Libre para Amar I- 5




—Ah, pero ¿en qué consiste estar enamorado? ¿Cómo se sabe con seguridad?
Jackson se detuvo al entrar en el salón. La pregunta pendía en el aire a la espera de respuesta, pero ninguno de los que estaban sentados alrededor de la mesa parecía dispuesto a responder.
Incapaz de resistirse, dio un paso al frente y apoyó la cadera contra la mesa.
—Es sencillo. Se sabe por cómo te palpita el corazón cuando la persona pasa por delante. O por cómo un suspiro te captura el alma con sólo oír tu nombre saliendo de sus labios.
No lo había visto, pero la tos de Mark le indicó inmediatamente dónde se encontraba. Fue hacia el final de la mesa y continuó.
—Se sabe cuando pasas la noche despierto pensando en esa persona. O por cómo se te acelera el pulso simplemente ante la mención de su nombre.
Mark bajó la cabeza y el cabello le cubrió la cara.
—Ah, sí, milord Wang, pero esas cosas también suceden cuando se desea a alguien.
Jackson se giró hacia el que había pronunciado esas palabras, un joven que parecía haber acabado de levantarse del regazo de su madre. Enarcó una ceja. Esa gente solo podía argumentar basándose en su código de amor cortés pero él sin embargo tenía unos pensamientos completamente diferentes sobre el amor y el deseo.
Y suficiente experiencia para verse en posesión de las armas necesarias para participar en esa discusión.
—Es verdad, pero hay muchos niveles de deseo. Algunos, como ése del que habláis satisfacen únicamente una necesidad física.
Mark alzó la vista y él le sostuvo la mirada mientras seguía hablando.
—Pero hay un nivel al que únicamente el alma puede llegar, una vez que dos almas han alcanzado ese nivel de pasión, ese deseo compartido, ¿no se trata ya de… amor?
Se detuvo junto a su lado, puso una mano sobre la mesa y se inclinó hacia delante. Mark se apartó.
—Entonces, milord ¿estáis diciendo que el sexo y el amor son lo mismo? —preguntó Mark después de por fin hacer acopio de voz.
—En absoluto. Incluso las bestias de los campos corren las unas con las otras y para eso no se requiere amor.
Él torció la boca, se movió inquieta sobre la silla y un rubor le subió a las mejillas.
—Entonces exactamente ¿qué estáis queriendo decir? ¿Qué marca la diferencia? —agarró su copa de vino con unos dedos temblorosos.
Jackson se apartó de él y fue rodeando la mesa sin dejar de mirarle a la cara.
—¿La diferencia? Bueno… ¿puedo ser sincero?
Mark alzó su copa hacia él.
—Sí, por favor.
Una vez más muchas miradas llenas de interrogantes se volvieron hacia él, que por mucho que lo hubiera deseado no lograba apartar la vista de su esposo. Quería ver la expresión de su rostro.
Mientras se iba acercando, le respondió:
—Hay ocasiones en las que un hombre, o una pareja, contiene cierta cantidad de tensión. Un nerviosismo que no puede aplacarse con un paseo por los jardines ni con una conversación apasionante. Pero esa tensión puede ser aliviada con un rápido encuentro con una pareja que se muestre dispuesta.
Se oyeron unos murmullos animados a lo largo de la mesa. Mark, por el contrario, no se estaba divirtiendo. Alzó la mandíbula y lo miró.
—Eso puede ser cierto en el caso de un hombre.
Para ser sincero, Jackson tenía que mostrarse de acuerdo, pero ¿de qué le serviría?
—Bueno, sí, hasta cierto punto. Pero se sabe que las parejas también satisfacen sus deseos.
—Las casadas, tal vez. Sería estúpido que una pareja soltera se buscara su propia destrucción de esa manera. ¿O acaso vos lo aprobaríais?
Desconcertado por un instante, se preguntó si lo estaría amenazando. Lo miró fijamente y le dijo:
—¿No es ésa la razón por la que la mayoría se casan a una temprana edad? ¿Para que no cometan esa tontería?
Mark se levantó.
—¿De modo que a un hombre se le puede permitir que vaya sembrando su semilla por donde le plazca siempre que sienta esa necesidad, pero es una locura que una pareja arriesgue su castidad por la misma necesidad? —un fuego surgió de sus ojos.
Al instante Jackson se dio cuenta de que debería haberse detenido cuando aún podía porque ahora se había enfadado. Gracias a Dios que aún le quedaba un mes para cortejarlo.
Ante su silencio, Mark alzó la cabeza más todavía y caminó con determinación hacia las escaleras.
El resto de comensales intentaron disculparse por su marcha y Junbi, por su parte, le lanzó una sonrisa.
—Esta conversación sucede todo el tiempo.
—Oh, sí —añadió alguien más.
Un joven asintió mostrando su acuerdo.
—Y todas las noches alguien se marcha dejando la conversión encendida.
A Jackson le importaba poco lo que dijeran o hicieran. De inmediato comenzó a disculparse.


Mark no tuvo necesidad de darse la vuelta para saber de quién eran los dedos que le estaban sujetando la muñeca.
El calor que encendió más todavía su cuerpo le hizo saber que era Jackson quien le había alcanzado antes de que pudiera ponerse a salvo en su alcoba.
—Mark, por favor, espera.
Se volvió para mirarlo bajo la luz de la antorcha, pero nada pudo prepararlo para soportar la sensación de tenerlo cerca. ¿Cómo podría haber sabido que una mínima sonrisa en la boca de Jackson podía hacer que el corazón se le detuviera para después comenzar a latir de un modo frenético?
¿Quién podría haberle dicho que el cálido aroma meloso de su aliento podía hacerle perder el suyo propio?
—Márchate Jackson. No juegues más conmigo esta noche.
—¿Qué sucede esposo?
Con un gruñido, contuvo el grito que amenazaba con escapar de sus labios.
«¿Qué pasa? No pasa nada. Es simplemente que ardo por ti. Es simplemente que ya no tengo control sobre mi cuerpo ni sobre mi mente. Me has hechizado con tu seductora voz, con unas palabras que rozan la pasión y unos ojos que prometen todavía más. Y sin embargo, ni una sola promesa o una sugerencia de amor sale de tus labios».
Pero en realidad dijo:
—Nada. Simplemente estoy cansado y no deseo hablar más contigo.
Él le recorrió los brazos con las manos y luego los hombros. Se detuvo cuando sus dedos estuvieron sobre su cuello.
—Mark mírame.
Lo miró sin desear otra cosa que perderse en el deseo líquido que lo estaba mirando tan fijamente.
—Así que sucede algo.
—No, Jackson, no sucede nada —cuando sacudió la cabeza para negarlo, él sonrió y eso le hizo sonrojarse.
—¿No? —le preguntó su marido mientras acariciaba su sensible piel con el dedo pulgar.
Trazó lentamente un camino hacia su oreja y esa caricia fue generando un temblor a su paso.
—¿No pasa nada?
Su seductora voz lo tenía cautivado.
—Si no pasa nada, ¿entonces por qué estás temblando?
En lugar de esperar una respuesta, lo besó. Mark se aferró a sus hombros mientras él le acariciaba la lengua de un modo cálido y sedoso.
Jackson deslizó una mano por su espalda y lo llevó hacia sí, haciéndole sentir como si le faltara el aliento.
¿Qué era más duro? ¿La piedra del muro que tenía contra la espalda o la excitación de él haciendo presión contra su cuerpo?
Jackson apoyó las manos contra la pared y descansó la frente sobre la suya.
—No juego contigo, Mark. ¿Es que no ves que te deseo tanto como tú me deseas a mí?
Si lo que estaba sintiendo contra su cuerpo era una indicación de su deseo, entonces no tenía la más mínima duda sobre él. Se estremeció ante la idea de que un hombre, ese hombre en concreto, lo deseara.
Entrelazó las manos detrás de su cuello e intentó llevar la boca de Jackson de nuevo junto a la suya, pero él no hizo nada más que rozarle los labios.
—No. esposo. Éste no es el modo de determinar si queremos seguir casados.
La vergüenza que sintió de sí mismo ante su atrevimiento hizo que todo deseo se desvaneciera. Rápidamente bajó los brazos y se puso derecho.
—Lo siento perdóname.
Jackson le agarró la barbilla, obligándolo a mirarlo.
—¿Perdonarte? ¿Por qué? ¿Por aceptar besos de tu esposo? ¿Crees que ese acto requiere perdón?
—Robar besos en público no es decoroso.
—¿Decoroso? Después de la conversación que se ha desarrollado ahí abajo, ¿no te resulta extraño hablar de decoro?
Mark no podía mostrarse en desacuerdo. Atrapado como estaba entre la pared que tenía detrás y el cuerpo que tenía ante él, la palabra «decoro» sonaba bastante ridícula.
—Ya sabes lo que quiero decir.
—Mark —le susurró su nombre al oído y él fue incapaz de controlar el escalofrío que eso le produjo—, olvídate del decoro. Olvídate de todo lo que es correcto y apropiado. Olvida todo lo que crees que has aprendido sobre el deseo y el amor.
Con dificultad, le preguntó:
—¿Entonces qué no debería olvidar?
Jackson le agarró de las manos y se las colocó contra la pared en alto. Sí, era como si lo hubiera clavado al muro y un escalofrío de pavor unido a una extraña emoción le recorrió.
Tiró, pero no pudo liberarse; estaba a su merced y se preguntó qué sería lo próximo que haría Jackson. Pero antes de poder pensar en ello, él cambió de postura.
La dureza de su muslo colándose entre los suyos hizo que esa pregunta se convirtiera en un grito ahogado de sorpresa. De pronto rostro ardió de calor y las rodillas le fallaron.
—Mírame.
Oyó su voz ronca como si proviniera de algún punto al otro lado de una cortina de niebla. Alzó la vista hacia esa dirección.
Y en esa ocasión, cuando él buscó su boca, no lo hizo con un beso delicado y suave, sino con uno ardiente e intenso.
Se inclinó hacia él y al hacerlo sintió su muslo con más vigor. No se molestó en contener el gemido que salió desde sus adentros, lo dejó escapar y Jackson lo recogió con otro gemido, antes de dar un paso atrás y soltarle las manos.
La brisa de la noche corrió por medio de los dos, como un cubo de agua helada cayendo sobre su cuerpo encendido.
—Eso es lo que no quiero que olvides.
Mark luchó por no perder el aliento, por intentar absorber sus palabras y por recobrar la compostura antes de preguntar:
—¿Qué? —la voz le temblaba—. ¿Que no olvide que puedes despertar en mí pensamientos lujuriosos, que soy tan débil y que me dejo llevar tanto que pierdo toda noción de lo que está bien y lo que está mal?
Él se echó hacia delante y le dio un casto beso en la mejilla.
—No has hecho nada malo. No me importa si olvidas o recuerdas esos pensamientos de lujuria, pero no vengas a mi cama únicamente con esas ideas en la cabeza.
Mark se puso derecho y alzó la barbilla.
—Lujuria, sexo, ¿qué diferencia hay cuando el resultado final es el mismo?
Jackson respondió con una sonora risa.
—Entonces si alguna vez decidiera ir a tu cama, ¿en qué debería estar pensando?
Él se acercó m y estrechó los ojos y con una voz profunda y ronca le susurró:
—Deseo. Un ardiente deseo de que tu alma se encienda.
¿Que su alma se encendiera?
Mark respiró hondo. ¿Era posible arder más por él de lo que ya lo estaba haciendo? ¿Cómo?
¿Tenía su marido razón? ¿Podía ser que el amor y el deseo no fueran distintos ni estuvieran separados? Sacudió la cabeza en un intento de sacarse esas preguntas de la mente. Si le daba la pasión que él tanto quería, ¿encontrarían el amor?
El rápido y fuerte pulso que palpitaba bajo la palma de su mano le despertó un deseo que le hizo sentirse débil.
Él olía a pura masculinidad. Un aroma a hombre unido al deseo emanaba de su cuerpo. Le envolvió y pareció acariciarle la piel.
Sus ojos tan oscuros y límpidos le observaban con intensidad; estrellas gemelas brillaban en su profundidad. Ni un ápice de diversión se reflejaba en su rostro. Ni una muestra de censura brotaba de su mirada.
No tenía la más mínima idea de cómo Jackson había logrado tanto en tan poco tiempo. Por supuesto que lo deseaba. Sí, lo deseaba. En ese momento su cuerpo podría perfectamente prepararse para el sexo, para la pura lujuria sin preocuparse por nada más.
No esperaba que sus caricias fueran delicadas. Estaba seguro de que sus manos serían fuertes y se deslizarían con decisión sobre su cuerpo. Jackson le pediría algo y él respondería… por voluntad propia y sin temor.
Sólo pensar en él controlando su cuerpo, guiando su deseo, le quitaba el aliento.
—Mark, si no te va ahora perderás toda oportunidad de ganar tu anulación.
—No me importa —sus propias palabras le sorprendieron.
—Ya, pero al amanecer te importará mucho.
Sin dejar de mirarlo, se inclinó hacia él y deslizó las manos sobre su pecho y hasta sus hombros. Enredó los dedos en su cabello.
—Podemos preocuparnos de lo que pensaré por la mañana cuando llegue.
El gemido de Jackson fue como un eco de la frustración que él mismo sentía. Hundió la cara en su pelo y le besó a lo largo del cuello.
Sí. Eso era lo que quería, lo que había buscado durante tantos largos años.
Se fundió en su abrazo e hizo caso omiso de la advertencia que le estaba lanzando su cerebro porque el ardiente torrente de sangre que le recorría hacía más ruido y silenciaba los gritos de su mente.
Quería más que sólo sentir sus labios sobre su piel.
—Jackson, por favor.
Él acalló su súplica cubriéndole la boca con la suya y durante unos interminables momentos quedó maravillado por sus labios, su lengua y su beso.
Entonces Jackson se apartó bruscamente, como si unas manos invisibles hubieran tirado de él para separarlos y se llevó unos dedos temblorosos a la frente.
—Vete Mark. Vete antes de que sea demasiado tarde.
Su voz lo asustó. Ese tono ocultaba algo más que deseo algo más profundo, más frío, casi amenazador. Acabó con toda pasión y le hizo recordar lo poco que conocía a ese hombre. La llama que había brillado en los ojos de Jackson parpadeó y se apagó y en su lugar quedó una frialdad que parecía provenir directamente de su alma.
Para refugiarse del repentino frío que le invadió, se rodeó la cintura con los brazos.
—¿Jackson?
Él se dio la vuelta y le ordenó:
—Vete.
Le oyó alejarse de él de la repentina ira que había convertido su deseo en pensamientos de venganza. Pero ¿no era para eso para lo que estaba allí? ¿Para enseñarle lo que era la pasión? ¿Para mostrarle lo que podía ser el amor? ¿Para apoderarse de su virginidad y tenderle el mundo a los pies? ¿Para tocar su corazón? ¿Para acariciarle el alma? ¿Y para después destruirlo todo?
Apoyó el antebrazo contra la pared y descansó la cabeza sobre la muñeca. Luchó por recuperar el control. ¿Qué le sucedía? Había estado a punto de echar por tierra su tan bien planeada venganza.
Podía entender la lujuria, pero ¿desde cuándo habían entrado en el juego la pasión y el deseo? ¿Por qué el pensar en la venganza le causaba dolor? ¿Por qué de pronto se detestaba a sí mismo?
Tal vez esas emociones encontradas se debían al vino que había consumido; mientras se dirigía a su alcoba y a su cama rezó por que no fuera otra cosa que el alcohol lo que había acabado con el equilibrio de su mente.


—¡Milord! ¡Lord Wang!
Jackson se giró con un gruñido y descorrió la cortina que rodeaba la cama. Parpadeó ante el reflejo del sol que atravesaba la habitación. El estómago le dio un vuelco, la cabeza le palpitaba y cada parte de su cuerpo le recordaba al dulzor del vino que había caído con tanta facilidad por su garganta la noche anterior.
Otro gruñido resonó desde el suelo. Lentamente y con gran cuidado. Yugyeom se incorporó y se sujetó la cabeza.
—Por favor, mátame. Usa mi espada.
Si Jackson no hubiera compartido también el deseo de morir en ese momento, se habría reído. Por el contrario, volvió a echar las cortinas y se maldijo a sí mismo por su estupidez. Después de volver a su habitación la noche anterior, había tirado a Yugyeom de la cama y se había terminado lo que quedaba de vino él solo. Algún diablillo que vivía en su interior le había convencido de que el consuelo podía encontrarse en el fondo de la jarra de vino.
Claramente una mentira, una que no volvería a escuchar.
—¡Milord Wang!
Los dos hombres volvieron a gruñir ante los golpes en la puerta de la alcoba. Jackson gritó:
—Adelante.
Descorrió las cortinas y parpadeó antes de dirigir la mirada al joven paje de cara redonda.
—¿Qué quieres?
El chico estiró sus delgados hombros y al hacerlo adquirió una inmensa altura. Bajó la vista y anunció:
—La reina requiere de vuestra presencia.
¿Requiere? Volvió a correr las cortinas. Al menos, no había ordenado que se presentara ante ella. Además, no tenía humor de conversar con nadie en ese momento.
—Dile que estaré allí en cuanto me levante.
—Milord, quiere que os presentéis ahora.
Tiró de las cortinas con tanta fuerza como para arrancarlas del marco. El aire de la mañana recorrió su cuerpo desnudo y le proporcionó una extraña sensación de bienestar.
Se levantó, dio un paso hacia el chico pálido y tembloroso y preguntó:
—¿Ahora? ¿Inmediatamente?
El paje retrocedió hacia la puerta.
—Milord, creo que sería apropiado que os vistierais primero.
Antes de que Jackson pudiera decir nada en respuesta, el chico corrió a la puerta, aunque se detuvo lo suficiente para decir con un tartamudeo:
—Le… le diré que acu… acudiréis… pronto.



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