Vikingos II -3

 
Habían navegado hacia el sur, más al sur de lo que Minki jamás había soñado conocer. Sabía que era el sur porque a medida que pasaban las noches el cielo se mantenía oscuro más tiempo, hasta que finalmente las horas de oscuridad igualaron las de luz diurna. Varios días atrás habían pasado frente a una hermosa tierra cuya costa estaba adornada por el verde del verano, pero nadie quiso decirle cómo se llamaba esa región.
 
Minki sabía algo acerca de las regiones que se extendían al sur a raíz del número de criados que habían estado en su casa a lo largo de los años, todos provenientes de regiones diferentes.
Si era una de las islas grandes, tenía motivos para creer que podían estar atacando a los daneses, pues esos norteños se habían propuesto conquistar ambas islas, y por lo que había, casi lo habían logrado. Y si se trataba de atacar a los daneses, pues bien, sería una lucha de igual a igual, y no lo que significaba agredir a los pueblos más pequeños de esas islas.
 
Junhui sabía más al respecto, pero no quería decirle nada. Aunque todavía estaba muy irritado con él, finalmente le había permitido salir de la bodega de la nave. Incluso Mingyu, hermano de Seungkwan, no le decía palabra. Minki suponía que la lógica de estos hombres era que si él no sabía dónde estaban o lo que hacían al desembarcar, nada podría revelar al padre cuando al fin regresaran a casa.
 
¡Cómo si no tuviese la audacia necesaria para hablar del asunto a su padre! Era un comerciante próspero. No aceptaba que sus barcos se dedicasen a incursionar en tierras lejanas. Los hombres del clan Choi no habían emprendido esas aventuras desde los tiempos del abuelo. Pero por supuesto, éstos chicos soñaban con las riquezas que podían obtenerse con una incursión, y los que navegaban al mando de Junhui eran todos jóvenes, y el barco que tripulaban se prestaba muy bien para una aventura de esa clase.
 
Minki no lamentaba haber embarcado, pues la excitación de los hombres era el sentimiento que él experimentaba también. Y aunque no se le permitiría desembarcar, ¡por Dios! Tendría una anécdota con la cual sorprender a sus hijos y sus nietos en las frías noches de invierno. Y la culminación estaba cerca. Lo adivinaba por el cambio que sobrevenía en los hombres, y por el modo en que observaban más atentamente la costa.
 
Una mañana temprano entraron por la boca de un ancho río; fue necesario apelar a todos los hombres para manejar los remos. La excitación de Minki aumentaba a medida que pasaban los minutos, pues le pareció que estaba en tierra virgen, a pesar de que de tanto en tanto podía ver pequeños asientos y aldeas.
 
El explorador que había en él se sentía fascinado con todo lo que veía. Y el aventurero contenía la respiración cuando al fin soltaron el ancla y Junhui se le acercó, pues Minki aún alentaba la esperanza de que se le permitiría acompañarlos. Incluso se había preparado para esa posibilidad se había puesto el yelmo de plata que Seungcheol le había entregado en broma esa mañana.
 
Minki no tenía escudo, pero aunque no había pensado en la posibilidad de usarlo, llevaba consigo la espada liviana que su appa le había regalado años antes. Pero no pensaba mostrar la espada a Junhui, a menos que él le permitiese acompañarlos, pues la posesión de un arma tan notable podía provocar muchas preguntas en él.
 
La expresión hostil cuando él examinó el atuendo masculino de Minki no auguraba nada bueno; no parecía que él hubiera cambiado de idea acerca del lugar en que Minki tendría que permanecer hasta el regreso de los hombres. Junhui era un hombre muy apuesto, pero cuando fruncía el ceño era temible, excepto para él, que lo conocía muy bien.
 
-Junhui, he sido una molestia para ti, pero...
 
-Ni una palabra más, Minki. – Lo interrumpió con un gesto impaciente.
 
– Veo que todavía quieres hacer lo que se te antoja, y no lo que te digo; pero no lo conseguirás esta vez. Bajarás a la bodega del barco, y permanecerás allí hasta mi regreso.
 
-Pero...
 
-¡Hazlo, Minki!
 
-Oh, está bien. – El joven suspiró y después le dirigió una sonrisa, pues no podía despedirse de él con palabras duras. – Que los dioses te traigan suerte... en todo lo que te propones hacer.
 
El casi se echó a reír, pero en cambio sonrió.
 
-Y eso dices... ¿tú que eres cristiano?
 
-Bien, sé que mi dios te cuidará sin que yo se lo pida, pero sé que recibirás de buena gana toda la ayuda que puedas conseguir de los dioses de nuestro padre.
 
-Entonces, Ki, dedica tu tiempo a rezar por mí.  -su mirada se suavizó un instante antes de abrazarlo.
 
Pero después, hizo un gesto en dirección a la bodega de la nave, y Minki dejó caer los hombros, derrotado, y obedeció.
 
Pero no permaneció allí mucho tiempo. Apenas el último hombre saltó por la borda y avanzó hacia la orilla del río, Minki salió de la bodega y provocó la sonrisa de uno de los hombres que habían quedado en el barco. Vio el gesto de reprobación del otro guardia. Ninguno de ellos le ordenó que volviese a su refugio, de modo que pudo ver a la tripulación que avanzaba hacia un espeso bosque que impedía ver el resto de la tierra.
 
Se paseó sobre cubierta con un sentimiento de frustración porque estaba retenido allí, donde no había acción. Era apenas mediodía, y hacía calor, mucho más de lo que había conocido en Noruega. ¿Cuánto tiempo se demorarían? ¡Por los dientes de Dios! Por lo que él sabía, podían pasar varios días.
 
-¡Thor!
 
Minki se volvió y advirtió que los últimos miembros de la tripulación se internaban en el bosque oscuro. Y entonces oyó lo mismo que había oído el hombre que estaba al lado: el choque de las espadas y los gritos de los hombres en combate.
 
- Seguramente son una fuerza numerosa, si pueden atacar en lugar de volverse y huir. ¡Vete abajo, Minki!
 
El vikingo impartió la orden en el mismo instante en que saltó por la borda del barco. Minki obedeció, pero sólo para recoger su espada. Cuando salió nuevamente de la bodega, vio que los dos hombres que habían quedado atrás corrían hacia el bosque para ayudar a sus amigos. No vaciló en reunirse con ello.
 
Alcanzó a los dos hombres en el momento mismo en que ellos llegaron al bosque y atacaron con alaridos escalofriantes. No los siguió directamente. Alrededor sólo vio cuerpos caídos. ¡Oh, Dios! no había pensado que sería así.  ¡Junhui! ¿Dónde estaba Junhui?
 
Se impuso apartar la mirada del suelo sembrado de cadáveres y miró al frente, donde continuaba la lucha. Vio quiénes eran los atacantes, y le pareció increíble que esos hombres menudos y enjutos hubiesen hecho tanto daño, pues no veía muchos. Advirtió también que no todos eran de pequeña estatura. Había uno unos pocos centímetros más alto que él, y estaba combatiendo... ¡con Junhui! ¡Y por Dios! No era el único que esgrimía una espada contra su hermano.
 
Minki se adelantó para ayudarlo, pero le salió al paso un hombrecito que con fiero grito le impidió avanzar. En lugar de enfrentar una espada, Minki soportó el ataque de una larga lanza que partió en dos, y cuando alzó la espada contra el hombre, él huyo.
 
Desorientado, se volvió frenéticamente, buscando con la mirada a Junhui, y entonces emitió un grito, pues en el momento en que lo vio, su hermano caía al suelo, y el hombre alto con quien había estado luchando retiraba su espada ensangrentada. Minki avanzó aturdido, corrió hacia él, los ojos fijos en el hombre que había abatido a Junhui.
 
Minki descargó ciegamente la espada sobre el hombre que apareció a la derecha para cerrarle el paso, y lo dejó atrás. Y de pronto se encontró frente al asesino de su hermano. Desvió el primer golpe de espada de su antagonista. Los ojos de ambos se encontraron antes de que la espada de Minki penetrase en la carne de su enemigo. Ella vio como los ojos del hombre se agrandaban perceptiblemente cuando retiraba la espada, pero fue lo último que vio.
 
 
 
 
Una sola vela emitía su tenue luz en la pequeña habitación, perteneciente al joven Lee Daehwi, una belleza de huesos pequeños que había cumplido veintiún años, y que se sentía muy orgulloso de su cabello dorado y ojos del color del café.
 
Daehwi era el prometido del hombre acostado con él, Baekho de Kang, uno de los nobles del rey Alfredo. Cuatro años atrás se lo habían ofrecido como esposo, pero se vio rechazado. El invierno pasado había molestado y forzado a su padre, como sólo puede hacerlo un hijo muy amado, con el fin de que él la ofreciese de nuevo, y esta vez había sido aceptado. Pero sabía que está última vez se le había aceptado sólo porque había conseguido atraer a su dormitorio a lord Baekho, y allí se le había ofrecido cuando él, ebrio después de un festín de su padre, le había tomado.
 
Entregarse a Baekho esa noche no fue un gran sacrificio para Daehwi, si bien confiaba en que Baekho no lo hubiera advertido; en efecto, había conocido otro hombre antes que a él. Pero sólo uno, porque después de esa primera vez el joven había llegado a la conclusión de que esa parte de las relaciones no le agradaba en absoluto. Sin embargo, sabía que tendría que rechinar los dientes y soportar a menudo la experiencia una vez que se casara con Baekho.
 
Un sigo de la decisión que lo animaba era el hecho de que, aunque le desagradaba el amor del hombre, Daehwi continuaba ofreciéndose a Baekho cada vez que él le visitaba, lo cual, por suerte, no hacía con frecuencia. Temía que si se le negaba antes de la boda, él rompería el compromiso. Después de todo, Baekho no deseaba realmente un esposo.
 
Kang Baekho tenía sólo veintisiete años, y no demostraba prisa para atarse. Era la excusa que había usado a menudo para responder a los padres de hijos casaderos. También había otra razón, aunque nunca la mencionaba. Cinco años atrás se había comprometido con un joven a quien amaba. Lo había perdido tres días antes de la ceremonia matrimonial y después no había amado a nadie.
 
Daehwi creía que Baekho jamás volvería a amar. Si no hubiera sido tan deseable como marido, Daehwi jamás se habría casado con él. Pero la verdad era que todos los doncell en muchos kilómetros a la redonda deseaban a Kang Baekho.
 
La primera vez se había dado prisa. Pero después e incluso ahora, el asunto parecía prolongarse indefinidamente, con muchos besos y contactos. Él no se oponía demasiado a los besos, pero ¡el contacto...! Le tocaba todo el cuerpo, y tenía que permanecer acostado, sintiéndose humillado y soportándolo todo. A veces se preguntaba si él prolongaba intencionadamente el asunto, si habría adivinado que no le agradaba. Pero, ¿cómo podía saberlo? Daehwi jamás protestaba y no ofrecía la más mínima resistencia. Yacía allí, perfectamente inmóvil, y le permitía hacer todo lo que él quería. ¿Qué más podía hacer para demostrarle que estaba dispuesto?
 
Baekho le miró y en sus ojos había una expresión divertida. Daehwi lo oyó suspirar y se le endureció el cuerpo, pues sabía que ése era el signo de que Baekho, al fin se disponía a cubrirlo. Se oyó un golpe en la puerta en el mismo momento en que él se acomodó entre las piernas de Daehwi.
 
- ¡Milord, Milord, venga inmediatamente! ¡Su hombre está abajo, y dice que tiene que verlo urgentemente.
 
Baekho abandonó la cama y buscó sus ropas. Su expresión no demostró que le alegraba la interrupción. Hacer el amor a Daehwi estaba convirtiéndose en una obligación fatigosa, cargada de frustraciones, algo que no le deparaba ningún placer. Y también lo confundía, pues él jamás lo buscaba. El joven se encargaba de llevarlo a su dormitorio, induciéndolo a creer que era lo que deseaba. Pero cuando estaban en la cama, se mostraba tan frío como carne muerta, y él había hecho todo lo que podía imaginar para lograr que el joven gozara en la unión.
 
Después de asegurarse el cinturón sobre la chaqueta de cuero que usaba, volvió los ojos hacia Daehwi; quien se había cubierto recatadamente tan pronto él abandonó la cama. Le mezquinaba incluso la visión de su espléndida desnudez. La cólera de Baekho se encendió un momento a causa del gesto, pero la dominó. Tenía que considerar la tierna sensibilidad de Daehwi. Después de todo, era un joven señor de noble cuna, y como todos los de ese estilo necesitaba que se le tratase con cuidado porque, de lo contrario, uno debía afrontar escenas de lágrimas.
 
-Milord, ¿cómo puede usted abandonarme ahora? – preguntó quejosamente Daehwi.
 
Muy fácilmente, pequeña, pensó Baekho, pero no fue eso lo que dijo.
 
-Ya oíste que me llamó tu criada. Me necesitan abajo.
 
-Pero, Baekho, parece tan... como si yo no te importase... como si no me quisieras.
 
De sus ojos brotaron grandes lágrimas, y Baekho suspiró disgustado. ¿Por qué todos tenían que proceder así? Lloraban tan fácilmente. No estaba dispuesto a aceptar eso de su esposo. Era mejor quitarle de inmediato la costumbre.
 
-Entiéndelo de una vez, Daehwi, no puedo soportar las lágrimas.
 
-¡Tú... tú no me quieres! – sollozó.
 
-¿He dicho eso? – preguntó con voz áspera.
 
-Entonces, quédate. ¡Por favor, Baekho!
 
En ese momento casi lo odió.
 
- Señor, ¿desea que ignore mi deber para tranquilizarlo? No haré eso. Tampoco lo mimaré, de modo que no espere tal cosa.
 
Salió de la habitación, la escena lo había puesto de mal humor, y la visión del siervo que lo esperaba abajo no facilitó las cosas. Si el asunto era importante, no debían haber enviado a un siervo.
 
-¿Qué pasa? – ladró Baekho al hombrecito.
 
-Los vikingos, milord. Llegaron esta mañana.
 
-¿Qué? – Baekho aferró al hombre y lo sacudió. – No me digas mentiras, hombre. Los daneses están al norte, lidiando con las revueltas contra su dominio de Northumbria, y preparándose para atacar a Mercia.
 
-¡No son los daneses!.
 
Baekho lo soltó, y un sudor frío le cubrió la frente. Podía enfrentar a los daneses que ejercían el control de dos reinos del país.  Los últimos dos años, los lores y los jefes de todos los condados habían estado entrenando a los hombres libres y mejorando sus cualidades combativas además de fortificar los poblados. Baekho había dado un paso más, e incluso había entrenado en las artes de la guerra a algunos de los siervos más capaces. Estaba preparado para marchar contra los vikingos daneses, quienes ansiaban instalarse en el país. Pero los vikingos del mar siempre eran imprevisibles y ellos podían ocupar por sorpresa Pledis y destruirla, como casi habían hecho cinco años antes.
 
Recordar la última incursión vikinga sobre Pledis, ciertamente angustiaba a Baekho pues reavivaba el odio que había incubado durante esos cinco años, el odio que lo había llevado a matar a muchos daneses ese verano del 871, porque daneses habían sido los que atacaron, antes de iniciar el saqueo del monasterio de Jurro.
 
Durante dicha incursión había perdido a su padre, a su hermano mayor y a su amado Ren, violado repetidamente ante sus propios ojos antes de cortarle el cuello, mientras él, incapaz de acercarse a causa de las dos lanzas que lo sujetaban contra el muro, tenía que soportar el sufrimiento de escuchar sus gritos y sus ruegos para que le ayudase, mientras la vida misma de Baekho se le escapaba con la sangre que manaba de sus heridas. También él habría muerto si los vikingos hubiesen permanecido allí más tiempo.
 
- Milord, estos vikingos son noruegos.
 
Baekho sintió deseos de sacudir nuevamente al hombre. ¿Qué importaba quiénes eran? Si no formaban parte de los dos grandes ejércitos vikingos del norte, eran piratas que venían del mar, hombres que sólo deseaban matar.
-¿Ha quedado algo de Kang?
 
-¡Pero si los hemos derrotado! – dijo sorprendido Seldon -. La mitad está muerta, el resto capturado y ahora está encadenado.
 
Baekho aferró de nuevo al hombre y otra vez lo sacudió.
 
-¡Estúpido, no pudiste decírmelo al principio!
 
-Milord, se lo dije. Hemos vencido.
 
-¿Cómo?
 
-Lord Aron convocó a todos los hombres a realizar maniobras en el campo del este. Pero mi primo estaba al sur del río y no se enteró de la convocatoria. Y él vio la nave vikinga.
 
-¿Sólo una?
 
-Sí, milord. Mi primo fue directamente a Pledis, pero encontró a los hombres de lord Aron en el campo del este. Como estaban armados y preparados, y tan cerca del río, lord Aron decidió atacar. Dispusimos del tiempo suficiente para preparar una emboscada. Los hombres treparon a los árboles del bosque, frente al río, y cayeron sobre los vikingos cuando éstos pasaron por debajo. Tantos murieron en el ataque por sorpresa que pudimos derrotar a los que quedaron.
 
Baekho formuló la temida pregunta
 
-¿Cuántos hombres perdimos?
 
-Sólo dos.
 
-¿Y heridos?
 
-¡Dieciocho! Milord, los vikingos lucharon como demonios... demonios gigantescos – dijo Seldon en actitud defensiva.
 
La expresión de Baekho era dura e imperiosa.
 
-En marcha, y yo me ocuparé del resto de esos piratas sangrientos.
 
-Ah, milord, lord Aron fue...
 
-¿Está muerto? – gimió Baekho.
 
-No – se apresuró a decir Seldon, pus sabía que ambos primos mantenían estrechas relaciones. Pero tuvo que informar de mala gana: - Pero está gravemente herido.
 
-¿Dónde?
 
-En el vientre.
 
-¡Dios mío! – gimió Baekho mientras salía de prisa del salón.
 
 
 
Minki despertó lentamente y sintió que el terrible martillo de Thor le golpeaba la cabeza. Que Dios lo ayudase; estaba imaginando cosas; pero ese dolor de cabeza era el peor que había tenido en su vida. Y después percibió otras cosas incómodas, y recordó.
 
Se sentó demasiado de prisa y se sintió mareado, de modo que cayó de costado con un gemido. Dos brazos lo aferraron, y el ruido de las cadenas le indujo a abrir sobresaltado los ojos. Estaba mirando a Mingyu, que a su vez lo miraba, y después volvió la cabeza para ver quién lo sostenía: era Hoshi, un amigo de Junhui.
 
Volvió a sentarse, y frenéticamente miró alrededor. Los habían reunido en torno de un alto porte, y todos estaban sentados en el suelo duro. Eran diecisiete. Muchos yacían inconscientes, las heridas sin atender, y todos estaban encadenados por los tobillos, de modo que formaban un círculo alrededor del porte. Pero no vio a Junhui.
 
Su mirada buscó otra vez la de Mingyu, y los ojos de Minki encerraban un ruego.
 
- ¿Junhui?
 
El meneó la cabeza, y el grito brotó de la garganta de Minki. Hoshi aplicó instantáneamente la mano sobre la boca de joven y Mingyu acercó su cara.
 
-¡Todavía no saben que eres un jovencito! – murmuró - ¿Nos obligarás a permanecer aquí y a mirar mientras te llevan y te violan? Ten cuidado, Minki. No te denuncies con gritos.
 
Él parpadeó para indicar que comprendía, y Mingyu indicó a Hoshi que lo soltase, Minki contuvo la respiración, inclinó la cabeza hacia el suelo, destrozado por el dolor de la pérdida. Deseaba gritar, necesitaba hacerlo, manifestar de ese modo su dolor. Si no podía expresarlo, el sufrimiento se acentuaría cada vez más, hasta que no pudiera hacer nada. Los gemidos angustiados brotaron de sus labios, hasta que un puño le golpeó la mandíbula y Minki cayó nuevamente en dos brazos que lo esperaban.
 
Cuando volvió a despertar, el sol comenzaba a ponerse. Gimió, pero después se contuvo y se sentó lentamente, y miró con gesto acusador a Mingyu.
 
-Me golpeaste. – No era una pregunta.
 
-En efecto.
 
-Imagino que debería agradecértelo.
 
-Deberías.
 
-¡Canalla!
 
Si hubiese podido, él se habría reído a causa del tono con que le habló. No estaban vigilados por sus enemigos que tenían que atender sus propias heridas; pero estaban cerca dos guardias.
 
-Minki, después tendrás tiempo para llorar – dijo amablemente Mingyu.
 
-Ya lo sé.
 
El joven estiró los tobillos sujetos por los pesados aros de hierro. Había desaparecido el yelmo de plata y también la daga enjoyada y el cinturón. Incluso le habían quitado las botas revestidas de piel.
 
-¿Nos quitaron todo lo que tiene valor? – preguntó.
 
-Sí. Te habrían quitado también la chaqueta, si no hubiese sido una piel tan vieja y deteriorada.
 
-Y manchada de sangre – agregó Minki, mirando los parches oscuros, pues la sangre había brotado del hombre alto a quien mató con la espada.
 
Mingyu comenzó a examinar al joven. Ahora que no tenía el cinturón, la corta túnica descendía en líneas rectas incluso por debajo de las caderas, y ocultaba eficazmente la curva más profunda de la cintura. Las manos y los pies desnudos, no eran pequeños, poro tampoco masculinos. Otro tanto podría decirse de los brazos desnudos, excesivamente delgados, incluso para un joven.
 
Mingyu se dio por satisfecho.
 
-De no ser por ese magnífico cabello que tienes, pensarán que a lo sumo eres un muchacho. Afirmaremos que eres mudo, y así resolveremos el problema.
 
-Pero, ¿y mi cabello?
 
Mingyu frunció el ceño, y de pronto sonrió y comenzó a apartar el reborde de la túnica. Pidió a Hoshi que ocultase a Minki de la vista de los guardias, y después como pudo lo acomodo alrededor de la cabeza del joven, y aplicó sobre ella el cuero blando de su propia túnica, asegurándolo en la bese del cuello de Minki.
 
-Mi herida no está allí – comenzó a decir Minki.
 
-No me interesa ese minúsculo golpe – replicó él -. Espera un momento. Falta el toque final.
 
Y comenzó a golpearse la fea herida que tenía en el brazo hasta que se manchó los dedos con bastante sangre fresca, y la aplicó a la cabeza vendada.
 
-¡Mingyu!
 
-Cállate, Minki, o esa voz arruinará mis astutos esfuerzos. ¿Qué te parece, Hoshi? ¿Ahora creerán que es un muchacho?
 
-Con el mentón hinchado y la cabeza vendada, nadie lo mirará dos veces – replicó Hoshi con una mueca.
 
-Muchas gracias – observó Minki. Mingyu ignoró el sarcasmo.
 
-Sí, tiene la cabeza algo grande, pero como no verán en ella a un jovencito, pensarán que es nada más que un vendaje. Así, sucio y descuidado, los engañará. Si te descubren Minki estás acabado.
 
Minki le dirigió una mirada sombría, en vista de la advertencia innecesaria.
 
-Creo que es hora de que me digáis dónde estamos.
 
-En el reino de Wessex.
 
-¿El Wessex de los sajones?
 
-Sí.
 
Los ojos de Minki se agrandaron, incrédulos.
 
-¿Quieres decir que un ejército de minúsculos sajones os derrotó?
 
Mingyu se sonrojó ante el asombro del joven.
 
-Cayeron sobre nosotros desde los árboles. La mitad de Pledisra gente quedó fuera de combate antes de que el resto supiese siquiera que éramos atacados.
 
-¡Oh, qué injusto! – exclamó Minki -. ¿Os hicieron una emboscada?
 
-Sí. Era el único modo en que podían haber vencido, pues su número no era superior al Pledisro. Y lo peor del caso es que no nos interesaban ellos, ni lo que podíamos quitarles. Habríamos pasado de largo por este lugar al que nos trajeron. Queríamos... – hizo una pausa, pero de pronto calló -. No importa.
 
-¿Qué buscabais? – preguntó Minki.
 
-Nada.
 
-¡Mingyu!
 
-¡Por los dientes de Thor! ¿Puedes bajar la voz? – le dijo Mingyu -. Queríamos saquear un monasterio.
 
-¡Oh, no, Mingyu! No me digas nada.
 
-Sí, era eso, y ahora, comprenderás por qué Junhui no deseaba que lo supieras, pues comprendía tus sentimientos. Pero Minki, era nuestra última oportunidad de apoderarnos de algunas riquezas de este país. Los daneses pronto lo tendrán todo. Quisimos únicamente llevarnos una pequeña parte de esa riqueza. No habría sido necesario matar a nadie; o quizás a unos pocos. Lo único que buscábamos era la fabulosa riqueza del monasterio de Jurro.
 
-¿Cómo sabíais dónde encontrarlo?
 
-La hermana de Flokki, la que se casó con un danés, vino de visita el año pasado. Trajo muchas noticias acerca de lo que están haciendo aquí, y nos habló del fracasado ataque a Jurro, el del año 871. Ahora les interesa el reino de Mercia, y una vez que la tengan dominada Mercia, volverán aquí. Si no es este año será el próximo o poco después. ¿Crees que pueden ignorar la existencia de esta región rica y fértil? Los pequeños sajones no podrán evitarlo.
 
-Pudieron derrotaros a vosotros – le recordó Minki.
 
-Tuvieron de su lado la suerte de Odín.
 
-Y otra cosa Mingyu, no todos eran pequeños. El hombre a quien maté era tan alto como tú.
 
-Sí, lo vi cuando llegaron los carros para trasladar aquí a los heridos. Pero no lo mataste, Minki, por lo menos aún no ha muerto.
 
Minki gimió, porque se sintió traspasado de dolor.
 
-¿Quieres decir que ni siquiera pude vengar a mi hermano?
 
La mano de Mingyu se acercó a la mejilla de Minki, en un gesto de consuelo. Pero de inmediato la retiró, no fuese que uno de los guardas lo viera.
 
-Estoy seguro de que pronto morirá. Cuando lo llevaron a esa gran casa que está allí, sangraba mucho del vientre.
 
Minki se estremeció al recordar la carnicería que había presenciado. ¿Cómo podría enfrentar a su familia si no hubiese tratado de matar al hombre que había destruido a su hermano?
 
Se volvió para observar el lugar señalado por Mingyu. Era una construcción muy amplia de dos pisos, la mayor parte de madera, con ventanas grandes y pequeñas que permitían el paso de la luz diurna, pero que sin duda también dejaban entrar el frío del invierno. Alrededor había muchas otras construcciones más pequeñas, y una empalizada de madera rodeaba el sector; era sólida, pero no muy alta.
 
-Sí, ya ves que sería muy fácil ocupar este poblado – comentó Mingyu.
 
-Pero están preparándose bien para resistir a los daneses. Mira eso. – Señaló una enorme pila de grandes bloques de piedra del otro lado del patio cerrado. – Parece que el plan es construir un muro más sólido.
 
-Sí, y hemos visto más piedras frente a la empalizada de madera – confirmó riendo Mingyu, y después rió despectivamente -. Los daneses estarán aquí antes de que pueden terminar la obra.
 
Minki se encogió de hombros porque todo eso nada significaba para ellos. Escaparían de este lugar mucho antes de que comenzara la invasión; de eso no tenía la más mínima duda.
Al volver los ojos hacia la casa grande, frunció el ceño.
 
-El salón es espacioso, y seguramente pertenece a un señor importante. ¿Crees que el hombre alto es el señor de este lugar?
 
-No. Por lo poco que pude entender de todo lo que dijeron el señor de este lugar no está aquí. Pero creo que han ido a buscarlo. En realidad, debí prestarte más atención cuando me enseñaste la lengua de la anciana.
 
-Sí, debiste hacerlo, pues eres el único que puede hablar por nosotros si voy a representar el papel de mudo.
 
Mingyu sonrió.
 
-¿Te parece que será muy difícil para ti mantener la boca cerrada cuando estén cerca?
 
-De un modo o de otro me arreglaré.
 
 
 


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yota´s news : De regreso?

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