Vikingos II -5


 

Una anciana fue a curarles las heridas. Era una mujer sucia y desaliñada. Minki la miró divertida, y al mismo tiempo con cierta cautela. La vio abrir e investigar las heridas de los hombres, individuos que eran como gigantes comparados con el cuerpo menudo de la anciana, y también la vio reírse de los gruñidos o de las palabras ásperas de los guerreros. Estaba prevenido porque sabía que llegaría a él, y querría ver la presunta herida en la cabeza. Y Minki no podía permitirlo.
 
Además, Minki no se sentía de buen humor, a causa del calor, al que ninguno de ellos estaba acostumbrado. Muchos de los hombres se habían despojado de gran parte de sus prendas, pero aunque él deseaba hacer lo mismo no se atrevía.
 
La curandera terminó con Hoshi y se puso en cuclillas cerca de Minki; le dio a entender que debía decirle dónde estaba herido, además de la cabeza; suponía que había sido alcanzado varias veces por las armas de los sajones, en vista de las muchas manchas de sangre que lo cubrían. Minki se limitó a menear la cabeza. Por su parte, la anciana extendió la mano hacia la venda de la cabeza. Minki le apartó de un golpe la mano, y recibió a su vez otro golpe.
 
Cuando intentó nuevamente quitar el vendaje, Minki se puso de pie, y se inclinó sobre la mujercita, con la esperanza de que su estatura disuadiera a la anciana. No fue así. tuvo que aferrarle las muñecas y sostenerlas firmemente para mantener las manos de la mujer lejos de su cabeza. Entonces sintió la punta de una espada que presionaba su costado. Otros vikingos se pusieron de pie, y el guardia sajón que había acudido en defensa se apartó. Se sintió bastante intimidado como para pedir inmediatamente la ayuda de sus compañeros.
 
Minki gimió, y vio la situación que había provocado, aunque todo eso era inevitable. Siete sajones corrían hacia ellos con las espadas desnudas. Minki miró hostil a la anciana que se había mostrado tan obstinada, y después la soltó; Mingyu le cerró el paso, y empujó atrás a Minki.
 
Felizmente, los sajones vacilaron cuando llegaron a donde estaban los prisioneros, pues vieron que la curandera ya no estaba amenazada.
 
-¿Qué sucede?.
 
-El chico no me permite curar su herida – se quejó.
 
El sajón reclamó una explicación a Mingyu
 
-Está curándose. Déjenlo en paz.
 
-Sí, si puede saltar como lo hizo, no necesita tus cuidados, vieja curandera. -dijo el sajón
 
-Es necesario cambiar las vendas – insistió-. Están ensangrentadas.
 
-Te dije que lo dejes. Cura a los que quieren curarse. Deja en paz el resto. – pero agregó, dirigiéndose a Mingyu: - Advierte a tu amigo que en adelante mantenga quietas las manos.
 
La anciana se alejó diciendo que el muchacho parecía algo delicado. Uno de los sajones comentó que quizás ésa era la razón por la cual los vikingos lo habían llevado, y todos se retiraron riendo entre ellos.
 
Las mejillas de Minki enrojecieron al oír la observación. Cuando Mingyu lo advirtió y preguntó la razón del rubor, meneó la cabeza y se sonrojó todavía más. Su único propósito era burlarse, y lo retuvo e insistió en que se explicase; en realidad, rara vez los vikingos veían avergonzado a Minki. Pero le apartó de un golpe la mano, se sentó irritado y volvió la espalda a Mingyu.
 
Desde esa posición su mirada se volvió hacia el vestíbulo de la casa, y de pronto vio que un hombre los miraba desde una ventana del piso alto. La cara del observador estaba en la sombra, de modo que no sabía quién era; pero le incomodó saber que no sólo los guardias podían vigilarlos. Siempre que había hablado con Mingyu o con los otros se había preocupado únicamente de la posición de los guardias. Tendría que mostrar más cuidado, sabiendo que desde la casa otros podían espiarlos.
 
Fueron alimentados, y los que habían perdido las botas porque eran nuevas o de buena calidad, las recuperaron aunque no podían ponérselas sobre las cadenas. Se corrigió esa situación más avanzada la tarde, cuando llegó el herrero.
 
Les quitaron los anillos de hierro de los tobillos y los reemplazaron con otros nuevos, los anillos de los dos tobillos estaban unidos permanentemente por una cadena corta. Cada anillo tenía una cerradura que permitía abrirlos. Por detrás, un círculo de hierro adherido al anillo permitía pasar una cadena más larga, y una vez que unía a todos los hombres y que se cerraba por los extremos, el círculo alrededor del alto poste era mucho más estrecho, y las posturas que ellos podían adoptar eran sumamente limitadas.
 
Minki se irritó en vista de esta nueva precaución. Suponía que la cadena larga sería retirada cuando los llevasen a trabajar, pero la cadena corta entre los tobillos les permitiría dar a lo sumo pasos cortos, y ciertamente sin prisa. Todos tropezarían y caerían mientras se acostumbraban a avanzar dando brincos. Era degradante, pero probablemente ésa era la intención exacta de los sajones.
 
Esa noche llovió, y como estaban a la intemperie, el diluvio los molestó profundamente. Minki estaba especialmente incómodo, pues intentó sin resultado evitar que su vendaje ensangrentado perdiese las manchas. Finalmente, Mingyu se echó a reír ante sus esfuerzos, y lo ayudó protegiéndole la cabeza con sus propios brazos, y acostándose parcialmente sobre él. De este modo el vendaje se mantuvo seco, pero en general la noche fue muy incómoda.
 
Desde su ventana, Baekho observó la escena del patio. Vio que el muchacho protestaba cuando el vikingo se le echaba encima, y que trataba de apartar a Mingyu, y que éste le palmeaba el trasero y le decía algo al oído y después cubría con los brazos la cabeza del muchacho. Después, permanecieron quietos lo mismo que los demás. Los guardias habían armado un refugio para protegerlos de la lluvia. El resto del patio, cada vez más lodoso, estaba sumido en el silencio.
 
- ¿Quién atacó a la anciana?
 
Baekho miró distraído a Jonghyun. Él se había acercado a la ventana.
 
-El vikingo no la atacó. Se limitó a rechazar los cuidados de la anciana.
 
-Pero ella dijo...
 
-Jonghyun, lo vi todo, y la vieja exagera su relato.
 
-Si él me hubiese puesto la mano encima, confío en que no lo habrías tomado tan a la ligera – murmuró Jonghyun.
 
-En efecto – dijo Baekho sonriendo.
 
-¿Cuál es?
 
-Ahora no puedes verlo.
 
-Aron dijo que quien lo hirió era sólo un muchacho, ¿es el mismo?
 
-Sí, el más joven.
 
-Si viste que ponía la mano sobre la anciana, debiste flagelarlo.
 
-Muchos estaban dispuestos a pelear por él. Sólo habríamos conseguido tener más heridos.
 
-Me lo imagino – convino él, aunque con renuencia -. No podrán construir Pledisro muro si mueren todos. El muro es más importante. Son pocos y es posible controlarlos, pero los daneses son muchos.
 
Baekho sonrió.
 
-Veo que Aron te ha convencido de que son necesarios.
 
-Tú los habrías matado a todos – le recordó Jonghyun con una expresión altanera que provocó la sonrisa de Baekho -. Por lo menos, él entendió que serían más útiles si conservaban la vida.
 
¿No es hora de que vayas a ver a Aron? – Baekho formuló intencionalmente la sugerencia.
 
Jonghyun chasqueó la lengua, indignado.
 
-Podrías haberme ordenado sencillamente que fuera.
 
- No soy tan grosero – replicó Baekho con inocencia, mientras la empujaba hacia la puerta.
 
 
 
Baekho se apostaba con frecuencia frente a la ventana, para vigilar el trabajo de los vikingos. Que se sintiera incómodo, excepto cuando podía verlos, era un signo de que aún no había aceptado esa presencia en Pledis. No apoyaba la idea de usarlos para construir el muro con el mismo entusiasmo que demostraban Aron y Lyman, pues se proponía enfrentar a los daneses en la frontera cuando llegase el momento de combatirlos otra vez, y dudaba que consiguieran avanzar tanto que amenazaran a Kang.
 
Los vikingos ya habían apilado las piedras que los siervos habían acarreado a lo larga de varios meses; y lo habían hecho apenas en una semana.
 
-Primo, Woozi me dice que ésta es ahora una de tus costumbres.
 
Baekho se volvió bruscamente y vio a Aron en la puerta.
 
-¿Conviene que ya estés levantado?
 
Aron gimió.
 
-También tú me reprendes. Ya estoy harto de las atenciones de los jóvenes.
 
Baekho sonrió al joven, y éste caminó lentamente hacia la ventana abierta, y se detuvo junto a su primo.
 
-Bienvenida tu compañía, pues veo que cavilo demasiado acerca del pasado cuando estoy solo.
¡Pero por Dios! No puedo evitar el presentimiento de que intentarán algo ahora que casi todos están curados, y por eso estoy aquí vigilándolos. Sólo dos de ellos aún son incapaces de transportar fácilmente piedras.
 
Aron se asomó a la ventana, y silbó por lo bajo cuando vio lo que había en el patio.
 
-¡Entonces es cierto! Ya necesitamos más piedras.
 
-Si – reconoció Baekho de mala gana -. Se necesitan sólo dos para levantar las piedras más grandes, las que requerían cinco siervos. En el mismo tiempo, los siervos aún no concluyeron el refugio que les ordené construir para los vikingos junto al depósito. Pasarán otros días antes de que sea posible encerrarlos allí durante la noche. Cuando llegue ese momento, no necesitaremos destinar tantos hombres a vigilarlos. Al menos de noche.
 
-Baekho, te preocupas demasiado. ¿Qué pueden hacer, encadenados como están?
 
-Sólo se necesita un hacha fuerte para quebrar esas cadenas. Uno de ellos con las manos desnudas podría destrozar a dos de mis hombres antes de que un tercero desenvaine la espada. Y los tontos siguen acercándose a ellos, a pesar de que les advertí que se mantuviesen lejos. Si los vikingos están decididos a recuperar la libertad, y no dudo de que lo están, más tarde o más temprano harán el intento, y entonces muchos morirán.
 
-Quema su nave e infórmales que ya no pueden huir por mar – propuso Aron.
 
Baekho emitió un gruñido.
 
-Me sorprende que nadie te haya dicho que eso ya se ha hecho.
 
-Entonces, necesitas algo que los induzca a mostrarse sumisos – replicó Aron.
 
-Sí, pero ¿qué?
 
-Podrías separar de ellos al jefe. Si creen que lo matarás al primer signo de alzamiento, eso...
 
-No, Aron. Ya lo he pensado, pero afirman que el jefe que los trajo aquí ya está muerto. Lo que quemé es el barco del padre.
 
-¿Dicen que ha muerto? – Aron frunció pensativo el ceño. - ¿Y si eso no es cierto?
 
-¿Qué dices? – preguntó Baekho.
 
-Si fuese uno de ellos, no te lo dirían, pues se arriesgarían a perderlo a causa de lo que yo sugerí.
 
-Santo dios, no lo había pensado. – Pero Baekho frunció el ceño. – No. El único a quien protegen realmente es al muchacho. Lo protegen como si fuese un niño pequeño.
 
Al principio Baekho había pensado que el muchacho era simplemente el hermano de Mingyu, y que por eso el hombre más corpulento lo protegía. Pero cuando los prisioneros comenzaron a trabajar en el muro, pareció que todos se ocupaban del chico, e impedían que los guardias lo persiguiesen, y evitaban que cargase las piedras más pesadas, y le ofrecían las más livianas; dos o más de ellos corrían a ayudarle siempre que se caía. Sin embargo, era el más sucio de todos, pues nunca utilizaba el agua que los sajones les daban para lavarse. Aun así, lo mimaban.
 
-¿No será el líder? – dijo Aron, y clavó la mirada en el joven, sentado junto al muro bajo, mientras otros hombres acomodaban las últimas piedras.
 
-¿Estás loco, primo? Es sólo un muchacho. Parece el de menor Soyoud.
 
-Pero si el padre suministró el barco, todos están obligados a acatar las órdenes del hombre a quien él elija.
 
Baekho miró a su primo con expresión sombría. ¿Era posible? Su propio rey tenía menos años que Baekho, pero había desempeñado la función de segundo jefe desde que tenía dieciséis años. En el patio se encontraba un joven novicio que aún necesitaba protección. Aunque ese joven novicio era el mismo que había herido a Aron, y Aron era un guerrero tan veterano como Baekho. Y ahora que lo pensaba, todos los vikingos se detenían cuando los sajones fijaban la atención en el muchacho, casi como si esperasen, dispuestos a acudir en defensa de él en caso de necesidad.
 
-Creo que es hora de que mantenga otra conversación con Mingyu – dijo secamente Baekho.
 
-¿Cuál es Mingyu?
 
Baekho señaló.
 
-Ése, el mismo que acaba de llamar al muchacho. Es el único que entiende nuestra lengua, aunque no muy bien.
 
-Según parece, terminaron por hoy – observó Aron.
 
-Sí, mañana los llevará a las ruinas con los carros, en busca de más piedras, lo cual significa que debo utilizar a más hombres para vigilarlos.
 
Ambos observaron un momento mientras los guardias se acercaban a los vikingos, y los obligaban a regresar al poste. Baekho se apartó de la ventana, pero lo detuvo el grito de Aron.
 
-Creo que tienes dificultades.
 
Baekho se volvió bruscamente. Vio que uno de los vikingos había caído, y uno de los vigilantes lo acicateaba con la bota. No necesitó adivinar quién era ese vikingo, pues el grupo entero se había detenido. Mingyu gritó algo al vigilante, y de pronto éste vaciló y cayó sentado.
 
El muchacho se puso de pie, y se limpió el polvo de las manos, y los vikingos rieron estrepitosamente y continuaron su camino.
 
-Advertí a ese tonto que los dejase en paz – dijo Baekho entre los dientes apretados -. Tiene suerte de que no lo hayan desarmado mientras estaba en el suelo.
 
-Por Dios – exclamó Aron -, ¡se prepara para atacar al muchacho!
 
Baekho también lo había visto incorporarse con la espada en la mano, pero ya salía corriendo de la habitación y bajaba la escalera. De todos modos, cuando llegó al patio el daño estaba hecho. Uno de los guardias había pedido ayuda y los arqueros rodearon el grupo a distancia segura. Tres de los guardias amenazaron a Seungcheol, que tenía sujeto al vigilante y parecía dispuesto a quebrarle la espalda, pese a que el vikingo no ejercía excesiva presión en ese momento.
 
Mingyu hablaba en voz baja a Seungcheol. No había signos del muchacho, hasta que Baekho finalmente vio que espiaba por encima de los hombros de los que estaban frente a él. Había sido puesto en el centro mismo del grupo.
 
- Mingyu, dile que deje a mi hombre, o tendré que matarlo – advirtió Baekho con voz pausada, de modo que el hombre pudiese entender. Estaba mirando a Seungcheol, que a su vez lo miraba sin demostrar ningún sentimiento -. Díselo ahora, Mingyu.
 
-Se lo dije – replicó el vikingo, y después trató de explicar -. Primo de Seungcheol. No atacar primo de Seungcheol.
 
Los ojos de Baekho se volvieron ahora hacia Mingyu.
 
-Él es primo del muchacho.
 
-Sí.
 
-Entonces, ¿qué eres tú del muchacho?
 
-Amigo.
 
-Mingyu, ¿el muchacho es el jefe?
 
Mingyu se sorprendió ante la pregunta y después sonrió y la repitió ante sus camaradas, y muchos comenzaron a reír. Por lo menos, la risa suavizó la tensión. Incluso Seungcheol sonrió y dejó caer al hombre. Baekho recogió al pequeño sajón aferrándole de la túnica, y lo apartó de los vikingos.
 
La espada yacía en el polvo, entre Baekho y Seungcheol. Baekho también la alzó, y clavó la punta en el suelo, de un modo que no implicaba amenaza.
 
-Tenemos un problema, Mingyu – dijo tranquilamente -. No puedo permitir que ataquen a mis hombres.
 
-Atacó primero.
 
-Sí, lo sé – admitió Baekho -. Creo que su dignidad sufrió.
 
-Hizo caer a propósito... el golpe... merecido – replicó enojado Mingyu. Baekho dedicó un momento a asimilar la información.
 
-En efecto, dio un puntapié al muchacho, y quizá mereció que lo derribasen. Pero el muchacho está causando muchas dificultades y quizá no vale la pena conservarlo con vida.
 
-No.
 
-¿No? Quizá si lo separo del resto del grupo y le encomiendo tareas más fáciles.
 
-¡No!
 
Las cejas oscuras de Baekho se unieron en un gesto preocupado al oír esto.
 
-Llama al muchacho. Y que él decida.
 
-Es mudo.
 
-Eso me dijeron. Pero te entiende bastante bien ¿verdad? He visto que le hablas a menudo. Llámalo, Mingyu.
 
Mingyu fingió ignorancia esta vez, y mantuvo cerrada la boca. Baekho decidió sorprender al resto antes de que Mingyu les explicase lo que se había hablado. Apartó a los vikingos que tenía al frente, aferró del hombro al muchacho y lo apartó del grupo. Seungcheol avanzó para recuperar al joven, pero se detuvo cuando Baekho apoyó la punta de la espada contra el cuello del muchacho.
 
Baekho miró en los ojos a Mingyu, en la cara una expresión de cólera.
 
-Creo que me mentiste acerca de éste. ¡Ahora, dime quién es!
 
Mingyu no dijo nada. Se acercaron otros guardias, y una larga lanza lo apartó de Baekho. Otros obligaron a retroceder al resto del grupo.
 
- ¿Necesitas un incentivo para aflojarte la lengua?
 
Perdió la paciencia cuando vio que Mingyu tampoco contestaba. Comenzó a arrastrar al muchacho hasta el poste de los prisioneros. Cuando el muchacho cayó a causa del paso excesivamente rápido, Baekho lo alzó bruscamente, y al mismo tiempo impartió órdenes a sus hombres. Cuando llegaron al poste, empujó contra él al chico, le aferró ambas muñecas, las aplicó contra la madera del poste y las sostuvo firmemente hasta que uno de los hombres las ató con una cuerda corta.
 
Se apartó del poste, y miró a Mingyu, que había quedado detrás. Otros vikingos le gritaban, pero Mingyu mantenía la boca bien cerrada, si bien los ojos mostraban una expresión hostil. ¿Quizá Mingyu creía que Baekho se proponía únicamente mantener maniatado al muchacho? Muy pronto le quitaría de la cabeza esa idea.
 
Baekho estaba de pie detrás del muchacho, y su propia espalda impedía que los prisioneros viesen el poste. Desenfundó la daga y cortó por el centro el grueso chaleco de piel del muchacho. La túnica de cuero que estaba debajo formaba una cubierta tan tensa que Baekho comprendió que probablemente había herido la piel del prisionero cuando el cuchillo se deslizó de arriba hacia abajo; pero no se oyó una sola voz de protesta.
 
Vio entonces la piel blanca y suave, y Baekho frunció el ceño. No había músculos sólidos destinados a recibir la caricia del látigo. Y en efecto, había cortado la suave piel del muchacho. Un delgado hilo carmesí corría desde los omóplatos hasta la cintura. En realidad, se disponía a ordenar que castigasen con el látigo a un niño... si Mingyu no se atrevía de una vez a decir la verdad.
 
Baekho se apartó a un costado, de manera que todos pudiesen ver lo que había hecho. Mingyu gritó:
 
- ¡No! – y apartó la lanza que lo amenazaba, y trató de avanzar hacia Baekho. Seungcheol arrancó una lanza de las manos de un guardia y con ella derribó a dos hombres, y después desafió a los sajones a que se la arrebatasen, y también él caminó enfurecido hacia el poste.
 
Baekho llamó la atención de los vikingos y todos se inmovilizaron porque vieron que la daga presionaba sobre la espalda suave y blanca.
 
-La verdad, Mingyu.
 
-¡Es nadie! ¡Un muchacho! – insistió el vikingo.
 
Trajeron el látigo. Mingyu gritó de nuevo.
 
- ¡No! – y comenzó a decir otra cosa, pero el muchacho estaba moviendo violentamente la cabeza hacia delante y hacia atrás. Y Mingyu guardó silencio. Baekho se irritó profundamente. Aunque no decía una palabra, los deseos del muchacho prevalecían.
 
- Ustedes son estúpidos – exclamó Baekho y rodeó el poste, y ahora podía ver la cara del muchacho, y a los vikingos silenciosos -. Tu sufrirás, no él. No puedes hablarme, pero yo conseguiré que confiese que eres el jefe. Es evidente. Deseo la confirmación.
 
No esperaba respuesta de un mudo, y tampoco creyó que entendiese sus palabras. Estaba encolerizado porque esos vikingos lo obligaban a continuar con eso, y se enojó todavía más cuando esos bonitos ojos claros lo miraron durante un brevísimo segundo, antes de que la cabeza se inclinase de modo que ya no pudo continuar viendo la cara.
 
¡Maldición! Era precisamente lo que habría hecho un jovencito. En realidad, muchas cosas del muchacho evocaban tal delicadeza. Si no hubiera sabido que era imposible. Había conocido otros muchachos de pestañas largas, ojos bonitos y piel suave, hasta que pasaban esa etapa de la vida y se convertían en hombres. Este no había llegado aún a esa Soyou.
 
Baekho ordenó a que empezara. Cayó el látigo, y el muchacho emitió un hondo suspiro. No hubo otros sonidos en el patio silenciosos. Mingyu calló, y todos los músculos de su cuerpo estaban tensos. Baekho asintió de nuevo.
 
Esta vez el cuerpo alto y esbelto chocó contra el poste y después rebotó todo el largo de los brazos. La túnica de cuero abierta comenzó a deslizarse sobre los brazos. El muchacho se apresuró a apretar el cuerpo nuevamente contra el poste, sin la ayuda del látigo, pero no antes de que un pedazo de tela blanca se deslizara bajo la túnica.
 
Baekho se inclinó para recoger el lienzo que había cortado con su daga, del cual lograban resaltar dos minúsculas protuberancias no pertenecientes al cuerpo de un varón.
 
- ¡No, no puedo creerlo!
 
Desvió la mirada hacia la cabeza inclinada, y extendió la mano y aferró la mano y aferró la túnica y de un golpe la arrancó. Contuvo la respiración, y después maldijo con violencia al notar que el chico era un jovencito. La otra mano se acercó a la cabeza del prisionero y arrancó el vendaje, y Baekho maldijo otra vez cuando sedosos mechones dorados cayeron.
 
De los prisioneros surgió un gemido colectivo, pero el joven no había emitido un solo sonido, y no había una lágrima en los ojos que lo miraban fijamente. ¿Qué clase de joven era ése que no apelaba a su género para salvarse del látigo? ¿O quizás no sabía que Baekho no era hombre de flagelar a un joven?
 
Cortó las ligaduras de las muñecas, y él inmediatamente recogió la túnica para cubrirse. Apenas hizo eso, Baekho le aferró la mano y lo llevó a donde estaba el agotado Mingyu.
 
-¿De modo que es un muchacho? ¿De modo que no es nadie? ¡Y permitiste que lo castigase con el látigo! ¿Para ocultar qué? ¿Qué es un jovencito? ¿Por qué? – preguntó curioso Baekho.
 
-Para protegerme – contestó Minki.
 
Baekho volvió hacia él la mirada pero Minki no se intimidó.
 
-¡Tampoco ere mudo, y eres otro que comprende nuestra lengua! Por Dios, ¿me dirás por qué no abriste la boca para detener el castigo?
 
-Para protegerme de la violación de los sajones – dijo con sencillez. El rió cruelmente al oír esto.
 
-Eres demasiado alto para inspirar deseos a mis hombres, ¿o no lo sabías? Y tampoco, prostituto, eres una tentación en cualquier otro sentido.
 
La cólera de Baekho lo indujo a pronunciar esas palabras, pero de todos modos Minki se sintió herido.
 
-Y ahora, ¿qué harás conmigo? – se atrevió a preguntar.
 
Baekho lo miró irritado, porque parecía que no hacía caso de sus insultos.
 
-En adelante, servirás en la casa. Como te traten dependerá de tu conducta. ¿Entiendes?
 
-Sí.
 
-Entonces, explícaselo a tu gente.
 
-Minki miró a Mingyu y a Seungcheol, que se habían acercado.
 
-Quiere tenerme como rehén en su casa, para garantizar el comportamiento de nuestros hombres. Eso no debe afectar las decisiones que vosotros adoptéis. Tenéis que prometerme que si se presenta la oportunidad, os fugaréis. Si uno solo de vosotros puede llegar a la casa, conseguiréis que mi padre venga a buscarme.
 
-Pero te matará si huimos.
 
-Está enojado ahora porque castigó a un joven. No me matará.
 
Seungcheol asintió sabiamente.
 
-En tal caso, llegaremos a los daneses del norte, si se nos ofrece la oportunidad. Ellos tendrás barcos que nos permitirán llegar a las tierras septentrionales.
 
-Bien. Y yo os contaré cómo estoy. Si puedo. De todos modos no os preocupéis por mí.
 
-¡Es suficiente! – dijo Baekho, y lo empujó -. Llévalo adentro, y que los jóvenes lo bañen. – Mientras Minki se alejaba, pudo ver los costurones rojos en la espalda, uno salpicado de gotitas de sangre, y finalmente consiguió controlarse para hablar a Mingyu. – Sé que os dijo más de lo que yo le ordené. Y ahora, yo os digo lo siguiente: La primera vez que intentéis escapar o hiráis a uno de mis hombres, conseguiré que él desee estar muerta. Y no hago amenazas vacías.
 
 
 

!!FELIZ NAVIDAD PARA TODOS Y MUCHAS BENDICIONES¡¡



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yota´s news : De regreso?

 Buenas tardes a todas las lectoras. Después de un año  y casi 4 meses regreso a saludarlas y comentarles nuevas.  Me gustaría decirle...