Libre para Amar I- 16




El canto de los pájaros despertó a Mark, que se dio la vuelta con un quejido. Pasar la noche sobre el suelo de la cueva lo había dejado dolorido.
Esbozó una pequeña sonrisa: la verdad era que no había notado ni la frialdad ni la dureza de la piedra, porque cuando no habían estado compartiendo su pasión de un modo casi salvaje, habían estado haciendo el amor lenta y pausadamente.
Al alargar la mano, no encontró nada a su lado.
—¿Jackson?
—Estoy aquí —la voz provenía del exterior de la cueva.
—¿Qué estás haciendo?
Entró, aunque en aquella ocasión no se mojó.
—Me he dado un baño en el arroyo, me he vestido y he traído algo de comida y ropa para ti y ahora estaba esperando a que te despertaras —tras dejar un fardo con todos los objetos junto a Mark se acercó y lo besó—. ¿Cómo te encuentras esta mañana?
—Estoy bien, ¿y tú?
—Jamás he visto una mañana mejor y desearía empezar ya el día.
—¿Y qué impide que lo hagas?
—No podemos salir de esta cueva si no te levantas.
No sabía decidirse entre provocarlo para que se tumbara a su lado o darse un baño, aunque tal vez, podía hacer las dos cosas.
—¿Adónde vas? —le preguntó Jackson al verlo levantarse e ir hacia la salida.
—¿No te has bañado tú? Yo voy a hacer lo mismo.
—El agua del arroyo está fría.
—Y también la cascada pero al menos no está tan expuesta.
Situó las manos bajo la cascada antes de dar un paso al frente.
Cualquier otro podría haber caído al suelo por la fuerza con que caía el agua, pero Mark ya había hecho eso muchas veces y tenía los pies bien plantados sobre las rocas.
Sin saber que Jackson se encontraba detrás, le gritó:
—¿Lo ves? No hacía falta ir hasta el arroyo.
Jackson se quitó la única y la camisa y después metió la mano bajo el agua y acariciarle. Mark se sobresaltó y entonces él le llevó hacia sí y le susurró:
—¿No es esto lo que querías?
—Por supuesto. Sólo estaba esperando a ver cuánto tardabas en… —le dijo dejándose envolver por su abrazo.
Él le hizo callar con sus labios mientras deslizaba las manos sobre su húmeda piel.
En otro tiempo, una casi insaciable sed de venganza le había hecho trazar un plan: robarle el alma y el corazón, acostumbrarlo a él para luego abandonarlo.
Pero ahora Jackson preferiría cortarse su propio corazón antes que tener que despertar cada día sin él a su lado.
—Ven, deja que te ayude a vestirte.
Mark intentó que el beso no se acabara allí, pero Jackson lo evadió.
—Jackson, tenemos todo el tiempo del mundo.
—Sí, tenemos el resto de nuestras vidas —le dijo mientras lo secaba con la túnica que él había usado tras su baño. Cuando terminó, sacó la ropa que había traido—. ¿Qué te parece?
Y mientras sacaba pan, queso y manzanas añadió:
—Mis hombres estaban buscándome y les he dicho que fueran a Tuan a por todo esto.
—¿Tus hombres saben que hemos pasado aquí la noche? —preguntó mientras se vestía.
—Estamos casados Mark —Jackson levantó la vista de la manzana que estaba troceando, comenzó a darle pedazos de manzana acompañados por trozos de queso y pan hasta que la comida se acabó.
—¿Listo?
Y con un fuerte suspiro, respondió tendiéndole la mano:
—Sí.


—¿Va todo bien? —le preguntó Jackson al verlo tan callado de vuelta a Tuan.
Temeroso de que el miedo que iba aumentando a cada paso que se acercaban se reflejara en su voz, se limitó únicamente a asentir con la cabeza.
—¿A lo mejor luego puedes enseñarme la aldea? —le sugirió al detenerse ante las puertas.
Volvió a asentir.
—¿Hay alguna cueva cerca de la aldea?
La pregunta le hizo sonreír.
—No, pero tenemos que cruzar el arroyo para llegar allí.
—Así mejor mi amor —contento de verlo sonreír le dio un beso en la frente.
—Jackson…
—¡Joven Mark! —uno de los guardias lo interrumpió al gritarle desde el muro—. Vuestro padre os espera.
—Jackson por favor.
—Mark, tienes mi palabra. Te he hecho una promesa y no voy a romperla.
Algo a lo que no pudo poner nombre le hizo sentirse mareado y una pequeña voz le preguntó: «¿Y si tu padre no es inocente?».
Al ver a Jackson avanzar hacia el torreón, se vio incapaz de moverse, de ir tras él. ¿Qué podía decir para disuadirlo? ¿Qué haría si mataba a su padre? ¿Y qué haría si su padre o los guardias mataban a su esposo?
Cerró los ojos y rezó.
—Señor, por favor, haz que no les suceda nada a ninguno de los dos.
Tras respirar hondo varias veces, logró que sus piernas se movieran y lo llevaron junto a su marido en el que con toda seguridad sería el día más decisivo de toda su vida.
Lo alcanzó en las puertas que daban al gran salón.
—Tengo que saberlo, Jackson. Pase lo que pase, tengo que saber la verdad de lo que sucedió aquella noche.
Jackson se preguntó qué había provocado ese cambio de parecer, pero aun así accedió a su petición.
Juntos entraron en el salón donde un sirviente señaló hacia una cámara privada situada en el otro extremo.
—El señor está allí.
Sin detenerse cruzó el suelo de madera con Mark tras él y pudo sentir su miedo.
Llamaron a la puerta antes de entrar y cuando la puerta se abrió Mark, ya delante de su marido, dijo:
—Padre, me alegro de veros.
Tuan se levantó y rodeó a Mark con un brazo.
—Veo que has encontrado un esposo —lo soltó y se tiró hacia la puerta.
Jackson se quedó sorprendido al ver lo mucho que había envejecido; Tuan ya no era ni tan alto ni tan imponente como antes.
—Venid, venid, hijo. Hablemos —le indicó que se sentara al lado del brasero—. Deberíamos haberlo hablado antes pero sé lo impacientes que sois los jóvenes.
—Ya nos conocemos.
—¿Ah, sí? Tal vez sí que me resultéis familiar. ¿Conozco a vuestro padre o a vuestro señor?
—Mi señor es el rey Enrique —miró a Mark, que no se había movido, pero tenía los ojos cerrados—. Mi padre era sir Gunther de Hong.
—No —Tuan cayó literalmente sobre su asiento—. Eso no es posible Hong está muerto.
Los ojos de Mark se abrieron de par en par.
—Oh, padre, no. Decidme que no fue culpa vuestra.
A Jackson se le encogió el corazón al ver el horror y la incredulidad grabados en el rostro de su esposo. Deseó abrazarlo y sacarlo de allí, alejarlo de esa verdad que tanto daño le haría.
—Decidme que no contratasteis a unos hombres para matar a mi esposo —le preguntó arrodillado.
—¿Qué has hecho, muchacho?
—¿Yo? —se levantó—. ¿Que qué he hecho yo? —las lágrimas le quebraron la voz.
—Tranquilo —su marido lo llevó junto a él.
—¡Tú! ¿Cómo has podido traerlo aquí? ¿Intentas destruirme?
Jackson lo llevó a una silla y le dijo:
—Quédate aquí. No te muevas —y tras volverse hacia Tuan, añadió—: ¿Por qué mi presencia provocaría vuestra destrucción? Aparte de robarme doce años de vida, ¿qué otros actos viles habéis cometido?
—¿Robarte doce años? —Tuan se recostó en su asiento—. Me parece que estás aquí, ¿no? ¿Y cómo sé que eres realmente Hong?
Al no querer verlo mientras se explicaba, se situó detrás de Mark y le puso las manos sobre los hombros. El levantó el brazo y le tomó una mano. Esa unión le hizo tranquilizarse mientras los recuerdos atravesaban las barreras que con tanto cuidado había construido.
—¿Qué cómo lo sabéis? Dejad que os recuerde lo que sucedió aquella noche.
—¿Por qué? —bramó Tuan—. La memoria no me falla y mi hijo no tiene necesidad de escuchar esto.
—Sí, padre. Tengo que saber qué llegasteis a hacer para apoderaros de lo poco que Jackson poseía.
Su padre agitó la mano en el aire antes de levantar del suelo una copa.
—Vaya, una forma muy bonita de darme las gracias por intentar protegerle.
—No era más que un niño, milord. Un muchacho intentando adentrarme en un mundo de hombres. Cuando entré en nuestro dormitorio, encontré a mi esposo sentado sobre nuestra cama de matrimonio, vestido con sus mejores galas y con un muñeco aferrado a su pecho mientras me gritaba que saliera de allí.
Mark bajó la cabeza y miró hacia otro lado pelo él la acarició para hacerle saber que no había sido culpa suya y que si entonces no lo supo, ahora sí lo sabía.
—¿Y saliste corriendo porque un joven con un muñeco en la mano te lo dijo? Eres todo un hombre.
—Sí, salí corriendo porque no deseaba seguir asustando al niño con el que me había casado. El único lugar que encontré para pasar la noche fueron vuestros establos. Obviamente, los hombres que habíais contratado me habían estado siguiendo porque no había hecho más que sentarme cuando se abalanzaron sobre mí. Y entonces entrasteis vos y acallasteis mis gritos de socorro.
—¿Qué esperabas? ¿Cómo iba a permitir que mi hijo se marchara con un chico que no tenía nada?
—¿Y por eso pensasteis que la mejor elección sería mi muerte?
—Así es.
—Ojalá me hubieran matado. Habría sido más fácil.
—Jackson —Mark le acarició el brazo—. No digas eso.
Él lo ignoró.
—¿Cuánto les pagasteis por mi muerte?
—No mucho, unas piezas de oro, pero eso no importa ya que veo que gozas de un aspecto saludable.
—Consiguieron más oro vendiéndome como esclavo.
—¡No! —gritó Mark.
—¿Esclavo? ¿Qué tontería es ésa?
—¿Tontería? Preguntadle a vuestro hijo sobre las cicatrices que el látigo me ha dejado en el cuerpo.
—¿Y dónde estuviste retenido?
—Lejos de aquí, en un lugar con más riqueza y lujos del que nunca podríais imaginar. Un lugar donde los actos inhumanos son bastante comunes.
Los recuerdos le asaltaban la cabeza con más rapidez cada vez: el tenor de un joven, el dolor del látigo, el encogimiento de un estómago vacío, la sed de unos labios agrietados.
—No deben de haberte tratado tan duramente cuando estás aquí y te has convertido en un hombre.
—¿Un hombre? ¿Es eso lo que soy? Estáis muy equivocado, milord. Un hombre tiene alma y conciencia y yo carezco de ambas.
Después de darle un sorbo a su copa de vino, Tuan le preguntó:
—Una declaración algo descabellada, ¿no crees?
—¿Sí? Decidme ¿a cuántos hombres habéis matado en vuestra vida?
—A unos cuantos.
—Yo he matado a cientos. Para eso me entrenaron.
Mark tembló y él supo que estaba recordando aquella noche en el jardín de la reina. Él mismo había insistido en estar presente en esa conversación, así que tendría que dejar para más tarde el reconfortarlo y tranquilizarlo.
—Uno se convierte en asesino sólo si quiere Hong.
—Si te torturan y te matan de hambre puedes llegar a hacer lo que sea para detener esos abusos.
¿Cuántas noches había rezado por morir en una batalla para no tener que verse obligado a quitar otra vida? Sin embargo, cada vez que había entrado en el campo de batalla las ganas de vivir y de luchar lo habían hecho olvidar que era humano.
—¡Vaya! Así que has matado a hombres. Bueno, los hombres mueren en la guerra cada día.
Jackson ya había soportado demasiado ese tono burlón de Tuan. Soltó a Mark, fue hacia él y con una mano lo agarró de la túnica. Los ojos del hombre se abrieron de par en par cuando Jackson lo levantó del asiento.
—No hablo sobre hombres que mueren en una batalla —lo agarró del cuello con la mano que tenía libre—. Hablo de matar a hombres con mis propias manos por simple entretenimiento.
Podía sentir la garganta del hombre bajo la palma de su mano. Una bruma roja le nublaba la visión. Sería fácil asfixiarlo y dejarlo caer sin vida sobre el suelo.
—¡Jackson! —gritó Mark.
Soltó a su padre, que se llevó las manos a la garganta y se quedó mirándolo.
—Oh Jackson, Dios mío, lo siento —le dijo Mark entre sollozos antes de levantarse y salir corriendo de la cámara.
Jackson tomó el asiento que había dejado vacío.
—¿Vas a matarme? —Tuan lo miraba con recelo.
—Sí, iba a hacerlo —miró a su alrededor—. ¿Hay más vino?
Levantándose con piernas temblorosas, el padre de Mark levantó una copa y una jarra llena de vino de una mesa y se los entregó.
Cuando volvió a sentarse, le preguntó:
—¿Y ahora?
—Debería hacerlo —dio un largo trago de vino—. Vuestra muerte me traería mucha paz.
—Puedo entenderlo. No me debes ningún favor, pero yo tengo que pedirte uno.
—¿Cuál?
—Que uses una espada.
Jackson se recostó en su asiento y miró al padre de su esposo. Las manos del hombre temblaban, tenía la frente cubierta de sudor y sus dedos marcados en el cuello y destacando sobre la palidez de su piel.
Se sintió mareado. ¿En qué se había convertido? ¿Era verdaderamente un monstruo? Matar a ese anciano no le serviría de nada y tampoco saciaría su sed de venganza. Pero entonces, ¿qué lo haría?
Volvió a recordar las lecciones de Morigatte.
Tenía a su esposo, él le daba paz a su mente y las noches que pasaban juntos calmaban su dolor.
Ésa era su venganza: el hijo de Tuan lo amaba por encima de todo.
Pero aún tenía una pregunta que pedía respuesta.
—¿Por qué no lo hicisteis casarse antes?
—Durante varios años no hubo necesidad.
—¿Tanto oro os dio mi tierra? —era lo único que su padre no había perdido durante la guerra.
—Sí.
Jackson suspiró al ver a Tuan ruborizarse.
—No importa. Yo también había intentado venderla, pero en aquel momento no supe cómo.
—Cuando le pedí al rey Enrique que concertara un compromiso dijo que no lo concedería hasta que no se descubriera tu cuerpo.
—Mark estaba en la corte de la reina. ¿Es que mi cuerpo apareció de pronto?
—En cierto modo, sí.
—¿Cómo?
—Mientras cazaba, mis hombres y yo encontramos un cuerpo en descomposición e informé a Enrique de que se trataba de ti.
—¿Sin molestaros a descubrir quién era en realidad?
—El hallazgo resultó demasiado oportuno como para dejarlo pasar.
—¿Y también os pareció oportuno mentir a Mark diciéndole que había muerto?
—¿Qué habrías hecho tú? Mi hijo necesitaba un esposo y el rey necesitaba un cuerpo.
Jackson se levantó.
—Y vos necesitabais más oro —ya había oído suficiente era mejor que saliera de allí antes de volver a perder los nervios.
Miró al padre de Mark pero no logró encontrar ninguna satisfacción en la asustadiza mirada del hombre.
—Tengo que encontrar a mi esposo.
El suspiro de alivio de lord Tuan resonó toda la sala.
—Por supuesto. Ve con él.


El viento que azotaba el rostro de Mark le secaba las lágrimas según caían, pero el llanto no había arrastrado consigo el pesar de su corazón. Todo lo contrario, le había hecho encontrarse peor.
Ahora que el torreón había quedado atrás, desmontó del caballo, le dio una fuerte palmada en la grupa y el animal tal como él sabía que haría, corrió de vuelta a la comida y el cobijo que le esperaban en su cuadra.
Necesitaba estar solo y le vendría bien caminar de vuelta al torreón. Se sentó contra un árbol y mientras jugueteaba con una brizna de hierba intentó encontrarle algún sentido a lo que había descubierto ese día.
¿Cómo había podido su padre hacer algo así? Aunque no era el hombre más cariñoso que había conocido, nunca le había mostrado la oscuridad de su alma. ¿Cómo había podido pagar a hombres para que mataran a su esposo? Y peor aún ¿por qué nunca se había molestado en asegurarse de que lo habían hecho?
Si al menos hubiera preguntado a los hombres, tal vez habría podido salvarlo del terror de su cautiverio. Su padre era el único que podría haberlo ayudado, ya que el padre de Jackson había fallecido y no tenía hermanos, no tenía a nadie que lo buscara ni que pidiera ningún rescate a cambio de su libertad.
Los actos que había cometido Tuan eran inimaginables, imperdonables.
¡Y todo lo que Jackson había tenido que soportar! Se estremeció. No era de extrañar que odiara tanto a su padre ¿cómo no iba a hacerlo? Si decidía matarlo, no podría culparlo por ello, aunque sí que rezaba por que su esposo aún creyera en la misericordia.
Y por otro lado, ¿cómo podía amarle? ¿Le amaba? Pensó en la noche que habían pasado en la cueva… sí, Jackson lo amaba. Sus besos y sus caricias no podían mentir.
Sin embargo, si comparaba esos besos y caricias de la noche anterior con los de las anteriores semanas, podía ver que en un principio sí que le había mentido y no le quedaba duda de que había ido expresamente a la corte para buscarlo.
Y eso significaba que ella también había sido diana de su deseo de venganza. Recordó la conversación que mantuvieron en el jardín de la reina aquella primera noche. Lo había acusado de abandonarlo en su noche de bodas… ¡como si él hubiera querido marcharse por voluntad propia!
Se sentía humillado y se cubrió la cara con las manos para ocultar su rubor. Lo había acusado de mentiroso y había jurado que lo odiaba en un intento de defender a su padre.
¿Cómo podía amarlo? ¿Cómo había podido perdonarlo?
Una extraña y delicada sensación la calmó al pensar que era cierto, que no importaba cómo ni por qué, pero que lo amaba.
Lo había tocado con su amor, lo había marcado con toda la pasión y el deseo que poseía y haría lo que hiciera falta para merecerse todo ese amor y ese deseo.
Se levantó. Había llegado el momento de volver al torreón, el momento de encontrar a su esposo y de ayudarlo, si no a olvidar su pasado, al menos sí a minimizar el dolor que los recuerdos podían causarle.
El ruido de unos caballos yendo hacia él le hizo darse la vuelta y mirar al otro lado del claro. Sonrió: o Jackson había decidido ir a buscarlo o había mandado a un par de hombres a hacerlo por él. Esperó apoyado contra el árbol.
Pero lo que vio le hizo estremecerse. Uno de los hombres, el de pelo más oscuro, no le era familiar.
Sin embargo el segundo, sí. ¡Huitaek! Buscó un modo de escapar, pero no encontró ninguno. Era demasiado tarde para echar a correr y estaba demasiado alejado como para gritar y pedir auxilio.
Los hombres se detuvieron delante de él.
—Bueno, bueno, bueno, ¿qué tenemos aquí?
Mark apoyó más la espalda contra el árbol y se contuvo para no decir algo que pudiera transformar esa muestra de sarcasmo en ira.
—¿Dónde está Jackson? —preguntó el otro hombre.
—Sí ¿dónde está tu esposo, querido? —insistió Huitaek.
Por suerte, estaba a salvo en Tuan y si enviaba a esos hombres allí, Jackson y su compañía se haría cargo de ellos.
—Está en el torreón.
—Bien. Nos lo llevamos y así él vendrá tras él.
Cuando Huitaek acercó el caballo a Mark, él se movió al otro lado del árbol.
—Jackson os matará si me tocáis.
—Wonpil, algo de ayuda me facilitaría las cosas.
El segundo hombre tenía que ser Wonpil de Kim. Se le secó la boca. Jackson y Yugyeom habían insistido en abandonar Poitiers para evitar toparse cara a cara con él.
Wonpil desmontó.
—¿Es que no puedes hacer nada solo?
Mark se apartó del árbol y comenzó a correr, pero su huida se vio frustrada cuando Wonpil lo agarró por el pelo lo enrolló en su muñeca y lo arrastró hacia sí.
El gritó.
—Si eres listo, no volverás a hacer eso —lo llevó hasta su caballo.
Volvió a gritar, pero ese acto fue respondido con una bofetada en la boca.
—Estabais avisado.
—Mi queridísimo Mark, por tu propio bien será mejor que hagas lo que te decimos. No te queremos a ti queremos a tu esposo. Te soltaremos tan pronto como él se entregue.
—¿Para qué? ¿Por qué lo queréis? No os ha hecho nada.
Wonpil lo zarandeó.
—Estúpido. Nosotros no lo queremos, es su amo el que lo busca.
—¡Oh Dios, no! Por favor, Huitaek, por el amor de Dios, no hagas esto.
—Lo siento, amor mío, pero tu esposo me va a reportar demasiado oro como para cambiar ahora de opinión.


1 comentario:

  1. Jackson!!! Amor mio, en tu corazón 9que crees negro... Aun hay amor!!! Y muchooooooo
    Ahhhh
    Eso!!! !que ese niño es bobo!!!! O qué !!! Como se le ocurre salir así del torreón!!!! Ay no... Como íbamos de bien.... 😭 😭 😭

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yota´s news : De regreso?

 Buenas tardes a todas las lectoras. Después de un año  y casi 4 meses regreso a saludarlas y comentarles nuevas.  Me gustaría decirle...