Love Again- Capítulo 4



Abrió los ojos como platos por la sorpresa. Se apresuró a taparse con las manos, aunque se agachó en el agua para ocultarse de él.

Con un susurro lo insultó más que si hubiera gritado su humillación.

—¡Pervertido! Si es así como te diviertes no me extraña que tu esposo te dejara por otro. No eres más que un adolescente crecidito disfrazado de adulto.

—Fue un accidente. No vine buscándote, salí a quemar unas cuantas calorías. Creí que estabas acostado. Tu casa lleva horas a oscuras.

—¿Cómo lo sabes? —preguntó dirigiéndose hacia la barca. Las ondas que provocaba en la superficie del agua camuflaban su desnudez—. ¿Te sientas a espiar cada uno de mis movimientos?

—¡Dame un respiro, Ryeowook! Tu casa es la única en kilómetros a la redonda. No hace falta ser voyeur para saber si hay luz o no en la casa del al lado. Y como vivimos tan cerca, deberías pensártelo dos veces antes de volver a nadar desnudo, si es que vas a enfadarte por que te sorprendan.


—¡Eres sin duda la criatura más insultante que he conocido jamás! —exclamó mientras los dientes le castañeaban de frío—. No puedo creer que fuera tan estúpido como para pensar que mereciera la pena conocerte.

—Y yo no puedo creer que estemos teniendo esta conversación, a esta hora de la noche. Ve hacia la playa antes de que sucumbas a la hipotermia. No me hace gracia la idea de encontrar tu cuerpo en la playa por la mañana. Al contrario de lo que piensas, valoro bastante más la vida humana.

—¡Sobre todo la mía, seguro! —replicó él dándose la vuelta—. ¿Por qué si no ibas a estar persiguiéndome así?

—Wook, no tengo que conformarme con señoritingos como tú cuando quiero que me rasquen lo que me pica. Hay cientos de jóvenes y mujeres que estarían contentos de complacerme.

—Si hay tantos, ¿por qué no le pediste a uno de ellos que cenara contigo en lugar de a mí?

—Ya te lo dije. Solo porque tú estabas allí. Si hubiera querido un revolcón habría ido a otro sitio —contestó. Aunque no podía ver mucho, se inclinó para examinar lentamente su figura desdibujada—. Sinceramente, estás demasiado delgado para mi gusto y deberías engordar un poco. He visto galgos más gordos que tú.

—Y tú eres un cerdo desagradable —protestó echándole agua a la cara.


Cuando dejó de carcajearse, Ryeowook estaba en la playa corriendo hacia los árboles que bordeaban el camino hacia su casa.

Su risa lo siguió todo el camino. Qué patético debía haberle parecido. No necesitaba que le dijera que carecía de lo que le gustaba a los hombres. El espejo no mentía y los pocos kilos que había ganado las últimas semanas no disimulaban su figura menuda. Como él había señalado, no era su tipo en absoluto.

¿Por qué le importaba? Nunca le habían gustado las relaciones pasajeras. Eric había sido su único amante y había llegado virgen al matrimonio. Un hombre que descartaba a las parejas tan fácilmente como las atraía no era para él. Si se enamoraba otra vez, sería de alguien que se tomara la monogamia tan en serio como él. «Que me rasquen lo que me pica». Qué falta, de respeto mostraba semejante comentario.

Y aun así, por la mañana, se encontró mirando hacia el otro lado de la bahía, en dirección a su casa, pensando en el hombre que vivía allí, deseando que sus caminos se cruzaran otra vez y temiéndolo a la vez.

Estaba claro que su vecino no estaba deseando correr hacia él. En algún momento, lo vio de lejos, metiendo su trampa para cangrejos en la barca o moviéndose por las rocas. Pero él no miró en su dirección ni una vez y no habrían vuelto a hablarse de no haber sido por la tormenta.

Aquel día se había despertado con el cielo cubierto y un calor opresivo que auguraba problemas. A pesar de que las puertas y las ventanas estaban abiertas, la casa era como un horno. Los truenos murmuraban a lo lejos, el presagio de que lo peor estaba por venir.

Justo después de las tres de la tarde, oyó el rugido de un motor y vio a Yesung al volante de la lancha, alejándose del muelle e internándose en las aguas abiertas de la ensenada.

—Debe de estar loco —exclamó perplejo—. ¿No sabe lo peligroso que es hacerse a la mar con el tiempo que se avecina?

Una hora después de su partida, un trueno cayó sobre la isla lleno de furia. Poco después, el ciélo se abrió y cayó una niebla tan espesa que hasta las amapolas rojas del porche aparecían desdibujadas.

A las cinco, las flores se doblaban bajo la lluvia clavándose en el suelo. A las seis, un ocaso prematuro oscureció la luz de la tarde.

Entre el ensordecedor estruendo de los truenos y durante los brillantes haces de luz de los relámpagos, se esforzó en escuchar el ruido de un motor, en vislumbrar a través de la densa niebla el contorno del bote cerca del muelle. No halló nada más que la fuerza de la naturaleza.

Melo lo encontró. Cansado de su pasear incesante, había dejado salir al perro durante un momento de calma, esperando que pronto decidiría que estaba mejor dentro donde estaba seco. Pero pasaron los minutos sin rastro de él, añadiendo otra preocupación más a las que ya minaban su paz de espíritu.

Cuando al fin apareció, se negó a entrar en la casa, dando vueltas en círculo con nerviosismo alrededor de las escaleras del porche y emitiendo aullidos agudos y breves tan diferentes de su ladrido profundo habitual que supo al instante que algo sucedía.

Su mensaje estaba claro. «¡Ven conmigo!».

Agarró el impermeable de su abuelo, se lo puso sobre los hombros y salió inmediatamente. Al instante, el perro se dirigió hacia la playa corriendo delante de él y parándose cada poco para asegurarse de que lo seguía.

La marea estaba baja, las rocas resbalaban, la niebla era tan espesa que se habría perdido, si el perro no lo hubiera guiado hacia los peñascos del otro lado de la cala donde el camino se bifurcaba y un lado se dirigía hacia el muelle y el otro hacia la casa de Yesung.

Fue allí, mientras se detenía para recuperar el aliento, donde la niebla se disipó lo suficiente para que pudiera distinguir la lancha, segura en su amarradero. Unos metros más allá e inclinada por la bajada de la marea, la rampa separaba la tierra del agua.

A medio camino entre ambas, sobre los tablones mojados, una silla de ruedas vacía estaba tumbada de lado.

Como satisfecha de haber causado estragos por un día, la tormenta pareció amainar. Los truenos, la lluvia, el ritmo enloquecido de su corazón se detuvieron, dejando una quietud aún más terrorífica porque el único sonido que penetraba el silencio era el chapoteo del agua cayendo de los árboles.

No se oían gritos de auxilio ni brazadas nerviosas que alteraran la calma del mar. No había señal de nadie más que de él y de su perro. Parecían ser los únicos seres vivos que quedaban sobre la tierra.

Podían haber permanecido allí indefinidamente, paralizados por el miedo, si Melo no hubiera perdido la paciencia con el retraso y le hubiera impelido a moverse, no hacia el agua sino hacia la casa cuyo tejado reaparecía levemente mientras la niebla se desplazaba hacia el interior.

Yesung yacía sobre el porche, apoyado contra la pared y masajeándose la pierna herida.
¡Al menos estaba vivo!

El alivio le hizo tartamudear de rabia.

—¡Idiota! —gritó arrodillándose ante él—. ¿En qué estabas pensando haciéndote a la mar con este tiempo?

—Tenía que hacer un recado —contestó sin apenas mover los labios.

—¿Un recado?

—Necesitaba llamar por teléfono para dejar un mensaje y mi móvil estaba averiado.

—¿Y qué clase de llamada era esa que merecía la pena que arriesgaras tu vida por ella? —exclamó perplejo.

—No es asunto tuyo.

Se sentó sobre los pies con las manos en las caderas.

—¿Ah sí? Deja que te diga qué es asunto mío: tu actitud irresponsable que me deja a mí cargar con las consecuencias. ¿Te has parado a pensar por un momento por lo que he pasado toda la tarde, preguntándome si debería encender luces para alertar al guardacostas para que iniciara una operación de búsqueda y rescate, o si debería dejarte revolcarte en tu propia estupidez? ¡No tienes ningún derecho a...!

Se detuvo y tomó aire, furioso por estar temblando y a punto de llorar. «No puedo hacer esto. No puedo permitirme involucrarme con este hombre y sus problemas. No puedo preocuparme por si vive o muere. No dispongo de lo que se necesita para soportar otra alma en crisis».

—Wook —dijo Yesung levantando la cabeza para mirarlo con los ojos entrecerrados—. Estabas preocupado por mí. ¡Qué tierno!

—No bromees con esto. No es gracioso. ¿Qué habría pasado si te hubieras internado en la niebla y la lancha hubiera empezado a hacer agua? ¿Qué habría pasado en tus condiciones?

—Cálmate —pidió amargamente—. No ha sucedido. Desgraciadamente para ti, he sobrevivido y estoy ileso.

—¿Llamas ileso al estado en que te encuentras? He visto la silla de ruedas. Sé lo mucho que has tenido que gatear para volver hasta aquí. Estás sangrando, y probablemente lleno de cardenales, y es menos de lo que mereces. Si tuviera un poco de sentido común, te dejaría aquí para que te pudrieras.

—¿Entonces por qué no lo haces?

—Porque, al contrario que tú, no estoy absorto en mí mismo y en mis propios problemas. La conciencia no me permitiría marcharme dejándote en el estado en el que te encuentras.

—Justo lo que necesito, la madre Teresa con su aura corriendo a rescatarme.

—Considérate afortunado de que haya tomado clase de primeros auxilios para saber qué hacer.

Estaba herido y cansado, y ninguna bravuconería podría ocultarlo.

—¿Me vas a hacer la respiración boca a boca, Wook? —preguntó irónico.

—No —respondió observando sus heridas. De cerca, vio que se había golpeado un lado de la cara, posiblemente al caerse de la silla de ruedas. Pero lo más urgente era limpiar las heridas llenas de arena y astillas, provocadas al volver arrastrándose a la casa. Estaban infectadas—. Cuando acabe contigo, probablemente lo necesitarás. Aunque no te hayas hecho nada más, estas heridas necesitan una cura.

—Lo estoy deseando. Se levantó.

—Bien. Empezaremos quitándote la ropa y secándote. Estás calado hasta los huesos.

—Olvídalo —protestó escondiéndose de él como si tuviera el tifus—. No vas a abusar de mí cuando no estoy en posición de defenderme. Aleja tus manos de mí.

—No te hagas ilusiones. No me preocupas tú personalmente. Me preocuparía igual por cualquiera, aunque cualquier persona habría tenido más sentido común que tú.

—Así soy yo. Siempre buscando problemas y generalmente arreglándomelas para encontrarlos de uno u otro modo. Vete y déjame en paz. Ahogarme habría sido mejor que escucharte hablar como un arpía.

Abrió la boca para contestar, pero la respuesta murió en sus labios. A pesar de su modo de hablar producto del dolor que estaba soportando, el contorno blanquecino de su boca y la pesadez de sus ojos no mentían.

—No me voy a ningún sitio, Kim Yesung, no importa cuánto me insultes. Necesitas ayuda y aquí no hay nadie más que yo. Te guste o no, te voy a llevar dentro y te voy a cuidar, así que, en lugar de discutir, usa tu energía para ponerte en pie. ¿Crees que puedes levantarte si te apoyas en mí?

—Sí, puedo. No soy un inútil, maldita sea. Puedo moverme yo solo.

—Entonces pruébalo —le retó. La mirada que le lanzó podría haber agriado la leche, pero se negó a dejarse intimidar—. Guárdate esas miradas para quien le importe —replicó tambaleándose un poco mientras él se levantaba y le ponía un brazo sobre el hombro— Esto no es la ceremonia de los Oscar y aunque lo fuera ya se me han acabado las estatuillas.

—Eres un brujo horrible, ¿lo sabes?

—Sí —contestó preocupado por su palidez y el sudor de su frente—. Tienes la habilidad de sacar lo peor de mí.


Medía más de uno setenta y era un hombre de cuerpo bien definido,  poco acostumbrado a tener que depender de otra persona. Odiaba la indignidad de estar discapacitado y despreció cada segundo laborioso que le costó atravesar el porche y entrar en la casa.

Una vez allí, se apoyó un poco en los muebles, pero había empezado a pagar por el esfuerzo. El precio por mantener su orgullo lo marcaba el amargo rictus de su boca y su respiración dificultosa. Habría masticado cristales antes que admitir la agonía que estaba sufriendo.

—¿Dónde crees que vas? —preguntó cuando esquivaron la mesa para ir hacia la puerta del fondo.

—¿A dónde crees que vamos? Te llevo a la cama.

—¡De ninguna manera! —replicó acercándose al sofá y dejándose caer en él—. Déjame aquí, me las arreglaré yo solo.

—¿Y cómo vas a hacerlo? Te duele tanto, que apenas puedes sentarte. Así que acaba tu actuación de machito y dime dónde guardas tu medicación.

—Nada de medicinas —se negó apartando la cabeza.

—¿Qué quieres decir? Espero que tengas algo para calmar el dolor.

—Lo suficiente como para poner una farmacia, pero de ninguna manera voy a dejar que me drogues por algo tan insignificante como esto.

—Debería haber imaginado que dirías eso. ¿Y las toallas, o es que tampoco quieres usarlas?

—Estás acabando con mi paciencia —gritó cerrando los ojos como si quisiera hacerlo desaparecer—. Por favor, por última vez, lárgate de mí casa y déjame en paz. No te quiero aquí. No te necesito. No necesito más que un poco de tranquilidad.

—Las toallas, Yesung —ordenó implacablemente.

Dejó caer la cabeza sobre el pecho y suspiró, una exhalación exasperada de derrota surgió como un viento a través de la habitación.

—Por allí —respondió señalando un mueble en la esquina.

—De acuerdo —dijo tomando dos toallas grandes de baño—. Estas irán bien. Vamos, deja que te quite los vaqueros y la camiseta mojados.

—¡Debes de estar de broma! —protestó levantando la cabeza de repente.

—No —contestó quitándole los zapatos. Sus pies largos y bronceados estaban helados y la piel de sus tobillos estaba raspada—. Lo digo totalmente en serio. Tanto si lo admites como si no, tienes un shock y necesitas calor.

—El tuyo, no. No me vas a dejar en calzoncillos para examinar mi equipamiento.

—Entonces desvístete tú solo.

—Lo haré —aseguró sin hacer ni un movimiento.

—¿Y bien? ¿A qué estás esperando? —preguntó mirándolo con expectación.

—Date la vuelta —pidió.

—¡Por favor!

—¡Date la vuelta! O mejor espera en el porche.

—¿Y por qué no preparo un café y saco el maletín de primeros auxilios en lugar de eso?

—¡Lo que sea! Lo que sea para que dejes de mirar. Y no intentes espiarme.

—No lo haría ni en sueños. De todos modos, no creo que tengas nada que me interese mirar.

—¡Ya te gustaría!


Ryeowook se giró para esconder una sonrisa. ¿No se había dado cuenta de que, si estuviera tan desesperado por ver lo que tanto quería esconder, solo tenía que mirar por el espejo que colgaba de la pared? ¿Pero para qué, si aunque tuviera esperanzas de algo más que curarle las heridas él no estaba en forma para colmarlas?

—Parece que tienes dificultades —señaló tras escuchar maldiciones y rugidos detrás de él—. ¿Estás seguro de que no necesitas ayuda?

—Necesito que llames al orden a tu perro. No necesito que me laven las orejas —murmuró con furia.

—No seas tan desagradecido. No te habría encontrado si no hubiera sido por él.

—Recuérdame que muestre mi agradecimiento la próxima vez que vaya a pescar —replicó. Hubo más gruñidos y al final un golpe sobre el suelo, probablemente de los vaqueros mojados—. ¡Ya está! ¡Terminado! Puedes traer las tiritas.

Tenía el torso desnudo, pero se había colocado una toalla que le tapaba de cintura para abajo, piernas y pies incluidos. Lo único que pensó fue que, si lo que cubría era la mitad de impresionante que lo que mostraba, él había sido modesto. Porque habría mirado, sin duda. Era...

Desvió la mirada de su torso musculoso. ¡Era una maravilla!

Su reacción estaba justificada porque nunca lo había visto sin ropa. Siempre llevaba vaqueros y camiseta. Y era difícil comprobar la constitución de un hombre que estaba en una silla de ruedas.

—¿Pasa algo, Wook? —preguntó mirándolo y quizá leyendo sus pensamientos.

—Nada. Empecemos. Vas a tener un ojo morado por la mañana —aseguró tomándole la cara con delicadeza.

—No será la primera vez —replicó dando un respingo por el antiséptico.

Esa era la parte fácil. Las palmas de sus manos y la cara interna de los antebrazos estaban acribilladas por las astillas.

—Tengo que quitarte las astillas —informó con unas pinzas en la mano mientras desviaba sus pensamientos de la piel bronceada, lisa y musculosa de sus brazos—. O se te infectarán.

—¿Estás buscando oro o qué? —exclamó mientras le arrancaba una astilla de la palma de la mano.

—Quédate quieto y no seas crío —ordenó aplicando alcohol en las heridas—. Ya he terminado aquí. Aparta la toalla un poco y deja que le eche un vistazo a los tobillos.

—No, la toalla se queda donde está.

—Por favor, Yesung. Me refiero a un par de centímetros solo. Ni siquiera tú puedes estar tan bien dotado.

—Déjalo —pidió. Por su expresión supo que no tenía sentido insistir—. Ya has hecho bastante y yo ya he tenido suficiente por hoy.

Wook se encogió de hombros y cerró el botiquín.

—Si tú lo dices... Pero si quieres mi consejo...

—No lo quiero. No es que no te agradezca lo que has hecho, pero ha sido un día muy duro y estoy rendido.

—Sí, ya veo que lo estás. Te prepararé algo caliente y después me marcharé de aquí. ¿Te apetece café o prefieres sopa?

—Un café estará bien.

—Solo tardaré uno o dos minutos.

Pero eso era demasiado tiempo para él. Cuando regresó de la cocina, estaba roncando. Tenía las manos a los lados de la cintura con las heridas rojas contrastando con la toalla azul clara. Su pecho subía y bajaba con cada respiración. Pero fue su rostro lo que atrapó su atención. Su expresión indefensa, sus pestañas espesas y oscuras, la línea de su boca, más benévola que cuando estaba despierto. Todo aquello lo conmovió de un modo que no había conocido desde hacía tiempo.

Depositando el café sobre la mesa, entró en la habitación y salió con el saco de dormir. Lo tapó con cuidado de no molestarlo. El aire frío que había llegado del mar al pasar la tormenta haría que refrescara por la mañana.

Su palidez había desaparecido reemplazada por un color sano. Con precaución recorrió con los dedos levemente la zona de alrededor de sus ojos y su mandíbula. No tenía fiebre. Su respiración le rozó la cara, íntima como una caricia.

¿Fue eso lo que lo empujó a acercarse más y a besarlo? ¿O fue el deseo repentino de descubrir al hombre que nunca había conocido antes, al que solo se descubría durante el sueño?

Tenía intención de besarlo en la mejilla, pero en su lugar besó su boca y se detuvo allí. Sus labios eran firmes y fríos y no respondían a los de él. Estaba profundamente dormido. Gracias a Dios que nunca sabría la libertad que se había tomado, porque el impulso lo había dejado inundado de una mezcla de emociones que no se atrevía a explorar.

Conmovido, apagó las luces excepto una lamparilla y salió hacia donde Melo lo esperaba tumbado con el pantalón mojado de Yesung colgando de la boca.


8 comentarios:

  1. Si,no es de su tipo,claro,por eso no se le quedo viendo todo ese tiempo y quería más.
    Tonto yesung,como se le ocurre,pero bueno,al menos no estaba solo,y aunque le "moleste" la presencia de Wook,debe darle gracias por ayudarlo en ese momento.
    Jujujuju a wook le gusto lo que vio,a mi tambien,ok no,yo no vi nada jajaaja
    y además le da un beso,ja.....cuando yesung se entere,si es que no esta dormido como wook cree

    Gracias por el cap vecina......quien la quiere......*0*

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  2. aja~ ese Wookie~ le dice pervertido a yeye! y zas~ va y lo besa!! jajajajajajjaja ese melo! tan lindu~ ayudo a la tortuga tonta! pero a quien tenia que llamar con tanta urgencia ¿? ahhh!!!

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  3. waaa! perdon por no comentar !! la historia me resulta interesante y me dolio.DOLIO el hecho que
    Yeye este en sillas de ruedas!!, y amo a melo!! es un excelente perro!!
    omo! Wook aprovechado que anda! besando a un inconsciente Yesung, y lo llamas a el pervertido jaaja
    muchas gracias por el mp!
    saluods

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  4. waaaa hermoso que terco es Yeye diablos cuando va a admitir que le gusta Wookie, es tan infantil diablos, jajjaa me encanta el fic tanto gracias porelMP yno te procupes sigo siempre Unnie Yota

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  5. rosaliehale:
    omo omo omo omo! Lo beso!
    En serio no se dio cuenta? No creo que no haya notado que lo besaron.
    Por que no quiere que lo vean, sera que el accidente le dejo alguna cicatriz, o es solo el hecho de no poder moverse?
    Que testarudo es Yeye, no tenia que salir asi con esa tormenta

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  6. ohhhhhh que genial estuvo el capitulo!!!! la preocupación de Wook por Ye me pareció tierno y las palabras que se decian me parecieron muy graciosas!! y el beso al final ya dice muchas cosas me encanto gracias por el MP esperare el proximo cuidate
    Rox Andres 05

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  7. Otro capítulo de mis bipolares favoritos xD
    Yesung diciendo que Wookie no es su tipo y bien que se lo quedó mirando cuando lo encontró desnudo y luego Wookie todo preocupado por Yeye, vigilando su regreso y luego cuidandolo a pesar de lo terco que Yesung puede ser sobre recibir ayuda.

    El beso robado al final fue muy lindo.

    Gracias por el Mp <3 Nos leemos en el siguiente cap

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  8. waaaa que genial me encanta este fic y este cap estuvo bueno yeye es tan terco pero igual quiere la ayuda de wook aunque lo niegue que tierno melo el lo encentro y luego lo lame que chistoso...
    aaa wookie en que pensabas y si no esta totalmente dormido que vas a hacer ahora se le subirá un poco mas el ego a yeye n.n yaa casi empieza el amooorrr jijijiji n.n
    me encantaaaa~~

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yota´s news : De regreso?

 Buenas tardes a todas las lectoras. Después de un año  y casi 4 meses regreso a saludarlas y comentarles nuevas.  Me gustaría decirle...