera del río, a
través de las columnas dóricas de mármol y del tílburi blanco de mimbre donde
estaba sentado. Sus tres hermanos habían estado aquí por poco tiempo, pero los
había enviado de regreso.
Ni siquiera ellos lo podían confortar.
¿No había decencia? ¿Ninguna bondad? ¿La humanidad
finalmente las había destruido a ambas?
Sus hermanos, tanto como él los amaba, eran tan despiadados
como cualquier otro. Eran completamente indiferentes a las suplicas y
sufrimientos de cualquiera no relacionado con ellos.
Ya nada los tocaba más.
Ryeowook no podía recordar la última vez que había
llorado. La última vez que se había reído.
Él estaba insensible ahora.
El entumecimiento era la maldición de las de su tipo. Su
hermana Jungwook le había advertido hacía mucho tiempo que si prefería ser juez
este día llegaría.
Joven, vanidoso y estúpido, Ryeowook tontamente había
ignorado la advertencia, pensando que nunca le sucedería.
Él nunca sería indiferente a la gente o su dolor.
Y ahora eran sólo sus libros los que le traían las
emociones de otros. Si bien realmente "no las podía sentir", las
emociones irreales y mudas de los personajes le confortaron en algún nivel.
Y si él era capaz de eso, eso le haría llorar.
Ryeowook oyó a alguien acercándose desde atrás. No
queriendo que alguien viera lo que estaba leyendo y menos que le preguntaran
por qué, y se viera forzado a admitir que había perdido su compasión, Ryeowook
lo metió bajo el cojín de la silla. Se volvió para ver a su madre cruzando el
césped, tan bien cuidado, donde pastaba un trío de pequeños cervatillos.
Su madre no estaba sola.
Artemisa y Shindong estaban con ella.
Su madre vestía una camisa azul con mangas cortas, hecha a
medida y pantalones flojos caquis. Nadie alguna vez la tomaría por la diosa
griega de la justicia.
Artemisa estaba vestida con uno de los peplos clásicos
griegos mientras Shindong traía puesto sus típicos pantalones de cuero negro y
una remera negra. Su cabello rubio.
Un escalofrío bajó por su columna vertebral, pero claro,
siempre le pasaba cuando Shindong se acercaba. Había algo acerca de él que era
apremiante e irresistible.
Aterrador también.
Nunca había conocido a alguien como él. Era atrayente de
un modo que desafiaba sus mejores habilidades para explicarlo. Era como si su
misma presencia llenara a todo el mundo de un deseo tan potente que era difícil
mirarlo sin querer sacarle sus ropas, tirarlo al suelo, y hacer el amor con él
por innumerables siglos.
Pero había más de él que su atracción sexual. Había
también algo antiguo y primitivo. Algo tan poderoso que aún los dioses temían.
Uno podía ver ese miedo en los ojos de Artemisa mientras
caminaba a su lado.
Nadie sabía que relación había entre ellos. Nunca se
tocaban, rara vez se miraban. Y aun así Shindong venía a menudo a ver a
Artemisa a su templo.
Cuando Ryeowook había sido un niño, él solía venir y
visitarlo, también. Jugaba con él y le enseñaba a manejar sus poderes
limitados. Le había traído incontables libros tanto del pasado como del futuro.
De hecho, era Shindong quien le había dado el libro.
Esas visitas se terminaron el día que alcanzó la pubertad
y se percatara justamente qué tan deseable era Shindong como hombre. Él se
había apartado, dejando una pared tangible entre ellos.
—¿A qué debo el honor? — Ryeowook preguntó mientras los
tres lo rodeaban.
—Tengo un trabajo para ti, querido —dijo su madre.
Ryeowook puso una cara llena de dolor.
—Pensé que quedamos en que podría tomarme un tiempo.
—Oh, vamos, Ryeowook —dijo Artemisa. —Te necesito, primito
—. Él dirigió una mirada malvada en dirección a Shindong. — Hay un Cazador
Oscuro que necesita ser reprimido.
La cara de Shindong era impasible mientras miraba a Ryeowook
sin comentario. Ryeowook suspiró. No quería hacer esto. Demasiados siglos
juzgando a otros lo habían dejado emocionalmente quebrado. Había comenzado a
sospechar que ya no era capaz de sentir el dolor de nadie.
Ni siquiera el suyo.
La falta de compasión había arruinado a sus hermanos.
Ahora temía que también lo arruinara a él.
—Hay otros jueces.
Artemisa dejó escapar una respiración altamente
indignada.
—No confío en ellos. Son corazones sangrantes que
probablemente puedan encontrarlo tanto inocente como culpable. Necesito un juez
pragmático, imparcial que no pueda ser persuadido a hacer otra cosa que no sea
lo correcto y necesario. Te necesito.
Ryeowook deslizó su mirada de Artemisa a Shindong, quien
se mantuvo con los brazos cruzados sobre su pecho. Su mirada fija inquebrantable,
miraba a Ryeowook con sus extraños ojos plateados.
Ésta no era la primera vez que había recibido
instrucciones de evaluar un Cazador Oscuro descarriado y aun así hoy sentía
algo diferente en Shindong.
—¿Lo crees inocente? —preguntó. Shindong asintió.
—Él no es inocente —se burló Artemisa. —Él mataría a
cualquiera o cualquier cosa sin pestañear. No tiene principios morales ni le
importa alguien aparte de sí mismo.
Shindong le dirigió a Artemisa una mirada que decía que
esas palabras le recordaban a otra persona que conocía.
Casi tuvo éxito en traer una sonrisa a los labios de Ryeowook.
Mientras su madre se mantuvo atrás unos pasos para darles
espacio, Shindong se acuclilló al lado de Ryeowook y encontró su mirada al
mismo nivel.
—Sé que estás cansado, Ryeowook. Sé que quieres
renunciar, pero no confío en nadie más para juzgarle.
Ryeowook frunció el ceño mientras él decía esas cosas.
Nadie sabía que él quería renunciar.
Artemisa miró a Shindong con desconfianza.
—¿Por qué estás tan complacido con el juez que elegí? Él nunca
ha encontrado a alguien inocente en toda la historia de mundo.
—Lo sé —dijo él con esa voz enriquecedora, profunda que
era aún más seductora que su increíble buena apariencia. —Pero confío en él
para hacer lo correcto.
Artemisa entrecerró sus ojos mientras lo miraba.
—¿Qué truco estás pensado?
Su cara era completamente impasible mientras continuaba
mirando a Ryeowook, con una intensidad que era inquietante.
—Nada.
Ryeowook consideró tomar la misión sólo por Shindong. Él
nunca le había pedido algo y recordaba muy bien cuántas veces él la había confortado
cuando había sido un niño. Había sido como un padre y un hermano mayor para él.
—¿Cuánto tiempo tengo que quedarme? —les preguntó. —Si
voy y el Cazador Oscuro esta más allá del perdón, ¿puedo partir inmediatamente?
—Sí –dijo Artemisa. —De hecho, cuanto más pronto lo
juzgues culpable será mejor para todos nosotros.
Ryeowook se volvió al hombre a su lado.
—¿Shindong?
Él bajo la cabeza en señal de asentimiento.
— Acataré lo que decidas.
Artemisa resplandeció.
—Tenemos nuestro pacto entonces, Shindong. Te he dado a
un juez.
Una sonrisa pequeña jugó en las comisuras de los labios
de Shindong.
—Lo has dado, ciertamente.
Artemisa se puso repentinamente nerviosa. Miraba de Shindong
a Ryeowook, luego hacia atrás otra vez.
—¿Qué sabes que yo no sé? —le preguntó.
Esos pálidos, cambiantes ojos miraron a través de Ryeowook
mientras Shindong decía quedamente,
—Sé que Ryeowook sostiene una verdad profunda dentro de él.
Artemisa puso sus manos en las caderas.
— ¿Y eso es?
—Es sólo con el corazón que uno puede ver correctamente.
Lo esencial es invisible a los ojos.
—Tienes dos semanas, hijo —dijo su madre quedamente. —Si
te lleva menos tiempo, entonces que así sea. Pero al final de las dos semanas,
de una u otra manera, el destino de Yesung será sellado por tu mano.
El primer capitulo esta super emocionante me gusto la simi ya quiere comer y zaz la dejan con las ganas el juez nunca a juzgado inocente a nadie oh que misterio.
ResponderEliminarVoy a morir por la angustia y la espera.
ResponderEliminarArtemiza me caes muyyyyyyyyy mal, Simi te adoro y Ryeo se que vas a saber juzgar cabalmente a Yesung
Oh, RyeoWook aceptó el trabajo e irá por Yesung, ese caso no será como ninguno de los que ha tenido, Yesung va a ser difícil, pero valdrá la pena. Si Shindong confía en Wookie, es porque sabe que es justo. Curioso que "El principito" sea el libro favorito de Wook. Ahora es que van a venir dos semanas realmente interesantes.
ResponderEliminarAdoré a Simi, me morí de risa con ella haciendo su lista de ingredientes y siendo feliz de molestar a Artemisa xD
Con el juramento de Yesung en el prólogo,por un momento llegue a pensar que Wook podría llegar a ser un daimon......pero ya veo que no es así.
ResponderEliminarYesung se recrimina,por lo hace por que siente,y él que cree no sentir.
Artemisa cree tener y saber todo,pero Shin sabe mucho más,por algo hace las cosas de esa manera.....y como el dijo ya una vez...."así es como las cosas deben ser"...y si shin dice y hace esto,es por algo.
Wook quiere paz.....estos encontrarán alivio mutuo *0*
simi es tan linda....quiero unas así