Love Again- Capítulo 6



«Tranquilízate. Te han dado la oportunidad de empezar de cero con él. No lo estropees repitiendo los errores del pasado. No lo molestes ni lo abrumes con atenciones. Sé agradable y sobre todo, mantén la distancia».

Un consejo fácil, pero difícil de seguir cuando su instinto clamaba para que convirtiera una simple comida en una ocasión inolvidable. ¡Si hubiera sabido que iba a aparecer, si hubiera pensado en llenar los armarios con más comida! Caviar con tostadas y un buen vino blanco hubieran añadido un toque elegante; una porción de queso azul y pan italiano y albaricoques, café expreso y mazapanes...

Pero aquello era una isla no Seul. No había grandes supermercados, solo una tienda en Sukira's Cove, el hijo del dueño, que iba a su casa cada semana para llevarle los productos básicos que necesitaba.
Hizo lo que pudo con lo que tenía a mano. Lo colocó todo en la camarera de madera que su abuelo había hecho años atrás y lo sacó fuera.

Yesung estaba sentado en el balancín del porche frotando distraído las orejas de Melo.


—Deja que te eche una mano —dijo, agarrando el bastón para levantarse.

—No se necesario, de verdad.

—No arruines mi único momento de galantería, Ryeowook. Hace mucho tiempo que no estoy en situación de ofrecer ayuda a alguien.

—¡Dios me libre de hacer algo así! Toma un plato y a comer —respondió. La risita que soltó sonó como la de una quinceañera.

—Considerando que no esperabas compañía, has preparado un banquete —señaló probando una de las galletas—. No había probado nada tan bueno desde que era un niño.  

—¿A tu ex pareja no le gustaba cocinar?

—Mi esposo no distinguiría un frigorífico de un horno. La única vez que lo vi usar el horno fue para calentar algo que había comprado preparado en la tienda de al lado. Por el contrario, mi abuela vivía para cocinar. 
Ella decía que, si un niño tenía siempre hambre, era porque estaba enfermando. Si aún viviera, me estaría preparando comida de la mañana a la noche creyendo que engordar haría milagros en mi pierna.

—Mi abuela fue la que me enseñó a disfrutar de la cocina. Preparé mi primer pan aquí cuando tenía siete años. Sospecho que estaba más duro que una piedra, pero recuerdo a mi abuelo comiéndoselo y alabando cada bocado.

Así la tarde pasó sin sentir intercambiando pedazos de su historia personal. Él había crecido en Cheonan. Había sido un niño solitario, lo habían llevado al director del colegio por saltarse las clases cuando tenía diez años.

—No veía la razón de pasar el día metido en una clase repleta, cuando el sol brillaba fuera y había rastros que seguir —contó. Pero le encantaba leer y tocar el piano—. En casa de mi abuela, no había tele. No le gustaba, estaba convencida que a través de ella los alienígenas espiaban a la gente. Así que tuve que encontrar otro modo de entretenerme en las largas tardes de invierno, al menos hasta que fui a secundaria y el deporte ocupó todo mi tiempo libre.

Ryeowook le escuchaba embelesado por la expresión de su rostro, por los fragmentos de información que componían su pasado.

—Nunca pensé en casarme. No encajaba en mis planes. Debería haber escuchado a mi intuición en lugar de a mis hormonas.

—Seguramente —intervino desconcertado por la decepción que le había causado su comentario. ¿Qué le importaba a él su opinión sobre el matrimonio? No quería arrastrarlo al altar. Pero la convicción que había sostenido esa idea había desaparecido.

Un ligero dolor ocupaba su lugar, algo parecido al deseo, no por alguien con quien simplemente compartir su vida sino por aquel hombre en particular, incluidos sus defectos.

«Es porque él está aquí y no tengo otra compañía. Si nos hubiéramos encontrado en la ciudad, no destacaría entre la multitud».

Pero sí lo haría. No hacía falta que le describiera su pasado amoroso. Su matrimonio había fallado, pero no le faltaba compañía. ¿Qué joven o mujer permanecería inmune a aquella mirada y a aquella sonrisa encantadora?

—Esto es maravilloso —señaló rodeándose la cara con las manos y mirando hacia la tarde brillante—. Un tiempo perfecto, una vista preciosa, buena comida y buena compañía. Por primera vez, estoy satisfecho de lo que tengo.

«¡Yo no!». El pensamiento cruzó su mente con una claridad asombrosa. «¡Quiero más, quiero vivir otra vez, sentir otra vez!».

De repente, Yesung giró la cabeza y le atrapó con una mirada que lo decía todo.

—Solo estoy hablando yo. ¿Y tú, Ryeowook? ¿Es este lugar tan mágico como esperabas?

Se acarició los dedos de una mano con el pulgar de la otra.

—Creo que sí. Estoy preparado para seguir adelante con mi vida.

—¿Y tus hijos? ¿He de suponer que no tienes?

—No —respondió—. Hablamos sobre esa posibilidad, pero, a causa de la enfermedad de Eric, decidimos no tenerlos. Más tarde, cuando su salud empeoró, me alegré de que no hubiera nadie más que necesitara mi atención y pude hacer de él el centro de mi vida.

—¿Y ahora? ¿Te arrepientes de aquella decisión?

Intentó pensar en el pasado, en Eric, para recordar cada rasgo de su rostro, el amor en su mirada, las últimas palabras que susurró, cualquier cosa que eclipsara los pensamientos que de repente llenaban su mente.

Pero Eric era parte del pasado, un fantasma que se desvanecía. Le dolía admitirlo, pero no tenía sentido negar la verdad, él ya no tenía que ver con el presente y no jugaba ningún papel en el futuro.

Yesung, sin embargo, era vital, dinámico y estaba allí. Le alegraba, le hacía desear aferrarse a la vida con fuerza para alcanzar un futuro que nunca había imaginado.

Suspirando luchó por sosegarse. No podía confesarle que albergaba esos pensamientos, ni decirle lo mucho que ansiaba tener un hijo. Él lo malinterpretaría, tanto como si le decía que el haber aparecido de aquel modo ese día lo había animado enormemente.

—Los hijos nunca fueron una opción. Lo sabía y lo acepté.

Al menos no era del todo mentira. Pero aquello no impidió que siguiera deseándolo. Y en ese momento, a causa de aquel hombre carismático y vital, el deseo surgió otra vez. Los veía con tanta claridad que casi podía dibujarlos: una niña o jovencito con los ojos de Yesung y un niño alto y fuerte como su padre...

—¿Y tú? —devolvió la pregunta, ansioso por desviar su mirada curiosa—. ¿Tienes hijos?

—No —contestó—. Tampoco era una opción para nosotros, aunque por otras razones. Por mi trabajo tenía que permanecer lejos de casa mucho tiempo y a él no le interesaba tener una familia. Razón suficiente para asegurarse de no formar una, por lo que a mí respecta. Los niños se merecen que ambos padres quieran tenerlos, y yo debería saberlo.

Aunque sus palabras no hubieran subrayado que la conversación había tocado un punto flaco, la repentina vehemencia en su voz lo hizo.

—Lo siento. No quería sacar a relucir temas desagradables...

—No podías saberlo. No suelo hablar de ello, pero como ha surgido el tema ya lo sabes. Yo fui el hijo no deseado de un tipo del que mi madre ni siquiera sabía el nombre. Ella me abandonó en cuanto nací y me dejó con mi abuela.

—¡Oh, Yesung!

—Deja de sentir pena por mí —intervino bruscamente—. Tuve más suerte que muchos otros niños que no tienen a nadie que los acoja. Mi abuela murió cuando tenía diecinueve años, pero entonces ya había terminado mi primer año de ingeniería con tan buenas notas que conseguí una beca que me permitía acabar la carrera. Puede que mi madre no hubiera pensado que yo merecía la pena, pero mi abuela sí. Murió orgullosa y satisfecha.

—¿Y tu madre... fue alguna vez a...?

—Nunca. No tengo interés en saber nada más de lo que ya sé, que es una fulana sin corazón a quien no le importó dejar a un bebé de dos días a la puerta de la casa de otra persona. Quizá ese es el tipo de mujer que merezco. Al menos, ese es el modelo que siguió mi matrimonio.

Ryeowook no tenía noción de haberse levantado de la silla ni conocimiento de cómo se había colocado a su lado en el balancín acariciándole el rostro.

—Te equivocas, Yesung. Te mereces más que eso. Eres un buen hombre, un hombre maravilloso. Tu madre, al abandonarte, se perdió lo mejor que le había pasado. Y en cuanto a tu esposo, debía de estar loco para dejarte por otro.

Él cubrió su mano con la suya.

—Ten cuidado, Wook —advirtió—. O lo siguiente será decirme que te gusto.

«¡Podría amarte!».

Antes de verbalizar el pensamiento, se apartó de él.

—No nos dejemos llevar solo porque hemos conseguido pasar un par de horas sin que esto se convierta en una batalla campal.

—Tienes razón —accedió él agarrando el bastón y levantándose del balancín—. Será mejor que no tentemos a la suerte. Gracias por la comida.

Ryeowook también se levantó metiéndose la camiseta en el pantalón.

—Te acompañaré hasta el camino.

—Quédate aquí y disfruta de lo que queda de la tarde. Pude llegar aquí por mis propios medios y me marcharé del mismo modo.

—No es ninguna molestia. Tengo que recoger la ropa de todas formas.

—Como quieras.

«Si hiciera lo que quiero, encontraría el modo de hacer que quisieras quedarte...».

Desvió la mirada antes de que pudiera adivinar ese deseo y caminó delante de él por la casa hasta el jardín trasero.

—Nunca te he visto formal —comentó él mientras la observaba.

—Aquí no hay mucha ocasión, pero me gusta arreglarme un poco de vez en cuando —respondió consciente de su mirada—. Una tontería, supongo, considerando que solo me arreglo para mí.

—No sé. Está empezando a apetecerme algo más que lo bucólico —dijo pensativamente mientras rozaba la hierba seca con el extremo del bastón—. ¿Has estado alguna vez al otro lado de la isla?

—¿Te refieres al Club de Golf y al Hotel Promise Island? Sí, alguna vez.

—¿Es buena la comida?

—Es excelente.

—¿Te gustaría ir a cenar mañana?

¿Una noche elegante con Kim Yesung? Se le aceleró el pulso ante la idea.

—No podemos —respondió—. Es un club privado. Tienes que ser miembro o un invitado.

—No he preguntado si nos dejarían entrar, Wook. He preguntado si te gustaría cenar allí conmigo.

«¡Más que nada en el mundo!».

—Si... puedes solucionarlo, entonces sí, me encantaría.

—Entonces deja de poner objeciones y nos vemos en el barco mañana a las siete.

Había recibido invitaciones más corteses y entusiastas, pero ninguna había suscitado semejante reacción. Todo su ser bullía ante la expectativa. Kim Yesung le había pedido salir, y no era porque hubiera atrapado más cangrejos de los que podía comer sino porque había disfrutado tanto de su compañía aquella tarde que estaba dispuesto a repetir la experiencia. ¡Y en público!

¡Y no tenía nada que ponerse!

Una especie de expectación lo inundó, una esperanza que no había experimentado en años. Quería estar guapo otra vez, deseable, como cuando Eric y él se enamoraron. Hacía mucho tiempo que no tenía un motivo para ponerse elegante para un hombre.

Al menos se le había ocurrido meter en la maleta un pantalón clásico y en un viejo baúl encontró una camisa estilo japonesa de su abuelo, aún olía a lavanda. Ojalá hubiera tenido la precaución de incluir alguna chaqueta formal para protegerse del frío. Las cazadoras de su abuelo no encajaban con la imagen que quería ofrecer.

Cuando Yesung llegó parecía que se hubiera puesto un uniforme de presidiario dado el impacto que le causó.

—Estás diferente —comentó después de que hubiera pedido una botella de vino tinto—. Llevas algo en los ojos.

¿Algo? ¿Todas las horas que había pasado arreglándose y solo se resumía con «llevas algo en los ojos»?

—Se llama rimel —le informó con frialdad.

—¿He dicho algo malo?

—En absoluto.

—¿Entonces a que viene esa mirada?

—Te estás imaginando cosas, Yesung —contestó fingiendo indiferencia—. Estoy encantado de estar aquí pasando un buen rato. Y que conste, tú también estás diferente. Posiblemente limpio, para variar.

Con pantalones negros y camisa blanca estaba más atractivo de lo que permitía la ley. Todos le miraban como si fuera el plato estrella del menú y a él mismo le costaba no babear.

—¡Gracias... supongo!

—Supongo que tu aspecto es lo que les ha persuadido para dejarnos pasar.

—Me habrían dejado entrar aunque fuera desnudo. Wook. Tengo contactos en las altas esferas. Solo se necesitaba hacer una llamada, un pequeño detalle del que me ocupé esta mañana. No dudé ni por un momento que nos dejarían entrar ni que nos colocarían en uno de los mejores sitios —aseguró señalando la mesa entre la pista de baile y una ventana que daba al mar.

—Qué bien que estés tan seguro de que eres bienvenido —dijo imaginándolo vestido solo con su sonrisa—. Y qué maravilla que consiguieras que tu móvil funcionara otra vez. Uno se pregunta cómo nos las arreglaríamos sin esos adelantos.

—¡Y tanto! —exclamó sonriendo y divirtiéndose a su costa. Al ver que su intento por agradarle no había dado resultado, se recostó en su asiento—. ¿Estamos de mal humor, por casualidad?

—No seas vulgar, Yesung.

—Mis disculpas. Permíteme que reformule la pregunta para no herir tu sensibilidad. ¿Hay algo que te está irritando? ¿Es la compañía? ¿Te estás arrepintiendo de que te vean en público conmigo?

—Esa idea se me ha pasado por la cabeza.

—¿Por qué? Te pareció una buena idea cuando lo mencioné.

—Podría seguir siéndolo —replicó furioso con él por ser tan obtuso y con él mismo porque estaba a punto de gritar de frustración y decepción. La velada se estaba yendo al garete antes de empezar—. Todo iría muy bien si no fueras tan...

—¿Qué? ¿Si no fuera tan poco de tu estilo?

—¡No! —exclamó—. Si no fueras tan egocéntrico. Me he tomado muchas molestias para parecer especial para ti esta noche y ni siquiera lo has notado. ¿Acaso tienes la cortesía o la habilidad para decir un cumplido? ¡No! ¡Todo lo que se te ocurre decir es que tengo algo en los ojos!

—¿Te sentirías mejor si me levantara y empezara a golpearme el pecho con orgullo porque seas mi cita esta noche?

—No soy tu cita. Reconócelo, Yesung, solo soy una persona que vive cerca de tu casa y te daría igual que fuera paticorta o bizca.

—No es así. Disfruto de tu compañía en pequeñas dosis, mientras no exageres tus expectativas de lo que implica pasar algún tiempo juntos.

—No te preocupes porque me esté anticipando. No interpreto esta noche como el preludio de una propuesta de matrimonio, si es eso lo que te preocupa.

—Eso está bien. Sobre todo porque solo pretendía compartir una botella de vino, una buena comida y un poco de conversación adulta, aunque debo añadir que de esto último hay poco —señaló. Después de eso, él debió parecer tan triste como se sentía porque Yesung le tomó las manos entre las suyas—. Wook, ya sabes que es fácil imaginar cosas que no están ahí cuando las opciones son limitadas. La casualidad, y no la elección, nos ha juntado. Cada uno es lo único que tiene el otro en este momento y como resultado nos hemos vuelto dependientes. Pero sería un error creer que hay algo más que eso.

—¿Dependientes? Habla por ti —replicó con desprecio—. Yo no te necesito.

—Sí me necesitas —lo contradijo con más amabilidad de la que había mostrado antes— Estás perdido en tu soledad, lo admitas o no. Eres un joven que necesita a los demás para sentirse completo. Un joven de los que dan. Y yo, maldita sea, estoy en una posición en la que tengo que tomar más de lo que me gustaría, y por eso hemos establecido una especie de... relación.

—¿Y es eso tan malo, Yesung? —preguntó.

—Podría serlo. ¿Crees que no sé que estoy con el joven más bonito de esta sala, o que no te encuentro deseable? Diablos, Wook, sería muy fácil flirtear contigo, embarcarme en una aventura.

—Pero no va a ocurrir.

—Si nuestras vidas estuvieran discurriendo con normalidad, no tendríamos nada en común, excepto quizá, un desagrado mutuo. Nuestros caminos nunca habrían coincidido. No nos movemos en los mismos círculos. No compartimos los mismos objetivos ni intereses. Este verano es una excepción, un descanso para ambos, y es importante que reconozcamos que no durará siempre. En una o dos semanas, menos quizá, iremos por caminos separados y probablemente no volveremos a vernos. Así que no, no va a ocurrir.

—Gracias por decirlo por mí, pero no tenías que hacerlo. Ya había llegado a la misma conclusión.

—Entonces estamos de acuerdo.

—Por completo.

Señalando el Chateaubriand que el camarero había servido ante él, Yesung levantó su copa.

—En ese caso, brindemos por la comida y empecemos a comer antes de que se enfríe. ¡Bon appétit!

Decir que el resto de la cena fue tensa sería una obviedad.

—¡Qué grupo tan bueno! —señaló él cuando la falta de conversación era demasiado evidente—. No esperaba que tuvieran música en vivo.

—Nunca tienen, excepto en verano y solo los fines de semana.

—Es verdad, habías dicho que ya habías estado aquí. ¿Estuviste aquí con tu esposo?

—Un par de veces, de recién casados.

—Si lo hubiera sabido, habría sugerido ir a otro sitio. Lo último que querría sería remover recuerdos dolorosos.

«Los únicos recuerdos dolorosos son los que estamos construyendo esta noche».

—Fue hace mucho tiempo. Y no hay otro sitio en la isla.

—¡Has metido la pata otra vez, Yesung! ¿Hablamos del tiempo?

—Prefiero que no.

Aquella respuesta borró cualquier simulación de estar pasándoselo bien. Derrotado, se concentró en la comida. Su apetito no era peor que la compañía.

También él podía decir lo mismo. La ternera, probablemente deliciosa y tierna, podía haber sido de cartón. El que todos los demás en la sala se lo estuvieran pasando bien solo subrayaba el pozo de extrañamiento en el que los dos estaban luchando por mantenerse a flote.

Consciente de que lo miraba cada poco, luchó por mantener su expresión tranquila. Pero por dentro se moría de pena. Hasta que él no había explicado claramente cómo veía la relación entre ellos, no se había dado cuenta del papel tan importante que Yesung jugaba en su vida. Le resultaba demasiado doloroso pensar que tenía razón y que su relación terminaría aquel verano.

—¿Quieres postre? —preguntó cuando retiraron los platos.

—No, gracias.

—¿Café?

—Tampoco.

—Entonces vayámonos de aquí —sugirió él con alivio.

En primer lugar, ir allí había sido un error. Solo había dos personas en la sala que no fueran pareja.

—Vamos —repitió Wook con pena.

Por un segundo, cuando se levantó para agarrar su bastón, pensó que estaba libre de sus estúpidos sueños. Solo era presa de un enamoramiento adolescente tardío, nada más, que estaba basado en la proximidad y, como Yesung había señalado, en la falta de otras opciones.

Pero la música era animada, el ritmo contagioso y la minúscula pista de baile estaba llena de gente demasiado ocupada divirtiéndose como para advertir el pequeño drama que ocurría en la periferia de la multitud. De pronto alguien le dio un empujón que le pilló desprevenido, y la leve pérdida de equilibrio fue suficiente para hacer que se tambaleara.

Con un grito ahogado de sorpresa, chocó contra Yesung. Automáticamente, lo agarró de los hombros para sujetarlo, o quizás incluso para mantenerlo a distancia porque había dejado claro que no lo quería alrededor.
Sin embargo, fue demasiado tarde. Una décima de segundo de contacto y el daño estaba hecho. Sentir la sólida pared de su pecho bajo las manos, el roce de su cuerpo contra el suyo, envió descargas de la cabeza a los pies.

La reacción pareció ser mutua. Un temblor recorrió su cuerpo y sintió que su respiración se aceleraba contra las sienes. Al atreverse a mirar hacia arriba lo sorprendió mirando hacia abajo como si Yesung lo hubiera visto por primera vez.

Por un momento de sobresalto, permanecieron así, la mirada de Yesung ardiendo contra la suya, con su rostro como una máscara de confusión mientras luchaba contra los demonios que lo perseguían. Después, con una lentitud agónica, deslizó las manos por sus brazos hasta que encontró sus dedos.

—Sería una lástima echar a perder la noche. Bailemos —sugirió entrelazando sus dedos.

—No podemos —replicó, demasiado fuera de juego para preocuparse por la diplomacia o el tacto—. Solo puedes caminar con bastón. ¿Qué ocurre si te caes y te haces daño en la pierna?

—No me caeré mientras pueda apoyarme en ti. A no ser, claro, que te avergüence que te vean arrastrando los pies cuando todos están bailando un chachachá.

—Ya no están bailando el chachachá.

—Tienes razón —accedió, agarrándolo suavemente de la cintura—. Han cambiado a algo que incluso yo puedo bailar.

La pregunta era si él podía. ¿Podía mantener su ánimo intacto, su corazón donde estaba, mientras el clarinetista tocaba un blues que le hacía acoplarse aún más a Yesung? ¿Podía controlar la respuesta de su cuerpo? ¿O debería desistir de luchar en una batalla que no esperaba ganar y rendirse simplemente a la necesidad poderosa de pegarse a él y dejar que el mañana y sus repercusiones se fueran al diablo? ¿Tenía alguno de ellos la fortaleza para resistirse a semejante tentación?

La respuesta no se hizo esperar.


4 comentarios:

  1. Este par se complica la vida,si no quieres que las cosas vayn más allá,no haces nada que conlleve a eso,pero no,este par se deciden a continuar creyendo que con su "negación" estarán a salvo de sentir algo por el otro.......pero miren lo que pasa.....las cosas se concretan más rápido.

    La negación es el primer paso...y estos ya mo han negado mucho,ahora a asumir las consecuencias

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  2. El capitulo esta genial!!!! pero por que???? se tienen que comportar asi!! tratan de frenarse lo se es la situación espero que pronto dejen de negar lo que esta formándose en ellos

    Espero que actualices pronto!!
    Cuidate
    Rox Andres 05

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  3. Al principio me pareció que todo iba tan bien, ambos compartiendo un buen momento, dialogando sobre cosas que son importante para ellos y RyeoWook cada vez más encantado con Yesung, fue muy lindo cuando le acarició el rostro y luego la invitación a cenar fue la cereza del pastel. Lo malo fue después, todo se volvió tenso y hasta desagradable, no sé para que niegan tanto algo que ambos quieren. Luego ese final, que los deja bailando xD

    Me voy a leer el cap que sigue.

    Bye^^

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  4. Que drama!! Las palabras de Yeye en el restarante fueron muy duras, no groceras pero si duras.
    Ambos estan enfrascados en cpsas tontas, deberian ser mas sueltos y dejarse llevar a ver que ocurre.
    Ojala hagan eso pronto, no sabes como ira una relacion si no lo intentas.
    Gracias por la actu =)

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yota´s news : De regreso?

 Buenas tardes a todas las lectoras. Después de un año  y casi 4 meses regreso a saludarlas y comentarles nuevas.  Me gustaría decirle...