Libre Para Amar II- 11




Jaebum le había ordenado a Jinyoung que volviera a sus aposentos, pero no lo hizo. Fue hasta la capilla y se arrodilló frente al altar. Estaba desesperado, no sabía qué hacer. Creía que ya había pagado bastante por su pecado.
Cerró los ojos y apoyó la cara en sus manos.
—Dios mío, por favor...
—¿Por favor qué? —dijo alguien tras él.
Abrió un ojo sin moverse de su sitio. El hermano Daniel se arrodilló a su lado.
—Lord Jinyoung, ¿qué problema os ha traído hasta aquí?
Era la manera que el clérigo tenía de reprenderlo por no aparecer por allí más que cuando estaba en apuros.
—¿Sabéis quién ha venido a Goyang?
—Sí —repuso el hermano Daniel.
—Quiere a Doyoung.
—Lord Jaebum no permitirá que eso ocurra.
—No, no lo hará.
—Entonces, ¿por qué estáis tan preocupado?
—Está furioso.
—¿Quién? Me imagino que habláis de lord Jaebum, ya que poco os puede importar si lord Wrenhaven está enfadado o no.
—Claro que hablo de Jaebum.
El hombre suspiró.
—No me extraña. Y supongo que tampoco vos estaréis sorprendido.
—No lo entendéis. Ahora estamos más separados que nunca. No creo que... No creo que podamos superar esto.
—No mostráis demasiada fe.
No le gustaron las palabras del clérigo.
—La fe no me va a servir de nada si él se niega a dirigirme la palabra.
—A mí me parece que la fe es lo único que tenéis.
—¿Qué debo hacer entonces? Esperar y rezar para que no me desprecie.
—Sí.
Creía que esa conversación no le iba a servir de nada. Se puso en pie para salir de allí, pero el monje lo agarró por la muñeca.
—Sentaos, lord Jinyoung.
No podía creer que le hablara así, dándole órdenes.
—¿Cómo habéis dicho?
—Me habéis oído perfectamente. Sentaos.
El tono de su voz le hizo pensar en qué tipo de vida habría tenido antes de ser sacerdote. Parecía dar órdenes con naturalidad. Hizo lo que le decía y se sentó en un banco.
—Lord Jinyoung, conozco a Jaebum desde que nació. ¿Os habéis dado cuenta de que ha cambiado después de estar siete años fuera?
—Claro que me he dado cuenta.
—Decidme en qué ha cambiado.
Se encogió de hombros. Empezó con lo más obvio.
—Ya nunca va armado. Teme herir a alguien si pierde el control.
—No os engañéis, mi señor. La sed de venganza es tan seductora como la caricia de una pareja. Después de dejarse seducir por ella, no es fácil dejar de matar. Lo que teme es dejarse llevar de nuevo por el mal. Lo teme porque sabe que ya ha caído antes en esa trampa.
Le sorprendieron las palabras del hermano Daniel, no le parecieron apropiadas.
—¿Qué más habéis notado?
—Habla cuando tiene que hablar. Antes era mucho más parco en palabras.
—Entonces, ¿no creéis que irá a hablar con vos cuando lo necesite?
—Puede que sí. Pero hablará antes si me enfrento a él y le obligo a hablar.
—No. Eso sólo entorpecería las cosas.
—Dejádmelo a mí, lord Jinyoung. Hará lo imposible por protegeros a vos y a Doyoung. Está furioso y frustrado porque no sabe si puede controlar su ira. Pero no lo forcéis a hablaros. Lo hará cuando esté listo.
—¿Y si ese día no llega nunca?
—Para eso necesitáis la fe. Volverá a vos si le dais el tiempo que necesita para hacerlo.
Se dio cuenta de que tenía razón.
—Ojalá...
Se quedó sin palabras.
—¿Ojalá qué?
—Ojalá me amara lo suficiente como para dejar que lo ayude.
El hermano Daniel se rió.
—¿También os habéis vuelto ciego? Lo diga o no, lord Jaebum os ama. Si no lo podéis ver es que no tenéis abiertos los ojos.
—¿Por qué estáis haciendo esto?
—¿Haciendo el qué? ¿Ayudaros a ver lo que está delante de vos?
Jinyoung asintió.
—Porque lord Jaebum no va a ser siempre capaz de mantener sus demonios bajo control. Un día saltarán por los aires y se dará cuenta de que sois su única salvación. Y quiero que, cuando llegue ese día, aún estéis aquí a su lado.
—¿Dónde iba a estar si no?
Ni siquiera le cabía en la cabeza salir de Goyang, dejar a su marido y la vida que allí tenía. Esperaría igual que había esperado antes.
—Por ahora, mi señor, os aconsejo que encontréis la manera de tener fe y paciencia —dijo él poniéndose en pie.
Salió entonces de la capilla. Jinyoung lo miró. Después se arrodilló de nuevo y cerró los ojos.
—Dios mío, ayudadnos, por favor.


Jaebum levantó una mano para detener a los otros tres jinetes que lo seguían. Wrenhaven y sus hombres estaban cerca y no quería que los descubrieran. Desmontó y le entregó las riendas a Chan.
—Espera aquí —le susurró.
Se alejó entre los árboles antes de que sus hombres pudieran protestar. Se escondió tras un arbusto cuando estuvo cerca de Wrenhaven. Se quedó sin aliento al ver la escena.
No pudo evitar recordar sangre, violencia y muertes, demasiadas muertes.
Wonpil estaba al lado de Wrenhaven. No podía creer que el que fuera su compañero de celda tuviera amistad con un enemigo de Goyang. Pero algo se traían entre manos y parecían hacer buen equipo. Después de todo, Wrenhaven era un mentiroso y Wonpil un cobarde y un traidor.
En el pasado, Jaebum había creído que Wonpil era un amigo, pero después descubrió que había estado dándole información secreta al que los tenía prisioneros. Y había recibido recompensa por cada secreto. Muchos hombres habían muerto por culpa de esa traición.
Creía que Wrenhaven y Wonpil podían ser muy peligrosos trabajando juntos.
Respiró profundamente para sosegarse. Si quería luchar contra ellos y acabar con sus planes, debía conservar la calma.
Algo más tranquilo, se fijó en el campamento. Sólo había una tienda, la del señor, sin duda. El resto de los hombres estaban a la vista. Contó diez alrededor del fuego. No sabía si habría otros escondidos en el bosque, pero lo dudaba. Wrenhaven parecía demasiado arrogante para prever que alguien pudiera haberlos seguido.
Le hubiera encantado acercarse más para escuchar su conversación. Los dos hombres se dieron la mano y sonrieron, parecía que acababan de llegar a algún tipo de acuerdo. Se le encogió el estómago. Estaba seguro de que aquello no era más que malas noticias para Goyang. Pero no iba a dejar que lo pillaran por sorpresa.
Esperó pacientemente hasta que ambos hombres se sentaron con el resto alrededor del fuego. Después dio media vuelta y volvió con los suyos.

Osgood rompió una rama y la tiró al fuego.
—¿Estáis seguro de que funcionará?
Wonpil se guardó sus recelos. Creía que sí que funcionaría. Tenía que hacerlo, no pensaba perder la cabeza.
—Sí. Si vuestro hombre hace su parte, el plan será un éxito.
—Rezo para que tengáis razón. Marcus es joven. No sé si tiene el estómago para hacer algo así.
—Su papel en el plan es sencillo. Dijisteis que una moza de la aldea estaba enamorada de ese guardia y que haría cualquier cosa por él. ¿Acaso ya no es así?
—Sí, creo que sí —repuso Osgood encogiéndose de hombros—. Pero ya sabéis cómo son los jóvenes...
Lo cierto era que Wonpil no sabía cómo era ser joven ni libre. Se había pasado esos años en cautividad, pero Osgood no sabía nada de eso.
—Espero por vuestro bien que el joven sea digno de confianza.
Osgood lo miró de arriba abajo.
—¿Me amenazáis después de que aceptara ayudaros a secuestrar al joven señor de Goyang?
Wonpil maldijo entre dientes. Tenía que tener más cuidado si no quería tener que cambiar sus planes.
—¿Amenazaros? No he hecho tal cosa —le dijo—. Lo único que me temo es que los dos jóvenzuelos se entretengan demasiado con su reencuentro amoroso y se olviden del plan.
—Eso no va a suceder —repuso Osgood dándole la mano al otro hombre—. No tengáis miedo. Mañana yo conseguiré la llave de Goyang y vos tendréis a vuestro amado joven.
Wonpil observó cómo Osgood entraba en su tienda. Le desagradaba aquel hombre. Creía que había cometido un terrible error al hacer un pacto con el diablo sin tener todo en consideración.
El amado joven no era más que un cebo. Él andaba detrás de una presa mucho mayor. Una que le haría un hombre muy rico. Así podría pasar el resto de sus días viviendo como un rey y haciendo lo que se le antojara.


Jaebum abrió despacio la puerta de los aposentos. No quería despertar a Jinyoung ni a Doyoung. Se detuvo y sonrió. No tenía de qué preocuparse.
Las cortinas de la cama estaban echadas. Se imaginó que Jinyoung se habría dormido tarde y que aún seguiría dormido.
Miró la alcoba del pequeño. La cuna estaba vacía. Estaba seguro de que Jinyoung le sostendría en el hueco de su brazo, frente a su pecho, como solía hacer.
Una de sus túnicas estaba tirada sobre un sillón. Cruzó la habitación y abrió las hojas de madera de la ventana. Entró sol a raudales. Era casi mediodía.
Se quitó las botas y la túnica que llevaba.
Estaba deseando abrazarlo y conseguir que olvidara con besos sus preocupaciones. Se había marchado de manera demasiado abrupta la noche anterior y no le extrañaba que él estuviera disgustado.
No quería hablar de Wrenhaven con él, pero tenía que disculparse por su conducta. Creía que la mejor manera de tranquilizarlo era con su pasión.
Se coló entre los doseles de la cama y buscó a Doyoung en la oscuridad.
Algo iba mal. Frunció el ceño y el pulso se le aceleró. Apartó las cortinas. La cama estaba vacía.
—¡Taecyeon! —gritó mientras se vestía deprisa—. ¡Taecyeon!
Estuvo a punto de chocarse con el capitán en las escaleras.
—¿Dónde está Jinyoung?
Taecyeon se apoyó en la pared para recuperar el aliento.
—He estado a punto de sufrir un ataque, mi señor. Pensé que pasaba algo.
—Es que pasa algo —gritó él desesperado—. ¿Dónde está mi esposo?
—Fue con Hyorin a la aldea.
Fue hacia la escalera sin esperar a Taecyeon.
—¿Fue solo?
—No —repuso el capitán siguiéndolo hasta el salón—. Uno de los hombres fue con él.
—¿Cuál?
—Arnold.
—Arnold sólo es un muchacho.
—Es bueno y ha practicado mucho. Mi señor, ¿qué es lo que ocurre?
—¿Por qué fueron a la aldea?
—Hawise llegó al castillo fuera de sí, diciendo que su madre se había hecho daño. Hyorin fue a casa de Suzy para atenderla y lord Jinyoung la acompañó para calmar a Hawise y para ayudarla con el resto de los niños.
Nichkhun se acercó al oír el nombre de su esposo.
—¿Qué le ha ocurrido a Suzy?
—No tuve ocasión de preguntarles. Se fueron corriendo.
—¿Hace cuánto que salieron?
—Poco después de que amaneciera.
Los nervios le atenazaban el estómago. Llevaban casi tres horas fuera. Nichkhun estaba ya casi en la puerta cuando le ordenó que lo esperara.
—Taecyeon, reúne a los hombres.
—Mi señor, ¿qué pasa? ¿Por qué necesitamos un grupo de guardias para ir hasta la aldea?
—Wrenhaven sigue en mis tierras y no confío en él. Puede que algo haya pasado y quiero estar preparado.
—Estoy de acuerdo con vos, mi señor —repuso Nichkhun—. Creo que Hawise habría venido a avisarme a mí antes de venir a pedir directamente la ayuda de la comadrona.
Las palabras de ese hombre no hicieron sino preocuparle más. Tenía el presentimiento de que estaban en peligro.


Todo el mundo se quedó estupefacto en la aldea al ver llegar a veintitrés hombres armados y dirigirse a una de las cabañas. La gente los siguió hasta allí.
Jaebum desmontó y le ordenó a un guardia que mantuviera a los aldeanos a cierta distancia. No sabía lo que se iba a encontrar y no quería correr riesgos.
Nichkhun palideció al acercarse a la puerta.
—¿Dónde están los niños?
Entendió su preocupación. Era el primer día de sol después de casi una semana de lluvias. No tenía sentido que los niños no estuvieran jugando afuera. Todo estaba demasiado tranquilo.
Nichkhun entró en la casa con la espada desenvainada. Sir Taecyeon y él mismo lo siguieron. Se quedaron helados cuando vieron cómo Nichkhun daba un grito y caía de rodillas en la tierra.
Suzy estaba tendida en el suelo del salón. Parecía inconsciente.
—¿Está viva? —le preguntó.
—Sí —repuso aliviado Nichkhun después de tocarle el pulso.
Los niños habían sido amordazados y atados contra una pared. Taecyeon los liberó. En una esquina de la sala estaba Arnold, tendido sobre un charco de sangre. Se agachó y le tocó la mejilla al joven. Estaba helado.
Suzy estaba viva, pero el guardia no había tenido tanta suerte.
—¿Está...? —preguntó un conmocionado Taecyeon.
—Está muerto —repuso él.
El hijo mayor de Nichkhun lo tomó por la manga.
—Venid, mi señor. Venid conmigo —dijo mientras lo llevaba a la otra habitación.
—¡Hermano Daniel! —exclamó al ver al monje en el suelo.
Tenía una manga empapada en sangre. Le llevó la mano al cuello. Aliviado, notó que tenía pulso, aunque éste era débil. Miró la herida y frunció el ceño.
Era una herida de espada. No podía creer que alguien pudiera atacar a un hombre de fe.
Bajo el hombre encontró una espada ornamentada que le era muy familiar.
Era la espada de su propio padre. Se la había regalado el rey Enrique, pero su progenitor nunca la usó, le parecía demasiado regia, casi un adorno.
Sólo la había usado una vez, cuando su padre lo nombró caballero. Después, se la había entregado al hermano Daniel para que cuidara de ella. Había permanecido colgada de la pared de sus aposentos durante años. No entendía por qué había ido a casa de Suzy armado con esa espada en vez de ir a llamar a un guardia.
Tomó al clérigo entre sus brazos y lo dejó en la cama. El hermano Daniel gimió y agarró su manga.
—Lord Jaebum...
—¿Dónde están mi esposo y mi hijo? —le preguntó.
—Se los han llevado, mi señor.
Suzy entró entonces en la sala ayudada por su marido. Parecía haberse recobrado bastante.
—¿Dónde está Hawise? —preguntó mientras miraba a su alrededor.
—En el establo, madre —contestó uno de los niños.
—Iré a buscarla —dijo sir Taecyeon.
Miró a Suzy con atención.
—¿Quién se los ha llevado?
A la pobre mujer parecían temblarle las piernas. Se sentó en un banco antes de hablar.
—Fue terrible, mi señor. Terrible...
Se imaginó que estaba muy asustada, pero no tenía tiempo para escuchar sus lamentos.
—¿Quién se las ha llevado? —repitió.
Lo miró a los ojos. Le temblaban los labios.
—Ese hombre, el que había estado aquí antes, llegó con otra mujer y un bebé y se llevaron a Hyorin y a vuestro hijo.
No podía creer que además hubieran separado a Jinyoung de su pequeño.
Parecía que Wrenhaven había tenido en consideración el bienestar de Doyoung, pero temía por el bienestar de Jinyoung.
—¿Y mi esposo?
Suzy comenzó a llorar con tal fuerza mientras hablaba que no podía entenderla. Nichkhun la tranquilizó para que les contara lo que sabía.
—No conocía a ese otro hombre, pero parecía el mismo diablo.
Supo que estaba hablándole de Wonpil, no podía ser otro. No entendía por qué se había llevado a su esposo ni qué pretendía hacer con él.
—¿Se fueron todos juntos?
—No, mi señor.
Taecyeon entró entonces en el dormitorio con Hawise en brazos. La joven estaba cubierta de sangre y tenía el rostro contraído por el dolor. Se dio cuenta de que ella había sufrido más que nadie.
—Está viva —anunció Taecyeon al ver que su madre perdía el color.
Colocaron al hermano Daniel a un lado de la cama y a Hawise en el otro. Nichkhun se acercó corriendo a ver a su hija.
—¿Quién te ha hecho esto, hija?
—Pensé que me quería —murmuró la joven.
—¿Quién, cariño? ¿Quién?
—Marcus.
No entendía nada.
—Es el guardia que echasteis de Goyang el día que nació Doyoung.
—Pero, ¿qué tiene que ver ese hombre con todo esto?
—Me dijo que, si hacía lo que me pedía, nos casaríamos y viviríamos en un castillo tan grandioso como Goyang —susurró la joven entre lágrimas—. Pero me mintió. Lo que hizo... Lo que hizo fue forzarme... Después, se burló de mí y dijo que nunca se casaría con una mujerzuela como yo.
Nichkhun parecía horrorizado.
—¿Qué te pidió que hicieras?
Suzy se puso con dificultad en pie y ella la ayudó para que pudiera acercarse a donde estaban su esposo y su hija.
—Venga, pequeña, tienes que contárnoslo todo.
—Tenía que convencer a Hyorin y a lord Jinyoung para que vinieran a verte con el pretexto de que te habías hecho daño.
—¡Hija mía! ¿Qué es lo que has hecho?
Nichkhun se puso de rodillas frente a él.
—Mi señor, no sé qué decir. Pero os pido que me castiguéis a mí por lo que ha hecho.
—No tengo costumbre de hacer daño a mujeres, jóvenes o niños. Poneos en pie, Nichkhun. Habéis servido siempre bien a Goyang y esto no cambia nada.
—Pero, mi señor...
—No tengo tiempo para discutir con vos.
—Llegará un mensaje para vos pronto, mi señor —le dijo Hawise desde la cama.
Miró a sir Taecyeon.
—Encargaos de todo aquí y volved después al castillo —le ordenó.
—Lord Jaebum —dijo el hermano Daniel levantando con dificultad la cabeza—. Lo siento mucho. Intenté defenderlos, pero fracasé en el intento.
Las palabras le golpearon con fuerza en el estómago. Había estado tan concentrado en no despertar de nuevo su lado oscuro que había puesto a todos en peligro al no ir nunca armado. Incluso ese clérigo, un hombre de Dios, se había visto abocado a tomar una espada para defender al joven señor de Goyang.
—No, soy yo el que lo siente. No era vuestra tarea defender lo que es mío.



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