Esclavo de Amor- Capítulo 1



Una antigua leyenda griega.

Poseedor de una fuerza suprema y de un valor sin parangón, fue bendecido por los dioses, amado por los mortales y deseado por todas las mujeres y jóvenes que posaban los ojos en él. No conocía la ley, y no acataba ninguna.

Su habilidad en la batalla, y su intelecto superior rivalizaban con los de Aquiles, Ulises y Heracles. De él se escribió que ni siquiera el poderoso Ares en persona podía derrotarle en la lucha cuerpo a cuerpo.

Y, por si el don del poderoso dios de la guerra no hubiera sido suficiente, también se decía que la misma diosa Afrodita le besó la mejilla al nacer, y se aseguró de que su nombre fuese siempre guardado en la memoria de los hombres.

Bendecido por el divino toque de Afrodita, se convirtió en un hombre al que ninguna mujer o joven podía negarle el uso de su cuerpo. Porque, llegados al sublime Arte del Amor… no tenía igual. Su resistencia iba más allá de la de cualquier mero mortal. Sus ardientes y salvajes deseos no podían ser domados.

Ni negados.


Con los ojos de un guerrero, de él se comentaba que su sola presencia era suficiente para satisfacerlos, y que con un solo roce de su mano les proporcionaba un indecible placer.

Nadie podía resistirse a su encanto.

Y proclive como era a provocar celos de otros, consiguió que le maldijeran. Una maldición que jamás podría romperse.

Como la del pobre Tántalo, su condena fue eterna: nunca encontraría la satisfacción por más que la buscase; anhelaría las caricias de aquellos que le invocara, pero tendría que proporcionarle un placer exquisito y supremo.

De luna a luna, yacería junto a una pareja y le haría el amor, hasta que fuese obligado a abandonar el mundo.

Pero se ha de ser precavido, porque una vez se conocen sus caricias, quedan impresas en la memoria. Ningún otro hombre será capaz de dejar a ese joven o mujer plenamente satisfecho. Porque ningún varón mortal puede ser comparado a un hombre de tal apostura. De tal pasión. De una sensualidad tan atrevida.

Guárdate del Maldito.

Hyukjae de Macedonia.


Sostenlo sobre el pecho y pronuncia su nombre tres veces a medianoche, bajo la luz de la luna llena. Él vendrá a ti y hasta la siguiente luna, su cuerpo estará a tu disposición.

Su único objetivo será complacerte, servirte.

Saborearte.

Entre sus brazos aprenderás el significado de la palabra «paraíso».



— Cielo, necesitas que te echen un buen polvo.

Lee Donghae se estremeció al escuchar el grito de Judith en mitad del pequeño Café de Nueva Orleáns, donde se encontraban apurando los restos del almuerzo. Desafortunadamente para él, la voz de su amiga poseía un encantador timbre agudo que podía hacerse oír incluso en mitad de un huracán.

Y que en esta ocasión, fue seguido de un repentino silencio en el atestado local.

Al echar un vistazo a las mesas cercanas, Donghae percibió que los hombres dejaban de hablar, y se giraban para observarlos con mucho más interés del que le gustaría.

¡Jesús! ¿Aprenderá alguna vez Judith a hablar en voz baja? O peor aún, ¿qué será lo próximo que haga, quitarse la ropa y bailar desnuda sobre las mesas?

Otra vez.

Por enésima vez desde que se conocieron, Donghae deseaba que Judith pudiese sentirse avergonzada. Pero su vistosa, y a menudo extravagante, amiga no conocía el significado de dicha palabra.

Se tapó la cara con las manos e hizo lo que pudo por ignorar a los curiosos mirones. Un deseo irrefrenable de deslizarse bajo la mesa, acompañado de una urgencia aún mayor de darle una buena patada a Judith, lo consumían.

— ¿Por qué no hablas un poquito más alto, Nani? —murmuró—. Supongo que los hombres de Canadá no habrán podido escucharte.

— Oh, no lo sé —dijo el guapísimo camarero moreno al detenerse junto a su mesa—. Seguramente se dirigen hacia aquí mientras hablamos.

Un calor abrasador tomó por asalto las mejillas de Donghae ante la diabólica sonrisa que le dedicó el camarero, obviamente en edad de acudir a la universidad.

— ¿Puedo ofrecerles algo más? —preguntó, y después miró directamente a Donghae—. O para ser más exactos, ¿hay algo que pueda hacer por usted, señor?

¿Qué tal una bolsa con la que taparme la cabeza y un garrote para golpear a Judith?

— Creo que ya hemos acabado —contestó Donghae con las mejillas ardiendo. Definitivamente, mataría a Judith por esto—. Sólo necesitamos la cuenta.


— Muy bien, entonces —dijo sacando la nota, y escribiendo algo en la parte superior del papel. La colocó justo delante de Donghae—. Puede hacerme una llamadita si necesita cualquier cosa.

Una vez el camarero se marchó, Donghae se dio cuenta de que había anotado su nombre y su teléfono en la parte superior del papel.

Judith le echó un vistazo y soltó una carcajada.

— Espera y verás —le dijo Donghae, reprimiendo una sonrisa mientras calculaba el importe de la mitad de la cuenta con su Palm Pilot—. Me las pagarás.

Judith ignoró la amenaza y se dedicó a buscar el dinero en su bolso adornado con cuentas.

— Sí, sí. Eso lo dices ahora. Si yo estuviese en tu lugar, marcaría ese número. Es monísimo el chico.

— Jovencísimo —corrigió Donghae—. Y creo que voy a pasar. Lo último que necesito es que me encierren por corrupción de menores.

Judith paseó la mirada por el preciso lugar donde el camarero esperaba, con una cadera apoyada en la barra.

— Sí, pero don Soy Igualito a Lee Minho, que está ahí enfrente, bien lo merece. Me pregunto si tendrá algún hermano mayor…

— Y yo me pregunto cuánto estaría dispuesto a pagar Jinhyuk por saber que su mujer se ha pasado todo el almuerzo comiéndose con los ojos a un chico.

Judith resopló mientras dejaba el dinero sobre la mesa.

— No me lo estoy comiendo. Lo estoy evaluando para ti. Después de todo, era de tu vida sexual de lo que hablábamos.

— Bueno, mi vida sexual es sensacional y no le interesa a la gente que nos rodea. —Y tras soltar el dinero en la mesa, cogió el último trozo de queso y se encaminó hacia la puerta.

— No te enfades —le dijo Judith mientras salía tras él a la calle, atestada de turistas y de los clientes habituales de los establecimientos de Jackson Square.

Las notas de jazz de un solitario saxofón se escuchaban por encima de la cacofonía de voces, caballos y motores de automóviles; una oleada de calor típico de Louisiana las recibió al salir a la calle.

Intentado no hacer caso del aire, tan espeso que dificultaba la respiración, Donghae se abrió camino entre la multitud y los tenderetes ambulantes, dispuestos a lo largo de la valla de hierro que rodeaba Jackson Square.

— Sabes que es cierto —le dijo Judith una vez lo alcanzó—. Quiero decir, ¡Dios mío, Donghae!, ¿cuánto hace? ¿Dos años?

— Cuatro —contestó con aire ausente—. ¿Pero a quién le interesa llevar la cuenta?

— ¿Cuatro años sin tener relaciones sexuales? —repitió Judith incrédula.

Varios mirones se detuvieron, curiosos, para observar alternativamente a Judith y a Donghae.
Ajena —como era habitual en ella— a la atención que despertaban, Judith continuó sin detenerse.

— No me digas que tú has olvidado que estamos en plena Era de la Electrónica. O sea, vamos a ver, ¿alguno de tus pacientes sabe que llevas tanto tiempo sin echar un polvo?

Donghae acabó de tragarse el trozo de queso y le dedicó a su amiga una desagradable y furiosa mirada. ¿Es que la intención de Judith era la de gritar a todo pulmón, en plena Vieux Carre, sus asuntos personales a todo humano y caballo que pasara por la zona?

—Baja la voz —le dijo, y añadió con sequedad—, no creo que sea de la incumbencia de mis pacientes si soy o no la reencarnación de la Virgen. Y con respecto a la Era de la Electrónica, no quiero tener una relación con algo que viene acompañado de una etiqueta con advertencias y unas pilas.

Judith soltó un bufido.

— Sí, vale, oyéndote hablar se diría que la mayoría de los hombres deberían venir acompañados de una etiqueta con esta advertencia: Atención, por favor, Alerta Psíquica. Yo, macho-man, soy propenso a sufrir horribles cambios de humor, y a poner caras largas, y poseo la habilidad de decir la verdad a una pareja sobre su peso, sin previo aviso.

Donghae soltó una carcajada. Había soltado de carretilla, en innumerables ocasiones, ese discursito sobre las etiquetas que deberían llevar los hombres.

— Ah, ya lo entiendo, Doctor Amor —dijo Judith—. Usted se limita a sentarse y escuchar cómo sus pacientes le largan todos los detalles íntimos de sus encuentros sexuales, mientras usted vive como un miembro vitalicio del “Club de los célibes”. —bajando la voz, Judith añadió:— No puedo creer que después de todo lo que has escuchado en tus sesiones, nada haya conseguido revolucionar tus hormonas.

Donghae le lanzó una mirada divertida.

— Bueno, a ver, soy un sexólogo. No me beneficiaría mucho que mis pacientes se dedicaran a hacerme experimentar la petit mort mientras echan fuera todos sus problemas. En serio, Nani, perdería el título.

— Pues no entiendo cómo puedes aconsejarles, cuando ni siquiera te acercas a un hombre.

Haciendo una mueca, Donghae comenzó a caminar hacia el lado opuesto de la plaza, justo frente a la Oficina de Información Turística, donde Judith había instalado su puestecillo para echar las cartas y leer las líneas de las manos.

Cuando llegó al tenderete, suspiró.

— Sabes que no me importaría quedar con un hombre que valiera la pena. Pero la mayoría resulta ser una pérdida de tiempo tan evidente que prefiero sentarme en el sofá y ver doramas.

Judith le dedicó una expresión irritada.

— ¿Qué tenía de malo Gun?

— Mal aliento.

— ¿Y Jai?

— Le encantaba hurgarse en la nariz. Especialmente durante la cena.

— ¿Tan?

Donghae miró a Judith y ésta alzó las manos.

— Vale, quizás tuviera un pequeño problema con lo de las apuestas. Pero es que todos necesitamos distraernos con algo.

Donghae lo miró furioso.

— Eh, Madam Judith, ¿ya has regresado de almorzar? —le preguntó Sungmin desde el puestecillo situado justo al lado del suyo, en el que vendía objetos de loza y dibujos, hechos por él.

Unos años más joven que ellos, Sungmin tenía una melena negra y siempre llevaba ropas que a
Donghae le hacían pensar que estaba delante de un hada.

— Sí, ya he vuelto —le contestó Judith mientras se arrodillaba para abrir la tapa del carrito de la compra que todas las mañanas aseguraba a la verja de hierro con una de esas cadenas que se usan para las bicicletas—. ¿Algo interesante durante mi ausencia?

— Un par de chicos cogieron una de tus tarjetas, y dijeron que regresarían después de comer.

— Gracias —dijo Judith guardando el monedero en el carro, sacó la caja de puros azul donde guardaba el dinero y las cartas de tarot, siempre envueltas en un pañuelo de seda negra, y un delgado, pero gigantesco, libro con tapas de cuero marrón que Donghae no había visto nunca.

Judith se colocó su enorme pamela de paja, se dio la vuelta y se puso en pie.

— ¿Tus artículos tienen los precios marcados? —preguntó a Sungmin.

— Sí —le contestó éste mientras cogía su monedero—. Sigo diciendo que trae mala suerte; pero al menos, si alguien quiere saber lo que valen cuando no estoy, puede averiguarlo.

Una motocicleta de aspecto desastroso frenó a cierta distancia.

— ¡Eh, Sungmin! —gritó el conductor—. Mueve el culo. Tengo hambre.

El chico le saludó sin hacer caso a la orden.

— No me agobies o comerás tú sólo —le contestó mientras caminaba sin prisas hacia él, y se subía a la parte trasera de la moto.

Donghae movió la cabeza mientras les observaba. Sungmin necesitaba que alguien le aconsejara sobre sus citas, mucho más que él. Les siguió con la mirada mientras pasaban delante del Café du Monde.

— ¡Oh! Un beignet sería un estupendo postre.

— La comida no puede sustituir al sexo —le dijo Judith mientras colocaba las cartas y el libro sobre la mesa—. ¿No es eso lo que siempre dices…?

— De acuerdo, el punto es tuyo. Pero, Nani, en serio, ¿a qué viene este repentino interés en mi vida sexual? Mejor dicho, en mi falta de ella.

Judith cogió el libro.

— A que tengo una idea.

El escalofrío que sintió ante las palabras de Judith le llegó hasta los huesos, y eso que el calor era agobiante. Y él no se asustaba fácilmente. Bueno, a no ser que su amiga estuviera involucrada con una de sus ideas típicas de “mamá gallina”.

— ¿No será otra sesión de espiritismo?

— No, esto es mejor.

En su interior, Donghae se encogió y comenzó a preguntarse qué sería de su vida en esos momentos si hubiese tenido una compañera de habitación normal el primer año en la universidad, en lugar de Judith Quiero Ser Una Gitana Traviesa. De algo estaba seguro: no estaría discutiendo de su vida sexual en medio de una calle llena de gente.

En ese momento, se fijó en lo diferentes que eran, pero él sabía que Judith escondía una mente astuta y una gran inseguridad bajo su «exótico» atuendo. Por dentro, se parecían mucho más de lo que cualquiera podía imaginar.

Excepto en la extraña creencia que Judith había desarrollado por el ocultismo. Y en su insaciable apetito sexual.

Acercándose a él, Judith dejó el libro en las manos poco dispuestas a cogerlo de Donghae y comenzó a pasar hojas. Se las arregló para no dejarlo caer.

Y para no poner los ojos en blanco por la exasperación que le invadía.

— Encontré esto el otro día, en esa vieja librería que hay junto al Museo de Cera. Estaba cubierto por una montaña de polvo; intentaba encontrar un libro sobre psicometría cuando de repente vi éste, ¡Voilà! —dijo señalando triunfalmente a la página.

Donghae miró el dibujo y se quedó con la boca abierta. Jamás había visto algo parecido.

El hombre del dibujo era fascinante, y la pintura estaba realizada con asombroso detalle. Si no fuese por las marcas dejadas en la página al haber sido impresa, se diría que se trataba de una fotografía actual de alguna antigua estatua griega.

No, se corrigió a si mismo: de un dios griego. Estaba claro que ningún mortal podía jamás tener esa pinta tan fantástica.

Gloriosamente desnudo, el tipo exudaba poder, autoridad y una aplastante y salvaje sexualidad. Aunque su pose pareciera ser casual, daba la sensación de estar contemplando un depredador listo para ponerse en acción en cualquier momento.

Las venas se le marcaban en aquel cuerpo perfecto que prometía poseer una fuerza inigualable, diseñada específicamente para proporcionar placer.

Con la boca seca, Donghae observó los músculos, que tenían las proporciones adecuadas para su altura y su peso. Contempló la profunda hendedura que separaba los duros pectorales y bajó hasta el estómago, esculpido con forma de tableta de chocolate, que suplicaba ser acariciado.

Y entonces llegó al ombligo. Y después a…

Bueno, no se les había ocurrido tapar aquello con una hoja de parra. ¿Y por qué deberían haberlo hecho? ¿Quién, en su sano juicio, iba a querer ocultar unos atributos masculinos tan estupendos? Y siguiendo con aquella línea de pensamiento, ¿quién necesitaría un artilugio con pilas teniendo aquello en su casa?

Se humedeció los labios y volvió a la cara.

Mientras contemplaba los afilados y apuestos contornos del rostro, y los labios, con una diabólica sonrisa apenas esbozada, le asaltó la imagen de una ligera brisa agitando esos mechones que llegaban hasta su cuello, especialmente diseñado para cubrirlo de húmedos besos. Y de aquellos penetrantes ojos, mientras alzaba una lanza sobre la cabeza, y gritaba.

El sofocante aire que le rodeaba se estremeció ligeramente de forma repentina, y le acarició las partes de su cuerpo expuestas a la brisa.

Casi podía escuchar el profundo timbre de la voz del tipo, y sentir cómo aquellos musculosos brazos lo envolvían y lo atraían hacia un pecho duro como una roca, mientras su cálido aliento le rozaba la oreja.

Percibía unas manos fuertes y expertas que vagaban por su cuerpo, y le proporcionaban un deleite exquisito, mientras buscaban sus más recónditos lugares.

Un escalofrío le recorrió la espalda y el cuerpo comenzó a palpitarle en zonas donde nunca había pensado que aquello pudiese ocurrir. Sentía un dolor fiero y exigente que jamás había experimentado.

Parpadeó y volvió a mirar a Judith, para ver si también ella se había visto afectada del mismo modo. Pero si así era, no daba señales de ello.

Debía estar alucinando. ¡Exacto! Las especias del almuerzo le habían llegado al cerebro y lo habían convertido en papilla.

— ¿Qué opinas de él? —le preguntó Judith, mirándole por fin a los ojos.

Donghae se encogió de hombros, en un esfuerzo por olvidar la hoguera que abrasaba su cuerpo. Pero sus ojos volvieron a demorarse en las perfectas formas del hombre.

— Se parece a un paciente que tuvo cita ayer.

Bueno, no era exactamente cierto… el chico que había estado en su consulta era medianamente atractivo, pero nada que ver con el hombre del dibujo.

¡Jamás había visto algo así en toda su vida!

— ¿De verdad? —los ojos de Judith adquirieron un matiz oscuro que pronosticaba el comienzo de su sermón sobre las oportunidades de conseguir una cita y la intervención del destino.

— Sí —dijo cortando a Judith antes de que pudiese comenzar a hablar—. Me dijo que era una lesbiana atrapada en el cuerpo de un hombre.

Judith abrió la boca, muda de asombro. Cogió el libro, quitándoselo a Donghae de las manos, y lo cerró con fuerza mientras le miraba furioso.

— Siempre conoces a las personas más extrañas.

Donghae alzó una ceja.

— Ni se te ocurra decirlo —dijo Judith mientras ocupaba su sitio habitual tras la mesa. Colocó el libro a su lado—. Te lo advierto; esto —dijo, dando dos golpecitos al libro— es lo que estás buscando.

Donghae miró fijamente a su amiga mientras pensaba en lo absolutamente convincente que parecía Madam Judith —autoproclamada Señora de la Luna—, sentada tras sus cartas de tarot, con aquella mesa morada, y el misterioso libro bajo las manos. En ese momento, casi podía creer que Judith era en realidad una esotérica gitana.

Si creyera en esas cosas.

— Vale —dijo Donghae dándose por vencido—. Deja de hablar con rodeos y dime qué tienen que ver ese libro y ese dibujo con mi vida sexual.

El rostro de Judith adoptó una expresión bastante seria.

— El tipo que te he enseñado… Hyukjae… es un esclavo sexual griego que está obligado a cumplir los deseos de aquélla persona, joven o mujer que le invoque, y a adorarla.

Donghae se rió con ganas. Sabía que estaba siendo muy maleducado, pero no pudo evitarlo. ¿Cómo demonios iba creer Judith, una licenciada en historia antigua y en física, premiada con una beca dada por la Universidad de Oxford, y con un doctorado en filosofía, en algo tan ridículo, aun con todas sus excentricidades?

— No te rías. Lo digo en serio.

— Ya lo sé, eso es lo que me hace gracia —se aclaró la garganta y se serenó —. Vale, ¿qué tengo que hacer?, ¿quitarme la ropa y bailar desnudo a medianoche? —un leve intento de sonrisa curvó sus labios, sin importarle que los ojos de Judith se oscurecieran a modo de aviso—. Tienes razón, me encargaré de conseguir una buena sesión de sexo, pero no creo que sea con un espléndido esclavo sexual griego.

El libro se cayó de la mesa.

Judith dio un grito, se levantó de un salto y tiró la silla. Donghae jadeó.

— Lo empujaste con el codo, ¿verdad?

Judith negó con la cabeza muy despacio; tenía los ojos abiertos como platos.

— Confiésalo, Nani.

— No fui yo —dijo con una expresión mortalmente seria—. Creo que lo ofendiste.

Moviendo la cabeza ante aquella necedad, Donghae sacó de su bolsa las gafas de sol y las llaves. Bien, estupendo, esto se parecía a la época de la facultad, cuando Judith le habló de usar una Ouija, y lo amañó todo para que le dijese que se iba a casar con un dios griego cuando cumpliera los treinta años, y que iba a tener seis hijos con él.

Hasta el día de hoy, Judith se negaba a admitir que había sido ella la que dirigiera el puntero.
Y, en este preciso momento, hacía demasiado calor bajo el implacable sol de agosto como para discutir.

— Mira, necesito regresar al consultorio. Tengo una cita a las dos en punto y no quiero coger un atasco. ¿Vendrás entonces esta noche?

— No me lo perdería por nada del mundo. Llevaré el vino.

— Bien, te veo a las ocho. —E hizo una larga pausa para añadir:— Dile a Jinhyuk que hola y que gracias por dejarte visitarme por mi cumpleaños.

Judith lo observó alejarse y sonrió.

— Espera a ver tu regalo —susurró, y recogió el libro del suelo. Pasó la mano por la suave tapa de cuero repujado, y quitó unas motas de polvo.

Volvió a abrirlo y observó de nuevo el maravilloso dibujo; aquellos ojos habían sido dibujados con tinta negra, y aun así, daban la impresión de estar mirándote profundamente.

Por una sola vez su hechizo iba a funcionar. Estaba segura.

— Te gustará Donghae, Hyukjae —murmuró dirigiéndose al hombre mientras recorría con los dedos su cuerpo perfecto—. Pero debo advertirte algo: acabaría con la paciencia de un santo. Y traspasar sus defensas va a resultar más duro que abrir una brecha en la muralla de Troya. No obstante, si alguien puede ayudarlo, ése eres tú.

Sintió que el libro desprendía una súbita oleada de calor bajo su mano, y supo instintivamente que era la forma que Hyukjae elegía para darle la razón.

Donghae pensaba que estaba loca a causa de sus creencias, pero siendo la séptima hija de una séptima hija, y con la sangre gitana que corría por sus venas, Judith sabía que había ciertas cosas en la vida que desafiaban cualquier explicación. Ciertas corrientes de energía misteriosa que pasaban desapercibidas, esperando que alguien las canalizara.

Y esa noche habría luna llena.

Devolvió el libro a la seguridad del carrito de la compra y lo cerró con llave. Estaba segura que había sido cosa del destino que el libro llegara hasta ella. Había sentido su llamada tan pronto como se acercó a la estantería donde yacía.

Puesto que llevaba dos años felizmente casada, supo que no estaba destinado a ella. La usaba para llegar donde lo necesitaban.

Hasta Donghae.

Su sonrisa se ensanchó. Cómo sería tener a este increíblemente apuesto esclavo sexual griego a tu disposición y disponer de él durante todo un mes…

Sí. Éste era, definitivamente, un regalo de cumpleaños que Donghae recordaría durante el resto de su vida.


3 comentarios:

  1. me encanta, el sexy Kyuk esclavo sexual, waaa que biennnn

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  2. Pues vaya amiga que tiene DongHae, me imagino la cara de vergüenza de Hae después de la declaración pública de Judith sobre su vida sexual xD

    Sin embargo parece que Judith va a ser más acertada de lo que Hae piensa, quién sabe y después de este cumpleaños hasta lo de la Ouija se le cumpla. Va a ser un gran regalo de cumpleaños.

    Gracias por el Mp ^^

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  3. lkfhdfoiarhbafoidhaf esto ya lo habia leido y O M G!!! LO AMEEEE!! MALDETO Y SENSUAL HYUKJAE!!!! Gracias por el mp!
    _n_a_t_i_

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yota´s news : De regreso?

 Buenas tardes a todas las lectoras. Después de un año  y casi 4 meses regreso a saludarlas y comentarles nuevas.  Me gustaría decirle...