Libre para Amar I- 1




Corte de la reina en Poitiers. Mayo del año 1171
En los tres meses que llevaba en la corte, los hombres lo habían llamado muchas cosas; las menos agradables tenían que ver con el frío y el hielo, una queja que ya había oído en muchas ocasiones.
Sin embargo ahora, cada pieza de su atuendo parecía evaporarse como la bruma de la mañana. Su ropa cayó de su cuerpo dejando que el aire de la noche recorriera a su antojo su temblorosa piel. Con nada más que una ardiente mirada, él le desnudó lentamente prenda a prenda.
Mark de Tuan temblaba de expectación miedo y de un deseo tan intenso que se sentía morir. Quería más que únicamente una mirada, quería su aliento sobre el cuello, sus labios sobre los suyos. Sentir en su pecho el tacto de esas manos.
Bajo la tela que le ocultaban el cuerpo, un hormigueo le recorría la piel. Hielo y fuego corrían por sus venas. Rezó por que un rubor no revelara el deseo que sentía, pero para su consternación sus mejillas se tiñeron de un intenso rojo. Observó la mesa suntuosamente cargada que tenía ante él esperando que el hacerlo ocultara su rostro encendido.
Todos los hombres eran iguales, ya habitaran un torreón fortificado o un fastuoso palacio. Habían luchado por el derecho de convertirlo en un joven cálido y todos habían fallado.
La falsa y casi aduladora atención que le dirigían no le era de ningún interés. En ocasiones, cuando no resultaba directamente tedioso se acercaba a lo ridículo.
Si pudieran percibir sus pensamientos en ese momento, se quedarían impresionados. Ningún hombre había hecho que la sangre le fluyera de ese modo. Nunca ninguno había hecho surgir en él ese repentino estado de deseo.
Quedarían consternados si supieran el calor que le estaba recorriendo el cuerpo sólo con mirar a ese extraño. Un extraño oscuro y peligroso vestido con el tono más intenso de azul que había visto nunca. El atuendo casi negro lo hacía destacar incluso por encima de los vanidosos tan alegremente engalanados que llenaban la corte.
Sin embargo, esos engreídos habían tenido razón porque su cuerpo, al igual que su corazón llevaba congelado una eternidad.
Hasta ese momento.
La mirada del extraño lo asedió obligándolo a centrar la atención de nuevo en él. Sus ojos le quitaron la ropa y tendieron su cuerpo desnudo.
Con la respiración agitada, deseó que lo acariciara. ¿Resultarían sus dedos ásperos contra su suave piel? ¿Portarían sus manos el mismo fuego que el que desprendían sus ojos?
Mark apartó la mirada y miró hacia los elaborados tapices que colgaban de las paredes. Fijarse en él no haría otra cosa que contradecir la reputación que con tanto cuidado se había construido.
¡No! Por muy extrema que fuera la tentación no permitiría que ningún hombre, sobre todo uno desconocido, llegara hasta él. Le había importado un único hombre y ese hombre lo había abandonado dejándolo solo en el torreón de su padre y aún virgen.
Nunca jamás volverá a creer en las promesas ni en las mentiras de ningún hombre; empezaría a tomar sus propias decisiones y su vida y su futuro serían trazados únicamente por él.
—Mark.
Alejándose de sus pensamientos, inclinó la cabeza hacia su compañero de mesa.
Youngjae de Choi miró hacia el extraño.
—¿Quién crees que es? No lo había visto nunca.
Con una indiferencia fingida, Mark miró hacia el abarrotado salón.
—¿Quién? Esta noche hay mucha gente a la que no conocemos.
Su amigo bajó a voz hasta convertirla un susurro.
—El que está mirando como si quisiera comerte para cenar.
Había pocas cosas que pudiera ocultarle a Youngjae; eran amigos desde el momento en que había llegado a la corte. Dos jóvenes viudos no del todo cortos de edad con poco que ofrecer y con un vínculo común: a ambos los habían llevado a la corte para encontrar un marido.
Pero no cualquier marido, sino uno que pudiera satisfacer las ambiciones de sus padres a pesar de que ése no era el objetivo que ellos perseguían.
Ante las opciones que su padre le presentó, Mark eligió el matrimonio. Había sido una elección sencilla. Su padre le había ofrecido encontrarle un lugar en la corte o expulsarlo de su propiedad y dejar que se valiera por sí mismo. Era el matrimonio o una muerte segura.
Mark no estaba preparado para morir, pero tampoco lo estaba para convertirse en la pertenencia de un hombre.
—Ah ese hombre. Con suerte esta noche encontrará a alguien más con quien hacerse el galán —observó a los que estaban sentados en la mesa de honor—. No te preocupes, Junbi lo está mirando.
La carcajada nada propia de un joven señor que emitió Youngjae llamó la atención de varios de los comensales que tenían cerca. Enmascaró sus malos modales con un golpe de tos mientras intentaba ocultar también su regocijo.
—Pobre hombre. ¿Rezamos por él?
Mark hizo todo lo que pudo por no imitar la reacción de su amigo.
—¿Y arruinar la diversión de Junbi?
—¿Lord Mark?
Sorprendido por la presencia del paje de la reina a su lado, borró de su voz ese tono divertido.
—¿Sí?
El joven lo miró.
—La reina reclama vuestra presencia.
Youngjae preguntó:
—¿Averiguarás quién está con ella?
No fue una pregunta que necesitara demasiada meditación. Mark supo la respuesta antes de mirar hacia la reina y al extraño que tenía a su lado. Él inclinó la cabeza y le dirigió una mirada de complicidad, casi íntima. ¡Por Dios! ¿Podía leerle el pensamiento? ¿Sabía que lo deseaba? En silencio, maldijo la reacción de su cuerpo, a la reina y al extraño.
El paje extendió un brazo y anunció:
—Milord, estoy aquí para acompañaros.
Se levantó y antes de marcharse del brazo del joven, miró a su amigo.
—Disculpa, Youngjae, volveré sin tardanza.
—No te apuestes nada con eso. Me atrevo a decir que pasarás el resto de la noche ocupado en otro sitio.
Mark ignoró el modo en que su corazón se aceleró repentinamente. Apretó los dientes y le lanzó a su amigo una mirada que hizo que el otro joven estallara en una carcajada.
—¿Milord? —la voz del paje denotaba impaciencia.
—Vamos.
Con la cabeza bien alta, obligó a sus piernas a moverse, aunque resultó una tarea difícil recorrer la distancia entre su mesa y el estrado de la reina, al otro lado de la sala. Le temblaban las rodillas. Apenas podía respirar. ¿Qué tenía ese hombre que le hacía reaccionar de ese modo?
¡Señor! Contemplar a ese extraño resultaba todo un placer. Cuando los trovadores componían sus relatos de héroes imponentes y poderosos, seguro que pensaban en él. ¿Había otro hombre allí presente que pareciera tan fuerte? La anchura de sus hombros indicaba que era alguien acostumbrado a las extenuantes tareas de la guerra. Con toda seguridad blandiría un sable como si fuera una pluma. Dudó que necesitara más de dos golpes de espada para partir a un enemigo por la mitad.
Unos ojos negros sobre un rostro oscurecido por el sol se clavaron en él con una mirada de complicidad. Se sintió como si no pudiera ocultarle nada a ese hombre.
Se tambaleaba mientras avanzaba bajo su hipnótica mirada. Un semblante risueño se apostó en su memoria. ¿Conocía a ese hombre? ¿Lo había visto antes? Sacudió la cabeza ligeramente. No, no fue más que un simple pensamiento al que pudo dar de lado fácilmente. El recuerdo que pendía de su mente era el de un chico y no el de ese hombre seguro de sí mismo al que ahora tenía delante.
Tras hacerle una reverencia, se quedó atónito cuando con una mano grande y encallecida, el extraño le ayudó a levantarse.
—Joven señor Mark, dejad que os presente al conde de Wang.
La reina sonrió y a continuación asintió hacia el conde.
—He solicitado gentilmente vuestra compañía durante la cena.

Jackson, conde de Wang, miró a su esposo asombrado. ¡Cómo había crecido! El cabello rubio claro, su figura atraía las caricias de un hombre.
Como una bella y singular flor de loto floreciendo entre rosas sobresalía de entre la mayoría de los jóvenes que había en la corte Su esposo no se había convertido en una belleza rubia y frágil de leyenda, sino en un joven cuya sola presencia apuntaba a fabulosas noches de pasión.
La última vez que lo había visto, no había sido más que un niño. Un niño sentado sobre su cama de matrimonio vestido con sus mejores galas y jugando con un muñeco de trapo: una imagen que doce años atrás lo había divertido y confundido a la vez.
Rápidamente, la imagen del niño se desvaneció y con la misma presteza, la ira y la sed de venganza lo invadieron. «No te dejes llevar únicamente por el orgullo y la venganza». Unas palabras que aprendió hacía mucho tiempo resonaron en sus oídos. Con gran esfuerzo sofocó su sed… por el momento. Con el tiempo, dejaría que Mark experimentara el sabor del dolor, de las mentiras y del engaño.
—¿Lord Mark, ¿me acompañaréis? —la mirada que Mark le dirigió le hizo querer reír. No se había equivocado: no lo reconocía. Contuvo una sonrisa. Al parecer, todo iba a resultarle demasiado fácil.
Cuando vaciló. Jackson se apresuró a decir:
—¿No tenéis esposo o amante esperando vuestro regreso?
La reina intercedió.
—No. Lord Mark es viudo.
Él contuvo otra sonrisa. No sólo Mark no lo había reconocido, sino que el rey no había informado a la reina de lo que estaba tramando. Bien. En su fuero interno, le dio las Gracias por su silencio.
Mark sacudió la cabeza ante el comentario de la reina.
—Apenas se me puede llamar viudo cuando no hubo nada a lo que se le pudiera llamar matrimonio.
¿Y quién tenía la culpa? Jackson se guardó esa pregunta y, en su lugar, le tendió el brazo.
—Ah, joven señor, aviváis mi curiosidad. Un suceso tan contradictorio debe ser explicado. Tal vez si me relatáis el incidente eso nos mantendrá entretenidos durante la cena.
Lo llevó hasta una de las mesas colocadas en pequeñas cámaras apartadas dentro del salón, que propiciaban una conversación más privada y cuya tenue luz añadía cierta intimidad.
Mark dudó brevemente antes de seguirlo hasta allí. No dijo nada, pero se aseguró de que las cortinas quedaban abiertas. Así, mientras comían y conversaban en las sombras, aún podrían ver la mesa de la reina directamente enfrente de ellos.
A él no le importó. Después de todo, tampoco habría intentado llevarlo a su lecho durante la cena… eso podía esperar un poco más. El hombro de Mark le rozó el muslo cuando le hizo tomar asiento en el banco y el breve contacto fue como una llamarada contra su piel. La espontánea imagen de Mark desnudo y arrodillado ante él se le pasó por la mente. Frunció el ceño. Pensar con la entrepierna no le serviría de mucho.
Después de servirle una copa de vino, intentó sonsacarlo:
—Bueno, lord Mark, ¿qué estabais diciendo?
—No es nada entretenido, milord. Me casé cuando era muy joven y mi esposo desapareció en nuestra noche de bodas.
¿Desapareció? ¿Qué descripción tan interesante para referirse a lo que sucedió aquella noche.
Mark alzó la copa y dio un sorbo de vino. Cuando se quitó una gota roja del labio inferior, la mirada de Jackson se clavó en la punta de su lengua. No estaba seguro de qué deseo era más fuerte, si el de haber sido él el que le quitara esa gota de vino o el de haber sido el propio vino.
Se aclaró la garganta.
—¿Qué le pasó a ese hombre?
—¿Hombre?
Su crispada carcajada no se pareció en nada a las sonrisas y risas que antes le había visto dirigirle a su amigo con tanta naturalidad.
—No era más que un chico y lo único que sé es que murió.
Esas palabras fueron como un cuchillo en el pecho. ¿Cuántas veces había deseado la muerte al principio? ¿Cuántas noches había llorado hasta quedarse dormido pensando en la muerte y en él?
—¿Murió?
—Eso es lo que me dijeron.
Mark se metió una cereza en la boca y, al verlo, Jackson sintió un flujo de sangre apresurándose hacia su sexo. En el palacio de Morigatte había tenido a todas las parejas que había querido y cuando era más joven había rechazado a muy pocas, pero hacía tiempo que había aprendido a ejercer control sobre sus instintos. Así que ¿por qué estaba reaccionando ahora como un chico excitado? Cambió el rumbo que estaban tomando sus pensamientos.
—Esto debió de suceder hace mucho tiempo. ¿Por qué no os habéis vuelto a casar?
Él frunció el ceño y sus brillantes ojos se apagaron.
—Sí, desapareció hace mucho tiempo, pero a pesar de que los años pasaban y no sabía nada de él, mi buena fe no me permitió solicitar una anulación.
¡Qué noble por su parte!
—Muchos no habrían tenido la fortaleza de seguir adelante solas durante tanto tiempo.
Mark se encogió de hombros.
—No fue mi elección. Mi padre no quería perder las tierras que obtuvo con mi matrimonio.
«Y por eso destruyó lo que me había quitado y dejó que la tierra se pudriera y que la gente muriera».
—¿Por qué ha esperado tanto para buscaros esposo? ¿Qué ha cambiado para que ahora estéis aquí?
Un halo de furia atravesó el rostro de Mark tan nítidamente que él no pudo saber con certeza si se trató del reflejo de una emoción o simplemente de un juego de luces.
—Mi padre había solicitado otro matrimonio, pero por alguna razón que desconozco, el rey Enrique ha estado negándoselo hasta hace poco tiempo.
—Lo decís con amargura.
Él bajó la vista hacia la mesa y un ligero rubor le tiñó las mejillas con el exquisito color de un melocotón maduro.
—Para mi vergüenza, eso es lo que siento —los ojos que levantó hacia él brillaron como la hierba cubierta de rocío bajo la luz de la luna—. Os suplico me disculpéis, milord. No deseo arruinaros la cena.
—Ha sido una observación, joven señor, no una acusación.
Mark asintió.
—Es muy galante por vuestra parte, pero no deseo incomodaros con mis problemas personales.
Jackson miró hacia el salón. Por todas partes los asistentes estaban inmersos en conversaciones que imaginaba trataban de asuntos más personales que el que él estaba compartiendo con su esposo.
Se acercó un poco más a él y captó el aroma a rosas y lavanda… ¿A qué olería envuelto únicamente en las puras esencias de almizcle y de lujuria?
Se fue acercando más hasta poder sentir su calor acariciándole el rostro.
—¿No se trata de eso?
—No entiendo lo que queréis decir.
Jackson asintió hacia la mesa de honor.
—Esta corte, esta reunión, ¿no están diseñados con el único fin de que la gente se conozca con más profundidad?
—Milord, no creeréis de verdad que alguien de los que están aquí está compartiendo una información personal que contenga un gramo de verdad.
—¿Y vos, lord Mark? ¿Acaso esta historia sobre un marido desaparecido no es nada más que un cuento astutamente ideado?
Él se quedó paralizado, su cuerpo parecía el de una estatua tallada en marfil.
—¿Y qué estaría yo buscando, si se puede saber, al contaros una mentira tan atrevida?
—¿Compasión? ¿Lástima? Estoy seguro de que aquí hay muchos que agradecerían la oportunidad de consolaros.
—Muchos lo han intentado.
—¿Y cuántos lo han logrado?
Mark cerró el puño alrededor del mango del cuchillo y sus nudillos se volvieron blancos. Jackson había ido demasiado lejos y sabía que le había molestado la pregunta. Se sentó derecho sobre el banco dejando así espacio para que la ira de Mark fluyera. Después de todo… ¿no era eso lo que quería?
—No necesito ni pena ni compasión de nadie. Mi estado actual no es imaginario. Mi esposo desapareció en nuestra noche de bodas y durante casi doce años no he sabido qué le sucedió. Ha sido recientemente cuando alguien me ha dado la noticia de su muerte —se detuvo para dar un largo sorbo de vino—. Durante todos esos años he estado solo. No he tenido un hogar, ni hijos, ni marido. Solo gracias a mi padre me he salvado de marchitarme en una abadía.
Se obligó a sonreír.
—¿Es ésa información suficiente para satisfacer vuestra curiosidad, milord?
No. No era suficiente. En absoluto lo era, pero ¡que gran carácter tenía ese joven! Le sería de mucha ayuda en los días venideros.
—Sois relativamente joven. Lo suficiente como para aún poder tener hijos. Poseéis una figura bien formada y una incalculable belleza…
—¿Una figura bien formada? ¿Una incalculable belleza? Milord tenéis que guardaros vuestras hermosas palabras para el relato de un trovador. Las estáis desperdiciando conmigo.
Jackson lo observó detenidamente. ¿Cómo podía pensar que sus palabras no eran de verdad? Miró hacia los otros jóvenes presentes en el salón y, tras un momento, volvió a centrar la atención en su esposo.
—Lord Mark, no sé cuáles serán vuestras ideas de belleza, pero los jóvenes de los que hablan los trovadores existen sólo en la mente de ciertos hombres. Dejadme aseguraros que esas historias son falsas —seguro de que no lo creería, volvió a centrarse en el tema del principio —¿Por qué no habéis vuelto a casaros cuando parece como si ese noble fin fuera vuestro auténtico deseo?
Mark pinchó un pedazo de carne con la misma saña como si estuviera imaginándose la carne de alguien en el plato.
—El rey Enrique se negó a concederme ningún matrimonio hasta que no hubiera pasado un tiempo en la corte de su esposa.
—¿Cuánto tiempo lleváis aquí?
—Casi tres meses.
Jackson ocultó su sonrisa. La última vez que había hablado con Enrique había sido cuatro meses atrás… Parecía que su deuda con el rey estaba aumentando.
—¿Y no habéis encontrado a nadie con quien reemplazar a vuestro primer esposo?
Una vez más, la risa dura y demasiado fuerte de Mark se coló por su oído.
—¿Reemplazarlo? Hacéis que parezca como si deseara encontrar a alguien como Jackson.
—¿Y no es así?
—Milord, no sabría por dónde empezar a buscar. Sólo pasé parte de un día en compañía de mi marido. Si por algún milagro entrara en este salón no lo reconocería.
Por supuesto que no lo reconocería: el chico que había sido su marido durante unas escasas horas murió mucho tiempo atrás. A Jackson le llevó un rato contener una profunda pena por el joven que no había tenido la oportunidad de convertirse en esposo.
—¿Pero no había sido un compromiso largo?
El sacudió la cabeza.
—Yo no he dicho eso. Nos habían prometido en matrimonio por poderes cuando éramos niños pero no nos conocimos hasta la mañana de nuestra boda.
Por alguna loca razón deseaba preguntarle si había encontrado algo que mereciera la pena en el chico con el que se había casado pero rápidamente recuperó el control de su orgullo y cambió de tema.
—¿Y cuál de estos caballeros ha sido de vuestro agrado?
—Ninguno.
Él enarcó las cejas sorprendido y una lenta sonrisa fue curvando sus labios.
—Joven señor, seguro que hay uno que cumpliría los requisitos para ser vuestro esposo.
Mark suspiró profundamente.
—Estos hombres no son más que unos pomposos engreídos demasiado acicalados.
Jackson se mostró de acuerdo, pero preguntó:
—¿Y la ventaja de tener un hogar seguro, una despensa llena y sirvientes que ayudaros no es suficiente para pasar por alto ese pequeño defecto?
El sonido que emergió de sus labios no fue ni suave ni propio de un joven señor, sino una respuesta sincera y brusca que para él fue como un golpe de aire fresco en esa corte de artificios y mentiras.
—¿Pequeño defecto? Un semblante lleno de orgullo no es precisamente un pequeño defecto.
—Vuestros amigos no parecen pensar lo mismo.
Tras mirar al salón él se encogió de hombros.
—Una noche en compañía de un engreído es mejor que pasar la noche solo, pero eso no quiere decir que todos los que están aquí deseen encadenarse a su compañero de mesa de esta noche para siempre.
«¿Encadenarse? ¿Como un esclavo a su amo?». En lugar de decirle lo que era el auténtico cautiverio, Jackson asintió como si acabara de aprender algo nuevo.
—Ah, ¿de modo que en realidad está jugando con los sentimientos de sus acompañantes?
—Eso no es lo que yo he dicho.
Él abrió los ojos con una confusión fingida.
—Entonces, ¿qué decís lord Mark?
—¿Una pareja no puede disfrutar de la compañía de un hombre sin comprometerse primero de por vida? —le preguntó con los labios apretados y el ceño fruncido.
El rencor de su voz lo sorprendió. Se acercó más a él y bajó la voz.
—¿Y por qué, joven señor, han de hablar con susurros entrecortados? —supo que, en parte, había logrado su objetivo cuando un temblor recorrió los hombros de Mark.
Pero aún no había terminado y nadie podría detenerlo. Nadie le prestaría atención a lo que le hiciera o hiciera con su compañero de mesa porque todos estaban demasiado entretenidos con sus propios asuntos.
Jackson le tomó la mano y la llevó hasta sus labios.
Mark intentó soltarse, pero él ignoró su débil intento y sostuvo la mirada antes de besarle en la palma.
Mark respiró entrecortadamente pero no apartó su temblorosa mano mientras él recorría la línea que llevaba hasta su muñeca con la punta de la lengua.
Se puso tenso ante esa caricia, pero no pronunció ninguna palabra para indicarle que cesara.
Jackson le subió ligeramente la manga con su dedo pulgar y siguió a la tela con la boca. El pulso de Mark volvió a la vida bajo esos labios.
Se movió ligeramente y juntó su muslo al de él, que intentó apartarse. Le soltó la mano y volvió a acercarse para respirar contra su cuello. Podrá sentir su calor. Podía oler el deseo entremezclado con el aroma de su perfume.
Los escalofríos que recorrían el cuerpo de Mark hicieron que sus propios deseos comenzaran a tomar forma. Lo que había empezado como una especie de contienda, como una prueba de voluntad, rápidamente se convirtió en un juego de seducción y pasión.
Escasos milímetros separaban sus labios y su piel.
—¿Y por qué, joven señor, deben inclinarse tanto como para tocar a sus acompañantes?
El corazón le latía con fuerza y su respiración era entrecortada.
—Están en público. No hacen nada malo —la voz le temblaba. Tragó saliva—. Esta es una corte de caballeros y saben que aquí están a salvo.
Jackson apoyó una mano sobre su muslo y notó cómo temblaba, pero sabía que estaba atrapado y que le impediría escapar de él sin llamar la atención.
—Y vos, lord Mark, ¿os sentís a salvo?
Temblando visiblemente, él se echó hacia atrás. Parecía como si su rostro se hubiera quedado sin sangre, estaba muy pálido.
—¿Por qué hacéis esto, milord?
Jackson sonrió. Había llegado el momento de acabar con esa farsa. Alzó la mano y con un dedo le recorrió la cara. Cuando él intentó apartarse más, lo sujetó por la nuca y lo llevó hacia sí. Esa vez no se escaparía. Tanto si le gustaba como si no, le pertenecía.
Mark lo miró con los ojos abiertos de par en par y los labios separados. ¡Señor! ¡Cómo deseaba tomar esos labios, tenderlo allí mismo en el suelo y devorarlo centímetro a centímetro!
Con un estudiado control. Jackson le puso freno a su salvaje deseo. Lo ansiaba y lo tendría, pero no por la fuerza y no atemorizándolo. Quería que se rindiera a él completamente y si pretendía que todo marchara según el plan que había trazado, no podía asustarlo.
Lo soltó, le acarició la nuca y le sonrió.
—Porque eres mi esposo y esto es algo que he deseado hacer durante doce años.


2 comentarios:

  1. Oh por Dios!!!
    Ahhh esto me puede...
    A sea que todavía es virgen...
    Por que Jackson piensa que él tuvo algo que ver con su desaparición... ? ?
    Con eso... "eres mi esposo" ya lo asusto...

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  2. Dios!! Esta vaina esta super buena. Al inicio estaba un poco perdida, pero como quedó el capitulo me dejó con ganas de más

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yota´s news : De regreso?

 Buenas tardes a todas las lectoras. Después de un año  y casi 4 meses regreso a saludarlas y comentarles nuevas.  Me gustaría decirle...