Libre Para Amar II- 12




A Jinyoung le quemaban los ojos por culpa del humo de la fogata y tenía el estómago revuelto.
—Vendrá a buscarme —dijo.
—No lo he dudado nunca —repuso su captor desde el otro lado del fuego.
—Quiero a mi hijo.
—Podéis reclamarlo todo lo que queráis, pero no vais a volver a verlo. Pero que no os preocupe su bienestar, lord Wrenhaven le ha buscado un ama de cría.
Apretó la mandíbula, no quería darle la satisfacción de que lo viera llorar. Algo dentro de él le decía que a ese malnacido le encantaría verlo asustado.
Le consoló algo saber que Osgood se había ocupado de que Doyoung estuviera alimentado. Aunque sabía que no le daría al niño cariño ni atención.
Sabía que quería usar al pequeño para hacerse con el control de Goyang. Así que estaba seguro de que Osgood se encargaría de que el niño estuviera bien.
Era su único consuelo, lo único que conseguía que mantuviera la fe.
—¿Por qué estáis haciendo esto? —le preguntó de nuevo.
Esa vez sí que le contestó.
—Para conseguir riquezas. ¿Hay algo más importante en la vida?
—No os darán ningún tipo de rescate por mí.
—No es eso lo que quiero.
Tiró de las cuerdas que lo sujetaban al tronco del árbol en el que estaba.
—No lo comprendo.
—No sois más que un cebo. Pero de momento no tenéis que saber nada más. A quien quiero apresar es a vuestro esposo.
—¿Qué tenéis que ver vos con Jaebum?
El hombre comprobó el estado de la carne que estaba asando antes de contestar.
—¿Sabéis que es muy diestro con la espada?
No lo sabía, pero no se lo dijo.
—En un buen día, podría conseguir estar a su altura. No creo que pudiera ganarle, pero sería un buen lance.
Siguió callado, quería que siguiera hablando. Cuánto más le dijera, más podría contarle a Jaebum cuando llegara a rescatarlo.
—Y, como no quiero seguir probando mis habilidades, le he ofrecido al jefe de los esclavos que volvería a llevarle a vuestro esposo.
Perdió la batalla con su estómago. Se desplomó en el suelo al pie del árbol y vomitó hasta perder casi el sentido.


Jaebum leyó por tercera vez el mensaje. Un hombre cuerdo se habría enfurecido ante tal injusticia, pero nadie creía ya que fuera un hombre cuerdo.
Lo poco de sentido común que le quedaba lo había dejado en la cabaña de Nichkhun y Suzy.
Aryth, el jefe de los esclavos, le ofrecía un intercambio. Su vida por la de Jinyoung. No iba a permitir que Jinyoung estuviera prisionero, pero tampoco iba a ofrecerse él a cambio.
Se imaginó que Aryth habría enviado a sus mejores hombres para capturarlo. No le preocupaba, todos iban a morir.
Cerró los ojos y dejó que la bruma roja se apoderara de su mente. Respiró profundamente, desencadenado a los demonios que se reían de él.
Tenía hambre de sangre y no se sentía culpable. Sonrió mientras abría el arcón en su dormitorio.
Su amigo y compañero de celda Jackson de Hong le había enviado a Goyang ese arcón. Sacó dos vainas del mismo y las dejó en la cama. Después sacó una pesada cincha y se la sujetó a la cintura. Tomó su espada favorita, un perfecto instrumento para asesinar. Era más corta que un florete y algo más larga que una daga.
La empuñó y la agitó en el aire, atacando a un enemigo imaginario.
Se sentía distinto. Esos meses en Goyang habían hecho que se volviera algo indeciso. Y no podía cometer ningún error o acabaría muerto.
Sacó una bolsa de piel del arca y bajó hasta el salón. Allí lo esperaba sir Taecyeon.
—¿Ordeno a los hombres que preparen las monturas, mi señor?
—No, voy solo.
Taecyeon lo agarró por el brazo.
—No, no podéis.
Se detuvo y lo fulminó con la mirada. No aceptaba órdenes de nadie.
—Enviad un mensajero al rey Enrique. Decidle que Aryth ha capturado a mi esposo y que tengo que rescatarlo.
—¿Sabrá él lo que eso significa y dónde encontraros?
—Sí.
Sabía que el rey y Jackson habían tenido algunos negocios con Aryth y que éste no podía estar en Inglaterra sin que el monarca lo supiera.
—¿Y qué pasa con Doyoung?
—Wrenhaven no le haría daño. Quiere usarlo para conseguir Goyang. Hyorin está con él, seguro que estará a salvo. Necesito rescatar antes a Jinyoung. Después podremos recuperar a nuestro hijo.
—Mi señor, yo...
—Tengo que irme —lo interrumpió—. Ya me diréis lo que sea cuando vuelva.

Jaebum tiró de las riendas para que su caballo dejara de cabalgar. Había escuchado cascos tras él. Se escondió a un lado del camino y esperó.
El viaje había sido bastante tranquilo, aunque con demasiada gente. Estaba en una ruta comercial muy usada. Lo único bueno de esa circunstancia era que no había apenas robos ni asesinatos.
Pero había dejado esa carretera esa tarde y no se había cruzado con nadie en todo ese tiempo.
El jinete que se acercaba por el camino habría conseguido que cualquier hombre se sintiera empequeñecido.
Se sacó su daga y salió al camino.
El hombre tuvo que tirar fuertemente de las riendas para no chocarse con él.
—¡Por todos los diablos, Goyang! ¿Qué estáis haciendo?
—Pero, bueno, Yugyeom. ¿Es así como saludáis a un viejo amigo?
Era Yugyeom de Namyang, otro de sus antiguos compañeros de celda. Había sido liberado al mismo tiempo que él. Se acercó y le dio un cariñoso puñetazo en el hombro. Pero con tanta fuerza como para tirarlo de su montura.
—¿Os gusta más ese saludo?
Se frotó el hombro para mitigar el dolor.
—No, la verdad es que no —repuso mirándolo de arriba abajo—. ¿Vais a Kendal?
—Sí, ese canalla tiene a mi esposo —le explicó Yugyeom.
—Y también al mío. ¿Qué pensáis hacer?
Yugyeom sonrió. Era un gesto que conocía muy bien. No le hubiera gustado ser enemigo de ese hombre.
—Pienso rescatarlo y derramar algo de sangre.
Él tenía la misma intención, así que no le sorprendió su respuesta.
—Entonces lo haremos juntos.
Comenzaron a cabalgar de nuevo.
—¿Estabais con Jackson cuando se encontró con Aryth?
—Sí, ¿por qué? —preguntó Yugyeom.
—¿Cuántos hombres creéis que tiene?
Tenían que planear algo y estudiar como recuperar a sus esposos.
—Supongo que una veintena o más. Lo cierto es que no estoy seguro, no presté demasiada atención.
—Bueno, no está mal. Tres hombres contra veinte o treinta...
—¿Creéis que Jackson también estará allí?
—Eso es lo que me temo. Si han secuestrado a vuestro esposo y al mío, lo más seguro es que tengan también al de Jackson. Por cierto, ¿cómo encontrasteis tiempo para conocer a alguien y casaros?
—El joven y yo sólo llevamos desposados unos días. Él no quería, pero no le di otra opción.
—No me sorprende —repuso riendo—. Pero veo que al menos vos estáis lo bastante contento con él como para arriesgaros y rescatarlo.
—Nunca dejaría que una pareja sufriera a manos de Aryth —repuso Yugyeom—. Y, después de todo, es mi esposo.
Miró hacia el cielo.
—Tendremos que acampar antes de que anochezca. Si comenzamos mañana temprano, tendremos todo el día para buscar a Jackson antes de enfrentarnos a Aryth.
—No os llevaré la contraria en eso. Lo cierto es que estoy harto de cabalgar —repuso Yugyeom mientras señalaba un claro en el bosque—. Ese parece un buen sitio para acampar.

A la mañana siguiente, se levantaron antes de que amaneciera. Jaebum no pretendía aparecer en el campamento de Aryth con la armadura, así que se cambió de ropas. Se puso una capucha de malla metálica, una camisa y botas de piel.
Le temblaron las manos al sacar de la bolsa las vestimentas que lo marcaban como un esclavo, no había creído que tuviera que volver a usarlas.
Se ajustó bien el cinto del que colgaba su daga en la espalda. No soltaría esa arma durante todo el tiempo que estuviera en el campamento de Aryth.
Yugyeom se vistió de igual manera.
—Lleváis demasiado tiempo en Inglaterra —le dijo el otro hombre—. Estáis blanco como la tripa de un pescado.
—Y vos habéis engordado —replicó él.
Yugyeom se golpeó con el puño su duro abdomen.
—¿Dónde?
Le golpeó un lado de la cabeza.
—Aquí.
—Podría aplastaros con una mano si quisiera.
No pudo evitar reírse. Siempre había sido así su relación. Solían bromear mucho. Eso les ayudaba a sentirse algo mejor.
Ese día era igual. Arriesgaban demasiado.
Respiró profundamente.
—¿Estáis listo?
Yugyeom asintió y los dos montaron sus caballos y salieron hacia el norte.

Por la tarde llegaron a Cumbria, donde había un valle lleno de tiendas de campaña. Siguieron un camino al borde de las montañas y se encontraron poco después con Jackson. Él también observaba las tiendas.
Yugyeom se le acercó por la derecha y Jaebum por la izquierda.
—Mi señor —lo saludó Yugyeom.
—¿Qué hacéis aquí? ¿No os dije que os fuerais a casa?
—Junbi y yo nunca llegamos.
—¿También han apresado a vuestra esposo? —le preguntó él.
Jackson lo miró y asintió.
—Sí, iba a deciros que me alegro de veros, pero dadas las circunstancias...
—Tampoco a mí me gusta la situación, pero es un día tan bueno para morir como cualquier otro.
—Aryth no los liberará si perdemos, ¿verdad? —preguntó Jackson cerrando un instante los ojos.
—No —repuso con convicción.
Lo había tenido claro desde el principio. Sólo tenían una alternativa, ganar esa batalla.
Jackson se desmontó y se quitó el casco. Le pidió a Yugyeom que lo ayudara a desvestirse y a prepararse para el combate. Después los miró con gesto adusto y solemne.
—¿Estáis listos?
Los dos asintieron. El demonio que dormitaba en su interior se despertó poco a poco y llenó sus venas con el calor de la ira y la venganza. Estaba preparado. Más que nunca.


Jinyoung estaba acurrucado en una esquina de la tienda. Lo habían metido allí al llegar a ese campamento. Abrazaba con fuerza sus piernas y no podía dejar de balancearse.
Estaba asustado y rezaba para que todo fuera una pesadilla. Nada más.
Pero sabía que era real. Su hijo también había sido secuestrado. Sabía que Jaebum iría a rescatarlo. Y, para empeorar las cosas, si eso era posible, estaba casi seguro de que estaba de nuevo en estado. Llevaba dos días con el estómago revuelto.
Podía ser por culpa del miedo, pero lo dudaba. Llevaba días que se mareaba al oler la carne asada. La experiencia le decía que llevaba al hijo de Jaebum.
Se abrió la puerta de la tienda y apareció Wonpil, su captor, en compañía de un guardia.
—¡Levantaos!
Estaba muy aturdido y tuvo que apoyar las manos en el suelo.
—Dadme un minuto...
—He dicho que os levantéis —repitió el hombre mientras agarraba su ropa y tiraba de él.
Intentó zafarse de él y le clavó las uñas en los brazos.
—¡Maldito! —gritó mientras lo soltaba de golpe.
Jinyoung cayó al suelo. Necesitaba comer algo y tiempo para recomponerse. Pero él lo levantó de nuevo y, esa vez, le sujetó los brazos a la espalda.
—Intentad ahora arañarme —amenazó el hombre con tono burlón.
Consiguió girarse. Lo escupió en el torso y le dio una patada en la espinilla. Sabía que era una mala idea, pero no pudo contenerse. Era otra señal de que estaba en estado, no podía controlar su genio.
Wonpil lo fulminó con la mirada, después levantó la mano.
Él cerró los ojos y sintió una fuerte golpe en la cara que lo tiró de nuevo al suelo.
—Levantaos.
Lo ignoró por completo. El hombre lo levantó y le ordenó al guardia que lo sujetara. Mientras éste le colocaba una mordaza en la boca, Wonpil acarició con un dedo su pecho.
—Aryth va a disfrutar mucho con vos.
Sacó una daga. Estaba seguro de que iba a morir, pero el canalla rasgó con ella su ropa, dejando al descubierto parte de su pecho.
Lo miró con descaro y acarició sus clavículas.
—Es una pena que no pueda estar presente para observarlo.
Sabía que debería estar aterrorizado, pero se sentía demasiado furioso como para estarlo.
Aquel hombre se rió de él.
—Puedo sentir la ira en vuestra mirada. Si tuvierais algo de sentido común, os daríais cuenta de que os enfrentáis a un gran peligro. Las parejas no lo pasan demasiado bien en manos de Aryth.
Apartó la cara, pero ese hombre agarró su pelo para impedir que se moviera.
—Algunas han muerto por culpa de sus latigazos.
Wonpil se le acercó al oído.
—Y otras han muerto cuando él les forzaba —le susurró—. ¿Y vos, mi señor? ¿Moriréis a latigazos o en el lecho? Aprenderéis pronto que la única manera que tenéis de sobrevivir es abrir las piernas cuando os lo ordene.
El guardia ató una cuerda alrededor de su cintura y le entregó el cabo a Wonpil. Éste tiró de ella y lo llevó hacia la puerta de la tienda.
—Venid, hay un espectáculo del que creo que vais a disfrutar.
Jinyoung clavó en el suelo los talones.
—Si caéis, os arrastraré.
No le quedó más remedio que seguirlo.
El sol lo cegó al salir. Pero, cuando su mirada se ajustó a la luz, vio a Jaebum y a otros dos hombres de pie frente a la tienda principal. Hablaban con un hombre que no podía ser sino Aryth.
Jaebum le había dicho una vez que había conseguido su libertad con otros tres hombres. Sabía que Wonpil era uno de ellos. Los que estaban al lado de su esposo debían ser los otros dos. Se preguntó si los jóvenes amordazados y atados cerca de él serían los esposos de esos hombres.
Se concentró en la conversación que tenían. Se negaron a intercambiarse por sus esposos. No le sorprendió. Sabía que Jaebum nunca aceptaría esas condiciones.
Pero sólo eran tres hombres y Aryth presumía de tener catorce luchadores. No podrían con ellos. Estaba tan mareado que apenas podía pensar. Todo le daba vueltas.
Vio cómo dos de los guardias agarraban a otro hombre que no conocía. Lo tiraron al suelo frente a Aryth. Era flaco y débil. No podía ser otro de los esclavos.
Aryth lo agarró por el pelo y le cortó la garganta con una daga. Estaba horrorizado.
Se le nubló la vista y todo se oscureció a su alrededor. Lo último que vio fue una negra oscuridad que se lo tragaba mientras las piernas le fallaban y caía.



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