Seductores II -9



Wonwoo arrancó un pétalo de la flor.
—Le amo.
El pétalo cayó sobre la grava que había bajo el banco de piedra.
—Le odio —dijo, y cayeron varios pétalos a la vez que volaron arrastrados por la brisa que recorría la rosaleda. Meanie y Hyuk pasaron correteando por su lado, persiguiéndose con gran alboroto por los senderos flanqueados de setos.
Sabía que el odio era la cara oscura del amor, pero en aquel momento no le habría confesado a nadie sus verdaderos sentimientos. El día señalado para la boda se acercaba rápidamente, y el acontecimiento se había exagerado tanto debido a las especulaciones de la prensa y la expectación creada, que se había visto obligado a beneficiarse de la intimidad que le ofrecía Pledis Park.
Además, se había quedado sin casa, porque alguien había intentado entrar en la granja vacía y no había tenido más remedio que trasladar todas sus cosas. En la universidad, había acabado el trimestre y él había vaciado el despacho tras presentar su dimisión.
Pensó con temor que pasados sólo tres días sería demasiado tarde para arrepentirse de convertirse en un Kim. No era propio de él, y nunca había sido un cobarde, pero a veces sentía deseos de recoger a Hyuk y salir corriendo como alma que lleva el diablo.
Cubriéndose la cara con las manos frías, respiró hondo. No podía hacerle aquello a Mingyu, no podía dejarlo plantado en el altar sólo porque estaba aterrorizado ante la idea de estar cometiendo el error de su vida. Era tan orgulloso que nunca superaría tal ofensa.
En cualquier caso, todo estaba organizado hasta el último detalle, incluso el fabuloso y exclusivo traje de novio y los pajecitos griegos escogidos del círculo familiar de Mingyu.
Seungkwan se vio obligado a actuar como padrino, y Wonwoo tuvo que aceptar la oferta de las hermanas de Jenny, como damas de honor. Eran la única familia que le quedaba y, de haberlas desairado, habrían aparecido embarazosos comentarios en la prensa local. De todos modos, él sabía que tenía con sus tíos una deuda aún mayor.
Seungkwan había predicho perfectamente cómo afectaría al círculo de Wonwoo su relación con un millonario. Nada más hacerse público el enlace, los Lee habían aterrizado en bloque en la puerta de Wonwoo para arreglar sus rencillas. Pero la familia Lee había decidido muy tarde reconocer a Hyuk para impresionar a Wonwoo y aquel calculado alarde de falsedad le había hecho sentirse muy incómodo.
A su estado de ánimo se sumaba el hecho de que apenas había visto a Mingyu. Desde aquella despedida, insatisfactoria para ambos, antes de su viaje a Nueva York, Mingyu se había mostrado frío como el hielo. Había pasado la mayoría del tiempo fuera y sólo había regresado a Inglaterra dos veces para visitar fugazmente a Hyuk. Su escrupulosa cortesía y reserva le habían advertido de que aquel matrimonio iba a ser un desafío mucho más grande del que él se temía.
Todos los días, Wonwoo examinaba las revistas y periódicos, y nunca lograba encontrar una foto de Mingyu con otro. Era tan inusual que no podía creer que fuese una coincidencia. Por primera vez en su notoria trayectoria de conquistas, Mingyu parecía decantarse por pasar desapercibido. Hasta los artículos de cotilleo comentaban la discreción que había adoptado y hacían apuestas sobre lo que ésta duraría. Pero Wonwoo podría haberles respondido a esa pregunta: justo hasta después de la boda.
Pensaba que Mingyu había decidido no armar jaleo hasta que estuviesen casados y hubiese adquirido derechos sobre su amado hijo. Seguramente aquella era la razón por la que se había esforzado en llamarle todos los días. Además, le había enviado regalos tan espléndidos que se había quedado sin habla.
Cuando llamaba, hablaba sobre Hyuk y no se desviaba del tema ni aunque Wonwoo lo intentara. Cualquier cosa que sonase más interesante que el tiempo le hacía colgar rápidamente y a él le parecía nefasto porque a pesar de estar enfadado le gustaba escuchar el sonido de su voz.
En el tema de los obsequios, sin embargo, no le iba nada mal, y si el dinero hubiese sido su única motivación, estaría encantado. Hasta la fecha, había recibido bolsos de diseño, gafas de sol, un reloj, un lujoso teléfono, un magnífico juego de maletas, un colgante de diamantes, dos cuadros, una escultura, un collar enjoyado para Meanie, un Mercedes, con la promesa de un modelo personalizado en un futuro próximo, las últimas publicaciones editoriales y varios modelitos que le habían gustado.
No, a Mingyu no le daba miedo ir de compras.
Después de todo, Mingyu sabía por qué estaba enfadado, pero aún no había hecho el más mínimo intento de ofrecerle una explicación o disipar sus temores. La noche que se fue con Xu Minghao, Wonwoo la pasó tumbado y despierto, atormentado por la rabia, los celos y el odio.
Se había torturado a sí mismo buscando en internet imágenes del impresionante modelo. Le entró una especie de pánico al pensar que, si se casaba con Mingyu y él insistía en conservar su libertad, aquella tortura continuaría y su rival iría adoptando toda una serie de rostros diferentes.
—¿Doctor Jeon? Tiene visita —un miembro del servicio apareció a la entrada de la rosaleda y Wonwoo se levantó rápidamente, aferrándose a cualquier cosa que lo distrajese de sus pensamientos.
—El joven príncipe de Bahkar le espera en el salón.
A Wonwoo le confundió por un momento aquel título tan imponente, pero enseguida esbozó una sonrisa. Deteniéndose a recoger a Hyuk y Meanie, se dirigió rápidamente a la mansión.
¡Wang Jian! Jian y su marido, el príncipe Sang de Bakhar, eran los únicos invitados comunes que compartían él y Mingyu. Wonwoo se sintió aliviado y encantado al recibir la confirmación de su asistencia. Y aunque Sang seguía siendo uno de los amigos de la universidad más cercanos a Mingyu, sabía que Jian y Mingyu se llevaban mal.
Wonwoo y Jian se conocieron en una de las fiestas de Jenny, cuando Jian se refugió en la cocina al ver entrar a Mingyu.
—Lo siento, no puedo soportar a ese Kim —le confesó con franqueza —. Una vez salí con un amigo suyo y, como por entonces trabajaba de mesero, Mingyu me trató como un fulano cazafortunas.
Al descubrir en él su indiferencia a Mingyu, Wonwoo y Jian se habían hecho amigos. Pero habían perdido el contacto. Wonwoo albergaba cierto sentimiento de culpa porque en gran parte se sentía responsable de esa pérdida, ya que le había dado mucha vergüenza tener que contarle que Mingyu era el padre de su hijo.
—¡Jian! —Wonwoo lo recibió con una calurosa sonrisa. Sólo se había detenido a comprobar que Meanie se refugiaba en su escondite bajo la mesa de la entrada, colocada allí con ese propósito, y a dejar a Hyuk bajo las atenciones del niñero.
El príncipe se adelantó para saludarlo, y sus ojos brillaron de alegría.
—Wonwoo, qué maravilloso es verte de nuevo.
—Santo cielo, supongo que debería haberte hecho una reverencia o algo así. ¡Casi olvido que eres el joven esposo de un príncipe! —Wonwoo tomó las manos extendidas de Jian y las apretó afectuosamente.
—No seas tonto, eso sólo se hace en público —le reprendió Jian—. ¿Está Mingyu… por aquí?
Consciente de su nerviosismo, Wonwoo lo tranquilizó rápidamente:
—No. Estás a salvo. Mingyu sigue en el extranjero.
Jian se disculpó con mirada culpable:
—¿Tanto se nota que prefiero evitarle? Lo siento, estoy siendo muy grosero.
—Nunca han congeniado. No dejes que eso se interponga entre nosotros —le dijo Wonwoo totalmente relajado—. ¿Y cuánto tiempo vas a quedarte? Tenemos que contarnos muchas cosas.
Les llevaron una bandeja con té y algunas cosas para picar.
—He visto a tu hijo entrar en la casa contigo —apuntó Jian con amabilidad—. Se parece mucho a Mingyu.
—Supongo que debió sorprenderte mucho enterarte de quién era su padre.
Jian se atribuló:
—¿Puedo ser sincero contigo?
—Por supuesto.
—Me preocupé mucho —Jian acercó su rostro al suyo y le habló con voz titubeante—, seguramente te enfadarás conmigo cuando te diga por qué creí necesario venir a verte antes de la boda.
—Lo dudo mucho. No me enfado fácilmente, sobre todo con la gente en quien confío.
—Temía que te casaras porque no tenías otra opción si querías conservar la custodia de tu hijo. Él es un hombre temible y poderoso — Jian exhaló un ansioso suspiro—. Pero hay otra opción: estoy dispuesto a respaldarte económicamente si deseas llevarlo a juicio y enfrentarte a él.
—¿Y Sang está al tanto de esto?
Jian frunció el ceño:
—Para serte franco, Sang no aprobaría mi intromisión, sobre todo habiendo una criatura de por medio, pero yo dispongo de dinero y tengo mis propias convicciones sobre lo que está bien y lo que está mal.
—Eres un verdadero amigo —Wonwoo se sintió profundamente conmovido por la oferta de Jian—, pero voy a casarme con Mingyu. Podría darte mil razones en cuanto al porqué. Y sí, me siento presionado y sé que no puedo competir con él, pero veo que Mingyu se porta maravillosamente con Hyuk y mi hijo necesita un padre, aunque me cueste admitirlo.
—Un matrimonio es mucho más que criar a los hijos —dijo Jian con ironía.
Wonwoo esbozó una sonrisa y por primera vez en semanas se sintió en paz con el torbellino de sentimientos que albergaba, porque en el fondo de todo aquello subyacía una verdad inamovible.
—Siempre he amado a Mingyu, Jian, incluso cuando era el tipo más indeseable. Y no puedo explicar la razón. Ha sido así casi desde el primer momento en que le vi.

Mingyu regresó a Pledis Park muy tarde la noche antes de la boda. Venía en un avión desde Grecia cargado de parientes. Wonwoo recibió a los recién llegados en la entrada principal.
Mingyu entró el último, justo a tiempo para oír a su novio charlar cómodamente con sus tres tíos abuelos, y eso que ningun de ellos hablaba una palabra de Coreano. Los conocimientos de griego de Wonwoo eran básicos, pero más que suficientes para la ocasión.
Hubo una cena ligera. Wonwoo mostraba una seguridad impresionante a la hora de tratar con el servicio y los invitados, pero Mingyu no tardó en percatarse de que había perdido peso y de que al verlo le había ocultado su mirada y se había puesto tensa.
—Siento mucho llegar con tanta gente a esta hora, glikia mou — murmuró Mingyu—. Y enhorabuena por la cortesía y amabilidad con que los has recibido.
—Gracias.
Pasando el brazo por detrás de su espalda para atraerlo a su lado, inclinó la cabeza y le preguntó:
—¿Cuándo empezaste a estudiar griego?
—Poco después del nacimiento de Hyuk, pero nunca tuve tiempo suficiente para aprenderlo bien —aunque el contacto entre ellos era mínimo, Wonwoo estaba totalmente rígido—. Discúlpame, tus tíos abuelos están esperando, les prometí que les enseñaría fotos de Hyuk.
—¿Es que no tengo prioridad? —asombrado por aquel trato tan brusco por su parte, Mingyu lo detuvo tomándolo de las manos antes de que pudiese alejarse de él.
Wonwoo era dolorosamente consciente de lo cautivador de sus ojos. Poseía un carisma tan fuerte que no podía resistirse incluso estando enfadado con él. El corazón le latía con fuerza:
—Por supuesto —contestó educadamente.
Mingyu notó en él un distanciamiento que no le gustó. Pensaba que el paso del tiempo se ocuparía de resolver sus diferencias, pero se había equivocado y eso le frustró. Pensó en todas sus parejas pasadas y presentes que habrían hecho cualquier cosa que él quisiera, a quienes ni se les habría pasado por la cabeza criticarle o pedirle cosas que él no estaba dispuesto a dar. Y por último pensó en Wonwoo, que era simplemente… Wonwoo, y único. Su capacidad para combatir a base de resistencia pasiva lo estaba volviendo loco.
—Mañana nos casaremos, en vista de lo cual —dijo irónicamente Mingyu, arrastrando la palabras—, te diré que Xu Minghao ha abierto una galería de arte en el mismo edificio en el que tiene su apartamento y que me invitó a la inauguración, a mí y a otra gente. Si crees que necesitas comprobarlo, encontrarás muchas pruebas que demuestran la verdad de lo que digo.
Una oleada de culpabilidad hizo ruborizar a Wonwoo. Se sintió aliviado, pero detectó ahí cierto matiz de desafío, ya que no entendía por qué no lo había tranquilizado en su momento.
—Supongo que debo disculparme por haberte mojado…
—Deberías —confirmó Mingyu sin dudarlo.
—Lo siento, pero podías haberte explicado.
—¿Por qué tendría que hacerlo? Metiste la nariz en una conversación privada y sacaste una conclusión errónea —Mingyu se dio cuenta de que aquello era un reto—. ¿Cómo iba a ser culpa mía?
A Wonwoo no dejaba de sorprenderle la facilidad con que le hacía enfurecer. No se mostraba arrepentido en absoluto. Notó que los invitados la miraban. Era una de esas ocasiones en las que marcharse parecía ser lo más sensato.
—Lo siento —volvió a murmurar, yéndose.
Mingyu ya se había sorprendido con su actitud unos minutos antes, pero esta retirada tan resuelta le sorprendió aún más. Por primera vez en su vida, intentaba mostrarse conciliador con un joven y, ¿qué recibía a cambio? ¿Dónde estaban las disculpas y el apasionado agradecimiento que esperaba recibir? Entonces algo rozó la punta de su zapato. Enfadado, bajó la vista.
Meanie se había arrastrado desde debajo de la mesa. Temblando ante la cantidad de extraños que tenía alrededor, el perro había conseguido enfrentarse a su pánico y se había alejado lo suficiente de su refugio como para dar la bienvenida a Mingyu. Éste se inclinó y le dio unas palmaditas en la cabeza para indicarle lo que apreciaba aquella demostración de lealtad.
Tras asegurarse de que todos los invitados estaban atendidos, Wonwoo no tardó ni un minuto en subir a acostarse. Pensó en lo que le había dicho Mingyu. Todo su sufrimiento por el tema de Xu Minghao había sido en vano, una montaña de un grade arena que Mingyu podía haber desmontado en un segundo… de haberlo deseado.
Y el hecho de que no lo hiciese le dio a entender algo que antes no había entendido: era una declaración de su independencia y su libertad. Había dejado claro que el matrimonio no iba a cambiarle la vida.
En la oscuridad, sintió un escozor en los ojos. Inspiró profundamente y se regañó a sí mismo por no saber ver el lado bueno de las cosas, ya no sólo por sí mismo, sino también por el bien de su hijo. Se iba a casar al día siguiente, y mucha gente se había preocupado por asegurarse de que todo fuese perfecto hasta el último detalle, así que lo menos que podía hacer era intentar disfrutarlo.
Al día siguiente, poco antes de las seis de la mañana, una llamada de S.Coup despertó a Mingyu. Cinco minutos después, estaba mirando los titulares en su ordenador y jurando en griego. Apartó un mechón de pelo oscuro y despeinado de su frente y leyó: El crucero sólo para hombres de Kim… ¡Una desenfrenada juerga con bailarines exóticos! Entró en otra página y fue aún peor. Las fotos le hicieron bramar sin acabar de creerlo.
¿Quién demonios había sacado aquellas fotos?
S.Coup se adelantó:
—Es la cámara de un teléfono… de uno de los bailarines que Park Hyungsik subió a bordo para la fiesta—. Rudimentario, pero efectivo.
—Gracias, Hyungsik —dijo Mingyu, cortante.
Cuarenta y ocho horas antes, su amigo Park Hyungsik había juntado un montón de amigos y preparado por sorpresa una despedida de soltero en su yate. Hyungsik, que detestaba las bodas, se encontraba en ese momento a salvo en la selva de Borneo en un viaje de esos de deportes de riesgo que tanto le gustaban, lejos de la ira que había desatado en el novio.
—Me he tomado la libertad de retirar de la casa todos los periódicos de hoy —anunció S.Coup.
Mingyu despidió a S.Coup y cerró de un golpe la tapa del portátil. Sabía que S.Coup sólo pretendía proteger a Wonwoo, porque la familia Kim no se impresionaba con aquellas cosas.
En cinco horas estaría casándose ¿o no? Hacer planes estratégicos y cubrirse las espaldas era algo propio de Mingyu. Era un hombre de negocios hasta la médula, con los genes maquiavélicos de una familia que ya en la Edad Media se ganaba la vida como mercaderes. El abuso de los pecados de la carne ya había llevado a la ruina a algunas generaciones de la familia Kim, pero Mingyu era más sensato que lo que la mayoría de la gente pensaba.
Pero aunque tramar y planear eran para él la sal de la vida, se sentía intranquilo porque sabía que Wonwoo no toleraba esas prácticas.
¿Se casaría con él si llegara a leer aquel artículo sensacionalista? ¿Cuánto confiaba en él?
La respuesta era nada. Wonwoo ni siquiera fingía tener la más mínima confianza. De hecho, oír de lejos una llamada ambigua había sido suficiente motivo para que él lo juzgase y condenase de pleno.
Mingyu le dio vueltas al asunto y, para ser justos, se sintió obligado a preguntarse por qué iba Wonwoo a confiar en él. Repasó mentalmente a toda velocidad el transcurso de las tres últimas semanas. Apretó la mandíbula, sombreada por la barba incipiente. Había notado la noche anterior que había perdido peso y sabía que el estrés era la causa más probable. Él adoraba su trabajo y su casa y había tenido que renunciar a ambos en muy poco tiempo.
Admitió de mala gana que era posible que amase a su novio. No había querido conocer los detalles y por eso no le había preguntado más. Una vez lo acusó de hacer únicamente lo que le venía en gana y, en este caso, reconoció que era cierto. Se había regodeado en su rabia y la había castigado por atreverse a desafiarle dejando que se hundiera o nadase en un mundo totalmente nuevo para él, así que era normal que acusara esa presión.
Cualquier otro le habría pedido ayuda, pero no Wonwoo. No, no Wonwoo, una persona obstinada por naturaleza. Y reconoció apretando su boca grande y sensual que no era bueno que compartiesen aquella obstinación.
Wonwoo había una vez que él no le gustaba. Aquella afirmación se le había quedado grabada y no podía olvidar lo desagradable que había sido para él. Pero ahora debía preguntarse si tenía algo que pudiese gustar a alguien. Había sido frío e insensible con él. Había estado ausente cuando debía haberlo acompañado. Y al negarse a darle la más mínima seguridad, lo único que había conseguido había sido acrecentar su desconfianza.
Wonwoo podía mostrarse sumamente tranquilo en apariencia, pero se recordó tristemente que también podía ser vehemente y actuar con rapidez. Tendía a disparar antes de preguntar, una característica que no lo tranquilizaba precisamente el día en necesitaba que acudiese al altar y dijese que sí con una sonrisa.
Se había dado cuenta de que a ojos de Wonwoo siempre sería culpable hasta que se demostrase lo contrario. Un cambio reconfortante, después de una vida llena de parejas complacientes.
La neblina de la mañana iba desapareciendo poco a poco dando paso al verde exuberante de los jardines y la promesa de un maravilloso día de verano. Fue en ese momento cuando Mingyu tomó la decisión de contarle lo de la fiesta una vez celebrada la boda. Una boda es un acontecimiento que sólo pasaba una vez en la vida, y nada debía ensombrecer el día de Wonwoo. Ni darle razones de peso para convencerse de que casarse con él no le convenía en absoluto.


—¡Deja que compruebe que no estoy soñando! —Seungkwan fingió cómicamente pellizcarse a sí mismo mientras contemplaba con la boca abierta el contenido del maletín de piel que había abierto Wonwoo—. ¡Una tiara de diamantes digna de un rey!.
— ¿No crees que podría resultar exagerado? —indicó Wonwoo con la boca seca, tocando reverentemente diamantes.
—Wonwoo… el consumo ostentoso y ser un Kim son algo inseparable. Los ochocientos invitados esperan mucha ostentación, y la mayoría llevará joyas.
Horas más tarde, liberado al fin de las atenciones del servicio de peluquería, esteticismo, manicura, Wonwoo contempló la visión inusitada que le ofrecía su reflejo. En su interior, se sintió fascinado por su aspecto. Su traje era maravillosamente glamuroso, confeccionado en seda dorada. La tiara se veía magnífica sobre su pelo castaño.
La iglesia, un sólido edificio de piedra, se encontraba dentro de la finca de Pledis Park. Su entrada privada, junto con el fuerte dispositivo de seguridad y la presencia de la policía, impedían que los paparazis se acercaran más allá de la carretera.
—Admiro enormemente tu aplomo —le dijo dulcemente su prima, mientras Seungkwan y varios padres convencían con enorme paciencia a los pajes para que se colocasen por parejas—. Como dice mamá, nueve de cada diez amenazarían con dejar a Kim Mingyu plantado ante el altar.
Wonwoo frunció el ceño:
—¿Y por qué iba a hacer yo algo así?
Boo Seungkwan se acercó a su prima y le dijo algo. La joven rubia se puso roja y se marchó muy ofendida y sin decir palabra.
—¿A qué se refería? —urgió Wonwoo a su amigo bajando la voz.
—Quizá no pueda soportar el rumor que corre de que Mingyu se va a casar contigo sin firmar un acuerdo prematrimonial. O quizá sean los diamantes que llevas. Sea como sea, la envidia la corroe y tú no deberías prestarle la más mínima atención —le dijo con rotundidad.
Wonwoo lo consideró un consejo muy acertado. El desánimo de la noche anterior había desaparecido gracias a su energía y optimismo, porque pensó que su matrimonio sería lo que él hiciese de éste. Cuando se abrieron las puertas y las notas del órgano empezaron a sonar en el vestíbulo, inspiró hondo. El aire de la iglesia estaba cargado de olor a rosas.

Mingyu contaba con unos nervios de acero, pero su despertar no había sido nada apacible y las cosas no habían hecho más que empeorar. Había pasado la mañana indeciso como jamás en su vida.
Consciente de que sus hazañas durante la despedida de soltero aparecerían en algunos canales de televisión y varias webs de famosos, se preguntó qué iba a hacer si Wonwoo se enteraba antes de ir a la iglesia. En tres ocasiones había decidido actuar rápidamente y ofrecerle su versión de los hechos antes que nadie, pero luego había cambiado de opinión.
—Ya ha llegado el novio —anunció en un aparte el padrino, el príncipe Sang, asombrado del nerviosismo de su amigo y preguntándose si aquello se debía a su renuencia al matrimonio. Cierto que Wonwoo llegaba diez minutos tarde, pero a Sang le costaba creer que Mingyu hubiese temido en algún momento que su futuro esposo no llegara a presentarse.
Mingyu se giró para comprobar por sí mismo aquella información. Y allí estaba Wonwoo, exótico y radiante con un traje blanco y dorado que resaltaba increíblemente su piel pálida y suave y su cabello castaño. Él quedó tan embelesado que olvidó volver a girarse de cara al altar como manda la tradición.
—¡Appa! —era Hyuk, que rompió el hechizo al escurrirse como una anguila del regazo del niñero y lanzarse disparado en dirección a Wonwoo.
Mingyu se adelantó a interceptar a su hijo y lo recogió en sus brazos justo antes de que pudiese descontrolar al novio y su séquito, provocando las risas de los invitados.



1 comentario:

  1. Ahhh
    Idiota!!!
    Que hisciste en ese crucero!!!
    Que "hazañas"
    Ahhh idiota!!!!!!
    Enserio los hombres no piensan?????
    Ahhhh

    ResponderEliminar

yota´s news : De regreso?

 Buenas tardes a todas las lectoras. Después de un año  y casi 4 meses regreso a saludarlas y comentarles nuevas.  Me gustaría decirle...