Tu Mi Destino- Capítulo 12



Sungmin testeó la teoría de Leeteuk de que tendría la libertad de deambular alrededor, haciéndolo. Después de un tenso almuerzo que apenas se las había arreglado para tragar, Sungmin dejó la suite de Leeteuk y paseó por los corredores hasta que se encontró de nuevo en la habitación del gran cielo raso de vidrio.

Para ahora, la multitud había disminuido y el área de la TV estaba vacía de niños. Unas pocas personas estaban sentadas a las mesas, bebiendo café o terminando sus almuerzos. La señorita Sora estaba sentada en un extremo del área comedor, leyendo un gigante y antiguo libro. Cada pocos segundos, alzaba la mirada a los niños cercanos, como si necesitara mantener un ojo sobre ellos. Después de enseñar en una escuela pública por tanto tiempo, Sungmin suponía que era más un hábito que cualquier otra cosa.

Apartó una silla y se sentó en diagonal a la mujer. La señorita Sora alzó la mirada y le sonrió ampliamente.

—¡Sungmini! Cómo que vivo y respiro. ¿Qué estás haciendo aquí?

Se la veía más joven, como si algunas de las arrugas hubieran sido borradas de su rostro. Aún usaba el mismo chillón lápiz labial y el rodete blanco sobre su cabeza estaba aún sostenido en su lugar por un amarillo lápiz número dos, pero todo lo demás acerca de ella parecía… diferente.

—¿Recuerda a esos groseros hombres del restaurante? —preguntó Sungmin.


—Por supuesto.

—Uno de ellos me encontró.

—Ah. Kyuhyun. Ese pobre muchacho ha estado suspirando por ti desde que huiste. Estoy contenta de que finalmente te alcanzara.

—¿Contenta? Ellos la secuestraron a usted y a Leeteuk y los trajeron aquí en contra de su voluntad. ¿Cómo puede ponerse de su parte?

Los ojos de la señorita Sora se estrecharon y apuntó con un nudoso dedo a Sungmin.

—No te pongas presumido conmigo. Puede que condene sus métodos, pero si no fuera por ellos, estaría muerta ahora mismo. También lo estaría Leeteuk.

—Eso dicen ellos. No lo puede saber de seguro.

—Sí, puedo. He hablado con los suficientes niños aquí para saber qué ocurre con aquellos que los Suju no logran encontrar a tiempo. Tantos de ellos han perdido a sus padres, a sus familias. Los Sasaengs hacen cosas horribles que ni siquiera se acerca al pecado de forzar a alguien a estar a salvo en contra de su voluntad.

—¿Cómo sabe que los niños no están mintiendo? —preguntó Sungmin.

La señorita Sora alzó una blanca ceja.

—Treinta años de experiencia. Así es como lo sé.

—¿Cómo sabe que no les han lavado el cerebro? ¿Cómo sabe que sus padres no están allí afuera, buscando a sus niños perdidos?

La anciana mujer negó con su cabeza, frunciendo el ceño.

—Eres un niño testarudo y probablemente sólo creerás cuando lo veas con tus propios ojos, pero cuando hayas pasado aquí el tiempo suficiente, sabrás lo que yo sé. Verás a un gran y fornido hombre cargar un niño ensangrentado a través de aquellas puertas, uno que estará llorando y aferrándose a él como si la vida le fuera en ello. Leerás los periódicos y verás fotos de los padres brutalmente asesinados, reducidos a pedazos por monstruos. Sólo entonces sabrás la verdad, bien en el fondo, como yo la sé.

—¿Cómo sabe que no son aquellos grandes y fornidos hombres quienes matan a los padres? Ellos sí portan espadas, ¿sabe?

—¿Eres realmente tan ciego? —Preguntó la señorita Sora—. ¿Puedes realmente mirar alrededor de éste lugar de refugio y ver tanta maldad? Porque si puedes, entonces tendré que preguntarme qué es lo que está mal contigo.

Y ese era el quid del problema. Desde que había llegado allí, no había visto ni un solo signo de tortura o maltrato. Todos parecían contentos, a salvo.

La señorita Sora se puso de pie, sin la ayuda de su andador, sin ni siquiera reclinarse en la mesa en busca de apoyo. Incluso aunque no llegaba a los cinco pies de altura, ya no se encontraba encorvada por la edad. Se giró en círculo, sus movimientos suaves y fluidos.

—Aquí no se hacen lavado de cerebros, niño. Los Centinelas no tenían que sacarme mi dolor o liberarme de ese condenado andador, pero lo hicieron. Y bajo un costo muy grande, también. Nunca he tenido una fascinación por los vampiros como estos jovencitos tienen, pero el que me curó casi se enferma haciéndolo. Hicieron falta tres Suju dispuestos a abrir sus venas y sangrar por mí para lograrlo, también. Estos hombres podrán ser grandes y brutos groseros, pero son buenos, grandes y brutos groseros. Sin ellos, odiaría pensar dónde estaría el mundo. Tal vez deberías pasar más tiempo pensando en ello por un momento.

—Lo he hecho. Créame. Nada parece claro ya.

—Entonces, diría que necesitas echar una mirada alrededor. Velo por ti mismo.

—Eso fue lo que dijo Leeteuk.

La señorita Sora volvió a sentarse y despidió a Sungmin con un gesto de su mano.

—Anda. Tengo trabajo que hacer. Hay aquí una estantería repleta de libros que aún no he leído y eso simplemente no lo puedo soportar. —Volvió a su lectura, despidiendo a Sungmin.

Con un suspiro por la fatiga y la confusión, Sungmin se retiró. En todo en lo que podía pensar era que si los Centinelas querían mantener prisionera a la señorita Sora, la última cosa que habrían hecho era darle la capacidad para huir más fácilmente.

Como tantas otras cosas de las que había sido testigo, esa no tenía ningún sentido.

La luz del sol en el exterior clamaba por él. Tal vez algo de aire fresco le ayudaría a comprender. Y si no lo hacía, al menos caminando libraría el exceso de energía arañando en su interior, volviéndolo ansioso.

El área de ejercicio al aire libre estaba repleta de hombres musculosos, sin camiseta y brillando como si supieran que se estaba acercando y quisieran brindarle un fantástico show.

La mayoría de los hombres eran Suju, podía darse cuenta por sus tatuajes del árbol. Unos cuantos humanos se mezclaban con ellos, sudando y levantando pesas, aunque no tanto. Aparentemente, los Suju eran súper-fuertes. O tal vez habían estado levantando pesas por más tiempo.

Sungmin disfrutó de la vista al salir por las puertas y caminar justo hasta la mitad del área como si fuera el dueño del lugar.

Estaba bastante seguro de que ellos no le permitirían pasar, pero más que algunas miradas interesadas, algo a lo que estaba acostumbrado, nadie se movió para interceptarlo.

Hasta ahora, todo bien.

Siguió un camino hacia la derecha, y vio agua brillando a la distancia, era un lago o un estanque verdaderamente grande. El césped era espeso y abundante, y las flores estaban plantadas en bastantes pequeños grupos alineados junto al camino.

Al pasar por la esquina de un ala, vio un área encercada y oyó el divertido chillido de pequeños niños. Algunos de ellos escalaban por el firme tobogán de plástico, o corrían hacia la pequeña casa de juego. Dos niños estaban haciendo rodar una pelota entre ellos, su puntería era tan mala que tenían que correr detrás de la pelota, lo que era aparentemente parte del juego, basado en la forma en que reían mientras lo hacían. Tres niñas en un gigante arenero construían un torcido castillo de arena.

Sungmin posó los brazos en la baranda superior y simplemente los contempló, ignorando las miradas de los adultos que mantenían un ojo sobre los traviesos chiquillos. No había esperado ver niños allí, y ciertamente no tantos.

Parecían felices. Saludables. ¿Cómo podía eso ser cuando ellos estaban siendo criados junto a monstruos?

A menos que, por supuesto, Leeteuk y Kyuhyun hayan estado diciendo la verdad todo ese tiempo, y era su madre y los Defensores quienes hubieran estado equivocados.

Ese era su hogar. No había forma en que él destruyera eso, y ciertamente no había forma en que los llevara a todos a la seguridad.

Lo que quería decir que no sólo no podía hacer volar ese lugar, sino que tampoco podía dejar que los Defensores lo hicieran. Estaba tan claro como el agua. Tenía que buscar una manera de contactarse con ellos y hacerles saber que había niños allí.

Se alejó del jardín de juego y regresó por el mismo camino en que había venido. Sólo que esa vez, cuando trató de pasar por el área de ejercicio, cuatro altos Suju se interpusieron en su camino.

—Déjenme pasar —les dijo, estirando su cabeza para mirarlos a los ojos.

El que tenía una cicatriz en el rostro le dijo:

—No hasta que te toquemos.

Sungmin retrocedió y chocó contra otro hombre. Él lo aferró por sus antebrazos y el pánico se deslizó en él por medio segundo antes de que su cuerpo se tranquilizara, y toda la preparación que había hecho apareció.

Eso era lo que había estado esperando todo el tiempo y sabía bien cómo manejarlo.



Wook estaba encortinado sobre Yesung como una manta cuando él se despertó.

Por un momento, pensó que estaba soñando otra vez, pero en sus sueños no sufría, así que tenía que estar despierto.

El reloj de la mesilla le dijo que eran casi las dos de la tarde. Había dormido más de lo normal, aún teniendo en cuenta lo exhausto que había estado la noche anterior.

La cabeza de Wook estaba plegada debajo de su barbilla y podía sentir su aliento deslizarse fuera de sus pulmones, haciéndole cosquillas cuando pasaba rápidamente por el pelo de su pecho. Una de sus manos estaba clavada en su cintura y la otra ahuecándole el culo. Sus delgadas piernas se habían reacomodado entre sus muslos, y su dura polla latía contra su estómago.

No tenía ni idea de cómo se había metido en su habitación, o lo que en el infierno le había poseído para venir, pero todo eso era insignificante ahora. Wook estaba aquí, en su cama, y todo dentro de él gritaba por esa causa, era suyo para tomarlo.

El sudor perlaba sobre su piel y comenzó a temblar contra la necesidad de lanzarlo debajo de él y follarlo, conducirse al interior de su cuerpo hasta que un poco del dolor se purgara y pudiera pensar correctamente.

No le había pedido que viniera a él. Tenía que estar aquí porque eso era lo que Wook quería hacer, ¿cierto?

Había algo en esa línea de lógica que estaba mal, Yesung se mantuvo quieto, luchando contra sí mismo hasta poder averiguar de qué se trataba. Trató de recordar lo que había hecho antes de que su alma comenzara a morir, antes de que hubiera pasado de ser un hombre noble a este asesino sediento de sangre que era ahora.

Wook estaba enfermo. Frágil. Completamente loco. El chico no sabía lo que quería. Quizá por eso necesitaba mantenerse a raya.

Sus dedos se rizaron contra su pecho desnudo y dejó escapar un suspiro. La sangre de Yesung latía con fuerza a través de él, feroz y duramente.

¿Por qué diablos estaba aquí?

¿Para follar? ¿O es que lo necesitaba? Tal vez había venido aquí en busca de ayuda y había estado demasiado cansado para volver a su habitación. Tenía más sentido que cualquier otra cosa.

Poco a poco, para no despertarlo, Yesung giró su cuerpo sobre el colchón. Acunó su cabeza en la mano, manteniéndola firme mientras cambiaba su ligero peso. El  chico ya tenía demasiado liado su cerebro para que le hiciera más daño presionando en su cabeza, pero la parte de él que solía ser buena le recordó que se suponía que debía ser cuidadoso. Wook podría ser capaz de salvar a uno de sus hermanos.

Su blanco cabello se derramó sobre las sábanas, los labios rosados eran visibles en la tenue luz de su dormitorio. El pálido pantalón que llevaba caía hasta los tobillos y escondía los huesudos contornos del consumido cuerpo.

A Yesung no le gustaban los pollitos flacos y huesudos. Wook no debería haber hecho nada por él, aunque su polla pensaba de otra manera. No es que pudiera escucharla por consejo, la cosa tenía una mente propia.

Antes de que pudiera detenerse, miró el anillo en su dedo, esperando una señal de que podía salvarlo. Como siempre, no vio nada en las pálidas profundidades de la banda, ningún pulso de color o luz de esperanza.

Yesung ni siquiera pudo encontrar la fuerza para lamentarse por lo que podría haber sido. Estaba vacío. Hueco. Vacío de todo excepto de dolor e ira.

Más esos fieles compañeros le habían servido bien la pasada noche mientras los cazaba. Dieciséis sgaths más habían caído por su espada. No sabía si alguno de ellos había robado trozos de la mente de Wook, pero si lo hubieran hecho, estaría mucho más restaurado cuando se despertara hoy.

Matar era todo lo que tenía para ofrecerle, por más que deseara que fuera diferente.

Con una última mirada, Yesung se deslizó de la cama para vestirse para en un par de horas de bombear hierro en el patio de formación. Después de eso, iría a buscar a una puta o tres para follar, luego salir a matar a algunos sgaths más al caer la noche. Misma vida, misma rutina. Por lo menos ahora que habían encontrado lo que estaba plagando a Wook, tenía una razón para levantarse de la cama cada día.

—Yesung—. La débil voz de Wook flotó desde la cama.

Se congeló, sabiendo que si se daba la vuelta ahora, podría cambiar de opinión acerca de las putas y usarlo a él en su lugar. Estaba aquí, y él sufría como el infierno. Podría encontrar un poco de alivio dentro de su cuerpo, flaco o no, aunque fuera sólo por un tiempo.

—Te vi anoche —dijo—. Cazando.

Si lo había visto, entonces, una astilla de su mente había estado en las bestias que había matado. Por lo menos había encontrado al sgath correcto. Eso era algo.

—¿Cómo fue mi técnica?—Preguntó sin volverse.

Oyó un movimiento de la tela, el leve crujido de la cama cuando se movió bajo su escaso peso. Se acercaba a él. Podía sentirlo en el endurecimiento de sus músculos, la percepción del calor de su piel.

Su parte sin alma le desafió a que lo tocara. Que tratara de tocarlo. Era toda la excusa que necesitaba para abatirlo y usarlo. Si lo tocaba, entonces debía querer que le tomara. No tendría más motivos para contenerse. Podría ceder a esa perversa parte suya que quería la liberación que podría conseguir en su interior. Todo lo que tenía que hacer era poner un solo dedo en su cuerpo y sería suyo. Yesung se apartó, fuera del alcance de la cama.

—¿Tienes miedo de mí? —Preguntó.

No lo quiso decir como una burla, pero la sangre de Yesung corría caliente, y esa es la impresión que tuvo, de todos modos. Se giró en redondo, sin molestarse siquiera en ocultar la gruesa erección de su vista, como hubiera hecho antes de haber perdido su alma. Su honor.

Parecía casi etéreo, demasiado pálido y resplandeciente en la oscuridad. Estaba arrodillado en la cama, y el blanco pantalon agrupado en torno a sus rodillas, ocultando el cuerpo de su vista.

Yesung quiso despojarlo de él y verlo desnudo. Mantenerlo de ese modo. Ni siquiera importaba si era huesudo y débil. Iba a encontrar una manera de arreglarlo y hacerlo lo suficiente saludable para el tipo de tratamiento que tenía que ofrecerle.

Cuando habló, su voz era áspera por la excitación.

—No, pero tú deberías tener miedo de mí. ¿Qué diablos estabas pensando para entrar en mi habitación? ¿En mi cama?

Wook frunció el ceño por la confusión.

—He dormido aquí todos los días y no te has quejado.

—Como el infierno lo has hecho—escupió Yesung—. Creo que me acordaría si tuviera a otra persona en mi cama.

Aunque había dormido como un tronco desde hacía algunos días, así que tal vez estaba equivocado. ¿No sería genial saber que había cometido un desliz durante tanto tiempo que ni siquiera podía mantenerse a salvo de quien quisiera entrar?

Wook miró hacia abajo.

—Oh. Tienes razón. Hoy estoy usando mi cuerpo. Eso lo hace diferente.

Yesung no tenía ni una jodida pista de lo que eso significaba.

—¿Y tú no te fuiste antes?

—No. Estaba demasiado débil para llegar conmigo. Estoy mejor ahora.

Cerró los ojos y deslizó sus manos por el cuerpo. Obviamente se estaba revisando a sí mismo buscando algo, y no había tenido la intención de darle a Yesung un show erótico tocándose, aunque lo hiciera de todos modos.

La visión le hizo temblar de necesidad. Quiso que esas fueran sus manos, o al menos que hiciera eso mismo estando desnudo. Se estaba burlando, y a él no le gustó ni un poquito. Le demostraría lo que le pasaba a aquello que jugaban con él.

Su polla se crispó contra los confines de sus bóxers, y apenas pudo contenerse a tiempo, para evitar tratar de alcanzarlo. Necesitó cada pedazo de fuerza para bloquear los pies en su lugar. Si lo tocaba ahora, sabía cómo iba a terminar. Estaría desnudo, debajo de él, y no le importaría una mierda si lo quería. Si a Wook le gustaba o no.

Cerró los ojos, y le ayudó a recuperar suficiente fuerza de voluntad para hablar.

—No vengas aquí otra vez—ordenó.

—Pero te necesito, Yesung.

Sus palabras le golpearon como un puño en el estómago. Sacudiendo el aire de sus pulmones y dejándole tambaleante por el control. Había pasado siglos con la esperanza de oír esas palabras de una pareja Suju, pero ya era demasiado tarde. No podía salvarlo.

La confusión empañó sus ojos. No estaba cuerdo. No entendía lo que Yesung quería hacerle, lo que le hacía a él, y tuvo que dejar de esperar que Wook fuera capaz de hacerlo.

Reunió la poca paciencia que pudo encontrar y obligó a su voz a ser suave, aunque el dolor rabiando dentro de él era todo lo contrario.

—Wook, me necesitas para matar a los sgaths que mantienen tu mente cautiva. Eso es todo.

Se movió en la cama, más veloz de lo que hubiera sido posible para Wook en su debilitado estado. No lo esperó, y no fue lo suficientemente rápido como para evadir su agarre. Presionó su mano sobre su marca de vida. Su palma sobre su piel desnuda estaba caliente, pero eso fue todo. Yesung se encontró esperando en vano para sentir algo, cualquier cosa, incluso el más mínimo cambio de las ramas de su árbol.

La única hoja congelada a medio camino de su torso se sentía muerta bajo su mano. Y, por supuesto, las otras falsas hojas que se había tenido que tatuar en el pecho permanecían inmóviles y sin vida.

No era suyo. Lo sabía. Lo había sabido desde aquella primera noche, cuando lo había rescatado de un hospital psiquiátrico. Ya era hora de seguir adelante y dejar de permitirle que lo torturara.

—Estás equivocado —le dijo—. Te necesito. Por favor no me eches.

Quiso llegar a un acuerdo. Quiso darle todo lo que alguna vez hubiera querido, pero tenía mejor criterio. No era capaz de darle otra cosa que dolor y pena.

—No puedo confiar en mí mismo para no hacerte daño.

—Yo confío en ti.

Sintió que su labio se fruncía en la auto-repugnancia.

—Entonces eres un niñito tonto que mereces todo lo que recibes. —Levantó la mano de su piel, la dejó caer, y luego le volvió la espalda—. No vuelvas otra vez. Si lo haces, me aseguraré de que lo lamentes.



Kyuhyun vio el alboroto en el patio de formación y fue a ver qué pasaba. Pensó en
ignorarlo así podría regresar más rápidamente con Sungmin, pero su sentido del deber no le permitió alejarse de sus hermanos. Con la barrera siendo vulnerable, no quería correr ningún riesgo de que lo que estaba pasando no fuera más que una escaramuza impulsada por la testosterona.

Cuando apartó las puertas de cristal, vio a Zhoumi, Jonghyun y a Yonghwa retrocediendo de alguien. Sus grandes cuerpos se desviaron lo suficiente y tuvo una visión de quién era ese alguien.

Sungmin.

Llevaba una barra de levantar pesas en las manos, blandiéndola como si fuera un bastón, con esa misma fiera expresión que había tenido la primera vez que lo conoció, la noche que le había apuñalado. Sungmin El Vengador.

Un Suju estaba en el suelo, sujetando su cicatrizada mano contra su cabeza para disminuir el sangrado. Zhoumi levantó las manos, como lo hizo Jonghyun y Yonghwa, aunque Yonghwa estaba sonriendo como un tonto.

—Es enérgico—dijo—. Me gusta eso.

Un primitivo garrote de celos golpeó a Kyuhyun sobre la cabeza, y estaba caminando hacia adelante antes de que tuviera la oportunidad de pensar dos veces acerca de lo que pensaba hacer. Con un poderoso empujón de sus palmas contra los hombros de los hombres, Yonghwa y Jonghyun salieron volando en direcciones opuestas.

Zhoumi esquivó a sus amigos voladores y dio un paso hacia delante de Sungmin, como para protegerlo. De Kyuhyun.

—Fuera del camino—gruñó Kyuhyun.

—No hasta que te hayas calmado, hombre—dijo Zhoumi.

Una posesiva furia martilleó contra Kyuhyun, calentando su sangre y haciéndole ponerse rojo de ira.

—Es mío.

—Tal vez sí. Tal vez no. Todo lo que estoy diciendo es que no te acercarás a él a menos que te calmes lo suficiente.

El estruendo de metal golpeando cemento sonó desde detrás de Zhoumi cuando la barra cayó de las manos de Sungmin. En un abrir y cerrar de ojos, corrió a toda prisa, sus zapatillas de tenis abofeteando contra el suelo.

Kyuhyun no estaba dispuesto a dejarlo escapar. No esta vez.

Chocó contra Zhoumi con toda la fuerza de su peso, balanceando al hombre sobre sus talones. Fue todo el espacio que Kyuhyun necesitó para adelantársele y se lanzó a una carrera de muerte, siguiendo a Sungmin sobre el rico césped.

La emoción de la caza corría a través de él, haciendo que su sangre cantara en sus venas. El poder inundó sus miembros y una salvaje sonrisa estiró sus labios. Podía correr así durante horas y nunca cansarse. No, cuando perseguía a una presa con un culo tan bonito como el de Sungmin.

Oyó unos pasos detrás de él, probablemente sus hermanos que venían a salvarlo del lobo grande y malo, pero no bajó el ritmo.

Se dirigió a la hilera de árboles que escudaban varias cabañas. No a todos los Centinelas les gustaba la vida comunal y preferían tener cuatro paredes suyas sin que nadie les molestara. En la actualidad, sólo dos de esas cabañas estaban ocupadas.

Siguió a Sungmin a través de los árboles, manteniendo una distancia lo suficientemente amplia para que pudiera pensar que en realidad podía escapar.

Zhoumi se acercó corriendo a su lado, alcanzándolo por fin.

—No puedo dejar que le hagas daño —dijo.

—No voy a hacérselo.

—Tienes que dar marcha atrás.

—No. Es hora de acabar con esto. Estoy fuera de tiempo y lo reclamaré mientras todavía tengo lo suficiente de mí mismo para ser cortés al respecto —dijo Kyuhyun.

—¿Está seguro que lo serás mientras tu cabeza está en otro sitio?

Kyuhyun había estado manteniendo un atento ojo sobre Sungmin, pero le dio a Zhoumi una rápida mirada. Las cicatrices en la cara del hombre estaban fruncidas por la preocupación. Kyuhyun sintió una oleada de gratitud, sabiendo que su amigo nunca le dejaría hacer nada estúpido que pudiera dañar a Sungmin.

—Estoy seguro.

Zhoumi asintió con la cabeza, manteniendo el ritmo.

—Ninguno de nosotros era compatible. Supongo que es todo tuyo. Entenderás que no pueda quedarme y observar ¿verdad?

Ver a Kyuhyun conseguir lo que todo hombre allí congregado quería más que nada, una pareja que pudiera salvarlos y les permitiera seguir luchando contra los Sasaengs. Había sido duro ver a Kangin encontrar a Leeteuk, verlos felices juntos, cogidos de la mano y sonriendo. Amaba a Kangin como a un hermano, pero los celos rabiando a través de él no habían sido muy divertidos de sufrir. No deseaba infligirle eso a nadie.

—Sí. Regresa y dile a los hombres que está a salvo. Y que nos den algún tiempo a solas.

Zhoumi desapareció entre los árboles y Kyuhyun aceleró, acortando la distancia con Sungmin. Cuando lo tuvo a la vista, giró a la izquierda de la cabaña de Hyukjae, Kyuhyun lo siguió. Sus largas piernas se comieron el suelo mientras su cuerpo ansiaba recuperarlo a donde pertenecía, a su lado, para siempre.

La siguiente vez que Sungmin miró por encima de su hombro, él estaba al alcance del brazo. Sus ojos se ampliaron y se tropezó con la raíz de un árbol.

Kyuhyun agarró la parte posterior de su camiseta para detener la caída, después, lo cogió en sus brazos. No lo dejó moverse. Lo mantuvo sujeto en sus brazos y continuó hacia la siguiente cabaña desocupada. No era tan elegante como lo eran las suites en el edificio principal, pero tenía un colchón en la cama que serviría de almohada al trasero de Sungmin y eso era lo que realmente importaba.

—Pensé que habías dejado de correr—le dijo.

Su voz era áspera y más dura de lo que había previsto.

—Suéltame—jadeaba.
        
Sus mejillas estaban ruborizadas y el pecho le subía y bajaba, presionando deliciosamente en contra de él.

Kyuhyun pateó la puerta de la cabaña abriéndola y la cerró de golpe una vez que habían entrado. Las puertas se cerraban desde el interior con gruesas y fuertes vigas de madera sobre soportes de hierro. La golpeó con el codo y la viga cayó en el soporte, encerrándolos.

El lugar olía un poco a humedad, pero el aroma de pino lo hacía tolerable. Estaba oscuro en el interior, en comparación con el exterior, con sólo un pálido rayo de luz que se filtraba deslizándose por entre los árboles a través de las polvorientas ventanas.

La cabaña era pequeña, quizá de unos 18 metros cuadrados. Una cama se ceñía a una pared y a lo largo de la pared de enfrente había una chimenea y una mesa con dos sillas. En la esquina, había un cuarto de baño con todo el equipamiento necesario, aunque nada de eso era de lujo. Aparte de comida, aquí tenían todo lo necesario.

—Bájame, Kyuhyun.

La voz de Sungmin tembló y ya no sonaba como la de alguien lo suficientemente seguro de sí mismo como para enfrentarse a un grupo de hombres grandes armado sólo con un palo de metal.

Kyuhyun hizo lo que le dijo y lo puso en el desnudo colchón. Antes de que pudiera intentar nada, gateó encima y lo enjauló con su cuerpo. Mantuvo su peso sobre sus manos y rodillas, conservando la mayor distancia entre sus cuerpos mientras pudiera.

No confiaba lo suficiente en sí mismo como para presionar completamente su cuerpo sobre el de Sungmin y mantener el control. Así y todos, su polla estaba dura y su sangre exigía que estacara un reclamo físico en su cuerpo y al infierno con la luceria. Lo quería desnudo y extendido para su placer. Sólo la idea de deslizar las manos sobre su piel desnuda fue suficiente para hacerle temblar.

Pero tenía que hacerlo bien. Un paso a la vez, y eso significaba mantener sus manos quietas y su polla dentro de sus vaqueros, muy a su pesar.

—Tenemos que hablar—le dijo.

—Sólo quiero salir, ¿de acuerdo?

—Es demasiado tarde para eso. No tengo tiempo para encontrarte otra vez.

Podía sentir su última hoja apenas prendida en la rama. Estaba seca y marchita, y estaba seguro de que no iba a durar hasta la mañana. No sin Sungmin dándole lo que necesitaba.

Kyuhyun trazó un dedo sobre su garganta. Podía sentir su pulso deslizándose bajo su dedo. Su piel estaba caliente y tan suave y sedosa que tuvo que cerrar los ojos y disfrutar de la sensación, perdiéndose por completo en ese toque único por un buen rato.

—Me estás asustando —susurró.

Kyuhyun no quería eso. Quería hacerlo feliz. Para ocasionar que se sintiera bien.

Le había dicho que se sentía bien cuando lo tocaba, por lo que Kyuhyun extendió la mano sobre su garganta, deleitándose con el contraste de su piel contra la suya, la rugosidad de sus manos contra la perfecta suavidad de su cuello. Envió una cinta de energía a través de su brazo, dejando que la chispa entre ellos, se expandiera en un millón de pequeños fragmentos de sensación.

Los ojos de Sungmin se agitaron cerrándose y dejó escapar un suave sonido de placer.

—¿Todavía asustado? — Le preguntó, forzando a su tono a permanecer suave a pesar de que la necesidad de reclamarlo rugiendo a través de él era cualquier cosa menos suave.

Agarró su muñeca, envolviendo ambas manos a su alrededor. No le apartó, simplemente se agarró, temblando en la indecisión.

Su labio inferior temblaba, y quiso besarlo y alejar la preocupación que escuchó en su voz.

—Leeteuk dice que estoy equivocado. La señorita Sora dice que estoy equivocado. Tú dices que estoy equivocado. Todos vosotros decís que los Centinelas son los buenos. ¿Cómo puede mi vida entera ser una mentira?

Kyuhyun no quería hablar. Quería pedirle que le diera lo que necesitaba, tanto su cuerpo como su promesa de permanecer a su lado para toda la eternidad. Sabía lo que eso significaba, que ambos serían felices si se hubiera despojado de las mentiras de su educación humana y lo dejara mostrarle la verdad de su raza. Su raza, también.

Le deslumbró con una mirada de desesperación, tan fuerte que supo que tenía que reducir la velocidad. Necesitaba que le hablara, le calmara, y al final, él no podría negarle nada.

Kyuhyun contuvo su martilleante lujuria y deseo para sí mismo para hablar.

—Nadie puede obligarte a creer. Todo lo que puedo hacer es ofrecerte un medio para conocer la verdad por ti mismo.

Su mirada se trasladó a la garganta. A su luceria.

—Yo… no puedo.

—¿Por qué no?—Esa pregunta le costó otra preciosa astilla de control, aunque la ofreció, no obstante.

—Si mamá tenía razón, entonces una vez me ponga eso será demasiado tarde. Estaré encarcelado.

—Esa no es la forma en que funciona. No puedo obligarte a usarlo, créeme. Si pudiera, ya serías mi caballero.

—¿Otra mentira?—Preguntó con un deje de desafío levantando la barbilla.

Kyuhyun sonrió. Le encantaba eso de Sungmin. Allí estaba, atrapado debajo de él, mientras estaba encerrado en una cabaña dentro de un complejo del que no podría escaparse fácilmente, y aún así, no se daba por vencido. Su Sungmin era un luchador hasta la médula, y era un hombre afortunado por haberle encontrado.

—Hay una manera de averiguarlo —se burló—. A menos que tengas miedo.

Las chispas de rebelión iluminaron sus ojos.

—Supéralo. No eres lo suficientemente espeluznante para meterme miedo. Me he pasado la vida escapando de monstruos más temibles que tú. Cuando te crezcan algunas garras o dientes o algo, hablaremos.

—Entonces, ¿qué te detiene? —Inclinó la barbilla, dejando al descubierto la garganta—. Toma. Depende de ti el tiempo que decidas llevarla.

Levantó la mano y el cuerpo de Kyuhyun se tensó en la anticipación. A pesar de lo que decía, tenía miedo. Podía sentirlo en la forma en que su brazo temblaba, la forma en que sus pupilas se habían reducido hasta pequeños puntos de color negro.

Pero aún con ese miedo, no dio marcha atrás. Pasó el dedo a lo largo de la banda y Kyuhyun sintió deslizarse a través de él ese único toque, como un relámpago, chisporroteando hasta la punta de sus pies. Su pene tiró para la liberación y un zumbido caliente de deseo se abrigó alrededor de sus venas.

—No sé qué hacer.

—Sólo tienes que cogerla.

Kyuhyun estaba jadeando, aspirando el aire suficiente para mantener el control.

Envolvió sus finos dedos en torno a la luceria y le dio un ligero tirón. Se abrió y Sungmin jadeó, dejándola caer, como si fuera una serpiente viva, pero a la luceria no le importó. Cayó en su cuello, trabándose en su lugar como si hubiera estado esperando toda su existencia para este momento único en el tiempo.

Los ojos de Sungmin se ensancharon y empujó con fuerza contra Kyuhyun. Se movió lo suficiente para dejarlo sentarse, pero todavía se mantenía a horcajadas sobre sus piernas, asegurándose de que no fuera a ninguna parte. No hasta que esto se hiciera. Permanente.

Kyuhyun le sonrió. No podía evitarlo.

—Nunca he visto nada más bonito en mi vida que tu ahora mismo.

Tiró de la luceria.

—No se caerá.

Kyuhyun capturó sus manos antes de que pudiera lastimarse.

—Aún no me has dado tu juramento.

—No sé qué decir.

Kyuhyun lo quería para siempre. Pero para conseguir lo que quería, tenía que ser inteligente, actuar con cautela. Si seguía viéndole como su enemigo, nunca iba a aprender a confiar en él, y si eso ocurriera, su vínculo no funcionaría bien. La confianza era vital para el flujo de poder entre ellos.

A pesar de que odiaba la idea, sabía lo que tenía que hacer. Si quería su confianza, tenía que ofrecerle la suya.

—Promete llevarlo hasta que cambies de opinión. De esa manera, si ves algo que no está bien y que ya no quieres estar conmigo, te podrás ir.

—¿Qué será de ti?

—He vivido mucho tiempo. No te preocupes por mí.

—Confíe o no en ti, no quiero ser el que te mate, Kyuhyun.

—No lo harás. Incluso si decides irte, mi muerte no será culpa tuya. Me dirijo a ella rápidamente de todos modos. Cualquier tiempo adicional que me des es un don, que extiende mi vida natural.

Simplemente no estaba listo para que se acabara todavía. No, si Sungmin podía ser parte de ella.

Con mucha suerte y paciencia, vería la verdad y nunca se quitaría la luceria. Encontraría una manera de hacer que eso sucediera.



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yota´s news : De regreso?

 Buenas tardes a todas las lectoras. Después de un año  y casi 4 meses regreso a saludarlas y comentarles nuevas.  Me gustaría decirle...