Libre para Amar I- 4




—¿Por qué no has aceptado la proposición de tu amante?
—Huitaek no es mi amante.
—Eso no importa. Independientemente de lo que sea, ¿por qué no te has lanzado a sus brazos dispuesta a aceptar la salvación que puede ofrecerte?
Mark lo miró. Jackson tenía la asombrosa capacidad de leerle el pensamiento y sabía que de algún modo sabría si le estaba mintiendo. Bajó la vista y admitió:
—Sólo somos buenos amigos.
—Casarse con un amigo no sería nada malo.
—Soy libre de no casarme con nadie.
—¿Te gustaría?
Lo miró confundido.
—¿Gustarme qué? ¿Estar casado o ser libre? —¿era alguna clase de truco? ¿Quería crearle esperanzas para luego quitárselas?
Jackson se incorporó y le acarició una mejilla.
—¿Te gustaría ser libre para casarte con quien tú eligieras?
Sin pensarlo, Mark se acercó más para dejarse acariciar, pero entonces, con la misma rapidez, se apartó.
—¿Qué me estás pidiendo?
Él le recorrió el labio inferior con un dedo y esa caricia le hizo temblar.
—Quisiera proponerte un trato.
—¿Un trato?
—Un mes. Mark —y ahora en lugar de acariciarlo con el dedo lo hizo con la lengua.
Incapaz de pensar en palabras coherentes se limitó a mirarlo a los ojos.
—Un mes para llevarte a mi cama.
Sentía el ardiente aliento de Jackson contra sus labios y luchaba por aclararse la mente.
—¿Un mes? ¿Tu cama?
Él se echó hacia atrás.
—Sí. Si no puedo seducirte en un mes, te daré la anulación.
Una anulación. Una sensación de júbilo y satisfacción le recorrió, aunque al instante una puñalada de pena le atravesó el corazón. No podía encontrarle explicación a las emociones contradictorias que le invadían.
Si rechazaba la oferta estaría aceptándolo como su marido. ¿Quería eso? ¿Estaba preparado para actuar como el diligente esposo de un hombre que obviamente no lo amaba?
Recordó el cuerpo sin vida de un hombre. No conocía a ese Jackson, no sabía en qué se había convertido y había dicho cosas que no tenían mucho sentido: había acusado a su padre y también lo había implicado a él.
Pero su mera caricia le daba más placer que nada que hubiera conocido antes. Sus besos le prometían más pasión de la que podía imaginar. Y aunque la pasión y el deseo eran cosas que anhelaba, quería más del hombre al que llamaría esposo.
Un mes. Estaba seguro de que en ese tiempo podría decidir si verdaderamente deseaba ser su esposo o si, por el contrario, quería encontrar a otra persona.
Otro pensamiento llamó su atención.
—¿Y la reina?
Jackson se mostró sorprendido ante la pregunta.
—¿Qué pasa con ella?
—Si descubre nuestro acuerdo…
—Obviamente eso es algo que no podemos permitir. De lo contrario, habría que dar el trato por finalizado.
—Jackson, puede ser muy vengativa.
—Teniendo en cuenta que sirvo al Rey, estoy seguro de que lo sería. De modo que sencillamente no le diremos nada a nadie.
Dado que no se le ocurría ningún otro plan esa sugerencia de que guardaran silencio tendría que ser suficiente.
—Si accedo a este acuerdo, ¿prometes no hablarle a nadie de nuestro matrimonio?
Una extraña sonrisa iluminó el rostro de Jackson.
—Si lo hiciera, todo esto dejaría de tener gracia.
¿Por qué sus respuestas siempre parecían acelerarle el pulso? ¿Qué era eso que su cuerpo sabía pero él desconocía?
—¿Y nunca me impondrás la relación que tenemos?
—¿En que estás pensando Mark? ¿Hay otros hombres a los que quieras cortejar al mismo tiempo? —Sacudió la cabeza antes de prometerle—: No te preocupes no utilizaré nuestro matrimonio para ahuyentar a otros posibles pretendientes que tengas.
—En ese caso, acepto tu oferta —y extendió una mano para cerrar el trato.
Jackson le agarró la mano y tiró hacia sí, llevando a Mark contra su pecho. Bajó la cabeza y con un susurro dijo:
—Pero amor mío, ten la seguridad de que acabarás aceptando únicamente mi oferta.

***
Lord Jackson de Wang, conde de la corte del rey y conocido por su destreza con la espada, la daga y sus propias manos, miró abajo hacia uno de los muchos fértiles valles que rodeaban Poitiers… Y luchó contra el terror que serpenteaba por sus venas.
Su voluntad y determinación habían sido puestas a prueba mediante fustas y cadenas y aun así habían resurgido intactas. Había aprendido a salir victorioso contra espadas, dagas de filo irregular y lanzas, armado únicamente con su ingenio.
La idea de la muerte lo había asediado en raras ocasiones, sin embargo, el ver las tiendas blancas brillando contra la exuberante vegetación del valle hizo que la sangre se le detuviera.
Algo lo perturbaba. No era un recuerdo de algo que ya hubiera sucedido, sino una visión borrosa de lo que podría ocurrir. Un etéreo presentimiento de peligro le advirtió que fuera cauto.
Sintiéndose obligado a honrar a su rey, no podía hacer retroceder a su corcel y marcharse de aquel valle. Sintiéndose obligado a honrarse a sí mismo, situó a su caballo en el tortuoso camino que lo llevaría a enfrentarse a su pasado.
El chirrido de una silla de montar y el sonido de los cascos de un caballo tras él le indicaron que no estaría solo. Una sombra lo alcanzó. El contorno de una mole de hombre colosal devoró su propia silueta y la de su caballo. Cuando su compañero se puso junto a él, Jackson dijo:
—Llegas tarde.
Yugyeom de Kim, antiguo compañero de mazmorra, se encogió de hombros.
—No he podido evitarlo. Tu joven se ha tomado su tiempo para volver a palacio, he venido en cuanto ha entrado.
Su amigo le servía de gran ayuda vigilando a Mark cuando él no podía hacerlo. Tanto si él lo sabía como si no, estaba en peligro. Ni por un solo momento Jackson pensó que el ataque en los jardines de la reina hubiera sido accidental porque hacía mucho tiempo que había aprendido que las cosas sucedían por una razón. Y tarde o temprano, la descubría.
Nadie estaba mejor capacitado para la tarea de vigilar a Mark que ese formidable gigante. Tan alto como un roble y con la constitución de un oso, Yugyeom no necesitaba armas contra un enemigo. El hombre se movía con la gracilidad de un bailarín y, cuando era necesario lo hacía con más sutileza que la brisa.
—Gracias. Yugyeom. Yo…
—No, soy yo quien te debe más que un favor. Si no fuera por ti aún seguiría cautivo y por ello te estaré agradecido esta vida y la siguiente.
—Eso no es verdad y lo sabes bien —Jackson detuvo al caballo y miró a su acompañante. Había percibido el extraño tono de voz de Yugyeom y ahora veía la tirantez del gesto de su boca.
El cautiverio de Jackson no había sido tan deplorable como el de Yugyeom y no era justo pedirle al hombre que hiciera eso. Había sido su propio miedo lo que le había llevado a meter a su amigo en ese asunto: un acto de cobardía del que ahora se avergonzaba.
—Yugyeom, no hay razón para que continúes —asintió hacia el extremo más alejado del campamento—. El rey y sus hombres están aquí. Enrique no permitirá que nada salga mal.
Yugyeom tomó aire antes de estirar los hombros y girarse hacia Jackson con mirada angustiada, y sin dar tiempo a que los recuerdos y los fantasmas pudieran apoderarse de su valor, los dos entraron en el campamento. Después de dejar los caballos con uno de los escuderos del rey, Jackson fue a buscar a su señor entre la multitud de hombres.
Enrique lo miró con dureza durante un momento antes de romper la seriedad de su expresión. Jackson fue hacia los brazos del rey y aceptó la calurosa bienvenida con un alivio que no había esperado sentir.
Tomó fuerzas de la jovial actitud de su señor y de los aproximadamente veinte hombres que componían su séquito.
—Y bien ¿qué decís, Wang? ¿Deberíamos dar por finalizadas estas negociaciones e ir a molestar a mi esposa?
Jackson no pudo más que sonreír ante el humor de Enrique. El rey tenía tantas ganas de salir de ese valle como él pero ambos eran bien conscientes de que molestar a la reina podía ser más arriesgado que negociar con el hombre que se encontraba dentro de la tienda.
Mientras que Jackson preferiría correr riesgo enfadando a la reina, había vidas en juego: las de los cautivos que llevaban tanto tiempo encerrados y que ya habían sido olvidados. Hombres a los que se había convertido en esclavos. Hombres a los que Jackson había jurado no olvidar. Hombres a los que había prometido liberar.
Ahora que por fin había legado el momento de las negociaciones. Jackson vio cómo su valor comenzaba a flaquear.
—Cuanto antes nos vayamos de aquí, mejor —Jackson miró a Yugyeom y casi dio un traspié de la sorpresa.
El rostro del hombre había palidecido, parecía como si fuera a desmayarse en cualquier momento. Con miedo, siguió la mirada de Yugyeom y contuvo el aliento.
—¿No es quien esperabais? —preguntó el rey. Incapaz de hablar, Jackson logró sacudir la cabeza antes de finalmente poder sacar algo de voz.
—No. En absoluto.
¿Dónde estaba Zirtha? ¿Por qué estaba Aryth delante de la tienda principal como si fuera suya? Jackson tuvo que recurrir a toda la fuerza que tenía para no dejar que el chico asustado que había dentro de él se acobardara ante la mirada de diversión del amo de los esclavos.
Las imágenes saltaban en su mente. Primero era el adulto que caminaba al lado del rey hacia una negociación y después era el joven aterrorizado ante el hombre que en otro tiempo le abría la carne con cada golpe de su látigo.
—¿Jackson? ¿Lord Wang?
Una mano le agarró el brazo. Se sacudió esas imágenes de la mente antes de centrar la atención en el rey.
—Un momento, milord. Sólo un momento.
Un momento era todo lo que necesitaba para recuperar el control. Se volvió hacia Yugyeom.
—Quédate ahí. No necesito tu presencia.
Yugyeom no dijo nada. O tuvo la suficiente sensatez como para no discutir o estaba tan aterrorizado que no comprendió nada.
Jackson se giró hacia el rey y señalando a la tienda donde se hablaría de la negociación le dijo:
—Vos primero, milord.
Volvió a mirar a Yugyeom y se alegró de que permaneciera junto a los hombres del rey.
Aryth había llevado a su amigo ante las puertas de la muerte en más ocasiones de las que podía recordar y a menudo de formas que costaba imaginar. Jamás le habría pedido a Yugyeom que lo acompañara de haber sabido que ese demonio despiadado y desalmado estaría presidiendo esas conversaciones.
Mientras los escribas del rey y el de Aryth hacían las presentaciones formales Jackson observó al hombre que había sido su enemigo.
Se mostraba como alguien seguro de cada uno de sus movimientos y con la cabeza bien alta miró directamente al rey como si se tratara de un igual. Sin embargo algo había cambiado. En ese momento en ese lugar, Aryth era un hombre como otro cualquiera porque al margen de esas negociaciones, no tenía ningún poder. No podía empuñar sus tortuosos instrumentos de dolor ni hacerle daño a nadie estando allí. Jackson se compadeció de los hombres que seguían bajo su control.
Un fragmento de hielo le perforó la mente y de manera instintiva supo cuál era la fuente de ese frío: vio al sirviente de Aryth mirándolo. Un hombre pequeño de ojos redondos y brillantes que actuaba como espía de su amo y que se acercó a él para decirle:
—Baja los ojos, escoria. No te atrevas a mirar a tus superiores.
Jackson bajó la vista a tiempo de ver el reflejo del sol en el cuchillo que el hombre sacó de entre sus ropas. Antes de que pudiera reaccionar, Aryth arrancó la daga de la mano de su sirviente.
Después, cerró la mano y le lanzó tres puñetazos a la cara.
Sin ningún miramiento, dejó al hombre muerto caer sobre el suelo. Encogiéndose de hombros, como si no hubiera hecho nada más que aplastar a un insecto, limpió la sangre de sus rollizos nudillos y en ningún momento dejó de mirar a Jackson, como si lo estuviera retando a recordar la facilidad con la que podía morir un hombre.
Aryth se volvió al rey e inclinó la cabeza brevemente.
—Os pido disculpas por esta interrupción. Por favor, continuemos.
El rey miró horrorizado. Había estado en muchas batallas y por ello matar no le era algo nuevo, sin embargo ese asesinato a sangre fría del sirviente pareció turbarlo.
Inmediatamente Jackson cambió de opinión con respecto a lo que había pensado un momento antes. A pesar de estar en la corte del rey, Aryth aún tenía poder y control sobre aquellos que le servían.
Miró al cuerpo sin vida antes de lanzar una oración silenciosa dando gracias por ser libre.
El rey se aclaró la garganta.
—Lord Wang, ¿conocéis a nuestro… invitado?
Jackson asintió.
—En cierto modo, sí —«Lo conocía muy bien».
—Bien. En ese caso podemos prescindir de presentaciones.
—Ah sí. Jackson, quiero decir, lord Wang ¿no es así? —la voz de Aryth seguía siendo tan suave y letal como siempre—. Lord Wang y yo nos conocemos bien.
Su voz no había perdido la habilidad de hacer que a uno le recorriera un escalofrío al oírla.
—Lord Wang habéis llegado lejos durante el tiempo que lleváis alejado de nosotros.
Se mordió la comisura del labio para reprimirse y no escupir en la cara del hombre. Lo que dijo fue tan osado, tan cargado de un doble sentido que resultó irónicamente divertido.
—Bueno, comencemos ya con nuestras negociaciones.
Jackson estaba atónito ante el mobiliario del interior de la tienda. Como emisario. Aryth estaba bien versado en hacer que las personas con las que iba a tratar se sintieran cómodas.
Una ligera fragancia a lavanda y rosas que flotaba por la tienda. Un aroma que le recordaba a Mark. Vaciló: ese retablo ante el que se encontraba le pilló por sorpresa.
Y Aryth lo sabía. Le dio una palmada en la espalda y lo llevó hacia una silla.
—¿Pensabais que no entendía los modales de su gente? Me subestimáis, joven amigo.
Sintió un escalofrío al oír al hombre llamarlo «amigo». Nunca antes había subestimado a Aryth y no iba a empezar a hacerlo ahora.
Tras sentarse en la cabecera de la mesa el hombre se inclinó hacia delante y miró al rey.
—Queréis especias aceites y sedas. ¿Qué tenéis para ofrecerme además de armas y oro?
Jackson esperaba que el rey gritara ante el atrevimiento del emisario, pero por el contrario, Enrique se encogió de hombros como si la actitud de Aryth no lo hubiera molestado.
—Caballos, estaño, hierbas y nuestras especias.
—No necesitamos vuestros caballos, ni tampoco el estaño. Y no tenéis hierbas ni especias que nosotros no recibamos de otros al hacer tratos con ellos.
El rey se inclinó hacia delante.
—Vuestro tono sugiere que sabéis exactamente qué es eso que desea vuestro príncipe.
La mirada que Aryth le lanzó a Jackson antes de girarse hacia el rey estuvo cargada de muchas cosas: diversión, impaciencia y un odio que no se podía describir con palabras.
El hombre se recostó en la silla.
—Hombres.
—¿Disculpad? —dijo el rey.
Jackson se levantó.
—Por encima de mi cadáver.
—Eso podría arreglarse.
Inmediatamente el rey estiró la mano por encima de la mesa y agarró la muñeca de Jackson.
—Sentaos o marchaos.
Y ya que marcharse no era una opción, se sentó en el borde de la silla, preparado para el ataque si era necesario.
Tras relajar su cuerpo, el rey se volvió hacia Aryth.
—Ahora que habéis hecho muestra de vuestro humor, ¿podemos hablar en serio?
El hombre echó la cabeza hacia atrás y se rió a carcajadas.
Enrique miró a Jackson, que seguía absolutamente impresionado. Jamás había visto a Aryth mostrar ninguna clase de humor. Si había bromeado al decir que quería comerciar con hombres, había cometido un grave error.
—Lo lamento. No he podido contenerme y evitar haceros una oferta que vuestra gente claramente detesta —sacudió la cabeza—. Wang, ha merecido la pena sólo por ver la expresión de vuestra cara.
Agarrándose a los brazos de su silla, Jackson logró controlar la furia que le produjo ser objeto de esa broma y le sonrió forzadamente.
—Me alegra haberos divertido —sintió la mirada de Enrique. Al rey no le gustaba el uso que él hacía del sarcasmo, por muy sutil que fuera.
Como buen estratega, el rey recondujo una vez más la conversación al tema principal del encuentro.
—Vuestra oferta de comercio de hombres no me resulta tan aberrante como podéis pensar.
El hombre no hizo más que enarcar una ceja antes de dar un golpe en la mesa y gritar que le llevaran vino. Cuando el sirviente se retiró, alzó su copa.
—Este vino es una cosa con la que sí podéis comerciar —le dio un largo trago y la dejó sobre la mesa—. Estoy seguro de que tenéis muchos otros artículos de valor, ¿volvemos a empezar?

***
Jackson se pasó la mano por su pelo mojado. Después de volver al palacio, había pedido que le prepararan un baño caliente y un barril de vino. El baño había acabado con los escalofríos que parecían haberse colado en sus huesos y el vino, que le sirvieron en una pequeña jarra en lugar de en un barril no le había servido de mucho para aliviar su atribulada mente.
Había sido un día largo y se alegraba de que por fin hubiera acabado. Aryth estaba regresando a Inglaterra con el rey para discutir el asunto del comercio y el acuerdo de la liberación de los cautivos. Se planeó un viaje pausado, para así darle tiempo a Jackson a concluir su negocio particular allí en Poitiers antes de reunirse con los hombres en Inglaterra.
Exhausto tras tan tumultuoso día Yugyeom había caído en un profundo sueño y no podía despertarlo. Con gran esfuerzo, había logrado tenderlo sobre la cama que compartían. Se le quedó mirando: estaba roncando. Uno de ellos iba a dormir en el suelo esa noche y Jackson sabía muy bien que no sería él: esperaba que no fuera a resultarle muy difícil hacer rodar a su amigo sobre la cama hasta sacarlo de ella.
Después de cerrar la puerta de la habitación, se dirigió al gran salón. Aunque se había perdido la cena de la noche con suerte podría ver a Mark antes de que se retirara a dormir.
Esa misma mañana había jurado cortejarlo y no quería que pensara que no iba a cumplir la promesa.


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