Tu Mi Destino- Capítulo 7



Trató de auto convencerse que no le importaba si sobrevivía. No lo necesitaba más. Tenía su camioneta, dinero, un mapa, a Leeteuk y su coche en camino. Tenía todo lo que necesitaba para llegar a la SM y reventarlo. Incluso le había desencadenado, liberándolo para que huyera sin enfermarse.

¿Por qué había hecho eso? ¿Porque no quería hacerle daño? ¿O porque sabía que iba a morir?

Sungmin no lo sabía. No comprendía por qué lo había liberado cuando había estado claro que tenía la intención de aprisionarlo de por vida.

Lo que sabía era, hasta que separara la verdad de las mentiras, que no podía dejar morir a Kyuhyun.
  
Sungmin puso la camioneta en marcha y pisó el acelerador. La grava salió disparada de las
ruedas, pero la camioneta se echó a andar a toda prisa. Se inclinó hacia el campo, y se dirigió hacia los dos monstruos que estaban entre el maíz seco. Eran los dos únicos lo suficientemente cerca para poder llegar a los dos a la vez.

Una rápida mirada en dirección a Kyuhyun le dijo que se había ocupado del primer monstruo, dejándolo en sangrientos pedazos en el suelo. Un segundo saltó desde el maíz, disparando sus púas al pasar. El cuerpo de Kyuhyun se arqueó mientras esquivaba la rociada, pero su hombro se tambaleó hacia atrás cuando una de los pinchos dio en el blanco.

Oh, mierda. Eso no podía ser bueno.

Sungmin se echó hacia atrás conduciendo justo cuando el parachoques delantero golpeaba al primer monstruo, seguido de cerca por el segundo. La camioneta saltó en el aire casi un metro, y oyó un silbido estallar de al menos dos neumáticos cuando las púas los pincharon.

Un fuerte ruido, como granizo golpeó el techo de la camioneta, rebotó desde abajo. Tres de esas desagradables púas se dispararon a través de las tablas del suelo a sólo unos centímetros de sus pies, pasando cerca de él y alojándose en la cabecera de la camioneta.

Sungmin gritó, e instintivamente se apartó del ataque. Sin su pie sobre el acelerador, la camioneta desaceleró rápidamente, barriendo un amplio sector de plantas de maíz por debajo.

Miró por el espejo retrovisor, buscando señales de movimiento de los dos a los que había aplastado. Estaban tumbados en húmedos montones, retorciéndose, pero no levantándose.

Empujó el acelerador, tirando con fuerza del volante, y volviendo la camioneta para otro pase. Frenéticamente, examinó la zona donde había visto por última vez a Kyuhyun y no vio nada, ni siquiera el movimiento en el maíz o la punta de la hoja brillando sobre los tallos.

El pánico se apoderó de él, vaciándolo, como si estuviera flotando justo por encima de su cuerpo. Parecía que había tardado una eternidad poner al camioneta en marcha por el camino correcto.

¿Estaba Kyuhyun herido? ¿Muerto?

La idea lo dejó helada y temblando.

Se armó de valor contra lo que iba a hacer a continuación mientras las ruedas desinfladas crujían sobre los cuerpos de los monstruos. Si se levantaban ahora, sabía que era el momento de correr.

Sungmin detuvo la camioneta, preocupado de que Kyuhyun estuviera oculto en el maíz. Yaciendo herido y sangrando. Si le golpeaba, nunca sería capaz de vivir consigo mismo.

Salió de la camioneta en marcha y saltó de la cabina. Un húmedo sonido chorreante salió de debajo del camioneta, pero se dijo a sí mismo que era sólo condensación del aire acondicionado, no pedacitos blandos de tripas de monstruo.

Desarmado y desesperado, Sungmin se abrió paso de vuelta a donde había visto por última vez a Kyuhyun. Los cadáveres de dos monstruos yacían allí, goteando lentamente espesa sangre negra sobre el suelo.

Kyuhyun no estaba por ningún lado.

—¡Kyuhyun! —gritó.

Ni siquiera le importaba que alguna de las personas que quedaban en el asador lo oyera. Los Defensores y su madre siempre le habían dicho que tenían que mantener todo ese tema de monstruos en silencio, pero le importaba una mierda eso ahora. Necesitaba encontrar a Kyuhyun.

Le llamó por el nombre otra vez, pero no obtuvo respuesta. Entonces le pareció oír algo. Un profundo gemido.

Sungmin se detuvo en seco, dejando que los susurros de las plantas se detuvieran a su alrededor.

Ahí estaba de nuevo. Definitivamente un gemido.

Se acercó hacia él, coreando el nombre de Kyuhyun, rogando que estuviera bien, mejor de lo que sonaba.

No lo estaba. Su gran cuerpo estaba tendido en el suelo, su espada yaciendo a pocos metros de distancia. La sangre goteaba del hombro de su camiseta. No podía ver la púa, y no sabía si estaba incrustada en él, o si le había travesado. Su piel brillaba de sudor, aún cuando su cuerpo se estremecía con escalofríos.

—Kyuhyun —exhaló mientras iba a su lado.

Él abrió los ojos y las pupilas eran pequeños puntitos de color negro. No era una buena señal.

—Vete, Sungmin. Pueden oler mi sangre. Vendrán más.

—Estás loco si crees que te voy a dejar aquí. Nos vamos juntos.

El tiró de su brazo sano, tratando de levantarlo y ponerlo de pie. Hombre, era pesado, pero se las arregló para poner su hombro bajo él y, con su ayuda, lo levantó. Estaba tembloroso y él apretó los dientes contra el dolor de mantenerlo levantado. El hombre estaba lleno de pesados músculos y probablemente pesaba el doble que él.

Si no lo metía en la camioneta mientras él todavía podía ayudar, nunca lo haría.

—Espada —dijo él, sonando casi en pánico.

—Déjalo. Puedes conseguir otra.

—¡No! —Viró hacia la cosa y Sungmin no tuvo otra opción que ayudarle a llegar allí o dejarle caer.

Aparentemente era demasiado importante para dejarla atrás.

Le sostuvo con una mano mientras cogía el arma, pero no tenía dónde ponerla. Frustrado, se la metió bajo el brazo y la prendió a su costado, rezando para no cortar a uno de ellos con la perversa hoja.

Satisfecho, Kyuhyun cooperó de nuevo con él y se dirigieron hacia la camioneta.

—Eso es —dijo jadeando bajo su peso, agradecido de no ser un blando—. Casi llegamos.

—No voy a durar mucho más —le dijo—. Veneno.

—Infiernos que no. Sólo dime qué hacer.

Llegaron a la camioneta y lo apoyó contra ella mientras manoseaba para abrir la puerta del acompañante. Consiguió abrirla, él entró de cabeza, desplomándose contra el asiento, pero era lo suficientemente bueno.

Sungmin arrojó la espada a las tablas del suelo a sus pies, cerró la puerta y corrió alrededor de la camioneta. Iba a conducir con las llantas, pero eso era demasiado malo. De ninguna manera se iba a quedar el tiempo suficiente para arreglar los neumáticos y ver qué más se presentaba.

—Cinta adhesiva —susurró Kyuhyun.

No tenía ni idea de por qué la quería, pero no se detuvo a hacer preguntas estúpidas.

—¿Dónde está?

—Caja. Bajo el asiento.

La encontró y ya estaba tirando del extremo.

—¿Qué hago con ella?

—Tapa mi herida. Lanza la camiseta fuera como distracción. La sangre.

Correcto. Ellos podían olerla.

Sungmin se puso de rodillas sobre el asiento y tiró con fuerza de la camiseta de Kyuhyun. Él siseó de dolor, revolviéndole el estómago, pero no se ralentizó o trató de ser más suave. Ahora no era el momento de ser suave. O lento.

La camiseta cayó, empapada de sangre y sudor. La usó para limpiar el hilillo de sangre que manaba de la fruncida herida. No podía ver si la púa había traspasado o no, pero necesitaba detener el sangrado, así que usó una tira de la cinta para vendarlo, cubriendo tanto la parte trasera como la delantera de su hombro. Le iba a doler como el infierno cuando se la quitara, pero tratarían con eso más tarde. Asumiendo que vivieran lo suficiente.

—Tira la camiseta por la ventanilla. Si no van por ella, tírame.

Sungmin aplastó la oleada de pánico que crecía dentro de sí.

—No va a pasar.

Kyuhyun alargó la mano hacia el picaporte, pero Sungmin golpeó el botón que la bloqueaba para que no se abriera. Él trató de accionar el interruptor de su lado, pero sus dedos estaban temblando tanto, que no podía hacerlo funcionar. Se dejó caer en el asiento y su brazo cayó desmayado a su lado.

Sungmin puso la camioneta en marcha y se dirigió a la carretera. La camiseta de Kyuhyun estaba al alcance de su mano, lista para ser lanzada, pero no iba a hacer eso tan cerca del restaurante. No quería atraer más monstruos allí a la agradable gente indefensa.

Ambos neumáticos delanteros estaban planos y tenía problemas de dirección, pero se las arregló para llevarlos más de cuatro kilómetros y medio camino abajo. Tiró la camiseta por la ventanilla y siguió adelante.

Kyuhyun estaba haciendo bajos ruidos de dolor, pero no le había dicho una palabra en varios minutos. Estaba tumbado lánguidamente en el asiento, deslizándose cada vez que él daba un giro. Se acercó y presionó una mano contra su frente.

Estaba ardiendo.

Un enfermo miedo desvalido se levantó en su interior. Eso era como cuando mamá había muerto. La había encontrado demasiado tarde. No había nada que pudiera hacer. Sungmin había sido un adolescente, perdido, solo y asustado.

No podía pasar a través de eso otra vez. Esa vez, tenía que hacer algo para detenerlo.

Manteniendo un ojo sobre la carretera, tanteó sobre la piel caliente de Kyuhyun hasta que encontró su cinturón y el teléfono móvil enganchado en él. Se sabía el número de Leeteuk de memoria. Lo marcó mientras comprobaba el indicador de la gasolina. Sólo quedaba un cuarto de tanque y no estaban haciendo un buen tiempo. El motor estaba gritando, pero los neumáticos estaban realmente ralentizándolos, haciendo difícil el avance, incluso con la dirección asistida.

Le tomó varios timbrazos a Leeteuk contestar.

—Hola. —Parecía sin aliento y su voz era débil por la fatiga.

—Leeteuk. Kyuhyun está en problemas. Ha sido envenenado.

—Oh no.

—¿Qué hago?

Se oyó un ruido rayado en la línea.

Una voz de hombre salió por el teléfono, fuerte y confiada. Kangin.

—Sungmin, ¿estás a salvo?

La pregunta lo sorprendió. No había esperado estar hablando con Kangin, ni
habría pensado que su seguridad iba a ser la primera cosa en su mente.

—Sí, pero Kyuhyun no.

—Dime que pasó.

Kyuhyun dejó escapar un profundo gemido y Sungmin apretó más el volante.

—Fue alguna clase de cosa puercoespín. Una púa atravesó el hombro de Kyuhyun.

—¿Sólo una? —preguntó Kangin.

—Creo que sí.

—¿Está consciente?

Sungmin tragó con dificultad para aliviar la opresión en la garganta.

—En realidad no. Está sudando y temblando.

—No te asustes, ¿de acuerdo? Vamos a arreglarlo, pero te necesito para detener la hemorragia.

—Ya lo hice. Me hizo ponerle cinta adhesiva sobre la herida.

—Eso funcionará —dijo Kangin.—¿Dónde estás?

—Kansas. En su camioneta.

—¿Qué ciudad?

—No lo sé. Me llevó a un asador en medio de la nada. —No podía recordar el nombre y entró en pánico de nuevo.

Kangin debía haberlo percibido en su voz.

—De acuerdo, Sungmin. Conozco el lugar, pero no puedes perder las formas. Tienes que mantenerte en movimiento.

—Lo estoy, pero las dos ruedas delanteras de su camioneta están pinchadas, y estamos casi sin gasolina.

Sungmin le oyó pronuncias una vil maldición, pero amortiguada, como si hubiera cubierto el micrófono, no queriendo que él la oyera.

—Irá bien. Alguien estará cerca que pueda ayudar. Sólo quédate fuera de las carreteras principales para que no te pare la policía, ¿de acuerdo?

—Sí. Puedo hacer eso. —Esperaba—. ¿Puedes adivinar dónde está el hospital más cercano?

—Los médicos humanos no pueden ayudarle, pero dame dos minutos y encontraré a alguien que pueda.

Antes de poder responder, la voz de Leeteuk volvió a la línea, llena de alegría fingida.

—Hey, Sungmin. Kangin fue a encontrarte ayuda, pero nos pondremos al día de los viejos tiempos mientras él está trabajando en ello.

Era difícil mantener el teléfono en la oreja mientras conducía la camioneta, pero Sungmin necesitaba el sustento de la voz de su amigo para mantener el equilibrio. Demasiado estaba pasando demasiado rápido.

—Qué tal empezar por decirme por qué sonabas tan cansado cuando llamé. ¿No te dejan dormir?

—Estoy ayudando a reconstruir el muro. Es agotador, pero necesario.

—Pensé que había montones de hombres fornidos allí. Que hagan ellos el trabajo pesado.

—No estoy construyéndolo físicamente. Estoy empujando un montón de magia en él para hacerlo más fuerte. Muy chulo, ¿eh?

Sungmin no estaba seguro de qué chulo fuera la palabra que usaría, pero no quería entrar en una discusión sobre su opinión ahora.

—Si tú lo dices. ¿Hiciste las maletas como te dije?

—No. Sungmin, yo…

—Si no puedes hablar, lo entiendo. Sólo dime algo mundano y lo pillaré.

—No es eso. Soy libre de decir lo que quiera. Sólo creo que podrías haber obtenido algunas ideas equivocadas acerca de éstas personas en algún momento.

—Te están haciendo decir eso, ¿verdad?

—No. —Leeteuk dejó escapar un suspiro—. Escucha, sería más fácil hablarlo en persona una vez que estés aquí.

—Asumiendo que llegue tan lejos.

—Lo harás —dijo Leeteuk—. Veo al líder de los Centinelas cruzar el patio. Ya está con su teléfono, llamando probablemente a hombres de todas partes para venir a ayudar. No te defraudarán.

La idea de un puñado de hombres como Kyuhyun acercándose hacia él era más que un poco desalentadora. Apenas podía mantener la cabeza con un grande y sexy Centinela. Más de uno iba a ser muy difícil de controlar.

—No. No quiero un puñado de gente cazándome.

—No van a cazarte, Sungmin. Van a ayudar.

Sungmin seguía sin estar convencido. Al menos si sabía lo que estaba en camino, podía dejar a Kyuhyun en algún lugar donde su gente iba a salvarlo. No tenía que quedarse.

—Oh, espera un segundo —dijo Leeteuk—. Kangin vuelve.

Él volvió a la línea, su profunda voz llenándole el oído de serena confianza.

—Leejoon se va a reunir contigo en una casa Elf cerca de donde estás. Es como un médico. Puede ayudar a Kyuhyun, ¿de acuerdo?

Sungmin no estaba seguro si confiar en nada que Kangin dijera, y estaba incluso mucho menos seguro de querer a esa persona Leejoon cerca de él. Las buenas noticias eran que si sólo era un hombre, Sungmin no tendría problemas para irse mientras estaba ocupado ayudando a Kyuhyun. Iba a encontrar una manera de quitarle las llaves al hombre y dirigirse a la SM por sí mismo.

Sungmin enderezó la columna, y esperó no estar cometiendo un enorme error.

—Sólo dime dónde ir.


  
El hombre que Kangin había enviado para curar a Kyuhyun estaba esperando a Sungmin cuando salió de la diminuta casa. Si Kangin no hubiese estado con él al teléfono, dándole indicaciones de por dónde girar, nunca habría sabido que alguien vivía en esa granja alejada del camino.

La casa era de planta baja, diminuta, quizás de seis metros de largo de cada pared y ya brillantemente iluminada. Al lado, había una furgoneta negra y, sobre los peldaños de cemento que dirigían a la casa, un alto y delgado hombre. Cuando Sungmin giró, y las luces de la camioneta iluminaron su rostro, tuvo un buen vistazo de él.

Era maravilloso, el tipo de hombre que hacía que se dejara de pensar y empezara a desvestirse. Sus pálidos ojos parecían lanzar trozos de helada luz azul cuando lo alcanzaron los faros. Su pelo castaño estaba apartado de su amplia frente en una ingeniosa onda, y su largo abrigo de cuero negro se mecía lentamente en la veraniega brisa. Él se dirigió hacia la camioneta antes de que acabara de aparcar, y sus movimientos eran llanos, casi elegantes.

Sungmin apagó el motor justo cuando él abrió la puerta de Kyuhyun.

—Soy Leejoon —anunció, cuando presionó su pálida mano contra la cabeza de Kyuhyun y otra contra su pecho desnudo. El tatuaje del árbol que cubría a Kyuhyun desde el hombro izquierdo a algún lugar bien debajo de su cinturón se balanceaba mientras él respiraba. Las ramas estaban desnudas por lo que Sungmin podía ver, y el diario de su madre le había advertido que tuviera cuidado con los hombres marcados de esa manera. Ellos eran peligrosos depredadores —asesinos que caminaban con apariencia humana.

—Soy Sungmin —le dijo a Leejoon cuando bajó de la camioneta para ayudar.

Tan pesado como era Kyuhyun, Leejoon iba a necesitar su ayuda ahora que él estaba totalmente inconsciente.

Leejoon deslizó el cuerpo de Kyuhyun hacia la orilla del asiento.

—Kangin dijo que el Sasaeng que le había herido tenía plumas. ¿Es así?

—Sí.

—¿Sabes cuantas veces le golpeó?

—Solo una, creo. No sé si esto está todavía allí dentro.

Leejoon asintió.

—Vamos a llevarlo a dentro y lo comprobaremos.

Entonces, sacó a Kyuhyun de la camioneta como si no pesara nada.

El enfermizo miedo se elevó por la garganta de Sungmin, haciéndole jadear. Leejoon no era humano.

Esa gente no eran sus amigos. Ellos habían matado a su madre. Habían secuestrado a Leeteuk. Querían su sangre.

Leejoon arqueó una perfecta ceja ante él.

—¿Me abres la puerta? —pidió él.

Sungmin se sacudió a sí mismo y asintió. Tenía que seguirle el juego. Fingir ser la presa agradable y confiado. Justo hasta el momento en que apretaría el detonador.

Entonces, otra vez, quizás sólo con sacar a Leeteuk y la señorita Sora fuera suficiente. Sungmin no era un asesino o un soldado. No quería participar en esta guerra. Todo lo que quería era que lo dejaran en paz.

Por supuesto, para conseguir esa paz —para ganarla para todos esos humanos de ahí fuera que no tenían ni idea de lo que estaba pasando realmente— tendría que matar a aquellos que le cazaban. Si quería ser libre para dejar de huir, tendría que aguantar. No debería importar que sus enemigos fueran hombres maravillosos que fingían que querían mantenerlo a salvo. Eso era solamente todo una actuación.

¿Y si no lo era?

“Sólo creo que quizás tengas algunas ideas equivocadas de la gente de ahí fuera a este lado de la línea”

Eso es lo que le había dicho Leeteuk. El parecía estar seguro de que Sungmin era el único que estaba equivocado, y había estado viviendo con ellos durante más de un mes.

Pero, ¿y qué pasaba con el diario de mamá? ¿Qué había de todas aquellas lecciones acerca de cómo los Centinelas utilizaban a los humanos para deporte y comida? Mamá también parecía segura de eso.

Sungmin deseó poder decir lo mismo.

—¿Eres delicado? —preguntó Leejoon.

Él tenía voz profunda, rica y culta, igual que si se hubiese criado fuera de los Estados Unidos, o en algún colegio exclusivo.

—No particularmente.

—Bien. Voy a necesitar tu ayuda —tendió a Kyuhyun sobre la única cama en la casa.

—Claro. ¿Quieres que te traiga algo de tu camión? ¿Material médico? —preguntó
Sungmin.

Todo lo que necesitaba eran sus llaves y se largaría de allí.

Leejoon lo miró, su mirada tan intensa que sintió como si le hubiese sujetado la cara y no le dejara ir.

—¿Realmente piensas que soy tonto?

—¿Porque me estoy ofreciendo a ayudarte?

Él se levantó, cerniéndose sobre él. Sungmin estaba acostumbrado a eso y se negaba a sentirse intimidado. En lo que a él concernía, ser más bajo sólo quería decir que era más fácil alcanzarle y retorcerle las pelotas, dejándole en un montón sobre el suelo.

—Sé quién eres, Lee Sungmin. Todo el mundo lo sabe. Kyuhyun te ha estado persiguiendo durante semanas. No voy a dejar que te largues y tenerlo a él tras de mí cuando se despierte.

Quebrado. Hora del plan B. Todo lo que tenía que hacer venía con ello.

—Así que se despertará.

—Eso depende.

—¿De qué?

—De si eran una o dos las plumas que le golpearon.

Esas noticias dejaron a Sungmin tambaleante.

—¿Estás diciendo que esa es toda la diferencia entre que viva o muera?

—Eso, y mi intervención.

—Entonces ¿a qué diablos estás esperando? Atiéndelo ya.

—No hasta que sepa que te quedarás mientras lo hago —le dedicó una pequeña sonrisa, una que lo hacía tan atractivo, que se olvidó de respirar—. ¿Te ato físicamente o prefieres darme tu juramento de que te quedarás aquí?

Sungmin dio un involuntario paso atrás. La idea de que él lo atara y lo encerrara en un armario le enfermaba.

—No dejaré que me toques.

—Entonces, dame tu palabra de que te quedarás aquí hasta que yo me haya ido, y no intentarás huir.

—Claro —mintió él, solo para sacárselo de encima—. Me quedaré.

Cuando sintió una repentina presión caer una vez sobre su cuerpo, fijándolo en el lugar, se dio cuenta de su error.

Nunca les hagas ninguna promesa. Pueden atarte a su voluntad.

Su madre le había advertido y no le había escuchado. Ahora era demasiado tarde.

La sonrisa de Leejoon se amplió.

—¿La primera vez que haces una promesa a uno de nosotros? —le preguntó.

Sungmin no podía responder. Se sentía atrapado e indefenso. El no era como ellos. Era humano.

—No te preocupes —le dijo Leejoon—. Será fácil.

Sungmin realmente lo dudaba.

—Cúralo —le dijo entre dientes.

Él le dedicó una formal inclinación de cabeza.

       —Por supuesto, mi señor.

No hay comentarios:

Publicar un comentario

yota´s news : De regreso?

 Buenas tardes a todas las lectoras. Después de un año  y casi 4 meses regreso a saludarlas y comentarles nuevas.  Me gustaría decirle...