Libre para Amar I- 3




Mark lo dejó allí solo en la oscuridad. Solo con sus recuerdos. Solo con un terror que él pensaba que había superado hacía tiempo.
Durante los últimos meses había creído estar seguro de haber dejado sus miedos atrás, pero ahora regresaban con una fuerza que amenazaba con hacerle caer de rodillas.
Después de sentarse en el banco, apoyó la cabeza en las manos. ¿Qué le ocurría? ¿Por qué no podía encontrar equilibrio o al menos la fortaleza suficiente para no perder el control? ¿Había olvidado cómo hacerlo?
Tras dejarse caer al suelo, alzó la cara hacia las estrellas y la luna. Tomó aire y lo expulsó lentamente en busca de algo de calma.
Cerró los ojos y despejó su cabeza de todos esos pensamientos.
El tintineo de las campanas resonó en el oído de su mente. El aroma a salvia y mina flotó por sus sentidos y ambos le dieron la calma y fuerza que necesitaba. Y tras analizar las dificultades a las que se estaba enfrentando en el momento, se dio cuenta de que el equilibrio que buscaba estaba siendo compensado por el salvaje e indomable deseo que sentía por Mark.
Aunque tenía intención de seducirlo, no había esperado acabar siendo seducido él. Tenía que ir más despacio porque sólo así le sería más fácil seguir el camino que se había fijado.
Un grito lo sacó de su silenciosa búsqueda. Se levantó. «Mark». Corrió hacia el lugar de donde procedía el grito, dobló una esquina y se detuvo en seco. Un hombre, armado con un cuchillo, tenía a Mark agarrado de la muñeca.
Los gritos volvieron a romper el silencio de la noche. Comenzó a dar patadas y a pegar a su asaltante, pero Jackson sabía que sus intentos serían inútiles.
El rostro del hombre estaba oculto bajo una capucha negra y verde. A Jackson se le hizo un nudo en la garganta. ¿Qué hacía allí un guardia del palacio de Morigatte? No podía ser una coincidencia, sus captores no lo habrían seguido hasta allí por nada. Y ese hombre tampoco estaría solo, habría más.
Sintió miedo pero se trató de un miedo distinto. No miedo por él, sino por el joven que estaba en peligro, y eso le dejó un sabor amargo en la boca.
Mark no lo sabía, pero el cuchillo era lo que debía temer menos porque si su atacante cumplía su tarea, él acabaría siendo utilizado de modos inimaginables y en ese caso la muerte sería más llevadera.
Aunque Jackson quería venganza no deseaba que sufriera ningún daño físico ni que su alma quedara completamente destrozada.
Corrió hacia ellos a pesar de saber que perdería ventaja en el instante en que lo vieran. Agarró al hombre del hombro, le dio la vuelta y le golpeó en la nariz con la palma de la mano. Después, sin detenerse, cerró el puño e incrustó sus nudillos en la garganta del hombre.
Tras dejar caer al suelo el cuerpo que ya había quedado sin vida, rodeó con sus brazos a un tembloroso Mark.
—Shh. Ya ha pasado todo.
Él se aferró a sus hombros y hundió la cara en su pecho.
—Ha… ha salido de la nada. Ni siquiera lo he oído.
El corazón le latía tan fuerte que él podía sentirlo contra el suyo. Intentó calmar su temor acariciándole la espalda y el pelo.
—Shh, Mark ahora no puede hacerte daño. No hagas ruido.
Cuando finalmente dejó de temblar, lo miró y después miró al hombre.
—¿No deberíamos avisar a la guardia antes de que se despierte?
—¿Despertarse? —si ese hombre se despertara, sólo podría ser por intervención divina—. Al menos en este mundo no va a despertar, Mark.
Él se soltó, fue hacia la figura inmóvil tendida sobre el suelo y la empujó ligeramente con el pie.
—¿Lo has matado?
Jackson se acercó.
—No he tenido otra opción.
Y no la había tenido. Si el asaltante hubiera escapado, habría vuelto con más hombres. Mark retrocedió y le miró a las manos.
—¿Lo has matado con tus propias manos?
—Es lo único que tengo. No tengo la costumbre de entrar con armas en el salón de la reina.
—Pero si sólo lo has golpeado dos veces.
—Ya estaba muerto con el primero.
Mark contuvo un grito ahogado. ¿Por qué estaba actuando de ese modo tan extraño? ¿Acaso no había visto nunca una pelea o una lucha? ¿Acaso no había visto nunca a un hombre morir?
Él dio un paso hacia delante, pero se detuvo al verlo alzar las manos como para protegerse.
—No. No te acerques —volvió a mirar al hombre—. ¿Qué eres?
Jackson se encogió de hombros, estaba confundido.
—Soy un hombre. Lo único que pretendía era protegerle.
—No —sacudió la cabeza—. He visto a hombres pelear y tú no has luchado contra este hombre. Lo has matado.
—Sí —ahora se daba cuenta de lo que había hecho y de que Mark no estaba acostumbrado a ver a un hombre acabar con otro de ese modo—. Mark, no lo entiendes.
—¿Qué eres? —volvió a preguntarle.
En ese momento no servía de nada razonar con él: no escucharía su explicación y describirle cosas que nunca antes había oído no haría más que empeorar la situación.
No podía contener la furia que bullía en su interior por lo que había sucedido y antes de que Mark  pudiera siquiera darse cuenta, lo arrastró hacia su pecho.
Se lo quedó mirando mientras ignoraba sus intentos por liberarse de él.
—Soy un hombre que no tiene hogar. Me han entrenado para matar a otros hombres, y para amar a las parejas.
El horror llenó los ojos de Mark, que empezó a golpearlo en el pecho.
—Déjame marchar. No me toques. Suéltame.
Sus gritos y el hecho de que mostrara miedo hacia él provocó su rabia. Lo acercó más y, tras alzarle la barbilla, le dijo con tono firme:
—Soy lo que tu padre ha hecho de mí.
Unas lágrimas cubrieron los ojos de Mark.
—Por favor —le temblaban los labios—. Me haces daño, deja que me vaya.
Lo soltó y cuando él se dio la vuelta para marcharse, añadió:
—Mark, soy tu esposo.
Él no miró atrás y Jackson tampoco intentó detenerlo. Por el contrario, lo observó en silencio correr hacia el palacio.
Alejándose de él.


—Oh, mi dulce Mark, adoro el modo en que el sol se refleja en vuestro cabello.
—Huitaek, dejadlo —le quitó la mano de su pelo. Por lo general Sir Huitaek de Lee poseía la habilidad de divertirlo, pero ese día su tono bromista sólo consiguió ponerlo nervioso.
Él se llevó una mano al pecho y dijo:
—Me habéis herido, amado mío.
Una mirada a sus brillantes ojos le dijo que ese comentario había sido absolutamente absurdo porque el único modo en que podría hacerle daño sería con un arma afilada. Incluso aunque lo considerara un amigo, ese día deseaba que lo dejara solo porque únicamente se había reunido con él junto al estanque de patos para bromear, enfadarlo y engatusarlo.
Sin embargo, en ese momento toda muestra de humor se desvaneció de sus ojos y le preguntó:
—¿Qué sucede, bello joven?
—Nada. Todo está bien —aunque había dejado de lado su tono burlón, no quería hablar con él.
—Entonces, ¿a qué se debe esta actitud? Hasta los últimos tres días no os había visto tan serio y retraído.
Mark apoyó la barbilla sobre sus rodillas y contempló la superficie cristalina del estanque. Ni la más mínima brisa agitaba el agua. Sin embargo, dentro de él bramaba una tormenta. La intensidad de esos vientos le sacudía la mente con una ferocidad que se negaba a menguar y no lograba escapar de esa tempestad.
—Si no os gusta mi hosquedad, sois libre de iros —en cualquier otro momento habría lamentado hablarle así a Huitaek pero no ese día.
—Lord Mark —dijo con un suspiro de exasperación.
—Sir Huitaek —le respondió con su mismo tono.
—No voy a marcharme hasta que me digáis lo que ha causado semejante cambio.
—Si seguís molestándome con esto, me marcharé —aunque hubiera querido confiar en él ¿qué podría haberle dicho? ¿Que su esposo muerto estaba allí? ¿Que había salido de la nada? ¿Qué ni siquiera lo había reconocido? ¿O que durante tres noches seguidas había estado soñando únicamente con Jackson?
No. No podía decir esas palabras en alto.
Huitaek se sentó a su lado.
—No os molestaré más —se detuvo por un instante como si estuviera pensando en las palabras que iba a emplear—. Pero podemos hablar del hombre que os está siguiendo.
Mark contuvo un gruñido. Al parecer, no se había equivocado; al principio había pensado que era simplemente su imaginación, pero no. No había ningún fantasma pisándole los talones, su sombra era un hombre de carne y hueso. Cada vez que se daba la vuelta, veía a Jackson. Cada mañana, al salir de su alcoba, había encontrado flores en el suelo junto a su puerta.
Sin embargo, desde aquella noche en el jardín, él no había hecho intención de acercarse.
—No, Huitaek, hablemos de algo distinto.
—¿Habéis oído lo del cuerpo que los guardias han encontrado en el laberinto del jardín? —había sacado otro tema que tampoco quería discutir.
—Sí, lo he oído. ¿Quién no? ¿No se os ocurre algún otro tema de conversación que le dé algo de ligereza a mi día?
Una fila de arrugas cruzó la frente de Huitaek antes de decir:
—Casaos conmigo. Mark. Dejadme sacaros de esta corte. Dejadme llevaros a mi casa y hacer que todos vuestros días sean felices.
Ni siquiera aunque una tormenta hubiera cubierto de pronto toda la zona de nieve se habría sorprendido tanto como con esas palabras.
—¿A qué viene esto Huitaek? ¿Cuál es la causa de esta repentina conversación sobre el matrimonio?
Él le tomó una mano.
—Por favor, Mark, casaros conmigo.
Era un amigo, simplemente, y por ello no pedía imaginarse teniendo una relación íntima con él.
Tras apartar la mano con delicadeza, negó con la cabeza.
—No, nunca estaríamos bien juntos. No puedo casarme con vos.
—Os equivocáis —se puso de rodillas—. Nos llevamos muy bien. No se me ocurre otra persona con la que estaría mejor.
—¿Por qué? ¿Por que podemos hablar juntos de poesía y filosofía? ¿Por que nuestras voces armonizan? ¿Por que contáis buenas historias y yo me río con ellas?
—Nadie más las encuentra divertidas. Nadie más se sienta conmigo hasta altas horas de la madrugada discutiendo sobre el valor del honor y de la lealtad.
—Huitaek ésas no son razones suficientes para casarse.
—Todo ello demuestra lo mucho que tenemos en común.
—Y ¿qué tiene esto que ver con comprometernos para toda la vida, si se puede saber?
—No somos extraños. Nos conocemos bien. Eso sólo ya es suficiente para empezar una vida juntos.
Y era cierto: en los pocos meses que hacía que eran amigos, había llegado a conocerlo bien. Sin embargo, ¿qué sabía de Jackson? Nada. Lo único que sabía era que ese hombre tenía la habilidad de hacerle sentir cosas que había deseado, cosas que había soñado en repetidas ocasiones. Emociones y vibraciones que le recorrían el cuerpo, emociones y sentimientos que se le habían negado durante demasiado tiempo.
Miró a Huitaek. Cuando en sus ojos no había una expresión burlona ni en su rostro un gesto cómico, significaba que algo no iba bien.
—Huitaek ¿me anheláis por las noches? ¿Soñáis sólo conmigo? ¿Soy el único al que deseáis en vuestra cama? ¿Para toda vuestra vida?
Él volvió la cara y miró a lo lejos.
—Habéis oído demasiado historias, Mark. Demasiadas historias de grandes pasiones y proclamaciones de amor eterno. El matrimonio es más que pasión.
Tras volver a fijar la mirada en él, continuó:
—Sabéis que he estado casado antes y no miento cuando digo que la pasión muere. Se necesitan más que besos ardientes.
Tal vez para él pero no para Mark, que ya había vivido toda una vida sin pasión y que antes de morir quería que alguien le declarara amor eterno.
—¿Por qué estáis haciendo esto? ¿Qué hace que esas palabras salgan de vuestra boca?
—Lo único que deseo es veros feliz, Mark. ¿Es eso querer demasiado?
Cuando le besó en la mano el recuerdo de Jackson haciendo lo mismo le atravesó el corazón.
—Soy feliz, amigo mío —seguro que le perdonaría esa mentira—. No os preocupéis por eso.
—No os creo, pero no me rendiré. Acabaréis viendo que soy la elección perfecta —la firmeza y seguridad con que habló la sorprendió.
—Huitaek, por favor, no arruinéis lo que tenemos.
Él le soltó la mano, se acercó y le dio un casto beso en la mejilla.
—Ya lo veréis.
¿Pero qué le pasaba? No había sentido nada ante el contacto con Huitaek. Que Dios lo perdonara, pero quería pasión, quería deleitarse en los brazos y en los besos de un hombre. Ansiaba saber lo que era sentir su piel contra la suya, el peso de su cuerpo sobre él.
Pero más que pasión quería amor. Quería estar bajo las estrellas y oír prometerle que le amaría toda la vida.
Con alivio, vio a Huitaek levantarse y alejarse. Se giró una vez, pero se negó a decirle que regresara. Cuando lo perdió de vista miró hacia el estanque.
—¿Te ha pedido en matrimonio, Mark?
Le asombraba que siempre eligiera el momento justo para hacerse notar. Se volvió hacia Jackson y asintió.
—Sí.
—¿Y?
Los ojos le brillaban y una sonrisa irónica se marcó en su boca. Mark, sin querer demostrar el repentino nerviosismo que le había causado su presencia, se mostró tan bravucón como él:
—Hemos decidido celebrar una breve ceremonia —le dijo pero para su disgusto, él no mordió el anzuelo.
—¿Espero hasta que hayáis yacido juntos para anunciar tu perfidia? ¿O prefieres que te evite pasar una noche en sus brazos? —le dijo con una sonrisa más amplia que la de antes después de sentarse a su lado.
Antes de que la conversación siguiera un camino que no quería recorrer, preguntó:
—¿Qué me dirías que hiciera?
—Sólo puedo decirle lo que voy a hacer yo. Voy a cortejarte, voy a seducirte. Como si fuera un vino embriagador recorriéndote las venas, voy a encender de deseo cada centímetro de ti. Un deseo que sólo yo podré satisfacer. Y después nos iremos a casa.
Jamás había conocido a nadie tan descarado, ni insultante como él. Su franqueza lo aturdía, lo enfurecía, lo avergonzaba. Y en cierto modo le intrigaba.
Incapaz de pensar en una respuesta adecuada, parpadeó varias veces antes de farfullar:
—¿Disculpa?
—Te cortejaré con atenciones y flores, seré tu sombra en todo momento. Me aseguraré de que tus necesidades y deseos te sean concedidos al instante.
En realidad ya había empezado con su anunciado cortejo. Siempre iba un paso detrás de él, y cada vez que lo veía, el temor y la excitación le invadían. Cada mañana, cuando abría la puerta de su alcoba, sentía una extraña oleada de deseo al ver las flores tendidas en el suelo.
¿Pero deseo de qué? No estaba segura. ¿De un hogar? ¿De sencillos placeres? ¿De amor? ¿Sería Jackson capaz de satisfacer también esa necesidad?
Después de dejar la flor, continuó:
—Y después, cuando hayas aprendido a confiar en mí, a depender de mí, a apoyarte en mí, te haré mío.
Un calor se le posó en el vientre.
—Acariciaré tu piel con mis manos y mis labios conocerán cada centímetro de tu cuerpo.
El profundo timbre de su voz le prometió lujuria de la que nunca se había atrevido a soñar y sólo sus palabras ya le acariciaban haciendo que la sangre le ardiera y el pulso se le acelerara.
—Tocaré tu alma con la mía te llevaré a las cimas de un éxtasis que nunca supiste que existiera.
Le colocó un mechón de pelo detrás de la oreja y dejó que sus dedos descansaran durante unos instantes sobre su sensible piel.
Mark juntó las manos, pero eso no evitó que siguiera temblando. Jackson no estaba haciendo otra cosa que jugar con él: en ningún momento había hablado de amor ni de honrar los votos que habían jurado muchos años atrás.
Al igual que casi todos los hombres de esa corte, lo único que buscaba era llevarlo hasta su cama. Si se hubiera tratado de otro, lo habría dejado allí sentado solo.
Pero no era otro. Unas imágenes vívidas de lo que le había hecho a su agresor en el laberinto del jardín lo obligaron a no perder el control. Y mientras que su tacto y su voz podían encenderlo, una pequeña parte de su mente sabía que ese hombre era peligroso. Las mismas manos que le hacían arder, habían matado a un hombre con un extraño puñetazo.
Él deslizó los dedos entre su pelo y lo llevó hacia sí.
—Mark, puedo oler tu miedo, casi puedo saborear tu preocupación —se inclinó hacia él—. Tranquilo. No temas.
Antes de que pudiera centrarse en algo que no fuera su ronco susurro, lo besó. Y ese beso, tan delicado, tan cálido, arrastró consigo algo de ese temor. Los exóticos aromas que lo rodeaban embriagaron los sentidos de Mark con más velocidad que la hidromiel.
Le echó la cabeza hacia atrás e intentó que separara los labios. Mark reaccionó con sorpresa al sentir sus lenguas tocarse, pero pronto le devolvió esa caricia, primero vacilante y luego insistente.
Con demasiada prontitud Jackson rompió el beso y él intentó detenerlo. Jackson apoyó la frente contra la suya y lo miró a los ojos.
—Nunca le haría daño a alguien que me devuelve un beso con tanto entusiasmo.
Consciente de su desvergonzado comportamiento, se sonrojó.
—Te pido disculpas. Ya que no tengo intención de participar en tu juego, no debería haber permitido que el deseo me privara de mi buen juicio.
Jackson lo agarró con fuerza cuando intentó apartarse.
—Tu participación en este juego no se cuestiona. Te perseguiré y tú te rendirás.
Cuando separó los labios para contestarle, él los cerró con los suyos. Una vez más Mark se vio perdido en la magia de su beso y, una vez más, no le importó.
—Además —continuó él—, tu disculpa no es necesaria ni aceptada.
—Yo… —de nuevo lo interrumpió con un beso más rotundo que los anteriores. Gimió al sentir la sangre que le recorría las venas convertirse en fuego líquido.
—No tiene que darte vergüenza desear a tu esposo.
—El deseo en cualquiera de sus formas está mal. Es una blasfemia y un pecado permitir que la lujuria guíe tu vida.
El brillo en los ojos de Jackson se intensificó.
—Si Dios no hubiera pretendido que sintiéramos deseo, entonces ¿por qué nuestros cuerpos fueron creados para complementarse?
Se recostó hacia atrás y se apoyó en los codos mientras esperaba una respuesta. La distancia entre los dos le dio la oportunidad de calmar sus agitadas emociones.
Evitando responderle, le preguntó:
—¿Y qué harás si decido no cooperar en esto que te has propuesto?
—Tu cooperación no es imprescindible. Con el tiempo accederás simplemente porque no podrás ignorar mi atención.
—Para ti todo esto no es más que un juego.
—Si quieres verlo de ese modo, por mí está bien.
—¿Cómo si no puedo interpretar tu plan?
—¿Acaso la vida no es un juego, Mark? ¿No estás aquí en la corte para ver y que te vea un hombre al que podrías considerar un marido adecuado? ¿No flirteas y sonríes como un tonto mientras que él se pavonea y alardea? ¿No es eso un juego?
—Flirtear y sonreír como un tonto, como tú dices, es algo muy diferente de lo que tú propones.
—¿Sí? ¿En qué sentido? ¿Lo dices por que yo hablo claro? Otro hombre ocultaría sus intenciones con bonitas palabras pero ¿no son los resultados finales los mismos? La única diferencia es que yo hablo con franqueza.
—¿Con franqueza? Me dices que pretendes seducirme y ¿a eso lo llamas hablar con franqueza? Para mí eso es hablar de un modo despreciable.
—Dime que no quieres dejarte llevar por la pasión y diré que mientes.
Mark abrió la boca y la cerró. ¿No había deseado instantes atrás una unión cargada de deseo?


1 comentario:

  1. Venga... Yo con un hombre que late a otro con un mero golpe... También me asusto!!!
    Pero a si mismo, me lo imagino todo musculoso! Jajaja jajajaja uyyy y que 😋

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yota´s news : De regreso?

 Buenas tardes a todas las lectoras. Después de un año  y casi 4 meses regreso a saludarlas y comentarles nuevas.  Me gustaría decirle...