Esclavo de Amor- Capítulo 10



Donghae permaneció muy quieto mientras se esforzaba por digerir todo lo que había visto y oído.

— No puede haber sido real. Debe ser algún tipo de alucinación.

Hyukjae suspiró con cansancio.

— Me gustaría poder creerlo.

— ¡Dios Santo!, ¡ése era Cupido! —exclamó Judith extasiada—. Cupido. El real. Ese querubín tan mono que tiene poder sobre los corazones.

Hyukjae resopló.

— Cupido es cualquier cosa menos «mono». Y con respecto a los corazones, se encarga de destrozarlos.

— Pero hace que la gente se enamore.


— No —le contestó, apretando con más fuerza el colgante entre sus dedos —. Lo que él ofrece es una ilusión. Ningún poder celestial puede conseguir que un humano ame a otro. El amor proviene del corazón —confesó con una nota apesadumbrada en la voz.

Donghae buscó su mirada.

— Hablas como si lo supieras de primera mano.

— Lo sé.

Donghae sentía su dolor como si fuese el suyo. Alargó el brazo para tocarle suavemente el brazo.

— ¿Eso fue lo que le ocurrió a Junsu? —le preguntó en voz baja.

Hyukjae apartó la mirada de Donghae, pero él captó el sufrimiento que se reflejó en sus ojos.

— ¿Hay algún lugar donde pueda cortarme el pelo? —preguntó inesperadamente.

— ¿Qué? —respondió Donghae, consciente de que había cambiado el tema para, de ese modo, no tener que contestar a su pregunta—. ¿Por qué?

— No quiero tener nada que me recuerde a ellos —el dolor y el odio que se veían en su rostro eran tangibles.

De mala gana, Donghae asintió.

— Hay un lugar en el centro comercial.

— Por favor, llévame.

Y Donghae lo hizo. Nadie dijo una palabra hasta que estuvo sentado en la silla con la estilista detrás.

— ¿Está seguro de que quiere cortárselo? —preguntó la chica, pasando las manos con una caricia reverente entre los largos y rojizos mechones—. Le aseguro que es magnífico. La mayoría de los hombres están espantosos con el pelo largo, pero a usted le sienta de maravilla, ¡lo tiene tan saludable y suave! Me encantaría saber qué usa para acondicionarlo.

El rostro de Hyukjae permaneció impasible.

— Córtelo.

La chica, una diminuta morena, miró por encima de su hombro buscando a Donghae.

— ¿Sabe? Si tuviese esto en mi cama todas las noches y pudiese acariciarlo, no me gustaría nada que quisiese estropearlo.

Donghae sonrió. Si la chica supiera…

— Es su pelo.

— Está bien —contestó con un suspiro resignado. Lo cortó justo por encima de los hombros.

— Más corto —dijo Hyukjae mientras la chica se alejaba.

La estilista pareció sorprendida.

— ¿Está seguro?

Hyukjae asintió con la cabeza.

— ¿Qué tal? —le preguntó la chica finalmente.

Estaba más deslumbrante que antes, si es que eso era posible.

— Está bien —le respondió él—. Gracias.

Donghae pagó el corte y le dio una propina a la chica. Miró a Hyukjae y sonrió.

— Ahora pareces de esta época.

Él volvió la cabeza con un gesto rápido, como si le hubiese dado un bofetón.

— ¿Te he ofendido? —le preguntó Donghae, preocupada por la posibilidad de haberle hecho daño inadvertidamente. Eso era lo último que Hyukjae necesitaba.

— No.

Pero Donghae lo intuía. Algo relacionado con su comentario le había herido.

Profundamente.

— Entonces —dijo Judith pensativamente, mientras se unían a la multitud que atestaba el centro comercial—, ¿eres hijo de Afrodita?

Él la miró de reojo, furioso.

— No soy hijo de nadie. Mi madre me abandonó, mi padre me repudió y crecí en un campo de batalla espartano, bajo el puño de cualquiera que anduviese cerca.

Sus palabras desgarraron el corazón de Donghae. No era de extrañar que fuese tan duro. Tan fuerte.

Lo asaltó una inquietud: ¿lo habría abrazado alguien con cariño alguna vez? Sólo una vez, sin que él tuviese que complacer a ese alguien primero.

Hyukjae encabezaba la marcha y Donghae observaba su andar sinuoso. Intentó imaginarse a Hyukjae con la apariencia que habría tenido llevando su armadura de batalla. Dada su arrogancia y su modo de moverse, debía haber sido un fiero luchador.

— Judith —llamó a su amiga en voz baja—. ¿No leí en la facultad que los espartanos golpeaban a sus hijos todos los días, para comprobar el grado de dolor que podían soportar?

Hyukjae le contestó en su lugar.

— Sí. Y una vez al año, hacían una competición en busca del chico que aguantase la paliza más dura sin llorar.

— Un gran número de ellos moría por la brutalidad de las competiciones — añadió Judith—. Bien durante la paliza o por las posteriores heridas.

Donghae lo recordó todo de repente. Sus palabras acerca de ser entrenado en Esparta y su odio por los griegos.

Judith miró con tristeza a Donghae antes de dirigirse a Hyukjae.

— Siendo el hijo de una diosa, supongo que aguantarías más de una paliza.

— Sí, las soportaba —dijo llanamente, con la voz carente de emociones.

Donghae nunca tuvo más deseos de abrazar a otro ser humano como en ese momento.

Quería sostener a Hyukjae entre sus brazos. Pero sabía que a él no le agradaría.

— Bueno —comentó Judith, y por su mirada, Donghae supo que intentaba alegrar el ambiente—, tengo un poco de hambre. ¿Por qué no pillamos unas hamburguesas en el Hard Rock?

Hyukjae frunció el ceño hasta formar una profunda V.

— ¿Por qué tengo constantemente la impresión de que habláis en otro idioma? ¿Qué es «pillar una hamburguesa en el Hard Rock»?

Donghae soltó una carcajada.

— El Hard Rock es un restaurante.

Hyukjae pareció horrorizado.

— ¿Coméis en un sitio cuyo nombre anuncia que la comida es más dura que una roca?

Donghae se rió aún más. ¿Por qué nunca se había percatado de eso?

— Es muy bueno, en serio, ya verás.

Salieron en dirección al Hard Rock Café.

Afortunadamente, no tuvieron que esperar demasiado antes de que la camarera les buscase una mesa.

— ¡Oye! —dijo un chico cuando se acercaban a la mujer—. Nosotros llegamos antes.

La camarera le lanzó una mirada glacial.

— Su mesa aún no está preparada —y se volvió hacia Hyukjae con ojitos tiernos—. Si es tan amable de seguirme…

La chica abrió la marcha contoneando las caderas, como si no tuviese otra cosa que hacer.

Donghae miró a Judith aguantando la risa, y le indicó con un gesto que mirara a la chica.

— No se lo tengas en cuenta —le contestó su amiga—. Nos ha colado por delante de diez personas.

La camarera les llevó hasta una mesa en la parte trasera.

—Aquí se puede sentar —dijo mientras rozaba ligeramente el brazo de Hyukjae—, y yo me encargo de que su comida no tarde mucho.

— ¿Y nosotros somos invisibles? —preguntó Donghae cuando la chica se alejó.

— Empiezo a creer que sí —respondió Judith, sentándose en el banco situado cara a la pared.

Donghae se sentó enfrente, con el muro a su espalda. Como era de esperar, Hyukjae ocupó un sitio a su lado.

Le ofreció el menú.

— No puedo leer esto —le dijo antes de devolvérselo.

— ¡Ah! —exclamó Donghae, avergonzado por no haberlo pensando antes—. Supongo que no enseñaban a leer a los soldados de la antigüedad.

Hyukjae se pasó una mano por la barbilla y pareció adoptar una actitud malhumorada ante el comentario.

— En realidad sí lo hacían. El problema es que me enseñaron a leer griego clásico, latín, sánscrito, jeroglíficos egipcios y otras lenguas que hace mucho que desaparecieron. Usando tus propias palabras, este menú está en griego para mí.

Donghae se encogió.

— No vas a dejar de recordarme que escuchaste todo lo que dije antes de que aparecieras, ¿verdad?

— Me temo que no.

Apoyó el brazo en la mesa y, en ese momento, Judith apartó la vista del menú y le miró la mano. Entonces jadeó.

— ¿Eso es lo que yo creo? —preguntó mientras le alzaba la mano.

Para sorpresa de Donghae, él permitió que le agarrara la mano y que mirara el anillo.

— Donghae, ¿has visto esto?

Él se incorporó en el asiento para poder verlo más de cerca.

— No, la verdad. He estado un tanto distraído.

Un tanto distraído, sí, claro. Eso es como decir que el Everest es un adoquín.

—Es hermoso —dijo Donghae.

— Es un jodido anillo de general, ¿cierto? —preguntó Judith—. No eras un simple soldado de a pie. ¡Eras un puto general!

Hyukjae asintió sobriamente.

— El término es equivalente.

Judith soltó el aire totalmente anonadada.

— Donghae, ¡no tienes ni idea! Hyukjae tuvo que ser alguien realmente relevante en su tiempo para tener este anillo. No se lo daban a cualquiera —y movió la cabeza—. Estoy muy impresionada.

— No lo estés —le contestó Hyukjae.

Por primera vez en años, Donghae envidió la licenciatura en Historia Antigua de su amiga. Nani sabía mucho más acerca de Hyukjae y de su mundo de lo que él jamás podría averiguar.

Pero no parecía necesitar ese grado de conocimiento para entender lo doloroso que debía haber sido para él pasar de ser un general que ordenaba a un ejército, a un esclavo sexual.

— Apuesto a que eras un magnífico general —dijo Donghae.

Hyukjae lo miró, captando la sinceridad con la que había pronunciado sus palabras. Por alguna inescrutable razón, su cumplido le reconfortó.

— Hice lo que pude.

— Apuesto a que les diste una patada en el culo a unos cuantos ejércitos — continuó.

Él sonrió. No había pensado en sus victorias desde hacía siglos.

— Pateé a unos cuantos romanos, sí.

Donghae se rió ante el uso del vocabulario.

— Aprendes rápido.

— ¡Oye! —exclamó Judith, interrumpiéndolos—. ¿Puedo echarle un vistazo al arco de Cupido?

— ¡Sí! —exclamó Donghae—. ¿Podemos?

Hyukjae lo sacó de su bolsillo y lo dejó sobre la mesa.

— Con cuidado —advirtió a Judith mientras alargaba el brazo—. La flecha dorada está cargada. Un pinchacito y te enamorarás de la primera persona que veas.

Ella retiró la mano.

Donghae cogió el tenedor y con él arrastró el arco hasta tenerlo cerca.

— ¿Se supone que debe ser tan pequeño?

Hyukjae sonrió.

— ¿Es que nunca has oído esa frase que dice: «El tamaño no importa»?

Donghae puso los ojos en blanco.

— No quiero ni escucharla de un hombre que la tiene tan grande como tú.

— ¡Donghae! —jadeó Judith—. Jamás te había oído hablar así.

— He sido extremadamente comedido, considerando todo lo que vosotros me habéis dicho estos últimos días.

Hyukjae acarició el pelo. Esta vez, Donghae no se retiró. Estaba haciendo progresos.

— Entonces, dime cómo usa Cupido esto —le dijo él. Hyukjae dejó que sus dedos acariciaran los sedosos mechones de su pelo. Brillaban aun con la escasa luz del restaurante. Deseaba tanto sentir ese pelo extendiéndose sobre su pecho desnudo… Enterrar su rostro en él y dejar que le acariciara las mejillas.

Con la mirada ensombrecida, imaginó cómo se sentiría al tener el cuerpo de Donghae rodeándolo. Y el sonido de su respiración junto al oído.

— ¿Hyukjae? —preguntó, sacándolo de su ensoñación—. ¿Cómo lo utiliza Cupido?

— Puede adoptar un tamaño semejante al del arco, o puede hacer que el arma se haga más grande. Depende del momento.

— ¿En serio? —preguntó Judith—. No lo sabía.

La camarera llegó corriendo y colocó la bandeja sobre la mesa, mientras devoraba con los ojos a Hyukjae como si fuese el especial del día.

Muy discretamente, Hyukjae recogió el arco de encima de la mesa y lo devolvió a su bolsillo.

— Siento mucho haberle hecho esperar. Si hubiese sabido que no iban a atenderle de inmediato, yo misma le habría tomado nota nada más sentarse.

Donghae le dirigió a la chica una mirada ceñuda. ¡Joder!, ¿es que Hyukjae no podía tener cinco minutos de tranquilidad, sin que se le ofreciera abiertamente?

¿Y eso no te incluye a ti?

Se quedó helado ante el giro de sus pensamientos. Él se comportaba exactamente igual que los demás, mirándole el culo y babeando ante su cuerpo. Era un milagro que él soportara su presencia.

Hundiéndose en el asiento, se prometió a sí mismo que no lo trataría de aquel modo. Hyukjae no era un trozo de carne. Era una persona, y merecía ser tratado con respeto y dignidad.

Pidió el menú para los tres, y cuando la camarera regresó con las bebidas, trajo una bandeja de alitas de pollo al estilo Búfalo.

— Nosotros no hemos pedido esto —apuntó Judith.

— ¡Oh, ya lo sé! —respondió la chica, sonriendo a Hyukjae—. Hay mucho trabajo en la cocina y tardaremos un poco más en poder servirle la comida. Pensé que debería estar hambriento y por eso le traje las alitas. Pero si no le gustan, puedo traer cualquier otra cosa; la casa invita, no se preocupe. ¿Preferiría otra cosa?

¡Puaj! El doble sentido era tan obvio que a Donghae le entraron ganas de arrancarle de raíz el pelo cobrizo.

— Está bien así, gracias —le dijo Hyukjae.

— ¡Ay, Dios mío!, ¿puede hablar un poco más? —le pidió la chica, a punto de desmayarse—. ¡Oh, por favor, diga mi nombre! Me llamo Mary.

— Gracias, Mary.

— ¡Ooooh! —exclamó la camarera—. Se me ha puesto la piel de gallina —y con una última mirada a Hyukjae, cargada de deseo, se alejó de ellos.

— No puedo creerlo —comentó Donghae—. ¿Siempre se comportan así contigo?

— Sí —contestó él con la ira reflejada en la voz—. Por eso odio mostrarme en lugares públicos.

— No dejes que te moleste —le dijo Judith, mientras cogía una alita de pollo—.
Definitivamente, tu presencia resulta muy útil. De hecho, propongo que lo saquemos más a menudo.

Donghae dejó escapar un bufido.

— Sí, bueno; si esa criatura anota su nombre y su número de teléfono en la cuenta antes de dárnosla, tendré que golpearla.

Judith estalló en carcajadas.

Antes de que Donghae pudiese preguntar cualquier otra cosa, Cupido entró sin prisas en el restaurante, y se acercó hasta ellos.

Tenía un ligero moratón en el lado izquierdo de la cara, donde Hyukjae lo había golpeado. Intentó mostrarse indiferente, pero aun así, Donghae percibió la tensión en su interior, como si estuviese preparado para huir en un momento dado. Arqueó una ceja ante el pelo corto de Hyukjae, pero no dijo ni una palabra mientras tomaba asiento junto a Judith.

— ¿Y bien? —preguntó Hyukjae. Cupido suspiró profundamente.

— ¿Quieres que primero te dé las malas noticias o prefieres las pésimas?

— Veamos… ¿qué tal si hacemos que mi día sea más memorable? Comienza con las pésimas y sigue con las malas para intentar mejorar el ambiente.

Cupido asintió.

— De acuerdo. En el peor de los casos, la maldición jamás se podrá romper.

Hyukjae se tomó la noticia mejor que Donghae; apenas si hizo un gesto de aprobación.

Donghae miró a Cupido con los ojos entornados.

— ¿Cómo puedes hacerle esto? ¡Dios Santo!, mis padres habrían removido cielo y tierra para ayudarme, y tú te limitas a sentarte sin ni siquiera decirle lo siento. ¿Qué clase de hermano eres?

— Donghae —la amonestó Hyukjae—. No le retes. No sabemos qué consecuencias puede traer.

— Eso es cierto mort…

— Tócalo —le interrumpió Hyukjae— y utilizaré la daga que llevas en el cinturón para sacarte el corazón.

Cupido se movió para alejarse de él.

— Por cierto, te olvidaste algunos detalles jugosos cuando me contaste tu historia.

Hyukjae le miró furioso, con los ojos entrecerrados.

— ¿Como qué?

— Como el hecho de que te acostaras con una de las sacerdotisas vírgenes de Príapo. Hermano, ¿en qué estabas pensando? Ni siquiera te preocupaste de quitarle la túnica mientras la tomabas. No eras tan estúpido como para hacer eso, ¿se puede saber qué te ocurrió?

— Por si se te ha olvidado, estaba muy enfadado con él en aquel momento —dijo con amargura.

— Entonces deberías haber buscado a una de las seguidoras de mami. Para eso están.

— Ella no fue la que mató a mi esposo. Fue Príapo.

Donghae estuvo a punto de sufrir un infarto al escucharle. ¿Estaba hablando en serio?

Cupido ignoró la abierta hostilidad de Hyukjae.

— Bueno, Príapo aún está un poco sensible con respecto al tema. Parece que lo ve como el último de tus insultos.

— ¡Ah, ya entiendo! —gruñó Hyukjae—. El hermano mayor está enfadado conmigo por haberme atrevido a tomar a una de sus vírgenes consagradas, ¿es que esperaba que me sentara tan tranquilo y dejara que él matara a mi familia a su antojo? —La ira que destilaba su voz hizo que a Donghae se le erizara el vello de la nuca—. ¿Te molestaste en preguntarle a Príapo por qué fue tras ellos?

Cupido se pasó una mano por los ojos y dejó escapar un suspiro entrecortado.

— Claro, ¿recuerdas que perseguiste a Livio y lo derrotaste en Conjara? Pues él pidió que se vengara su muerte, justo antes de que le cortaras la cabeza.

— Estábamos en guerra.

— Ya sabes lo mucho que siempre te ha odiado Príapo. Estaba buscando una excusa para poder lanzarse sobre ti sin temor a sufrir represalias; y se la diste tú mismo.

Donghae observó a Hyukjae, cuyo rostro era una máscara inexpresiva.

— ¿Le has dicho a Príapo que quiero verlo? —le preguntó.

— ¿Estás loco? ¡Maldición! Claro que no. Mencioné tu nombre y estuvo a punto de estallar de furia. Dijo que podías pudrirte en el infierno durante toda la eternidad. Créeme, no te gustaría estar cerca de él.

— ¡Ja! ¡Me encantaría!

Cupido asintió.

— Vale, pero si lo matas, tendrás que vértelas con Zeus, Tesífone y Némesis.

— ¿Y crees que me asustan?

— Ya sé que no, pero no quiero verte morir de ese modo. Y si no fueses tan terco como una mula, al menos durante tres segundos, tú mismo te darías cuenta. ¡Venga ya! ¿De verdad quieres desencadenar la ira del gran jefe?

Por la expresión de Hyukjae, Donghae hubiera dicho que le daba exactamente igual.

— Pero —continuó Cupido—, mami señaló que existe un modo de acabar con la maldición.

Donghae contuvo la respiración mientras la esperanza revoloteaba en los ojos de Hyukjae. Ambos esperaron a que Cupido se explicara.

En lugar de seguir, él se dedicó a observar el interior del sombrío local.

— ¿Crees que esta gente se come esta mier…?

Hyukjae chasqueó los dedos delante de los ojos de su hermano.

— ¿Qué hago para romper la maldición?

Cupido se arrellanó en el asiento.

— Ya sabes que todo en el universo es cíclico. Todo lo que comienza tiene un final. Puesto que fue Alexandria la que originó la maldición, debes ser convocado por otra mujer o joven dedicados a Alejandro. Que también necesite algo de ti. Debes hacer un sacrificio por esa persona y… —entonces, estalló en carcajadas.

Hasta que Hyukjae se estiró por encima de la mesa y le agarró por la camiseta.

— ¿Y…?

Él le dio un empellón para que le soltara y adoptó una actitud seria.

— Bueno… —continuó mirando a Donghae y a Judith—. ¿Nos disculpáis un momento?

— Soy un sexólogo —le dijo Donghae—. Nada de lo que digas podrá sorprenderme.

— Y yo no pienso levantarme de esta mesa hasta que escuche los jugosos cotilleos —confesó Judith.

— De acuerdo entonces —convino Cupido, mientras miraba de nuevo a Hyukjae—. Cuando la persona consagrada a Alejandro te invoque, no podrás meter tu cucharita en su jarrita de mermelada hasta el último día. Será entonces cuando debáis uniros carnalmente antes de la medianoche, y te encargarás de no separar vuestros cuerpos hasta el amanecer. Si sales en cualquier momento, por cualquier motivo, regresarás de inmediato al libro y la maldición seguirá vigente.

Hyukjae maldijo y miró hacia otro lado.

— Exactamente —le contestó su hermano—. Sabes lo fuerte que es la maldición de Príapo. No hay una puñetera forma de que aguantes treinta días sin tirarte a tu invocador.

—Ése no es el problema —dijo Hyukjae entre dientes—. El problema radica en encontrar a una mujer o joven consagrados a Alejandro que me invoque.

Con el corazón latiendo desenfrenado a causa de los nervios, Donghae se incorporó en el asiento.

— ¿Qué significa lo de «una mujer o joven consagrado a Alejandro»? 

Cupido encogió los hombros.

— Que tiene que llevar el nombre de Alejandro.

— ¿Como apellido? —preguntó.

— Sí.

Donghae alzó los ojos y buscó la mirada apesadumbrada de Hyukjae.

— Hyukjae, mi nombre completo es Lee Alexander Donghae.



4 comentarios:

  1. dfjhgjkgsdgdjkfdb este capitulo estaba muy emocionante!!! Hae lo tendrá que salvar!! no podras meter tu cucharita en su jarrita de mermelada!!! me parecio muy gracioso!!! gracias por compartir la historia

    cuidate nos leemos

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  2. aaaaaaaaaaaaaaaaaa esto esta buenísimo !!! espero que alexander donghae lo pueda ayudar y se puedan aguantar hasta el ultimo día hyukie tiene que ser feliz otra vez n.n ... la explicación de cupido me mato jajaj qe loco...
    esta genial la historia gracias por ella ya quiero seguir leyendo ^^

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  3. Creo que Hyuk hizo bien en cortarse el pelo, eso le ayuda a dejar atrás algo que él mismo no quiere recordar, además así con el cabello corto se asemeja más al Hyuk que conozco ^^ me dio risa la chica toda ofrecida, pero más risa me dio Hae que se moría de ganas de dejarla calva.

    Lo de la maldición es cada vez más emocionante, me deprimí al escuchar que no se podía deshacer, pero la esperanza volvió cuando dijó que se podía romper y aunque me morí de risa con eso de la cucharita en el tarro de mermelada, lo que me dejó más feliz fue lo del apellido de Hae, auién sin saberlo será el salvador de Hyuk, claro que eso de que sea el último día del mes no será nada fácil.

    Gracias por la actu

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  4. Lee Alexander Donghae jajajajajajajajajajaja
    pero es que desde ya deben aprovechar esa oportunidad,pero sabiendo lo maldito que es Priapo seguro mete su cuchara y trata de sabotear los planes que se haran

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yota´s news : De regreso?

 Buenas tardes a todas las lectoras. Después de un año  y casi 4 meses regreso a saludarlas y comentarles nuevas.  Me gustaría decirle...