Libre Para Amar II -17




Jaebum y Jinyoung regresaron en silencio. Al entrar en el patio de la fortaleza, sir Taecyeon salió a recibirlos.
Jaebum lo dejó en el suelo y lo abrazó con fuerza por la cintura.
—Sir Taecyeon, cuidad de mi esposo y de mi hijo. Mantenedlos a salvo y seguros.
Jinyoung intentó zafarse de su brazo.
—¡Jaebum, no digas eso!
Pero él lo ignoraba de nuevo.
—Custodiad mi fortaleza según os parezca. Pero seguid las órdenes de mi esposo en todo lo demás.
—Sí, mi señor, por supuesto. ¿Es que os vais?
—Sí.
—¡No! —gritó Jinyoung mientras le daba patadas en las piernas.
—¿A dónde vais? —preguntó sir Taecyeon.
—No estoy seguro. Allá donde el rey Enrique me necesite.
—¿Iréis solo, mi señor?
—Sí.
Jinyoung dejó de luchar y se rindió, esperaba pillarlo por sorpresa, pero Jaebum no lo soltó.
Se le llenaron los ojos de lágrimas y tenía un horrible nudo en la garganta. Abrió la boca para rogarle que no se fuera, pero sólo pudo echarse a llorar.
—¿Cuánto tiempo esteréis fuera, mi señor?
—No lo sé —repuso Jaebum—. Encargaos de mi caballo, sir Taecyeon.
El capitán se alejó y Jinyoung lo miró a los ojos.
—Entra en el castillo, Jaebum, hablemos de esto.
Jaebum lo besó con tal intensidad que no podía ser sino una despedida.
Lloró con más fuerza aún y le agarró el pelo para que no se apartara nunca.
Sin casi aliento, Jaebum maldijo entre dientes al dar por concluido el beso.
—Jinyoung, ¿qué es lo que pretendes que haga?
—Quédate. No te vayas.
—¿Y qué puedo hacer aquí en Goyang?
—Eres el señor de Goyang. No puedes irte y dejar tus dominios abandonados.
—Sir Taecyeon y tú sois más que capaces de defenderlo y cuidar de Goyang. Ya lo has hecho antes.
—Sí y estuve a punto de perderlo en un momento de debilidad.
—Pero no lo perdiste, sino que nos diste un maravilloso hijo.
Nunca lo había visto desde ese ángulo.
—Entonces, quédate. Si no lo haces por mí, hazlo por Doyoung y el bebé que llevo. Es nuestro hijo. Un hijo que ha concebido nuestro amor.
—Si me quedo sólo conseguiré asustar a los niños.
—Lo superarán, Jaebum. Y tú también.
—Ojalá pudiera estar tan seguro como tú, Jinyoung. Pero no lo estoy. No me quites mi honor de caballero, mi amor. Tengo que hacer esto.
—Te ofreces voluntario para matar a más hombres. Eso sólo alimentará la bestia negra que estás intentando ahogar en tu interior.
—Si me quedo aquí, acabaré sintiendo más repugnancia aún por mí mismo. No puedo dejar que mis hombres crean que me he vuelto loco cuando día tras día tenga que golpear los postes de entrenamiento para liberar mi frustración. Ni siquiera puedo administrar justicia sin tener a mi lado a un joven que me recuerde lo que tengo que hacer. Jinyoung, tienes que ayudarme.
No podía dejar de llorar y apenas conseguía hablar.
—Jaebum, por favor, prométeme que volverás. No dejes que envejezca y muera solo —le pidió.
Jaebum lo abrazó con más fuerza.
—Dios mío, Jinyoung, me estás rompiendo el corazón.
—Que se rompa como le ha pasado al mío, no me importa. Pero prométemelo.
Lo soltó y plantó una rodilla en el suelo. Tomó una de sus manos entre las de él y apoyó en ellas la frente.
—Te juro que, cuando pueda atravesar las puertas de Goyang libre de los demonios que aún dominan mi ser, lo haré. Volveré.
Se puso en pie, acarició su mejilla y lo besó brevemente en los labios.
Cuando intentó abrazarlo, Jaebum se apartó.
—Entra en el castillo —le ordenó.
Negó con la cabeza.
—No hasta que te vayas.
El hermano Daniel acababa de acercarse a ellos y lo tomó por el brazo.
—Venid, lord Jinyoung, tenemos que hablar.
—No, dejadme —repuso.
Pero el clérigo no lo soltó y se lo llevó hacia la fortaleza.
—Tengo que contaros una historia.
—¿Un historia? —repitió confuso.
Sir Taecyeon también se acercó y tomó su otro brazo.
—Venid, mi señor, esta historia calmará vuestra alma.
Miró por el encima del hombro. Jaebum salía a caballo por las fortificadas puertas de Goyang.
—No es mi alma la que necesita ser aliviada. ¿Dónde estabais los dos cuando os necesitaba él?
Se apartó de ellos y corrió al castillo. No paró hasta llegar a sus aposentos.
Abrió la ventana y vio a Jaebum alejándose.
El dolor era insoportable. Se dejó caer en el suelo y cubrió su cara con las manos. No entendía qué había hecho para merecer ese destino. Iba a tener que criar a dos niños él solo.
No sabía de dónde sacaría la fuerza para despertarse cada mañana sabiendo que él no estaba allí.
Pero tenía que hacerlo. Tendría que buscar la ayuda de los habitantes de Goyang para criar a sus hijos y esperar con fe el regreso de su esposo.
—Mi señor...
Se sobresaltó al escuchar la voz de Hyorin. La mujer llevaba a Doyoung en brazos.
—Ánimo, lord Jinyoung. Vuestro hijo os necesita —le dijo con suavidad—. Tanto como vos a él.


Tres semanas habían pasado desde que se fuera su esposo. Ese día, el sol había estado brillando en lo alto. Desde entonces, no había hecho más que llover. Jinyoung sentía que la naturaleza reflejaba su dolor.
Dejó a Doyoung en la cuna y se dispuso a bajar a cenar. No tenía apetito. Llevaba así una semana, pero Hyorin y los demás insistían en que fuera al comedor al menos una vez al día.
A veces le parecía que eran los otros los que estaban al mando de Goyang.
Se arregló la chaqueta verde al bajar las escaleras. Recordó que Jaebum le había dicho una vez que ese color resaltaba su piel.
Él estaba presente en todo momento, en cada pensamiento y en cada decisión.
—Mi señor.
Se detuvo en el último peldaño.
—Sir Nichkhun —repuso a modo de saludo.
Pasó a su lado y fue hacia la gran mesa. Había estado ignorando al guardia a propósito. No podía olvidar la manera en la que había estado a punto de torturar a Marcus. Se había convertido en una bestia, en un animal peligroso.
El dolor de estar sin Jaebum fue desapareciendo y haciendo sitio poco a poco a la rabia. Creía que a su esposo no le habían importado él y sus hijos lo suficiente como para quedarse a su lado.
Esperaba que estuviera disfrutando con los soldados del rey Enrique porque iba a hacerle pagar en cuanto volviera a Goyang.
Nadie sospechaba lo enfadado que estaba. Creían que era sólo dolor por su ausencia y eso era más fácil de explicar y de entender.
Sir Taecyeon se puso en pie al verlo entrar y lo ayudó a sentarse en la silla principal, a la izquierda del capitán. Vio que había otro cubierto preparado a su izquierda.
—¿Va a cenar alguien más con nosotros?
Sir Taecyeon asintió.
Se le aceleró el corazón, sabía que el capitán se traía algo entre manos.
—¿Ha llegado algún forastero a Goyang? —preguntó a pesar de que sabía que las puertas habían estado cerradas durante las ultimas semanas.
—No, ningún forastero.
—Entonces, ¿quién...?
Se interrumpió al ver al hermano Daniel ocupando esa silla.
Tampoco quería hablar con él ni que le contara ninguna fábula para intentar aliviar su dolor. Hizo ademán de levantarse pero los dos hombres sujetaron con sus pies las patas del sillón.
—¡Dejad que me levante!
La cabeza del clérigo estaba inclinada en gesto de oración. Sir Taecyeon masticaba con calma la cena.
—Si lo que pretendéis es regañarme, no malgastéis vuestro tiempo —dijo con gesto huraño.
—¿Por qué íbamos a hacer algo así, mi señor? —preguntó el hermano Daniel.
—No lo sé, supongo que porque es algo que os divierte.
—Bueno, sí, supongo que sí.
—Comed —le dijo sir Taecyeon señalando su plato.
—¿Quién sois vos para decirme que coma? ¿Es que vais a comportaros ahora como Hyorin?
—Algo así —repuso el capitán de la guardia.
Tomó el tenedor suspirando y comenzó a jugar con la comida. Seguía sin tener hambre.
Minutos después, el resto del los hombres terminó de cenar y todos fueron levantándose y saliendo del salón. El intentó hacer lo mismo, pero no lo dejaron.
—Voy a contaros una historia —le dijo finalmente el hermano Daniel.
—No es necesario —gruñó.
—Yo creo que sí, mi señor, puede que la encontréis interesante —intervino sir Taecyeon.
—No he sido clérigo desde siempre —comenzó el hermano Daniel—. Hace muchos años, trabajé como mercenario. Cualquiera podía alquilar mi espada a cambio de comida, lecho y algo de oro.
Aquello no le sorprendió tanto como hubiera esperado.
—Después de un tiempo, me acostumbré a hacerlo y el oro no era tan importante para mí como tener a quién matar. Cada vez resulta más fácil asesinar.
No podía creer que ese hombre hubiera llegado a ser el monstruo en el que Jaebum temía convertirse.
—Una parte de ti sabe que lo que haces está mal y que tu alma se la llevará el diablo, pero no puedes evitar disfrutar con la sangre derramada.
Abrió la boca para hablar, pero sir Taecyeon le puso la mano en el brazo para indicarle que no debía interrumpirlo.
—Lo más duro es pasar los días sin encargos porque es durante ese tiempo de paz y sosiego cuando eres consciente de que te has convertido en una bestia sin sentimientos y la culpabilidad es insoportable.
Lo miró a los ojos y vio en ellos la misma angustia que reflejaban los de su esposo.
—No es algo que pueda curarse desde el exterior, mi señor. Nadie puede decirte nada que cure lo que estás viviendo en tu interior. O alimentas esa sangrienta bestia o acaba por devorar tu corazón y a aquellos a los que quieres.
No pudo evitar estremecerse.
—Pero.. Pero, ¿cómo conseguisteis llegar a ser el hombre que sois hoy? ¿Cómo acabasteis con la bestia de vuestro interior?
—Fui a ver al rey Enrique y le rogué que me diera un puesto desde el que pudiera tener más acción y más hombres a los que matar.
Eso era lo que había hecho Jaebum. Se quedó reflexionando unos instantes.
—Y, ¿os dio ese puesto?
—No, me dijo que lo que debía hacer era pedir que me aceptaran en alguna orden religiosa.
Pero tenía que haber más opciones. Aquello tampoco le ayudaba.
—¿Y eso os ayudó?
—Encontré la paz interior gracias a la soledad y a las horas de oración —dijo el hermano Daniel cubriendo sus manos—. Llevó bastante tiempo, pero un día me levanté y me di cuenta de que había acabado con esa necesidad de matar.
—¿Creéis que el rey habrá encontrado un puesto para Jaebum?
—No, no lo hizo.
—¿Cómo? —exclamó confuso.
—El rey Enrique se ha negado a enviar a lord Jaebum al ejército —le dijo sir Taecyeon.
—Entonces... ¿Se habrá ido a algún monasterio?
—No. El rey no dejaría que un dominio tan importante como Goyang cayera en manos de la iglesia.
—Pero... ¿Dónde está, entonces?
—En un sitio donde se siente a salvo, mi señor —repuso sir Taecyeon.
—En un sitio donde encuentra algo de paz —añadió el hermano Daniel.
—En un sitio que le trae muchos buenos recuerdos, hijo —intervino Hyorin acercándose a la mesa con Doyoung en brazos.
Los hombres soltaron sus manos y Hyorin le puso una capa sobre los hombros.
—Dios mío, ¿está aquí?
No necesitaba contestación. Sabía que tenía que estar en su cabaña del bosque, no había otro sitio.
—¿Y no ha venido a verme? ¿Ha dejado que me preocupe y pierda los nervios por su culpa? He estado desesperado creyendo que no volvería a verlo.
La comadrona sacó el tapón de un frasquito de cristal y aplicó aceites esenciales en su cuello y en sus muñecas.
—Sólo es un hombre, mi señor. Sabe lo que os ha hecho, pero no sabe cómo pediros perdón.
Cada vez estaba más enfadado.
—¿El feroz y valiente guerrero se esconde de mí?
—No —repuso el clérigo—. Sólo quería aclarar su mente y encontrar la paz antes de volver para siempre.
Se puso en pie.
—Entonces, ¿qué debo hacer? Si quiere estar solo, ¿no debería dejar que lo hiciera?
—Estamos hablando de lord Jaebum. Estará allí durante meses dándole vueltas a las cosas si no conseguimos que tome una decisión.
—¿Cuánto tiempo lleva en la cabaña?
Taecyeon apartó la vista, el clérigo se miró las manos. Buscó el rostro de Hyorin.
—Creemos que unos diez días, mi señor —confesó la comadrona con un suspiro.
—¿Lo habéis visto alguno? ¿Habéis hablado con él?
—Júpiter llegó hasta su cuarto en el establo hace casi una semana —le dijo el capitán.
—Yo he intentado hablar con él, pero sólo conseguí que me gritara. Ni siquiera abrió la puerta.
Cerró los ojos. Estaba deseando abrazarlo y besar su rostro. Pero, más que nada, estaba deseando gritarle hasta que le pidiera perdón de rodillas.
Se puso en pie.
—Doyoung dormirá bien toda la noche. Volveré por la mañana —les anunció.
—Sir Nichkhun os acompañará hasta allí.
Miró a sir Taecyeon con el ceño fruncido.
—Preferiría a otra persona.
—Pero por eso es por lo que debe ir Nichkhun. Tenéis que hablar con él, mi señor.
Todos los hombres de Goyang parecían haber decidido llevarle la contraria.
Hyorin le entregó una bolsa de piel.
—Dentro hay dulces, pan, queso, carne y un pellejo con vino —le dijo.
—Gracias —dijo mirándolos a todos—. Os doy las gracias de corazón.

No le sorprendió encontrar a sir Nichkhun esperándolo en el patio. Llevaba una lámpara de aceite para alumbrarle el camino. Lo siguió mientras salían de la fortaleza. No abrió la boca.
Cerca ya del bosque, fue Jinyoung el que rompió el silencio.
—Nichkhun, como me imagino que ya te habrás dado cuenta, me disgustó lo que hiciste. Aun así, no te puedo culpar del todo.
—Mi señor, no sé en qué estaba pensando.
—Estabas pensando en tu hija y el dolor que ese cretino le había provocado.
—Sí, pero no es excusa para actuar de forma tan bárbara —repuso el guardia.
—Puede que no, pero tu señor no ha sido la mejor influencia durante los últimos meses.
—Mi señor, no habléis mal de lord Jaebum.
—No lo hago. Sólo digo la verdad, él haría lo mismo.
—Todo hemos estado rezando por él, lord Jinyoung.
Sus palabras le emocionaron, se detuvo y lo miró.
—Gracias por hacerlo, sir Nichkhun.
—Con vuestra ayuda, el señor conseguirá volver a ser el mismo de antes.
—Si no lo mato antes.
Sir Nichkhun rió su comentario.
—Me recordáis a mi Suzy.
—Supongo que es algo que todas las parejas tenemos en común —repuso encogiéndose de hombros.
—Sí, bueno, supongo que a veces no os dejamos otra opción.
—Es un comentario muy sabio para que lo haya dicho un simple marido.
Sir Nichkhun decidió no volver a abrir la boca. Cuando llegaban al claro del bosque donde estaba la cabaña, se detuvo y le tocó la mano con afecto.
—Te perdono, Nichkhun, será mejor que dejemos atrás todo lo que ha pasado.
—Gracias, mi señor. ¿Os acompaño hasta la puerta?
—No, vuelve con tu esposa y tu familia.
Se acercó a la cabaña. Jaebum había encendido un fuego. Las llamas no eran ya más que ascuas. Pero el fuego en su interior ardía con fuerza. Estaba furioso, pero también deseaba abrazarlo más que nada en el mundo.
Agarró el picaporte de la puerta, rezando para que no estuviera cerrada por dentro. Se abrió sin problemas.
No había lámparas ni antorchas en la única habitación de la cabaña, pero el sonido de su respiración le dijo que Jaebum estaba allí.
Sin hacer ruido, entró y cerró la puerta tras él. Dejó la bolsa en el suelo y la capa también.
Se quitó los botines y comenzó a desvestirse mientras cruzaba la habitación, dejando que la ropa cayera al suelo.
Se detuvo desnudo al lado de la cama y miró a su marido. La luz de la luna entraba por la ventana e iluminaba su rostro.
A pesar de estar dormido, parecía enfadado. Apretaba la mandíbula y la boca y su respiración no era pausada ni regular.
—Prometí que lucharía para tenerte conmigo hasta el final, ¿es que no me creíste?
Jaebum abrió los ojos y lo atrapó entre sus brazos. Lo hizo girar hasta colocarse sobre él.
—Has tardado mucho en aparecer.
Acarició su cara y le contestó con las mismas palabras que él había usado en la tienda de Aryth.
—Bueno, tuve que ocuparme de algunas cosas en Goyang antes de venir a buscarte.
Jaebum cubrió su boca, sus mejillas y su barbilla con besos desesperados.
—Lo siento mucho. Soy un idiota. Dios mío, Jinyoung, te quiero. ¿Podrás perdonarme?
«Jinyoung, te quiero», repitió en su mente.
Era la primera vez que le decía algo así. Le había dicho que le importaba, que era su vida, pero nunca le había dicho que lo quería. Nunca en todos sus años de matrimonio.
Se le hizo un nudo en la garganta. La ira que había habitado su interior desapareció corno por arte de magia.
—Mi amor... —murmuró con voz temblorosa—. No tengo nada que perdonarte. Sólo tienes que perdonarte a ti mismo.
—No sé si voy a poder.
—Muy bien —repuso sonriendo—. Entonces tendrás que pasar el resto de tu vida intentando resarcirme por lo que has hecho.
Jaebum se echó a su lado y lo abrazó con fuerza.
—No sé por dónde empezar —le dijo mientras acariciaba su pecho.
Se arqueó contra su mano, saboreando las sensaciones que lo atravesaban de arriba abajo.
—Bueno, parece que has encontrado una buena manera de empezar...
Jaebum deslizó la mano hacia abajo, aumentado su deseo con cada caricia.
—Pensé que tenía que alejarme de Goyang y de ti antes de que os pudiera hacer daño.
Acarició su torso, deleitándose en las curvas de sus fuertes músculos.
—No sé muchas cosas, Jaebum, pero sé que nunca podrías hacerme daño.
—Nunca lo haría a propósito —repuso él mientras le separaba las piernas.
Jinyoung gimió suavemente. Jaebum empezaba a acariciarlo íntimamente y sabía que no iba a ser capaz de seguir hablando con él.
—Pero creo que he encontrado la manera de luchar contra esa bestia negra que me amenaza a veces.
—¿Cómo? —le preguntó con la voz entrecortada.
Le arrebató el aliento un segundo cuando él dejó de acariciar su centro de placer para introducir un dedo en su interior.
—Tienes que dejar que te traiga aquí, que te haga el amor, que te haga gritar de puro placer entre mis brazos.
No pudo contestarle, se limitó a gemir.
Jaebum continuó con las caricias, cada vez más fuertes y profundas. Estaba al borde del abismo, no podía aguantar por más tiempo, era demasiado...
Sus manos y su voz hacían que se estremeciera sin control.
—Pero no quiero hacerlo solo... —gimió contra su torso.
Lo tendió de nuevo boca arriba y, con un fuerte y único movimiento, se deslizó en su interior. No necesitó nada más para tocar el cielo con la manos y explotó gritando el nombre de su esposo.
Él llegó al clímax segundos después.
No pudo contener las lágrimas y lo agarró, dejando que éstas fluyeran libremente.
Jaebum se incorporó y, apoyándose en sus antebrazos, lo miró y le secó las mejillas con las manos.
—Ya, Jinyoung, ya... ¿Qué es lo que pasa?
—Me abandonaste. ¿Sabes cómo me hiciste sentir?
—¿Solo? ¿Asustado? —le preguntó él mientras lo besaba en la frente—. ¿Furioso?
—Sí, sí y sí. Estaba muy asustado temiendo que pasaran otros siete años o más antes de que volviera a verte.
—Lo siento —repuso Jaebum.
Lo abrazó con fuerza.
—Y esta vez... Esta vez te fuiste por tu propia voluntad —dijo con dolor.
—Deberían haberme torturado por hacer algo así —contestó Jaebum mientras besaba uno de sus párpados—. Debería haber recibido latigazos —añadió mientras besaba el otro—. Deberían haberme atado a un poste como a un perro —dijo besándole en la nariz.
Jinyoung asintió. Estaba de acuerdo con él.
—Nunca me apartaré de tu lado —le prometió Jaebum—. Te quiero, Jinyoung. Te quiero. Eres lo que necesitaba. Mi salvación.
Lo besó con ternura. Con todo el amor que necesitaba. Con todo el amor que había soñado tener algún día.
—Te juro que nunca seré tan cruel ni tan egoísta como para volver a irme —le dijo Jaebum con solemnidad y sin apenas separarse de su boca.
Y lo abrazó con fuerza. Fue un abrazo que le decía que su promesa era veraz y sincera. Sus labios y sus besos le hablaban ya de todos los amaneceres que iban a compartir. Los dos juntos...

* * *



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yota´s news : De regreso?

 Buenas tardes a todas las lectoras. Después de un año  y casi 4 meses regreso a saludarlas y comentarles nuevas.  Me gustaría decirle...