Libre Para Amar II -6




Jinyoung observó el bosque apoyado en la pared exterior del castillo. La primavera había llegado por fin a Goyang y todo estaba lleno de luz y color. Capullos verdes renacían entre las hojas secas, llenándolo todo de vida.
Contempló los pinos, siempre verdes, y los narcisos amarillos que ya habían florecido. Ya no ululaba el viento gélido del invierno, sino suaves y fragantes brisas.
La naturaleza parecía reflejar una nueva época de esperanza y comienzos en Goyang.
Se giró y miró a los hombres que llenaban el patio. Su marido le daba la espalda. Lo había estado evitando desde la noche que tuvo que subirlo en brazos desde el comedor. Sir Taecyeon y Nichkhun vieron que estaba observándolos y lo saludaron con un leve movimiento de cabeza. Chan, más expresivo, lo miró a él, después a Jaebum y se encogió de hombros.
Daba la impresión de que ellos, sus queridos casamenteros, tampoco sabían qué más podían hacer. El mismo también estaba perdiendo la esperanza.
No podía dejar que las cosas siguieran de esa forma. Se había jurado que no viviría así el resto de sus días. Había sufrido mucho durante los siete años de separación, pero era casi peor tenerlo allí y no poder estar a su lado.
Tampoco habían hablado desde esa misma noche. Estaba muy claro que él estaba haciendo lo posible por ignorarlo y evitarlo. Cada vez que entraba en una sala, Jaebum salía de allí.
Las primeras veces, pensó que había sido sólo una coincidencia, pero pronto se dio cuenta de lo que pasaba.
Se había concedido una semana para recuperar sus fuerzas. Después de ese tiempo, ya podía cuidar de sí mismo. Había llegado el momento de forzar a Jaebum para que tomara una decisión de una vez por todas. Le daba miedo, pero tenía que hacerlo.
Caminó de vuelta a la puerta. Iba pegado a la pared y acariciaba con una mano las piedras. Duras e inmóviles, le recordaban a Jaebum. Pero un cantero con talento podía tomar esas piedras y crear algo maravilloso y bello con ellas. Con piedras se hacían ornamentadas catedrales y castillos con bellos arcos y gárgolas.
Si un cantero podía darle tanta vida a una piedra, pensaba que él también podría crear algo bello con su frío y testarudo marido.
Había sentido el pulso de Jaebum acelerándose la noche que lo llevó en brazos hasta sus aposentos. También notó cómo titubeó al dejarlo en la cama.
Podía afirmar que era indiferente, que no sentía nada, pero no lo creía. Sabía que Jaebum sentía algo. Podía ser ira, no podría culparlo por ello. Quizá fuera incluso odio, pero los sabios decían que del odio al amor no había demasiado trecho. Esperaba ser capaz de atemperar esos sentimientos y transformarlos en amor.
Se detuvo para observar de nuevo a su esposo. Sabía que no iba a serle fácil recuperar su amor. Le llevaría mucho tiempo restablecer los lazos que los habían unido en el pasado. Pero tenía tiempo de sobra.
Lo que no tenía era un plan de ataque.


Jaebum podía sentir que Jinyoung estaba cerca. Podía percibir su mirada, su presencia. Y, de reojo, vio cómo sir Taecyeon le hacía un gesto con la cabeza a alguien que estaba detrás de él.
Le fastidiaba darse cuenta de que sus hombres parecían estar de parte de su esposo. Pensó que quizá había llegado el momento de enfrentarse a ellos y hacer que dejaran de comportarse como casamenteros.
Creía que su lealtad no servía de nada. Le había bastado con ir varias veces a la aldea y hacer algunas preguntas para comprender que, tanto Jinyoung como sus hombres, le habían mentido.
Los aldeanos no conocían toda la verdad y sus versiones de la historia estaban mezcladas con sus opiniones. Pero había averiguado lo suficiente como para darse cuenta de que Jinyoung no era el cualquiera que afirmaba ser.
Quería saber lo que había pasado en Goyang ese último año, pero quería que fuera él quien se lo dijera. Estaba enfadado, celoso y dolido. Pero a veces no sabía ni con quién estaba enfadado. Aún no sabía qué sentía por él. Quería que Jinyoung confiara en él lo suficiente como para decirle la verdad. Y quería confiar en él antes de poder descubrir qué sentía por ese joven.
Se concentró en el joven que estaba entrenando en ese instante. Llevaban mucho tiempo golpeando postes. El hombre sudaba profusamente y le temblaba el brazo de tanto esfuerzo.
—¡Detente! —le dijo bajando su vara—. Ya es suficiente por hoy.
Miró entonces a sir Taecyeon, Nichkhun y Chan. Los tres hombres ya se alejaban de allí.
—No tan deprisa —les gritó—. Quedaos.
Esperó a que se fueran el resto de los hombres para hablarles.
—Agradecería que encontrarais algo mejor que hacer con vuestro tiempo —les dijo entonces.
—¿Cómo decís, mi señor? —repuso Nichkhun.
—¿Qué queréis decir? —preguntó sir Taecyeon.
Los miró y sacudió la cabeza. Eran hombres valiosos en el campo de batalla, pero se les daba muy mal fingir.
—¿Qué queréis decir? —repitió él—. Vos mismos os habéis delatado con esa manera de hablar. Lo hacéis como Suzy o Hyorin.
Los tres tuvieron al menos la decencia de ruborizarse.
—No necesito que os preocupéis por mí o mi esposo.
—Pero sólo estábamos... —empezó Nichkhun.
—No —lo interrumpió él levantando una mano—. Yo...
Dejó de hablar cuando vio a Jinyoung. El lo miraba directamente a los ojos y caminaba hacia él con seguridad. El movimiento de sus caderas lo cautivó tanto como su mirada.
—Maldición —masculló.
Había temido que llegara ese día. De hecho, le había sorprendido que no se hubiera enfrentado antes a él.
Los tres hombres se giraron para ver por qué había maldecido. Chan sonrió. Nichkhun intentó no hacerlo y sir Taecyeon levantó las cejas fingiendo inocencia.
—¿Qué ibais a decir, mi señor?
—Podéis retiraros —les dijo.
Chan y Nichkhun le obedecieron de inmediato. Sir Taecyeon lo miró antes de irse.
—Las cosas a veces no son lo que parecen, mi señor —le dijo.
Él sabía mejor que nadie que, tratándose de su esposo, nada era lo que parecía, pero no pudo contestarle antes de que apareciera Jinyoung. Se quedó callado hasta que se retiró el capitán.
Miró la vara y después a él.
—¿Estáis pensando en usar eso? —le preguntó Jinyoung.
Él arrojó la vara al montón donde estaba el resto del material que usaban para los entrenamientos.
—No querréis hacer esto aquí y ahora, ¿verdad?
—¿Hacer el qué, mi señor?
—Jinyoung, no os hagáis el tonto. Estoy harto de que todo el mundo se comporte así.
El alargó la mano y la dejó sobre su torso, en el lugar donde latía con fuerza su corazón.
—Si estoy aquí es para haceros una advertencia —le contestó.
Su descarado comentario le dejó sin palabras. No podía dejar de mirarlo.
—Hace tiempo, me quisisteis como yo a vos. Podíais darme órdenes con sólo una mirada o una caricia. Y yo las cumplía de manera voluntaria. Conseguiré volver a tener todo eso, Jaebum.
Le temblaba la voz y los ojos se le llenaron de lágrimas, pero esas emociones no consiguieron detenerlo. Vio cómo tragaba saliva antes de continuar.
—Cercaré vuestro corazón y destruiré los muros que habéis levantado a vuestro alrededor para mantenerme fuera. Ya os lo he advertido, esposo mío. No me conformaré más que con la victoria.
Sin decir nada más, Jinyoung se giró y se alejó de allí. Él se quedó mirándolo mientras se iba. Estaba claro que su esposo se había convertido en una persona muy valiente durante esos años.
El corazón le latía con más fuerza aún y una extraña sensación atenazó su estómago. No estaba seguro de poder ganar esa batalla.
Pero sacudió la cabeza para no pensar en ello. Había luchado contra oponentes mucho más duros y había ganado. No pensaba perder esa guerra.
Lo siguió hasta la fortaleza con grandes zancadas. Decidió que, si quería guerra, tendría guerra. Pero no iba a quedarse sentado y esperar que Jinyoung condujera el primer ataque.
Jinyoung miró por encima del hombro y comenzó a andar más deprisa. Casi corría. Él le seguía de cerca como si fuera su presa.
Entró en el castillo segundos después que él, justo a tiempo de ver cómo sir Taecyeon le pegaba un puñetazo en la mandíbula a Nichkhun. Antes de que pudiera detenerlos, otros cuatro hombres se unieron a la pelea.
—¡Deteneos! —gritó.
Pero ignoraron su orden, así que se metió entre ellos.
—¡He dicho que os detengáis!
Agarró a un nombre por el brazo y lo sacó de allí, pero el muy tonto volvió a la pelea.
No sabía qué les podía estar pasando. Sus hombres nunca habían peleado así entre ellos. No entendía qué podía haber provocado esa pelea. Agarró la túnica de Taecyeon y sacó al hombre de la contienda. Pero éste tropezó con un banco y cayó hacia atrás, rompiendo una mesa de madera.
—¡Deteneos! —gritó de nuevo.
Esa vez sí que le obedecieron. Se acercó a sir Taecyeon y lo levantó del suelo.
—¿Qué significa todo esto?
Todos empezaron a hablar a la vez. No podía entender nada, así que se concentró en sus caras. Eligió al más débil de todos. Agarró a Chan por la parte delantera de su túnica y tiró de su cuello con fuerza. Todos se callaron de inmediato.
—Eso está mejor —dijo mirando al joven—. ¿Qué significa esto?
Chan tragó saliva. Miró a Taecyeon y a las escaleras. Después volvió a concentrarse en él.
—Mi señor, es que yo... sir Taecyeon... Bueno, nosotros...
Jaebum soltó al guardia. Pensó que si hubieran tenido una razón real para pegarse, Chan ya le habría contestado.
Sabía que, una vez más, se traían algo entre manos. Acababa de decirles que no debían meterse en sus asuntos maritales y parecía que habían decidido no obedecerle.
—¿Por qué no me lo explicáis vos? —le preguntó a sir Taecyeon.
El capitán miró de reojo a las escaleras y ese gesto fue la única respuesta que necesitaba.
No pudo evitar soltar una larga serie de improperios.
—Ya basta. ¿Me habéis oído? ¿Me entendéis? Ya basta. Ésta es mi fortaleza, ¡por todos los demonios! Yo soy el conde de Goyang y él es mi esposo. Yo soy el que decido en todo lo referente a él. La próxima vez que alguien lo ayude, tendrá que salir de este feudo.
—Mi señor, él nos pidió que os detuviéramos —confesó sir Taecyeon agachando la cabeza.
No podía creerse lo que el capitán acababa de decirle.
—¿Así que decidisteis ignorar mis órdenes y meteros en un pelea que ha estado a punto de destrozar mi salón?
—Todo fue tan rápido que no pude pensar en ninguna otra cosa.
No le extrañó entonces que Jinyoung saliera corriendo, había necesitado tiempo para pedir ayuda a sus hombres.
—Lord Jaebum, creo que no entendéis que...
—¡No! —lo interrumpió—. Sea lo que sea que no entiendo, quiero que sea él quien me lo diga.
—Pero él...
—¡No! ¡Lo estáis haciendo de nuevo! Dejad que me ocupe yo de esto.
Pensaba que sus hombres no tenían muy buen concepto de él ni de su inteligencia. Pero no se le pasaba por alto que algo había pasado en Goyang durante su ausencia. Eso lo tenía muy claro.
—No soy tan estúpido como pensáis —les dijo.
Todos se quedaron mirándolo en silencio.
—Las puertas de Goyang nunca han estado cerradas. Nunca. Ni cuando mi padre era el conde, ni durante el tiempo en el que lo fui yo hasta que salí de aquí hace siete años. Pero, por alguna razón que no me han podido explicar aún, han estado cerradas durante los últimos diez meses para que no pudiera llegar nadie de fuera.
Sir Taecyeon parecía estupefacto.
—¿Estáis sorprendido? —le preguntó al capitán—. El señor de Goyang no necesita coaccionar a la gente de la aldea para obtener algunas respuestas.
Nichkhun gruñó al oírlo.
—Los últimos visitantes que tuvisteis se quedaron durante casi dos semanas. Casi catorce días. No fue sólo una noche.
Estaba claro que Jinyoung tenía que aprender a mentir mejor. Se preguntó si habría podido descubrir sus mentiras con la misma facilidad con la que él estaba descubriendo las de su esposo. Ese pensamiento lo dejó sin aliento. Casi se le había olvidado lo compenetrados que habían llegado a estar. Iba a tener que tener cuidado con esas cosas si quería ganar esa guerra.
—La manera en la que protegéis a mi esposo... Es obvio que algo más ocurrió en este sitio.
Uno de los hombres abrió la boca para defenderse, pero él lo detuvo antes de que pudiera hablar.
—No, sé que teníais buenas intenciones, pero necesito saber la verdad de su boca, no de la vuestra.
Sir Taecyeon miró a sus guardias y después se acercó a él.
—Nos disculpamos con sinceridad, mi señor.
—No hay nada por lo que disculparse. No hacíais otra cosa que proteger al joven señor de Goyang, tal y como espero que hagáis en mi ausencia. Pero ahora estoy aquí y, aunque tengáis miedo, podéis confiar en mí, sir Taecyeon. No tenéis que protegerlo de mí. Os agradezco vuestras atenciones hacia mi esposo, pero preferiría que eso lo dejarais de mi cuenta.
—Sí, mi señor.
Miró la mesa que habían roto durante la pelea.
—Ya que habéis colaborado todos en este desastre, será mejor que lo limpiéis entre todos y arregléis pronto la mesa.
Fue hacia las escaleras pensando en todo lo que Jinyoung habría tenido tiempo de tramar durante el retraso que le había producido la pelea. Al menos tenía claro que esa guerra que había iniciado su esposo iba a ser interesante.
Se preguntó si habría cerrado por dentro la puerta. Eso no conseguiría detenerlo si lo que quería era entrar, pero ya había tenido que repararla una vez desde que volviera al castillo y no creía que  fuera a volver a cerrarla.
Consiguió abrirla sin problemas. Los aposentos estaban en penumbra y bastante fríos.
Frunció el ceño. Creía que Jinyoung debería mantener la habitación más caliente si no quería enfermar.
—¿Jinyoung?
No había nadie allí y tampoco en la habitación de Doyoung.
Se le encogió el corazón pensando en lo que Jinyoung podría haber hecho. Le parecía ridículo que se hubiera ido de la fortaleza. Ésa no era manera de intentar ganar una guerra.
Iba a hacerse pronto de noche. Se dio cuenta de que si tenía que salir a buscarlos, iba a necesitar algo más que la fina camisa que llevaba puesta.
Maldiciendo entre dientes, fue hasta sus aposentos para ponerse algo más abrigado. Pero, nada más entrar, se quedó parado.
Había rescoldos encendidos en el brasero y una pequeña mesa al lado de su sillón. En ella lo esperaban una jarra de vino y varias bandejas con comida. La luz de un par de candelabros iluminaba las paredes de la estancia. Miró a su alrededor y fue entonces cuando vio lo que había en su estrecho camastro.
En vez de estar en su elegante cama con dosel, Jinyoung estaba dormido en el camastro que él había colocado en el suelo y en una esquina de su dormitorio.
Despacio y sin hacer ruido, se acercó a él. Se quedó mirando a su esposo y al bebé. El cuerpo de Jinyoung se curvaba de forma protector alrededor del niño, que estaba dormido contra su pecho.
Suspiró al ver aquella escena. Nada sería más fácil que dejarse llevar por esa imagen y desear que todo fuera tal y como parecía.
Pero el pasado aún los separaba. Y, hasta que no hablaran de ello y aprendieran de sus errores, no podrían perdonar sus mutuos pecados ni avanzar.
Se sentó en el sillón y estiró las piernas. Se sirvió una copa de vino y la levantó hacia su esposo. Tenía que admitir que Jinyoung estaba siendo un oponente más fuerte de lo que había pensado.


Jinyoung se despertó asustado. Ya era de noche y los aposentos estaban a oscuras. El camastro de Jaebum parecía más suave y mullido de lo que recordaba.
Tocó el borde del colchón con la mano y se dio cuenta de que no era el catre de su esposo, sino su propia cama. Alargó más el brazo y tocó los pesados cortinajes de terciopelo. Estaba claro que era su dormitorio.
Pero no sabía qué hacía allí. Recordaba a duras penas a Hyorin desvistiéndolo. Se imaginó que habría sido un sueño.
Pero levantó la colcha y vio que ya no tenía sus ropas. Se giró y buscó a Doyoung en medio de la oscuridad. Sus dedos tocaron un cuerpo a su lado, pero estaba claro que no era un bebé, sino una espalda llena de músculos, la espalda de un hombre.
Apartó bruscamente la mano y se incorporó.
No sabía donde estaba su hijo ni quien dormía a su lado.
Notó cómo el colchón se hundía y el cuerpo que tenía a su lado se giraba hacia él.
—Dormíos de nuevo —susurró Jaebum.
Pero su voz no consiguió calmarlo, todo lo contrario.
—¿Dónde está Doyoung?
—Durmiendo en su cuna —respondió él mientras agarraba con cuidado su muñeca—. Venga, tumbaos de nuevo y dormíos.
Estaba muy confuso.
—¿Cómo he llegado a mi cama?
—Os traje yo y Hyorin os desvistió.
—¿Y no me desperté?
—Eso parece, supongo que estabais agotado. Creo que podría haberos empujado escaleras abajo sin conseguir que os despertarais.
Después de lo que le había advertido en el patio esa tarde, le sorprendió que Jaebum no lo hubiera empujado como decía.
—¿Por qué estáis aquí?
—Ésta es mi fortaleza— se burló Jaebum.
—Sí, supongo que sí. Pero, ¿por qué en mi dormitorio?
Jaebum tiró de él para que se tumbara en la cama de nuevo. Después cubrió su cuerpo con las colchas.
—Porque creo que me cansaría de buscaros cada noche para ver dónde os habéis quedado dormido esa vez.
Su comentario hizo que sonriera brevemente. Pero no podía relajarse, no con su cuerpo al lado.
—Volveos a dormir, Jinyoung —le sugirió él dándole una palmada en el muslo.
Pudo sentir el calor de su mano a través de las colchas. Lo último en lo que pensaba en ese instante era en dormir. Se mordió el labio pensativo...
—Ni lo penséis —le advirtió él.
Jaebum parecía tener la extraña capacidad de leerle los pensamientos y las intenciones.
—Pero sí no he hecho nada.
—Puedo notarlo en vuestra respiración entrecortada.
Sus palabras le acariciaron la sien. Cerró los ojos, disfrutando de sensaciones que tenía casi olvidadas. Sentía escalofríos recorriendo su cuerpo y el corazón le latía con fuerza. Jaebum colocó los labios en su sien.
—Ya también puedo sentir cómo se acelera vuestro pulso —le dijo él besándolo brevemente en la sien.
Sabía que no iba a poder conciliar el sueño. Jinyoung no estaba vestido, pero él sí. Así que estaba seguro de que su esposo no tenía intenciones amorosas. Eso lo confundía más aún.
—Jaebum...
Él se giró de nuevo y comenzó a acariciar su mejilla con un dedo.
—¿Sí?
—¿Qué estáis haciendo?
—Estaba durmiendo —repuso Jaebum bajando el dedo por su cuello—. Pero ahora me he distraído con la suavidad de vuestra piel.
No pudo evitar suspirar, deseaba abrazarlo y perderse en los recuerdos. Pero tenía que saber por qué estaba allí, por qué había cambiado de manera tan repentina.
—Me confesasteis hace unas semanas que no sabíais qué sentíais por mí. Hoy mismo, os he declarado la guerra. ¿Por qué estáis ahora aquí?
—Bueno, ¿por qué tendría que dormir el señor del castillo en un duro camastro cuando tiene una magnífica cama disponible?
Sabía que se traía algo entre manos.
—Pero habéis dormido allí muchos días sin quejaros.
—Me he despertado cada día con dolores.
—Entonces, ¿de ahora en adelante dormiréis aquí? ¿Conmigo?
—No veo nadie más en esta cama. Así que sí, dormiré con vos.
—Pero... —comenzó sintiendo cómo se ruborizaba—. Mi... Mi tiempo no ha terminado aún.
—¿Por qué todo el mundo piensa que he perdido la facultad de contar? —preguntó él irritado—. Doyoung tiene treinta y cinco días de vida. En unos días, podréis llevarlo a la iglesia y finalizará vuestra cuarentena.
Jaebum se refería al período de cuarenta días que la Virgen María había esperado después del nacimiento de su hijo para presentar a Jesús en el templo. Creía que él, menos que nadie, podía compararse con la madre de Dios.
—Pero, Jaebum... hace... hace meses que no voy a la iglesia.
Su esposo se sentó al escucharlo.
—¿Qué tipo de ejemplo sois entonces para las gentes de Goyang? —preguntó él con dureza.
—¿Qué queríais que hiciera? ¿Qué asistiera a misa delante de todo el mundo en mi estado?
—Sí, eso es lo que esperaba que hicierais. Sois el joven señor de Goyang. Teníais la responsabilidad de actuar de acuerdo con vuestra posición.
—Sed razonable. Alardear de mi condición frente a la gente habría sido ofensivo para con vos.
—Pero todo el mundo pensaba que estaba muerto, ¿no?
—Habría sido una ofensa a vuestra memoria.
Apartó las colchas y se sentó al borde de la cama.
Jaebum lo agarró por el hombro y lo obligó a tumbarse una vez más.
—No os iréis sin que hayamos terminado de hablar —le advirtió.
No entendía por qué quería seguir discutiendo sobre lo mismo.
—Cometí adulterio. Los murmullos y las miradas habrían sido más de lo que habría podido soportar.
—Así que, ¿ignorasteis vuestra responsabilidad para con Goyang sólo porque no queríais sentiros incómodo en público?
Sus palabras lo hirieron. Estaba claro que para Jaebum siempre sería Goyang lo más importante. Lo anteponía a todo. Sabía que estaba siendo injusto, pero soñaba día y noche con volver a oírle decir que lo amaba.
—Vuestro feudo parece haber subsistido bien a pesar de mis errores. No hay campos áridos, tiendas vacías, edificios en mal estado ni establos mal cuidados.
—Puede que no. Pero sí que hay muchos aldeanos que creen que el joven lord de Goyang yació con el mismísimo diablo. Y un guardia ha perdido su puesto por decir la verdad.
—¿Habéis echado a un guardia por culpa mía?
—Sí. Y lo haría de nuevo.
—Pero, Jaebum, eso no era necesario...
—¿Es eso sólo lo que os preocupa? El guardia llevaba menos de un año en Goyang y no le costará encontrar otra fortaleza.
Se dio cuenta de que había echado a Marcus. A la hija mayor de Suzy se le iba a romper el corazón.
—No es más que un joven sin experiencia. Seguro que habló sin pensar. ¿No podríais perdonarlo?
—Su insolencia fue imperdonable. No perdáis el tiempo preocupándoos por él. La gente tiene ideas equivocadas sobre lo que ocurrió y hablan más de lo que deben.
—Entonces, será mejor que les digáis la verdad —replicó él enfadado.
—¿Y cuál es la verdad? —preguntó Jaebum.
Cerró los ojos con fuerza.
—La verdad es que vuestro esposo es un cualquiera.



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yota´s news : De regreso?

 Buenas tardes a todas las lectoras. Después de un año  y casi 4 meses regreso a saludarlas y comentarles nuevas.  Me gustaría decirle...