Soulmate (DH3)- Final




Con el corazón enfermo y con su mano temblorosa, Siwon había tomado la fusta y le había dado los latigazos.

No estando acostumbrado al manejo de una fusta, él había errado a la espalda de Yesung completamente. Sus latigazos caían sobre los brazos y piernas sin cicatrices de Yesung. Carne virgen que nunca había sido golpeada antes.

Por primera vez Yesung había siseado y había retrocedido ante los latigazos. Sobretodo ante el último latigazo que había cortado a través la cara de Yesung, directamente debajo de su frente.

Yesung había gritado, tapando su ojo mientras la sangre se escurría de entre sus dedos sucios. Siwon había querido vomitar cuando oyó a su padre elogiarlo por cegar al esclavo.

Su padre en realidad lo había acariciado en la espalda.

–He aquí, mi hijo. Siempre golpea donde ellos son más vulnerables. Serás un buen general algún día.

Yesung había alzado la vista hacia él entonces y el vacío se había ido. El lado derecho de su cara estaba cubierto de sangre, pero con su ojo izquierdo, Yesung había mostrado todo el dolor y la angustia que sentía. Todo el odio que estaba dirigido tanto hacia adentro como hacia afuera.


Aquella mirada quemaba por dentro a Siwon hasta este día.

Su padre había golpeado Yesung otra vez por la insolencia de aquella mirada.

Nada le asombraba que Yesung los odiara a todos. El hombre tenía el derecho de hacerlo. Más ahora que Siwon conocía la verdad sobre la ascendencia de Yesung.

Él se preguntaba cuándo había conocido Yesung la verdad. Por qué nadie jamás se lo había dicho. Enfadado, Siwon agarró el busto de piedra de su padre.

–¿Por qué? –exigió, sabiendo que nunca obtendría una respuesta ahora.

Y ahora odiaba a su padre más que nunca. Odiaba la sangre que corría por sus venas Pero al final del día, él era romano.

Esta era su herencia.

Bien o mal, él no podía negarlo.

Levantando en alto su cabeza, se retiró del vestíbulo hacia su dormitorio de arriba. Pero mientras ascendía los peldaños de la escalera, él arremetió una última vez.

Girando, pateó con su pierna, dándole al pedestal.

El busto de su padre cayó contra el piso de mármol y se rompió.



Yesung se reclinó mientras el helicóptero despegaba. Él estaba yendo a casa. Sin duda moriría allí.

Si Artemisa no lo mataba, él estaba seguro que Dionisio lo haría. La amenaza de Dionisio sonaba en sus oídos. Por la felicidad de Sungmin, él había contrariado a un dios que estaba seguro lo haría sufrir aún peores horrores que aquellos de su pasado.

Yesung todavía no sabía por qué lo había hecho, salvo por el hecho que joder a la gente era la única cosa que realmente le daba placer.

Su mirada cayó sobre su mochila.

Antes de saber lo que hacía, sacó el tazón hecho a mano y lo sostuvo entre sus manos.

Él deslizó sus manos sobre los intrincados diseños que Sungmin había tallado. Él probablemente había pasado horas sobre este tazón.

Acariciándolo con manos cariñosas...

«Ellos perdieron el tiempo con una muñeca de trapo y se volvió muy importante para ellos; y si alguien la alejaba de ellos, ellos gritaban... »

El párrafo de El Principito traspasó su mente. Sungmin había perdido mucho de su tiempo en esto y le había dado su trabajo.

Probablemente no tenía ninguna idea de cuánto, su simple regalo, lo había tocado.

–Realmente eres patético –suspiró él, agarrando el tazón en su mano mientras curvaba su labio con repugnancia–. Esto no significó nada para él y por un pedazo de arcilla sin valor tú te has sentenciado a morir.

Cerrando sus ojos, él tragó. Era verdad. Una vez más, él iba a morir por nada.

–¿Y qué?

Déjenme morir. Tal vez entonces encontraría alguna clase de consuelo.

Enfadado por su propia estupidez, Yesung astilló el tazón con sus pensamientos. Sacando su reproductor MP3, se puso los auriculares y esperó que aclararan las ventanillas del helicóptero y dejaran entrar la letal luz del sol sobre él.

Era, después de todo, por lo que Dionisio había pagado para que hiciera el Escudero.



Mientras Shindong  se acercaba al templo sagrado de Artemisa, él abrió las grandes puertas dobles con su mente.

Con su cabeza en alto, tomó la correa acolchada de su mochila de ante negra y se obligó a andar por la dorada entrada adornada para entrar al cuarto del trono de Artemisa donde ella estaba sentada escuchando a una de sus mujeres tocar un laúd y cantar.

Nueve pares de ojos femeninos se giraron para mirarlo con curiosidad.

Sin decir nada, sus ocho asistentes juntaron sus cosas y se precipitaron a salir del cuarto como siempre hacían cuando él aparecía. Ellas cerraron la puerta discretamente detrás de sí y lo dejaron solo con Artemisa.

Shindong  recordaba imprecisamente la primera vez que le habían permitido entrar en el dominio privado de Artemisa en el Olimpo. Como hombre joven se había sentido intimidado por las columnas de mármol intrincadamente talladas que enmarcaban el cuarto del trono. Estas se elevaban seis metros del piso de mármol y oro bajo sus pies hacia un techo abovedado de oro que estaba intrincadamente grabado con escenas silvestres. Tres lados de este cuarto no tenían pared. En cambio, daba a un perfecto cielo donde las blancas y mullidas nubes flotaban a la altura de los ojos.

El trono en sí mismo no era tan adornado como confortable. Sólo dos hombres habían tenido permiso de poner el pie dentro de este templo. El hermano gemelo de Artemisa, Apolo, y él.

Esto era un honor que Shindong , con mucho gusto, hubiera cedido.

Artemisa estaba vestida con un peplos transparente blanco que dejaba su grácil cuerpo casi desnudo ante su mirada. Las oscuras puntas rosadas de sus pechos estaban endurecidas y se marcaban contra el diáfano material, el ruedo subía alto por sus piernas, dándole una vislumbre del triángulo castaño oscuro en la unión de sus muslos.

Ella le sonrió de manera seductora, brindando su atención a su perfecta y hermosa cara. Los largos rizos castaños parecían tan iridiscentes como sus ojos verdes mientras lo miraba con fascinado interés.

Suspirando, Shindong  acortó la distancia entre ellos y se detuvo de pie ante ella.

Artemisa levantó una fina y arqueada ceja mientras miraba vorazmente el cuerpo de él.

–Interesante. Pareces más desafiante que nunca, Shindong. Yo no veo ninguna prueba de la sumisión que me prometiste. ¿Tengo que revocar el alma de Kyuhyun?

Él no estaba seguro que ella tuviera el poder para hacer tal cosa, pero de todas maneras, no estaba dispuesto a arriesgarse. Él la había llamado fanfarrona antes y había vivido para lamentarlo.

Bajó su mochila de su hombro y la dejó caer al piso. Entonces se quitó su chaqueta de cuero y con ella cubrió la mochila. Cayendo de rodillas, colocó sus manos sobre sus muslos vestidos de cuero, rechinó sus dientes y bajó su cabeza.

Artemisa se levantó y se acercó a él.

–Gracias, Shindong –dijo jadeando mientras se movía para pararse detrás de él.

Ella deslizó su mano por el cabello de él, cambiándolo a rubio dorado. Apartó el cabello sobre el lado izquierdo de su cuello, exponiendo la carne bajo su mirada. Ella arrastró una larga uña por la piel desnuda de él, levantando escalofríos sobre sus brazos y pecho.

Y luego ella hizo una cosa, la que él más odiaba de todas. Ella sopló su aliento en la parte posterior de su cuello.

Él venció el impulso de encogerse. Sólo ella conocía cuánto y por qué él odiaba esa sensación. Era una cosa cruel que le hacía para recordarle su lugar en su mundo.

–A pesar de lo que puedas pensar, Shindong, no obtengo ningún placer en hacerte doblegar a mi voluntad. Preferiría tenerte aquí por tu propia elección, del modo en que solías venir a mí.

Shindong  cerró sus ojos mientras recordaba aquellos días. Él la había amado tanto entonces. Le había dolido las veces que lo obligaron a alejarse de su lado. Él había creído en ella y le había dado la única cosa que nunca había dado a nadie más, su confianza.

Ella había sido su mundo. Su santuario. En el tiempo cuando nadie lo reconocía, ella le había dado la bienvenida a su vida y le había mostrado lo que era ser querido. Juntos, se habían reído y se habían amado. Él había compartido cosas con ella que nunca había compartido con nadie antes o desde entonces.

Entonces, cuando él más la había necesitado, ella con frialdad le había dado la espalda y le había conducido a la muerte con mucho dolor. Solo. Ella había despreciado su amor aquel día y le había probado que después de todo, ella se avergonzaba de él igual que su familia había hecho.

Él no significó nada para ella. Él nunca lo haría.

La verdad de eso había dolido, pero después de todo este tiempo él había llegado a entenderlo. Él nunca sería nada más que una curiosidad para ella. Una mascota desafiante que ella mantenía cerca para su entretenimiento.

Otra vez en un gesto que sabía que él odiaba, Artemisa se arrodilló a su espalda, sus rodillas rozando gentilmente sus caderas. Ella deslizó su mano sobre el hombro de él, y luego las bajó al intrincado tatuaje de pájaro en su brazo.

–Mmm –ronroneó ella, mientras frotaba su cara contra el cabello de él–.¿Qué pasa contigo que me hace desearte así?

–No sé, pero si alguna vez lo resuelves, me avisas y me aseguraré de detenerlo.

Ella hundió sus uñas profundamente en su tatuaje.

–Mi Shindong, siempre desafiante. Siempre exasperado.

Ella rasgó la camiseta de él y se la quitó de su cuerpo.

Shindong  contuvo su aliento mientras ella empujaba su espalda contra su frente y ávidamente deslizaba sus manos sobre el pecho desnudo de él. Como siempre, su cuerpo lo traicionó y reaccionó a su contacto. Escalofríos corrieron por su piel y su estómago se contrajo mientras su ingle se endurecía.

El aliento caliente de ella cayó contra su cuello mientras deslizaba la lengua a lo largo de su clavícula. Él apoyó su cabeza a la derecha para darle más acceso mientras ella desataba sus ajustados pantalones de cuero.

Con respiración desigual, Shindong  apretó sus manos contra sus muslos y esperó lo que debía venir. Ella liberó su endurecido miembro y lo envainó con sus manos.

La lengua de ella jugueteaba en su cuello, mientras deslizaba su mano derecha hacia la punta de su virilidad, acariciándolo hasta que él estuvo tan duro por ella que le dolía. Él gimió mientras ella hundía su otra mano, ahuecándola y acariciándolo por debajo, mientras su mano derecha seguía jugueteando.

–Eres tan grande y grueso, Shindong –susurró ella con voz ronca mientras usaba sus dedos para cubrirlo con su propia humedad de modo de poder acariciarlo aún más rápido. Más fuerte–. Amo la forma en que te siento en mis manos –suspiró ella contra su pelo–. La forma en que hueles. –Ella frotó el hombro de él con su cara–. El sonido de tu voz cuando dices mi nombre. –Deslizó su lengua a través de su omóplato de nuevo hacia el cuello de él–. La forma en que tus mejillas se colorean cuando te excitas. –Ella mordisqueó su oreja–. La forma en que luce tu cara cuando te liberas dentro de mí. –Ella frotó sus pechos contra la columna de él para poder susurrar sus próximas palabras en su oído–. Pero sobre todo, me gusta el modo en que sabes.

Shindong  se tensó cuando ella hundió sus largos colmillos en su cuello. El dolor momentáneo cambió rápidamente a placer físico. Alzando su hombro, él acunó la cabeza de ella contra su cuello y se meció a sí mismo contra las manos de ella mientras lo acariciaba aún más rápido que antes.

Él la sintió a ella y sus poderes fluir dentro de él, haciéndolos aún más cercanos que la intimidad del sexo.

La cabeza de él dio vueltas hasta que no pudo ver nada. Todo lo que podía sentir era a Artemisa. Sus exigentes manos sobre él, su cálido y viviente aliento contra su garganta, el corazón de ella latiendo al unísono con el de él.

Ellos estaban sincronizados. El placer de ella era el de él, y durante este momento en el tiempo, ellos fueron una criatura con un solo latido de corazón, unidos en un nivel que superaba el entendimiento humano.

Él sintió el deseo de ella por él. Su necesidad de poseer cada parte de su mente, cuerpo, y corazón. Él sintió como si se ahogara. Como si ella estuviera arrancándolo de sí mismo, dejándolo en una celda fría, oscura, donde nunca más encontraría su camino de regreso.

Él la oyó susurrar en su mente.

–Ven a mí, Shindong. Dame tu poder. Tu fuerza. Dame todo lo que eres.

Él luchó contra su intrusión, y como siempre, perdió la batalla. Como siempre, él no tenía ninguna opción excepto darle lo que ella quería.

Shindong  tiró su cabeza hacia atrás y rugió mientras su cuerpo entero se sacudía con el completo éxtasis del orgasmo. Todavía ella bebía de él, tomando su esencia y poderes en su propio cuerpo.

Él era suyo. Independientemente de lo que él pudiera pensar, querer, o sentir, él siempre le pertenecería.

Jadeando y débil por la posesión de ella, Shindong  se reclinó contra ella y miró como un fino rastro de sangre se deslizaba por su propio pecho.




Tres meses más tarde

Sungmin sonrió mientras llevaba su pequeña caja de óleos a la sala de estar. Intentaba llevarlos a su nuevo estudio que tenía vista al pantano de Kyuhyun, pero en cuanto vio a su marido colgando sus pinturas en las paredes de su vieja cabaña, se quedó parado mirándolo.

No parecía saber que él estaba allí. Tenía el martillo colgando de su bolsillo trasero mientras levantaba el paisaje enmarcado y lo colocaba sobre la pared.

Tan pronto como los dos habían salido de su loft después de Mardi Gras, Kyuhyun había decidido construir una casa propia para ambos.

Juntos, habían diseñado cada detalle. Un cuarto de computación sumamente grande y un garaje para acomodar sus juguetes, y un abierto, aireado estudio para su arte. Hasta tenían un cuarto de juegos.

Pero su cuarto favorito era el más pequeño, que lindaba con la habitación principal. El que, esperaban con ilusión, sería el cuarto de los niños un día.

–¿Conseguí centrarlo? –preguntó él, sorprendiéndolo al saber que estaba de pie detrás de él.

–Se ve bien para mí.

Él le echó un vistazo por sobre su hombro y le atrapó mirando fijamente su trasero agradablemente formado.

–Yo hablaba de la pintura.

–Y yo hablaba de tu trasero, pero las pinturas se ven bien también.

Kyuhyun rió mientras se acercaba a él y tomaba la caja de sus manos. Deslizó su mano a través de su cabello y le dio un ligero beso. Sungmin alcanzó sus caderas y le dio un fuerte apretón a su trasero.

–Sigue haciendo eso –dijo Kyuhyun guturalmente–, y no conseguiremos desembalar nada más hoy.

–Está bien. No es como que no tengamos el resto de la eternidad para mudarnos.

–Bien, en ese caso.... –Él dejó la caja y lo tomó en brazos.

Sungmin se rió mientras él se dirigía hacia la piscina interior.

–¿Dónde me llevas?

La mirada de él era puramente sexual.

–Al único cuarto que no hemos estrenado aún.

–Eres insaciable.

–Lo sé. Perverso de corazón.

Al pasar por el comedor, le hizo bajarlo lo suficiente como para agarrar un pequeño paquete envuelto. Kyuhyun frunció el ceño, entonces lo acomodó sobre su hombro y corrió a gran velocidad de vuelta a la casa. Sungmin todavía reía cuando él lo dejó con cuidado al lado de la piscina.

–¿Qué es eso? –preguntó él cuando le dio su regalo.

–Esto es un regalo de inauguración de la casa para ti.

Sungmin levantó la mano derecha de él que tenía cicatrices y la besó. Entonces, la dio vuelta sobre las suyas y estudió el diseño arremolinado de la quemadura. La primera cosa que Kyuhyun había hecho cuando le había llevado a su loft había sido quitar la cicatriz de su mano que se había hecho por sostener el medallón.

Ahora la quemadura residía en la mano de Kyuhyun en vez de la suya.

–Te amo Kyuhyun –susurró–. Más de lo jamás sabrás.

Él tocó su mejilla con su mano izquierda mientras sus ojos le chamuscaban con su sincera intensidad.

–Te amo, también, Sungmin. Gracias por tu fuerza y por dejar los productos de soja.

El se rió de eso, luego lo besó apasionadamente.

Kyuhyun dio un paso alejándose mientras miraba la caja que él había llevado minutos antes. Esta contenía la colección de cosas que ellos habían recogido de su escritorio, incluyendo la caja que tenía el medallón de Shengmin.

–He estado pensando en hacer algo.

Él se quitó el medallón de su cuello y lo colocó con el de Shengmin. Sungmin frunció el ceño mientras lo miraba abrir la puerta del porche trasero que daba al pantano.

–¿Qué estás haciendo?

–Pongo el pasado a descansar. Tanto como amé a Shengmin, yo te amo más y no quiero que nunca dudes de qué ojos estoy mirando cuando hago el amor contigo.

Él retrocedió para lanzar los medallones.

Sungmin le tomó la mano. Sabía exactamente lo que esos medallones significaban para Kyuhyun y que lo estaba haciendo por él.

Besando sus labios, los tomó. Se retiró con una sonrisa.

–Nunca dudaré de ti, Kyuhyun.

Tomó el medallón de él y lo devolvió a su cuello.

Kyuhyun sonrió tiernamente, luego colocó el otro alrededor del suyo. Su piel hormigueó al sentir sus manos sobre su clavícula.

Mirándolo fijamente a sus ojos, recordó la noche en que lo había conocido. La imagen de la carroza acudió a él.

Incluso aunque debería odiar a Dionisio por todo lo que les había hecho pasar, no podía.

Después de todo, si el incompetente dios no hubiera intervenido, su historia hubiera tenido un final completamente diferente.



3 comentarios:

  1. Pos me encantó!!!
    Pero no entendí a Siwon!
    Shing me tiene cpn unas ascuas!
    Y yeye...ese ni se diga!

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  2. Estúpido Siwon.
    Hermano de yesung....T.T oh yesung
    un día llegara tu recompensa.
    bieno,igual hay que dudar quien controla a quien.....aunqur sea como sea,yo sigo odiando a artemisa....por que puede morder a shing? Por que lo muerde? Por que bebe de él?

    Aaawwwww el kyumin es tan bonito,y estan cumpliendo al pie de la letra la petición de la abuela de Min *0*
    Ahora comprten collar,eso es el amor qie cada uno le profesa al otro *0*

    Tan bellos

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  3. Las cosas entre Siwon y Yesung tiene para rato,claro si es que Yesung sale de ese avión. Maldito Dionisio, creo que ya lo maldije como una docena de veces.

    Creo que a Shindong lo vamos a ir conociendo de a pocos, parece que todavía hay mucho por aclarar.

    El final de KyuHyun y SungMin es perfecto, están muy felices y encima ya planean tener un bebé ^^

    Gracias por la adaptación, es una historia preciosa <3

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yota´s news : De regreso?

 Buenas tardes a todas las lectoras. Después de un año  y casi 4 meses regreso a saludarlas y comentarles nuevas.  Me gustaría decirle...