Esclavo de Amor- Capítulo 2



Unas horas más tarde, Donghae suspiró al abrir la puerta de su dúplex y poner el pie en el suelo encerado del vestíbulo. Dejó el montón de cartas que llevaba en la mano sobre la antigua mesa, que decoraba el rincón adyacente a la escalera, y cerró la puerta tras él, echando el pestillo. Las llaves fueron a parar al lado de la correspondencia.

Mientras se quitaba a tirones los zapatos negros, el silencio le golpeó los oídos y se le formó un nudo en la garganta. Todas las noches la misma rutina tranquila: entrar a un hogar vacío, clasificar el correo, leer un libro, llamar a Judith, comprobar el contestador e irse a la cama.

Judith tenía razón, su vida era una aburrida y escueta investigación sobre la monotonía.

A los veintinueve años, Donghae estaba muy cansado de su vida.

¡Demonios!, incluso el incansable buscador de tesoros nasales comenzaba a parecer atractivo.

Bueno, quizás no. Y menos su nariz, pero seguro que había alguien ahí afuera, en algún lugar, que no era un cretino.

¿O no?


Mientras subía las escaleras, decidió que vivir de forma independiente no era tan espantoso. Al menos, tenía mucho tiempo para dedicar a sus entretenimientos favoritos.

O también podría buscar nuevos pasatiempos, pensaba mientras caminaba por el pasillo que llevaba a su dormitorio. Algún día, encontraría un entretenimiento divertido.

Cruzó la habitación y dejó caer los zapatos junto a la cama. No tardó nada en cambiarse de ropa. Bajó de nuevo las escaleras para dejar pasar a Judith.

Tan pronto como abrió la puerta, su amiga le soltó enojada:

— No irás a ponerte eso esta noche, ¿verdad?

Donghae echó un vistazo a los vaqueros llenos de agujeros y después se fijó en su enorme camiseta de manga corta.

—¿Desde cuándo te preocupa mi aspecto? —Y entonces lo vio; en la enorme cesta de mimbre que Judith utilizaba para llevar las compras—. ¡Uf! No. Ese libro otra vez, no.

Con una expresión ligeramente irritada, Judith le contestó:

— ¿Sabes cuál es tu problema, Hae?

Donghae miró al techo, rogando a los cielos un poco de ayuda. Desafortunadamente, no lo escucharon.

— ¿Cuál? ¿Que no me trastorna la luz de la luna y que no arrojo mi gordo cuerpo sobre cualquier hombre que conozco?

— Que no tienes ni idea de lo encantador que eres en realidad.

Mientras Donghae se quedaba allí plantado, mudo de asombro ante el poco frecuente comentario, Judith llevó el libro a la salita de estar y lo colocó sobre la mesita de café. Sacó el vino de la cesta y se dirigió a la cocina.

Donghae no se molestó en seguirla. Había encargado una pizza antes de salir del trabajo, y sabía que Judith estaría buscando unas copas.

Empujado por un resorte invisible, Donghae se acercó a la mesita donde estaba el libro.

Espontáneamente, extendió la mano y tocó la suave cubierta de cuero. Podría jurar que había sentido una caricia en la mejilla.

Qué ridiculez.

No crees en esta basura.

Donghae pasó la mano por el cuero y notó que no había título, ni ninguna otra inscripción. Abrió la tapa.

Era el libro más extraño que había visto en su vida. Las páginas parecían haber formado parte, originariamente, de un rollo de pergamino, que más tarde había sido transformado en un libro

El amarillento papel se arrugó bajos sus dedos al pasar la primera página; en ella había un elaborado símbolo hecho a mano, formado por la intersección de tres triángulos y la atrayente imagen de tres mujeres unidas por varias espadas.

Donghae frunció el ceño esforzándose por recordar si aquello podía ser una especie de antiguo símbolo griego.

Aún más intrigado que antes, pasó unas cuantas páginas y descubrió que estaba completamente en blanco, excepto aquellas tres hojas…

Qué extraño…

Debía de haber sido algún tipo de cuaderno de bocetos de un pintor, o de un escultor, decidió. Eso sería lo único que explicase que las páginas estuviesen en blanco. Algo tuvo que suceder antes de que el artista tuviera oportunidad de añadir algo más al libro.

Pero eso no acababa de explicar por qué las páginas parecían mucho más antiguas que la encuadernación…

Retrocedió hasta llegar al dibujo del hombre, y observó con atención la inscripción que había sobre él, pero no pudo sacar nada en claro. Al contrario que Judith, él evitó las clases de lenguas antiguas en la facultad como si fueran veneno; y si no hubiese sido por su amiga, jamás habría superado aquella parte fundamental en su currículum.

— Definitivamente, creo que es griego —dijo sin aliento cuando volvió a mirar al hombre.

Era sorprendente. Absolutamente perfecto e incitante. Increíblemente fascinante.

Cautivado por completo, se preguntó cuánto tiempo se tardaría en hacer un dibujo tan perfecto. Alguien debía haber pasado años dedicado a la tarea; porque aquel tipo parecía estar preparado para saltar del libro y meterse en su casa.


Judith se detuvo en la entrada y observó cómo Donghae miraba fijamente a Hyukjae. Nunca lo había visto tan extasiado desde que lo conocía.

Bien.

Quizás Hyukjae pudiese ayudarlo. Cuatro años eran demasiado tiempo.

Pero Shang había sido un cerdo narcisista y desconsiderado. Se había comportado de un modo tan cruel con Donghae y con sus sentimientos, que incluso lo había hecho llorar la noche de su primera vez.

Y ningún joven o mujer merecía llorar. No cuando estaba con alguien que había prometido cuidar de él.

Hyukjae sería definitivamente bueno para Donghae. Un mes con él y olvidaría todo lo referente a Shang. Y, una vez que descubriera lo bien que sabía el sexo compartido y real, se liberaría de la crueldad de Shang para siempre.

Pero, primero, tenía que conseguir que su testarudo amiguito fuese un poco más obediente.

— ¿Has encargado la pizza? —le preguntó mientras le ofrecía una copa de vino.

Donghae la cogió con un gesto distraído. Por alguna razón, no podía apartar los ojos del dibujo.

— ¿Donghae?

Parpadeó y se obligó a mirar hacia arriba.

— ¿Hum?

— Te pillé mirando —bromeó Judith. Donghae se aclaró la garganta.

— ¡Oh, por favor!, no es más que un pequeño dibujo en blanco y negro.

— Cielo, en ese dibujo no hay nada pequeño.

— Judith, eres mala.

— Completamente cierto. ¿Más vino?

Y como si hubiesen estado esperando el momento preciso, sonó el timbre.

— Yo voy —dijo Judith, colocando el vino en la mesita del teléfono para dirigirse al recibidor.

Unos minutos después, volvió a la salita. Hasta Donghae llegó el maravilloso aroma de la enorme pizza de pepperoni y sus pensamientos dejaron a un lado el libro. Y al hombre cuya imagen parecía haberse grabado en su subconsciente.

Pero no resultó fácil.

De hecho, cada minuto que pasaba parecía más difícil.

¿Qué demonios le pasaba? Era el Rey de Hielo. Ni siquiera Lee Minho o Song Seunghun despertaban sus deseos. Y a ellos los veía en color.

¿Qué había de extraño en aquel dibujo? ¿En él?

Mordisqueó la pizza y se cambió de asiento. Se acomodó en un sillón en la otra punta de la sala, a modo desafío personal. Sí. Demostraría a Judith y al libro que él dominaba la situación.

Después de cuatro porciones de pizza, dos pastelitos de chocolate, cuatro copas de vino y una película, se reían a más no poder tumbados en el suelo sobre los cojines del sofá mientras veían Dieciséis velas.

— «Dices que es tu cumpleaños» —comenzó Judith a cantar, y acto seguido golpeó el suelo como si de unos bongos se tratara— «También es el mío».

Donghae le golpeó la cabeza con un cojín y le dio la risa tonta al comprobar los efectos del vino.

— ¿Donghae? —dijo Judith burlona—. ¿Estás achispado?

Donghae volvió a reírse.

— Más bien, agradablemente contento. Maravillosamente contento.

Judith se rió de él.

— Entonces, ¿estás dispuesto a hacer un pequeño experimento?

— ¡No! —gritó Donghae con énfasis—. No quiero utilizar la Ouija, ni hacer lo del péndulo y te juro que si veo una sola carta del Tarot o una runa, te vomitaré encima los pastelitos.

Mordiéndose el labio, Judith cogió el libro y lo abrió. Las doce menos cinco.

Sostuvo el dibujo para que Donghae lo observara y señaló aquel increíble cuerpo.

— ¿Qué opinas de él?

Donghae lo miró y sonrió.

— Está para relamerse, ¿verdad?

Bueno, definitivamente la cosa iba progresando. No conseguía recordar la última vez que Donghae le había dedicado un cumplido a un hombre. Movió juguetonamente el libro frente al rostro de su amigo.

— Venga, Hae. Admítelo. Deseas a este bombón.

— Si te digo que no le dejaría salir de mi cama ni a cambio de unas galletas saladas, ¿me dejarías en paz?

— Puede. ¿A qué más renunciarías por mantenerlo en tu cama?

Donghae puso los ojos en blanco y apoyó la cabeza sobre un cojín.

— ¿A comer sesos de mono a la plancha?

— Ahora soy yo la que va a vomitar.

— No estás prestando atención a la película.

— Lo haré si pronuncias este hechizo tan cortito.

Donghae alzó las manos y suspiró. Sabía que no merecía la pena discutir con Judith… tenía aquella expresión. No se detendría hasta salirse con la suya, ni aunque cayese un meteorito sobre ellos en ese mismo momento.

Además, ¿qué había de malo? Ya hacía mucho tiempo que sabía que ninguno de los estúpidos rituales y encantamientos de Judith funcionaban.

— Vale, si así te sientes mejor, lo haré.

— ¡Sí! —gritó Judith y lo agarró de un brazo para ponerla en pie—. Necesitamos salir al porche.

— Muy bien, pero no voy a cortarle el cuello a un pollo, ni voy a beber nada asqueroso.

Con la sensación de ser un niño al que habían dejado dormir en casa de un amigo, y que acababa de perder en el juego de Verdad o te atreves, dejó que Judith lo precediera a través de la puerta corredera de cristal que daba al porche. El aire húmedo llenó sus pulmones, escuchó a los grillos cantar y descubrió miles de estrellas brillando sobre su cabeza. Donghae supuso que era una noche perfecta para invocar a un esclavo sexual.

Se rió por lo bajo.

— ¿Qué quieres que haga? —le preguntó a Judith—. ¿Pedir un deseo a un planeta?

Judith negó con la cabeza y lo colocó en mitad de un rayo de luna que se colaba entre los árboles y el alero del tejado. Le ofreció el libro.

— Apóyalo en el pecho y abrázalo con fuerza.

— ¡Oh, nene! —dijo Donghae con fingido deseo mientras envolvía amorosamente el libro con sus brazos y lo acercaba a su pecho, como si de un amante se tratara—. Me pones tan cachondo… No puedo esperar a hundir mis dientes en ese maravilloso cuerpo que tienes.

Judith se rió.

— Para. ¡Esto es serio!

— ¿Serio? Por favor. Estoy aquí fuera en mitad del porche, el día de mi trigésimo cumpleaños, descalzo, con unos vaqueros a los que mi madre les prendería fuego y abrazando un estúpido libro para invocar a un esclavo sexual griego que está en el más allá —miró a Judith—. Sólo conozco una manera de hacer que esto sea aún más ridículo…

Sosteniendo el libro con una sola mano, extendió los brazos a ambos lados, echó la cabeza hacia atrás y comenzó a rogar al oscuro cielo:

— ¡Oh! Fabuloso esclavo sexual, llévame contigo y hazme todas las cosas escandalosas que sepas. Te ordeno que te levantes —dijo, alzando las cejas.

Judith resopló.

— Así no es como debes hacerlo. Tienes que decir su nombre tres veces.

Donghae se enderezó.

— Esclavo sexual, esclavo sexual, esclavo sexual.

Con los brazos en jarras, Judith le lanzó una furiosa mirada.

— Hyukjae de Macedonia.

— ¡Oh! Lo siento —dijo Donghae volviendo a apretar el libro sobre el pecho, y cerrando los ojos—. Ven y alivia el dolor que siento en mis partes bajas, ¡Oh! Gran Hyukjae de Macedonia, Hyukjae de Macedonia, Hyukjae de Macedonia —se giró para mirar a Judith—. ¿Sabes? Esto es un poco difícil de pronunciar tres veces seguidas, y tan rápido.

Pero su amiga no le prestaba la más mínima atención. Estaba muy ocupada mirando por todos lados, esperando la aparición de un apuesto extraño.

Donghae acababa de poner otra vez los ojos en blanco, cuando un ligero soplo de viento cruzó el patio y un suave aroma a sándalo los envolvió. Volvió a inhalar para recrearse de nuevo en el agradable olor antes de que se evaporara, y entonces la brisa desapareció, dejando de nuevo el caluroso y húmedo bochorno, típico de una noche de agosto.

De repente, se escuchó un débil sonido procedente del patio trasero, y las hojas de los arbustos se movieron.

Arqueando una ceja, Donghae contempló como las plantas se mecían. Y entonces, el diablillo que había en él cobró vida.

— ¡Oh, Dios mío! —farfulló y señaló a un arbusto del patio trasero—. ¡Judith, mira allí!

Judith se giró a toda prisa ante el nerviosismo de Donghae. Un enorme seto se mecía como si hubiese alguien detrás.

— ¿Hyukjae? —le llamó Judith, y dio un paso hacia delante.

El arbusto se inclinó y, súbitamente, un siseo y un miau rompieron el silencio, un segundo antes de que dos gatos cruzaran el patio como una exhalación.

— Mira, Nani. Es el señor Don Gato que viene a poner fin a mi celibato — sostuvo el libro con un brazo y se llevó el dorso de la mano a la frente, en un simulacro de desmayo—. ¡Oh, ayúdeme Señora de la Luna! ¿Qué voy a hacer con las atenciones de tan desacertado pretendiente? Ayúdeme rápido, antes de que me mate a causa de la alergia.

— Dame ese libro —le espetó Judith quitándoselo de un tirón. Regresó a la casa mientras pasaba las páginas—. ¡Joder!, ¿qué he hecho mal?

Donghae abrió la puerta para que Judith pasara al fresco interior de la sala.

— No hiciste nada mal, cielo. Esto es absurdo. ¿Cuántas veces tengo que decirte que hay un viejecillo sentado en la parte trasera de un almacén, escribiendo toda esta porquería? Apostaría a que ahora mismo está partiéndose de la risa por lo imbéciles que hemos sido.

— Quizás era necesario hacer algo más. Me juego lo que sea a que hay algo en los primeros párrafos que no puedo interpretar. Debe ser eso.

Donghae cerró la puerta de cristal y suplicó un poco más de paciencia.

Y me llama testarudo, ¡a mí!

El teléfono sonó en ese instante y, al contestarlo, Donghae escuchó la voz de Jinhyuk preguntado por Judith.

— Es para ti —dijo alargándole el auricular. Judith lo cogió.

— ¿Sí? —se mantuvo en silencio unos minutos. Donghae podía escuchar la voz nerviosa de Jinhyuk. Por la repentina palidez del rostro de su amiga, dedujo que algo había pasado.

— Vale, vale. Llegaré enseguida. ¿Estás seguro de que te encuentras bien? Vale, te quiero. Voy de camino… no hagas nada hasta que yo llegue.

Donghae sintió un horrible nudo en el estómago. Una y otra vez, volvía a ver al policía en la puerta de su dormitorio, y a escuchar su desapasionada voz: Siento mucho informarle…

— ¿Qué pasa? —preguntó Donghae.

— Jinhyuk se ha caído jugando a baloncesto y se ha roto un brazo.

Dejó escapar el aliento más tranquila. Gracias Señor, no ha sido un accidente de coche.

— ¿Se encuentra bien?

— Dice que sí. Sus amigos le llevaron a un médico de guardia que le hizo una radiografía antes de que se marcharan. Me dijo que no me preocupara, pero creo que es mejor que vuelva a casa.

— ¿Quieres que te lleve en mi coche?

Judith negó con la cabeza.

— No, has tomado demasiado vino; yo he bebido menos. Además, estoy segura de que no es nada serio. Pero ya sabes lo aprensiva que soy. Quédate aquí y disfruta de lo que queda de película. Te llamaré mañana por la mañana.

—Vale. Avísame si es grave.

Judith cogió el bolso y sacó las llaves. Se detuvo a mitad de camino y le alargó el libro a Donghae.

— ¡Qué demonios! Quédatelo. Supongo que en los próximos días te ayudará a reírte a carcajadas cada vez que te acuerdes de lo idiota que soy.

— No eres idiota. Simplemente, un poco excéntrica.

— Eso es lo que decían de la esposa de Lincoln. Hasta que la encerraron.

Donghae cogió el libro, riéndose a carcajadas, y observó como Judith caminaba hacia su coche.

— Ten cuidado —gritó desde la puerta—. Y gracias por el regalo, y por lo que esté por venir.

Judith le dijo adiós con la mano antes de subirse a su Jeep Cherokee de color rojo brillante y alejarse.

Con un suspiro de cansancio, Donghae cerró la puerta, echó el pestillo y arrojó el libro al sofá.

— No te vayas a ningún lado, esclavo sexual.

Donghae se rió de su propia estupidez. ¿Acabaría alguna vez Judith con todas aquellas majaderías?

Apagó el televisor y llevó los platos sucios al fregadero. Mientras lavaba las copas, vio un repentino fogonazo.

Durante un segundo, pensó que se trataba de un relámpago. Hasta que se dio cuenta de que había sido dentro de la casa.

— ¿Qué dem…?

Soltó la copa y fue hacia la salita de estar. Al principio no vio nada. Pero según se acercaba a la puerta, percibió una presencia extraña. Algo que le puso la piel de gallina.

Entró en la estancia con mucho cuidado y vio una figura alta, de pie delante del sofá. Era un hombre. Un hombre muy apuesto.

¡Un hombre desnudo!


3 comentarios:

  1. Gracias por esta nueva adaptacion me acabo de leer los 2 capitulos!!!! me encantaron!! me daba gracia que Hae no creyera en esas cosas!!! pero ohhh esclavo sexual ya esta en su sala me encantaria seguir leyendo mas de esta historia gracias por el mp
    cuidate

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  2. :Ooo muero ame la historias quiero masas porfis porfis porfis :33 perdón por no comentar las otras adaptación es pero realmente el trabajo me absorbe y no me deja energía ni para comer x.x graciaaas ame los capital y esperare los siguiebteees :333

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  3. Me morí de risa con todas las locura que dijo Hae mientras le seguí la corriente a su amiga Judith, mi parte preferida fue la de "Don gato que le va a poner fin a su celibato" xD Pobre Judith si no se hubiese ido tal vez hubiera visto que era cierto.

    Ahora Hae se encuentra con un muy desnudo HyukJae, se va a morir del susto xD

    Nos leemos en el siguiente cap. Bye

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yota´s news : De regreso?

 Buenas tardes a todas las lectoras. Después de un año  y casi 4 meses regreso a saludarlas y comentarles nuevas.  Me gustaría decirle...