Libre Para Amar II -3




Le dolían todos los músculos del cuerpo. Jinyoung sentía que sus brazos, piernas y tronco ardían en llamas. Apartó despacio las mantas y se esforzó por levantarse.
Era la primera vez en la vida que su cuerpo le fallaba. Ni siquiera podía sentarse. Era una tarea mucho más dura de lo que hubiera imaginado.
Con mucho esfuerzo, se sentó y dejó que sus piernas cayeran a un lado de la cama. Pero entonces notó cómo la habitación comenzaba a girar rápidamente a su alrededor. Agarró las mantas y gimió.
—¡Mi señor! —exclamó Hyorin llegando a su lado.
—Necesito levantarme —le dijo—. No puedo seguir en esta cama, no lo soporto. ¿Por qué me siento tan débil? La alcoba me da vueltas en la cabeza.
La comadrona suspiró aliviada.
—¿Qué es lo que ocurre, Hyorin?
—¿Sabéis que día es hoy, mi señor?
—Miércoles.
Hyorin negó con la cabeza.
—¿Jueves? —preguntó confuso.
—Sí, pero el tercer jueves desde que disteis a luz.
No era posible. Se la quedó mirando como si estuviese loca.
—¿Cómo has dicho?
—Fue un parto muy difícil y os quedasteis inconsciente poco después —le explicó la comadrona—. ¿Recordáis que habéis dado a luz?
—Claro que sí. Tengo un hijo.
Lo cierto era que tenía pocos recuerdos y que estos eran vagos y confusos. No había sido fácil, eso sí que lo recordaba con claridad.
—¿Durante cuánto tiempo he dormido?
—Durante algo más de tres semanas, lord Jinyoung. Ha estado despertándose y durmiéndose durante todo ese tiempo.
—Eso no es posible. Me acordaría de haber estado despierto, ¿no es así?
—No lo sé, señor. Pero el caso es que ese tiempo ha pasado.
Hyorin ordenó algo a una de las criadas y ésta salió de inmediato de la alcoba. Después le llevó un camisón limpio a la cama.
—Si estáis seguro de que podéis levantaros, será mejor que os pongáis esto. No conviene que os enfriéis —le explicó mientras le ponía el camisón.
—¿Y el bebé?
—Está muy bien, señor. Con algo de ayuda, Doyoung ha podido comer y yo he estado con él casi todo el tiempo.
—¿Doyoung?
Ni siquiera recordaba haberle puesto nombre a la criatura. Se sentía muy inquieto y confuso. Los recuerdos, mezclados con lo que sólo podían ser sueños, se acumulaban en su cabeza.
—Sí, señor. Se llama Doyoung —confirmó Hyorin mientras iba a abrir los ventanales—. Doyoung de Goyang.
—¿Goyang? Pero...
Recordó entonces que había soñado con Jaebum, había soñado que estaba vivo y que volvía a su lado. Él le había sujetado el bebé y antes le había sujetado en sus brazos y le había rogado que no muriera.
Era un sueño. Estaba convencido de que no podía ser otra cosa.
Suspiró profundamente.
No quería preguntar, pero tenía que saberlo.
—¿Ha vuelto Jaebum?
Hyorin se quedó callada unos instantes.
Jinyoung rezó para que su presencia no hubiera sido más que un sueño. No podría soportar tenerlo allí después de haberlo traicionado y deshonrado de una manera tan flagrante.
La comadrona le hizo una seña desde la ventana.
—Venid, mi señor, el aire fresco os vendrá bien.
Hyorin lo miraba con el ceño fruncido. Parecía preocupada y aquello le inquietó. Estaba claro que quería que viera algo. El miedo le atenazaba el estómago.
Sin apenas aliento, se apoyó en la fría pared de piedra y miró por la estrecha ventana. El aire que entraba y golpeaba su cara llevaba el fresco aroma de la primavera. El cielo estaba azul y brillaba el sol.
Desde el patio le llegaron los sonidos de los hombres practicando. Ya casi se había olvidado de eso. Retumbaban los golpes metálicos de espadas contra espadas y escudos. Algunos hombres luchaban con otros en ejercicios que simulaban batallas. Había espectadores que los miraban y gritaban entusiasmados. Otros peleaban con los puños.
No pudo evitar sonreír. Era algo que Jaebum solía hacer cuando vivía allí. Casi cada día, animaba a sus hombres para que practicaran. Eso les divertía y mantenía en forma.
Siempre le había gustado observarlos, sobre todo a su marido. Acalorados por el ejercicio, muchos se habían desprendido de sus túnicas y camisas. Desde donde estaba, podía verlos con bastante claridad.
Algunos hombres habían engordado durante el largo invierno, a otros merecía la pena observarlos. No pudo evitar sonrojarse avergonzado. No entendía por qué Hyorin había querido que los viera.
Pero, antes de que pudiera preguntárselo, los hombres dejaron de luchar y se acercaron con los espectadores al cuadrado donde combatían dos de ellos. Se apoyó en la ventana para ver mejor lo que pasaba.
Dos hombres luchaban cuerpo a cuerpo. Parecía una pelea igualada. Hasta que el más alto de los dos agarró al otro por el cuello y lo detuvo. Le dio la impresión de que ese hombre estaba explicándoles algo, porque todos se acercaron para escuchar mejor. Sólo le veía la espalda y no lo podía reconocer.
—Hyorin, ¿quién es ese hombre?
—¿Quién?
—El alto... El que tiene todas esas cicatrices cruzándole la espalda.
—Mi señor...
En ese instante, el hombre soltó al otro y se dio la vuelta.
—¡Cielo santo! —exclamó mientras se echaba atrás—. ¡No!
Hyorin lo tomó del brazo y lo acompañó a una silla.
—Mi señor, volvió a Goyang cuando estabais dando a luz. ¿No recordáis nada?
Por desgracia, recordó de repente todo lo que había pasado esa noche. Se acordó de que lo había visto entrar por la puerta, debió de ser entonces cuando se imaginó que había muerto y él había llegado para acompañarlo al cielo o al infierno. Después, Jaebum lo había animado y abrazado hasta que hubo dado a luz al bebé de otro hombre.
Se agachó y ocultó la cara con sus manos.
—¡Dios mío!
Pero un pensamiento lo aterró y levantó la cabeza.
—¿Dónde está el bebé?
—Doyoung está en su cuna, durmiendo —le contestó—. ¿Pensabais que él podría habérselo llevado de aquí? No, lord Jinyoung, no tenéis ni idea de...
Se abrió la puerta del dormitorio y entró un hombre. Se puso en pie y fue hacia él. Aunque lo que deseaba más que nada era que se lo tragara la tierra.
—¿Jaebum?
Él miró a la comadrona.
—Dejadnos solos —le ordenó—. ¿Estáis lo bastante bien como para levantaros?
No, no estaba bien. El sonido de su voz lo hacía temblar. El corazón comenzó a latirle con fuerza en el pecho, como un pájaro atrapado en sus costillas. Las rodillas apenas lo sostenían en pie y tenía la boca seca.
—Estoy bien.
Jaebum señaló la silla de la que acababa de levantarse.
—Sentaos.
Pero él le atraía como un imán. Se acercó más a Jaebum y alargó la mano para tocar su torso desnudo, aún húmedo tras el duro ejercicio. Pero éste agarró con fuerza su muñeca e impidió que lo tocara.
—No, Jinyoung, no hagáis eso. Volved a vuestra silla.
Había dolor en su tono de voz. Y también desesperación. Sabía que no iba a ser un momento sencillo para los dos. Habría gritos y acusaciones y no quería llevarle la contraria en algo tan nimio como sentarse o no en la silla.
Jaebum tomó un paño y se secó el sudor y no pudo por menos de fijarse en sus muchas cicatrices.
—¿Qué os ha pasado?
—No es nada —repuso él mirándose el torso.
—¿Nada? ¿Me vais a decir también que vuestra nariz rota y la cicatriz de vuestra cara tampoco son nada? ¿Qué os ha pasado? Decídmelo —le exigió.
Jaebum abrió una cómoda, sacó una camisa limpia y se la puso. Después se sentó en un banco que había frente a la ventana, a unos metros de él.
Creía que no le iba a contestar, pero sí lo hizo.
—Me capturaron y esclavizaron. Las cicatrices son de los latigazos. La nariz me la rompió alguien con su puño.
No podía creerlo. Su marido no había sido nunca demasiado hablador y le sorprendió que le hubiera dicho aquello de manera tan directa y contundente. Pero, como siempre, sólo le había contestado lo que había preguntado, sin darle más detalles.
—¿Os capturaron? ¿Qué queréis decir? ¿Dónde estuvisteis? Nunca recibimos una nota pidiendo un rescate. ¿Quién podría esclavizar a un conde?
—¿No me creéis?
—No. Claro que os creo. Nunca me habéis mentido —aseguró—. Sólo intento entender dónde habéis estado durante todos estos años.
Jaebum no podía dejar de mirar a su esposo. Jinyoung estaba tan bello como siempre. O incluso más. Sus ojos lo miraran con atención. Había soñado muchas veces con ese momento. Pero en su cabeza estaban abrazados y besándose.
Por fin estaban juntos, pero no deseaba ni abrazarlo ni besarlo.
Pero tampoco lo odiaba lo bastante como para actuar en consonancia.
No sentía nada. Había cuidado de él durante las tres últimas semanas. Había ayudado a Hyorin a bañarlo y peinarlo. Incluso había sujetado al pequeño Doyoung mientras se alimentaba.
Pero no había sentido deseo ni odio por ese joven que era aún su esposo. No sabía cómo iba a poder seguir viviendo con él el resto de sus días.
—Jaebum...
Jinyoung quería una explicación y estaba dispuesto a dársela. Pero también esperaba que Jinyoung le contara qué había pasado en su ausencia.
—Estaba en el destacamento del rey Enrique cuando un grupo de rufianes me abordaron con porras y palos. Me quedé inconsciente y aprovecharon la circunstancia para llevarme a Francia. Allí me vendieron como esclavo. Por eso no recibisteis una nota de rescate. Era un esclavo, no un secuestrado.
Jinyoung lo miraba impresionado.
—No sabía que le pudiera pasar eso a un hombre del rey...
—Depende de dónde esté uno en ese momento. Comerciantes sin escrúpulos llenan los puertos de todo el mundo.
—Y, ¿adónde os llevaron?
—Cuando me desperté, el barco estaba en medio del mar. Navegamos durante muchísimo tiempo. Estuve cautivo en un palacio muy lejos de aquí.
—¿Qué os obligaban a hacer? ¿Por qué os castigaron con latigazos?
A Jinyoung le temblaba la voz. No sabía cuánto decirle, no quería angustiarlo demasiado.
—Jaebum, mi cuerpo aún está algo débil, pero mi espíritu no lo está. Decidme la verdad, por favor.
Le sorprendieron sus palabras. Se acordó entonces de que, años atrás, habían llegado a estar tan cerca el uno del otro que podían adivinarse los pensamientos.
—¿Recordáis las historias sobre los gladiadores que tenían los romanos? ¿Recordáis que los hombres luchaban en estadios hasta morir?
—Sí. Y también solían entregar cristianos a los leones.
—Así es —repuso él.
—¿Queréis decirme con eso que os habéis pasado todos estos años luchando para conservar la vida? ¿Estabais solo?
—Sí, así he pasado este tiempo. Pero, no, no estaba solo. Había otros hombres cautivos allí. Como Jackson de Hong, Yugyeom de Namyang y Wonpil. Nos hicimos amigos, éramos los únicos que hablábamos la misma lengua.
—¿Por eso tenéis tantas cicatrices? ¿Por las luchas?
—No, las cicatrices no son de las peleas —explicó cerrando los ojos un segundo—. Los hombres no matan a otros por entretenimiento...
Notó cómo Jinyoung palidecía y se estremecía.
—¿Os pegaban para que obedecierais y accedierais a luchar con otros esclavos?
—Así es.
—Jaebum... Lo siento mucho —le dijo alargando las manos hacia él.
Pero se levantó antes de que Jinyoung pudiera tocarlo. Comenzó a moverse por la alcoba. No quería su compasión ni sus caricias.
—¿Cómo recobrasteis vuestra libertad?
—Cuando el príncipe de ese palacio se estaba muriendo, organizó una pelea final para decidir nuestro futuro. Jackson luchó por nosotros cuatro contra el campeón del príncipe. Ganó y con su victoria conseguimos nuestra libertad.
Se giró entonces para mirarlo.
—Ha llegado vuestro turno. ¿Qué ocurrió?
El bajó la vista y se miró las manos que descansaban sobre su regazo.
—Jinyoung, creo que al menos me merezco saber de dónde ha salido el bebé que he aceptado como mío.
—¿Le has aceptado? —le preguntó Jinyoung mirándolo entonces a los ojos.
—Me encargué de que fuera bautizado por el hermano Daniel la misma noche de su nacimiento y le di mi nombre.
—¿Porqué?
—Doyoung es una criatura inocente y no voy a permitir que pague por los pecados de otros. ¿Qué es lo que pasó?
El bebé pareció oír su nombre y se despertó llorando de su siesta. Jinyoung se acercó a la cuna y lo tomó en sus brazos.
Lo acunó, pero siguió llorando.
—Puede que tenga hambre —comentó Jinyoung.
—No, hace poco que comió —repuso él.
—Llamaré a Hyorin para que venga.
Estaba claro que su esposo no había tenido aún la oportunidad de acostumbrarse al bebé. Era importante que tuvieran tiempo para estar juntos, pero le urgía conocer la respuesta a su pregunta.
—No, dámelo a mí.
—¿Qué vas a hacer?
Ignoró su pregunta y tomó a Doyoung en brazos. Lo sostuvo contra su hombro.
Jinyoung estaba estupefacto. Jaebum parecía tener experiencia sujetando al bebe. Consiguió que se callara al instante.
—Ya habías hecho eso antes —le dijo.
Él rió.
—Claro. ¿Quién creéis que ha estado cuidando de él cuando Hyorin tenía algo que hacer?
Jinyoung se dejó caer en la silla. Tenía ganas de llorar.
—Jinyoung, antes de que os ahoguéis entre la culpa y la autocompasión, contadme ahora mismo lo que ocurrió.
Se dio cuenta de que Jaebum seguía teniendo la misma habilidad de siempre para saber qué estaba pensando en cada momento.
—Esperé vuestro regreso durante años. Cada noche me acostaba pensando en vos y soñando que volvierais algún día.
—Hasta hace unos nueve meses, ¿no es así?
Sintió cómo se sonrojaba al escuchar las palabras de su esposo. Pero no podía negar la acusación.
—Sí.
—¿Y bien?
Se puso en pie de un salto y comenzó a dar vueltas por el aposento.
—Estoy intentando hablar, Jaebum. No lo hagáis más difícil de lo que es.
Él fue a dejar al bebe en la cuna y volvió a su lado.
—Doyoung se ha vuelto a dormir —le explicó Jaebum—. Si hablamos en voz baja, se quedará así un rato más.
—¿Cómo lo sabéis con tanta certeza?
No sabía por qué, pero se sentía celoso y le molestaba que Jaebum supiera tanto de su hijo. Hacía que se sintiera más culpable aún.
—No seáis ridículo. Habéis estado inconsciente en esta cama durante tres semanas. No podríais saber nada de él...
Le había leído de nuevo el pensamiento. Y sabía que tenía razón.
—Seguís sin contestar mi pregunta, Jinyoung.
—¿Qué queréis que os diga? ¿Que compartí el lecho con otro hombre? Sí, sí. Que me perdone Dios, pero sí, lo hice —contestó irritado—. ¿Sabéis cuánto me duele haberos deshonrado de esa forma? —añadió mientras se golpeaba el pecho—. Me arrancaría el corazón con mis propias manos si pudiera.
Jaebum lo miraba impasible. No podía saber qué se le estaba pasando por la cabeza.
—¿Habéis terminado ya?
—¿Terminado?
—Sí, ¿habéis terminado ya con vuestra descontrolada exhibición de emociones? Porque sigo esperando una explicación.
Quería golpearlo, conseguir que reaccionara como esperaba, pero estaba aterrado. Había algo en la calma de ese hombre que estaba consiguiendo desquiciarle. Sabía que aquello no estaba bien, que no era lógico que no estuviera enfadado.
No podía mentirle, pero tampoco tenía valor para admitir la verdad. Había sido educado desde pequeño para ser el joven señor de Goyang. El día que se casaron, le juró fidelidad. Había prometido ser siempre leal a Goyang y a sus habitantes, cuidar de ese territorio y de su bienestar. Había jurado que sería honorable y justo.
Y, a pesar de no haber tenido prueba alguna de la muerte de su marido, se había prometido a otro hombre y se había acostado con él.
Había roto su solemne juramento y sus votos matrimoniales. No sabía cómo explicarle todo aquello.
Creía que los hombres de Goyang no iban a traicionarle, al menos no durante un tiempo. Se habían sentido aliviados cuando por fin hubo recobrado el sentido común y evitado que Goyang sufriera más aún.
De todas formas, para asegurarse de que nadie más pudiera poner en peligro el territorio del condado de Goyang, habían decidido cerrar sus puertas para que no entraran más forasteros a sus dominios.
No podía contarle a Jaebum lo que había pasado. Creía que era más fácil que él pensara que se había convertido en un cualquiera.
—Un grupo de una veintena de hombres se detuvo aquí hace algunos meses. Si mi memoria no me falla, iban en camino hacia Londres. Hacía mucho tiempo que no habíamos tenido visitantes en el castillo. Sir Taecyeon y yo pensamos que era el momento perfecto para organizar una pequeña celebración. Esperábamos que consiguiera levantar los funestos ánimos de las gentes de Goyang. Todo el mundo estaba desconsolado desde que os fuisteis.
Casi todo era verdad. Llegaron forasteros, aunque no iban camino de Londres. Habían llegado a Goyang a propósito para informarlos de la muerte de Jaebum. Y habían decidido hacer una celebración, se suponía que tenía que ser una especie de funeral para celebrar la vida de su señor.
Algunos días después, sin embargo, descubrió que las noticias de su deceso no procedían del rey Enrique.
Fue hasta la ventana y recordó esa noche.
—Hubo mucha comida y bebida. Los forasteros tenían algunos trovadores con ellos. Así que escuchamos historias y música. Bailamos hasta la madrugada.
Había habido comida y bebida, eso había sido verdad. Y algunos cantaron y bailaron mientras él lloraba solo en sus aposentos.
Miró a Jaebum, no se había movido. Era como una estatua de mármol.
—Por primera vez en años, me reí, bromeé y bailé. Bebí demasiado. Aunque eso no excusa mi comportamiento.
Ésa era su primera mentira. Apenas había bebido esa noche.
Al ver que el jefe del grupo estaba intentando convertirse de forma descarada en el próximo señor de Goyang, había decidido no beber más que agua esa noche.
—Uno de los hombres era bastante más atrevido y descarado que los otros. Y, antes de que pudiera darme cuenta de que estaba siendo demasiado amistoso con él, me encontré en una alcoba vacía con él.
Se dio cuenta de que cada vez le era más fácil mentir. No había sido cordial en absoluto, se había mantenido al margen de las celebraciones y lejos de la gente.
—¿Os forzó?
Habría sido muy fácil decirle que había sido violado, pero no quería que nadie creyera, mucho menos Jaebum, que Doyoung era fruto de una acción tan violenta y cruda. Juntó las manos y miró hacia el cielo para contener las lágrimas.
—No, no usó la fuerza.
—¿Cómo se llamaba?
Jinyoung lo había llamado de muchas manera después de aquello, pero ninguno de esos adjetivos eran palabras propias de un señor.
—Su nombre era Osgood de Wrenhaven —murmuró—. Pero yo lo llamé Jaebum... —añadió casi sin voz.
Pero su marido debió de escucharlo porque no volvió a preguntarle.
—¿Dónde fue, Jinyoung? ¿Lo trajisteis a nuestra cama?
—¡No! —exclamó él mientras sacudía la cabeza—. No, Jaebum. No.
—¿Cuánto tiempo se quedó?
—Creo que se fueron todos a la mañana siguiente...
Acababa de mentirle una vez más porque ellos se fueron por la mañana, pero dos semanas después de llegar a Goyang.
—¿No estáis seguro?
—Después de... Después de que él... De que nosotros... —comenzó sin saber qué más mentiras contarle—. Después, salí de esa habitación y vine a nuestros aposentos, me encerré aquí hasta asegurarme de que se habían ido de Goyang.
La sala estaba en silencio. Era un silencio que estaba aplastándolo. No podía respirar.
—Jaebum, tenéis derecho a sentiros enfurecido.
—No lo estoy —negó él.
—¿No? —preguntó mientras se acercaba a Jaebum—. Me acosté con otro hombre. ¿Es que no os molesta?
—¿Qué queréis que haga?
Necesitaba que lo abrazara y besara. Pero necesitaba más que nada que lo insultara, que se enfadara con él para que pudiera entonces pedirle perdón.
—Quiero que reaccionéis.
—¿Cambiaría eso las cosas?
—No, supongo que no —reconoció.
Pero quería saber que aún le importaba lo suficiente como para enfadarse. Que aún lo quería.
—Entonces, ¿para qué voy a hacerlo?
Se dio la vuelta. No iba a poder contener las lágrimas durante mucho más tiempo. Él se acercó, pero no la tocó.
—Ya no sé qué siento.
—¿Os importo aún, Jaebum? ¿Aunque sólo sea un poco? —le preguntó sin girarse.
—No lo sé.
Aquel hombre no era su marido. Su Jaebum era apasionado en todo lo que hacía. Ya fuera odio o amor lo que sintiera, él solía tomarse la vida con mucha más pasión. No entendía qué le habían hecho para que cambiara tanto.
—Pero tenéis que saber lo que sentís, Jaebum.
Escuchó los pasos de ese hombre yendo hacia la puerta. No dijo nada más.
Esperó hasta que estuvo seguro de que Jaebum había salido de la habitación y cerrado la puerta para dejarse caer al suelo entre lágrimas.




No hay comentarios:

Publicar un comentario

yota´s news : De regreso?

 Buenas tardes a todas las lectoras. Después de un año  y casi 4 meses regreso a saludarlas y comentarles nuevas.  Me gustaría decirle...