Libre Para Amar II -15




Acarició el pelo de Jaebum y lo levantó para mirarle a la cara. Quería ver sus ojos y comprobar si había conseguido espantar a ese demonio oscuro que habitaba dentro de él.
—Jaebum, mírame.
Él apoyó en el suelo los antebrazos y abrió los ojos. Los párpados le pesaban, tenía el rostro de un hombre que había saciado su lujuria. Su mirada ya no era gélida, pero había un brillo demoníaco que no había desaparecido aún.
Jaebum tomó su cara entre las manos y lo besó en la boca.
—No va a desaparecer sólo porque tú lo quieras, Jinyoung.
—¿Y si...? ¿Y si no desaparece nunca?
Él le puso el dedo índice en los labios para hacerle callar. Después se echó de lado y lo colocó de espaldas a él, acurrucándose.
—Nunca te haré daño a ti, a Doyoung ni a nadie de Goyang.
La seguridad en su voz hizo que se estremeciera. Tomó su mano y se la llevó a la boca.
—Jaebum... Prométeme que no harás ninguna estupidez.
Pero él sólo repitió lo que acababa de decirle.
—Jaebum, no tengo ninguna duda al respecto. Sé que nunca nos harías daño.
Él se quedó callado unos instantes antes de hablar de nuevo.
—El rey Enrique necesita guerreros en las fronteras.
En ese instante supo que Jaebum volvería a marcharse para no volver nunca más a su lado. Apretó con fuerza los labios. No podía creerlo. Le pidió con fervor a Dios que no se fuera.
Las lágrimas le atenazaron la garganta y tuvo que hacer grandes esfuerzos para no llorar. Pero no lo consiguió.
—Pero, Jaebum, ¿qué voy a hacer? —exclamó angustiado.
Él no dijo nada. Le limpió las lagrimas con la mano y lo abrazó más fuerte.
—Jinyoung, mi amor, no me discutas esto.
Jinyoung giró la cara sobre las mantas, no iba a discutírselo esa noche. Estaba demasiado cansado y asustado como para pensar con claridad.
Pero decidió que, al día siguiente, cuando recuperaran a su pequeño Doyoung y volvieran a Goyang, conseguiría que Jaebum razonara y cambiara de opinión.


Se levantaron temprano y emprendieron enseguida el camino. Encontraron a los guardias del rey casi a mediodía. La decisión de seguir a Wrenhaven hasta que acamparan había sido fácil. Jaebum no quería arriesgarse a que los secuestradores escaparan. Algo que les habría resultado muy fácil a caballo.
Así que se mantuvieron a distancia todo el tiempo para que no los vieran. De vez en cuando, uno de los guardias se acercaba algo más al grupo para asegurarse de que el grupo de Wrenhaven no dejaba el camino principal.
Estaba atardeciendo ya y de repente comenzaron a oír voces a poca distancia y el ruido de los cascos de los caballos sobre la gravilla. Jaebum levantó una mano para que Jinyoung y los guardias se detuvieran.
Bajó de su caballo y lo guió hasta el bosque a un lado del camino. Los otros hicieron lo mismo.
—¿Qué vamos a hacer? —le pregunto Jinyoung en voz baja.
—De momento, no vamos a hacer nada. Tú te quedas aquí con los guardias.
—¿Y tú?
Vio que estaba asustado. Sabía que no debería haberle dicho que quería unirse a los soldados del rey, sobre todo porque aún no había tomado una decisión al respecto. Desde entonces, cada vez que se apartaba de su lado, Jinyoung temía que se fuera para siempre.
Creía que había hablado de más, seguramente porque aún había estado demasiado aturdido tras su apasionado encuentro.
Su intención había sido asegurarle que ni él ni el niño sufrirían por su culpa y todo lo que había conseguido era que su esposo fuera un manojo de nervios.
Se arrepintió de no haberlo dejado con el rey Enrique. El monarca se habría encargado de custodiarlo hasta el castillo de Goyang. Pero ya no podía cambiar las cosas y quería concentrarse en solucionar aquello cuanto antes para poder volver a casa.
—Tengo que ir a explorar el camino. Volveré pronto.
—¿Qué vas a buscar? Ya sabes que es el grupo de Wrenhaven. ¿Qué más necesitas saber?
No quería perder el tiempo discutiendo con él. Así que le dijo a un guardia que se encargara de que no se moviera de allí.
Confiaba en él, pero no sabía qué podía hacer. No quería que interfiriera en sus planes ni que se pusiera en peligro de manera innecesaria.
Montó de nuevo y se dirigió hacia el sonido de las voces cabalgando entre los árboles.
Vio gente al llegar a un claro y se escondió tras unos arbustos. Como le había dicho el rey y después los guardias, había sólo tres hombres además de Wrenhaven, dos mujeres y dos bebés.
Pensó en qué hacer. Sabía que Wrenhaven sería una presa fácil. Estaba seguro de que era un hombre débil, después de todo, estaba usando a un indefenso niño para conseguir sus propósitos.
Había identificado a los hombres presentes, incluyendo a Marcus, el guardia al que había echado de Goyang. El mismo canalla cobarde que había sido capaz de golpear y violar a la hija de Nichkhun.
Pensó en que le encantaría llevarse su cadáver de vuelta a casa, para presentárselo a su fiel amigo corno regalo.
Creía que podía adentrarse en el claro del bosque y atacar a los cuatro. Antes de que pudieran darse cuenta de que estaban siendo atacados, tres estaría muertos y el último atado a un árbol.
El problema era que no podía arriesgar la seguridad de Doyoung y Hyorin. No conocía a la otra mujer, pero estaba seguro de que su familia la esperaría en algún lugar,
Se concentró entonces en estudiar el campamento y sus alrededores para asegurarse de que Wrenhaven no tenía más hombres escondidos por alguna parte.


Los nervios le habían encogido el estómago y Jinyoung sólo podía pensar en Jaebum y esperar su regreso. Cada vez estaba más alterado.
—Deberíamos ir a buscarlo —le dijo al guardia que sujetaba las riendas de su caballo.
El hombre no dijo nada. Sólo negó con la cabeza. Su indiferencia pudo con él.
—Puede que necesite nuestra ayuda.
El otro guardia sí que le habló.
—Mi señor, tranquilizaos. El conde de Goyang dijo que iba a explorar la zona. No es como si se hubiera ido a una batalla.
Ellos no lo conocían como Jinyoung lo hacía.
—Si ve a Osgood y los otros, los atacará. Puede que esté herido. Puede que...
Pero no quería ni pensar en ello. Se le llenaron los ojos de lágrimas imaginándose una cruenta escena.
—El conde está bien —intervino el otro guardia—. No os preocupéis sin sentido.
—No puedes estar seguro de ello. Podrían haberlo atacado y...
Un fuerte brazo agarró su cintura y lo bajó del caballo, cortando sus palabras.
—¡Dios mío, Jinyoung! Tienes que dejarlo ya.
Jaebum lo llevó en brazos a unos metros de donde estaban los guardias. Después lo dejó en el suelo.
—Esto tiene que acabarse. Y ahora mismo.
—No puedo hacerlo. No puedo controlar el miedo. No es como apagar una vela... No desaparece con tanta facilidad.
—Te casaste con un caballero. Has sabido desde pequeño lo que eso significa. Jinyoung, te educaron para comportarte de otra manera en una situación como ésta.
—¿Qué? ¿Crees que me educaron para aceptar que podrían matarte en cualquier momento o que podrías dejarme solo en Goyang y no volver nunca? ¿Crees que me educaron para soportar tu ausencia durante siete años, creerte muerto y, cuando por fin vuelves, perderte de nuevo?
—¡Déjalo ya! Y baja la voz.
—No —repuso dándole un golpe en el pecho—. No voy a dejarlo. No voy a dejar de preocuparme por ti. Yo...
Interrumpió sus palabras tapándole la boca con la palma de la mano.
Jaebum lo miraba con el ceño fruncido. Una vena le temblaba en la sien, Jinyoung no pudo evitar notarlo.
Dentro de él, sabía que Jaebum tenía razón. Le debía obediencia al rey, lo había jurado, y si éste necesitaba hombres tenía que procurárselos, aunque eso significara que él también tuviera que irse.
Pero le dolía que él se quisiera ir de manera voluntaria. Nadie le había pedido que lo hiciera, era él quien se ofrecía.
Tenía que conseguir convencerlo para que no lo hiciera, pero se dio cuenta de que no iba a conseguir nada dejándose llevar por los miedos y los nervios.
—¿Has acabado ya? —le preguntó Jaebum entonces.
Cerró los ojos brevemente a modo de respuesta. Entonces le quitó la mano que le amordazaba y lo abrazó contra su torso.
—Jinyoung, hago lo que tengo que hacer.
—No te importo —repuso.
—Me temo que me importas demasiado —lo contradijo Jaebum besándolo en la cabeza—. ¿No crees que ha llegado el momento de recoger a nuestro hijo?
—¿Está cerca?
—Sí, durmiendo plácidamente en los brazos de Hyorin.
Se dio la vuelta para ir hacia allí, pero él lo agarró antes de que diera el segundo paso.
—¿Adonde vas?
—A por Doyoung.
—Y ¿qué piensas hacer? ¿Llegar a su campamento, tomarlo en tus brazos y salir de allí como si fuera lo más normal del mundo? —dijo él con tono burlón.
Sabía que él estaba en lo cierto. Lo suyo no era rescatar a nadie. No sabía ni por dónde empezar.
—¿Tienes tú una idea mejor? —le preguntó algo más calmado.
Su marido lo miró con una media sonrisa diabólica y un brillo en sus ojos le recordó que tenía un lado oscuro, muy oscuro. Se esforzó en no inquietarse ante las muestras de esa malvada bestia. Creía que sólo buscaba verlo asustado y no le daría esa satisfacción.
—Cuéntame tu plan —insistió con seguridad.
—Entraremos en el campamento a pie, a través del bosque y pillándolos así por sorpresa. Mientras yo me enfrento a Wrenhaven, a ti te protegerán los guardias del rey hasta llegar tan cerca como puedas de Hyorin y Doyoung.
—¿Crees que peleará?
—Eso espero —replicó él con otra maliciosa mueca—. Pero, aunque no lo haga, quiero que te lleves a las mujeres y a los niños tan lejos del campamento como sea posible. Tráelos aquí, toma los caballos y te los llevas. ¿Lo harás por mí?
—Por supuesto.
—No, Jinyoung. Lo que quiero saber es si cuidarás de los otros sin preocuparte por mí. No podemos dejar que corran peligro sólo porque estás nervioso y algo indeciso.
Reflexionó un momento antes de contestarle. Después rodeó su cuello con las manos y se acercó a su cara.
—Eres tú el que te preocupas demasiado. No hay nadie más fuerte e invencible con la espada que mi esposo.
Jaebum sonrió al oír sus palabras y lo besó apasionadamente.
—Recuerda, llévate a las mujeres y a los bebés y no mires atrás.
—No miraré atrás —le prometió.
Volvieron con los guardias y ataron los caballos a árboles. Después Jaebum les explicó su plan y los llevó hasta el claro del bosque donde estaban los secuestradores.
Cuando llegaron allí, Jaebum sacó su daga, esperó a que los otros dos lo hicieran también y, agarrándolo cerca de él, les ordenó que se agacharan.
Estaban a punto de entrar en un campamento enemigo para rescatar a su hijo. Habría muertes y peligro, pero no tenía miedo. Había visto a Jaebum luchando y Osgood no era rival para él.
Jaebum agarró su barbilla y giró su cara hacia un extremo del campamento. Vio a Hyorin sentada en el suelo y apoyada en un árbol. Una mujer estaba a su lado con un bebé de pelo negro. Y entre la capa de su comadrona asomaba su hijo.
Su corazón empezó a latir con fuerza, estaba deseando abrazarlo.
—Sigue esta fila de arbustos hasta el otro lado. Cuando nosotros tres entremos en el campamento, toma a las mujeres contigo y vete —susurró Jaebum en su oído.
El asintió.
Jaebum tomó su mano y puso allí su daga. Sacudió con fuerza la cabeza. No quería su arma, no quería tener que usarla.
—Llévatela —le ordenó él—. Y úsala si la necesitas.
No le gustaba nada tener que hacerlo, pero asintió y la agarró.
—Ahora vete. Os alcanzaré en cuanto pueda.
Algo en su voz le heló la sangre. Se preguntó si lo alcanzaría de camino a Goyang o si aprovecharía la ocasión para irse de allí. Quizá por eso la quería lejos del campamento.
—He dicho que te vayas. No le falles a Doyoung, ¿me oyes?
Se le llenaron los ojos de lágrimas.
—No me iré de Goyang hasta que vea que el castillo está seguro. Te alcanzaré, Jinyoung.
Sus palabras no lo consolaron, pero asintió.
Avanzó al lado de la fila de arbustos tan deprisa como pudo. Sabía que tenía que rescatar a las mujeres y volver a donde estaban los caballos antes de que anocheciera.
Usaba la daga de Jaebum para abrirse camino entre la maleza. Se detuvo para mirar entre las ramas. Cuatro o cinco pasos más y estaría justo detrás de Hyorin. Fue hasta allí y encontró un lugar donde esconderse y ver lo que pasaba.
No tuvo que esperar mucho.
Jaebum entró en el campamento con los dos guardias del rey detrás de él.
—Wrenhaven, vengo a por mi hijo —anunció con voz atronadora.
Uno de los hombres de Osgood fue a por él y Jinyoung no pudo evitar hacer una mueca al ver lo rápido que Jaebum lo aniquilaba.
Los guardias del rey se separaron en direcciones opuestas. Pretendían colocarse entre él y Osgood. Era el momento de actuar.
Se abrió paso con la daga y se escondió detrás del árbol. Cuando estuvo lo bastante cerca, pinchó ligeramente a Hyorin con la daga para atraer su atención. La comadrona se sobresaltó, eso despertó a Doyoung y Osgood miró hacia allí.
Los guardias del rey peleaban entonces con sir Cedric y Marcus. Salió de su escondite deprisa y se acercó a Hyorin.
—Levántate deprisa, tenemos que irnos —dijo mientras tomaba el brazo de la otra mujer—. Tú también vienes con nosotros.
—No voy a ningún sitio con vos —replicó la joven zafándose de manera violenta.
—No tengo tiempo para discutir, venga.
—¡Vete ya! —le gritó Jaebum con fuerza desde el otro lado del campamento.
No sabía qué hacer, así que le colocó la espada en el cuello a la mujer.
—Tengo que obedecer a mi esposo.
—Y yo al mío —repuso la joven mientras miraba a Marcus.
—¡Vete ya! —le gritó Jaebum de nuevo.
Su indecisión estaba distrayendo a su esposo, así que dejó allí a la joven y miró a Hyorin.
—¿Estás lista?
La mujer asintió y la siguió entre los arbustos.
Pocos metros después, se paró y dio media vuelta.
—Yo sujetaré a Doyoung —le dijo.
—No, vos lleváis la espada, mi señor. Dejad que me encargue del niño por ahora —contestó mientras le destapaba la cabeza al pequeño—. Está bien, no ha sufrido nada.
Aquello le alivió, pero quería abrazar a su hijo, no aguantaba más.
Pero un grito en el campamento lo dejó helado. Se dio media vuelta y siguió corriendo con la comadrona. Sabía que alguien los estaba siguiendo. Oía los pasos.
—¡Volved aquí! —gritó alguien.
Se le encogió el corazón. Era sir Cedric. Le hizo un gesto a Hyorin para que la adelantara y se giró para defenderlos de ese hombre si se acercaba más.
Él estaba desarmado y se rió al ver su daga.
—Vuestra daga de juguete no va a serviros de nada —dijo el hombre sacando pecho.
—Volved con vuestro amo, Cedric —le ordenó mientras sujetaba con firmeza el arma frente a su cuerpo.
—No volveré sin vos —repuso él riendo mientras intentaba agarrarle la daga—. Mi señor quiere tener cerca a su hijo y a su esposo.
—No soy su esposo y lo mataré si intenta quitarme a Doyoung.
Cedric intentó agarrar de nuevo el arma y Jinyoung cerró un ojo y apuñaló con fuerza su mano.
—¡Prostituto! —gritó él—. Pagaréis por esto.
Antes de que pudiera reaccionar, Hyorin se acercó a él desde atrás, agarró con fuerza las manos de Jinyoung y las empujó hacia delante.
Los ojos de Cedric se ensancharon por la conmoción de sentir el puñal en su pecho. Después, cayó al suelo.
Soltó la daga de su cuerpo y dio un paso atrás. Estaba horrorizado.
Hyorin recogió a Doyoung del suelo, donde lo había dejado antes de asistir a su señor.
—Lord, ¿nos vamos?
Alargó la mano para recoger la daga, pero cambió de opinión. No sabía qué habría hecho Jaebum en su lugar. Lo intentó de nuevo, pero no lo hizo.
Hyorin lo apartó con un pequeño empujón, pisó el estómago del hombre y tiró con fuerza de la daga. Después limpió un lado y otro del filo en las ropas de Cedric.
—Ya rezaremos después por él —le dijo mientras le devolvía la daga.
Estaba estupefacto. Pero no había tiempo para nada de eso. Tenían que volver con los caballos.
Poco después escucharon un ruido en los arbustos. Echaron a correr.
Una era cosa enfrentarse a un hombre desarmado, pero a ninguno de las dos les gustaban los animales salvajes.
Ése fue su gran error. Pararon exhaustos poco después y se dio cuenta de que no sabía dónde estaba.
—¿Nos hemos perdido? —le preguntó Hyorin.
Suspirando, la comadrona se abrió la capa, tomó a Doyoung y se lo entregó.
—Será mejor que hagamos un cambio.
Le alegró no tener que sujetar la daga y poder abrazar a su hijo.
—Gracias —le dijo agradecido.
—Mi señor, estoy segura de que conseguiréis sacarnos de aquí —dijo mirando el cielo que empezaba a oscurecer—. Pero no será hasta mañana.


Jaebum miró los caballos. Seguían atados donde los habían dejado. Maldijo en voz alta.
Wrenhaven y su guardia habían muerto, pero sir Cedric había conseguido escapar. Ese hombre estaba en algún sitio de ese bosque, donde también debían de estar su esposo y su hijo.
No entendía qué había pasado, pero se hacía de noche y estaba preocupado.
—Acamparemos aquí.
Los guardias reales desmontaron los caballos que habían sacado del campamento de Wrenhaven, después ayudaron a bajarse a la mujer con el niño.
Él tiró de Marcus y éste cayó al suelo desde el caballo. Estaba atado de manos y pies. Los guardias lo ataron a un árbol. Después hicieron lo mismo con la mujer.
—Espero que vuestra mujerzuela haya muerto —le dijo ella al pasar a su lado.
Pero él estaba seguro de que Jinyoung no estaba muerto. Estaría perdido, pero no muerto.
No iba a permitir que eso sucediera.




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 Buenas tardes a todas las lectoras. Después de un año  y casi 4 meses regreso a saludarlas y comentarles nuevas.  Me gustaría decirle...