Love Again- Capítulo 2



Ignoraba cómo lo había logrado pero tampoco le pidió una explicación, dada su precaria situación. 

Era suficiente saber que, tras estar tambaleándose en el aire, temiendo hasta respirar mientras luchaba con el primer tablón, él había conseguido abrir la ventana seis centímetros para concluir la operación rápidamente.

Su brazo sólido y la fuerza decidida de su mano lo tranquilizaron. En nada de tiempo, el resto del cristal quedó al descubierto. Solo le quedaba reunir valor para saltar dentro de la casa.

Debería haber sido fácil. Lo hubiera sido de no haberse dado cuenta de que la escalera estaba demasiado a la izquierda de la ventana. Medio metro lo separaba de la seguridad y atravesar esa distancia le parecía tan imposible como intentar saltar el Gran Cañón.

Kim Yesung percibió su inseguridad.

—No ha llegado tan lejos para asustarse ahora. Deje de atemorizarse y siga.


El sudor empapaba su cuerpo.

—No puedo hacerlo —aseguró con voz temblorosa observando el abismo que los separaba.

—Tiene que poder. Se ha metido solo en este lío y, como soy casi un inútil en esta silla de ruedas, va a tener que salir de él solo. Así que deje de respirar tan deprisa, agarre un extremo del marco de la ventana y salte al alféizar. No es nada.

—¿Está loco? ¡En ese alféizar apenas cabe una gaviota!

Kim Yesung lo miró. Era la clase de mirada que probablemente haría que sus subordinados corrieran a obedecer sus órdenes, pero como lo único que hizo fue devolverle una mirada de terror, él perdió los nervios.

—Justo lo que el médico me había recomendado para una rápida recuperación: cincuenta y seis kilos de joven catatónico subido en una escalera a seis metros del suelo a la espera de que lo rescate Superman.

Soltando su mano desapareció de su vista repentinamente, y por un segundo terrible, creyó que iba a dejar zanjado el asunto abandonándolo a merced de las avispas. Desde algún lugar dentro de la habitación escuchó un resoplido y una retahíla de tacos que, a pesar del pánico, hizo que le dolieran los oídos.

Después volvió a aparecer, pero aquella vez vio la mitad superior de su cuerpo también, además de la cabeza y los hombros.

—De acuerdo. Intentémoslo otra vez.

—No. No puedo. Tengo demasiado miedo.

—Seré amable con su perro si no se asusta ahora —aseguró en su tono supuestamente más persuasivo—. No le usaré como diana la próxima vez que me apetezca disparar con el rifle que Jongjin guarda bajo la cama. Ni le diré a nadie que lo sorprendí jugueteando con mis calzoncillos.

—Es usted un hombre horrible —gimoteó.

—¿Qué demonios quiere de mí? —rugió volviendo a su habitual actitud agresiva—. ¿Un vaso de sangre? ¿Un kilo de carne? No puedo mantener esta postura indefinidamente.

Debía de haberse levantado de la silla para erguirse apoyando su peso en un brazo, mientras le tendía el otro.

El sudor que cubría su rostro atestiguaba el esfuerzo que le suponía y le hizo avergonzarse de su cobardía.

—De acuerdo, usted gana —accedió débilmente. Depositó un pie en el alféizar y se arrojó sobre él.

Se raspó los nudillos y las rodillas contra las maderas y se golpeó la cabeza con la escalera al pasar, pero apenas notó el dolor por el alivio de sentir cómo él lo agarraba de la camiseta y tiraba de ella para ponerlo a salvo.

—¡Ay! —gritó aterrizando a sus pies—. ¡Muchas gracias! Le debo una por esto.

Él resopló y se hundió como un saco de patatas en la silla de ruedas y la giró hacia el salón.

—No, por favor. Lo último que necesito es otro de sus favores. No merece la pena.

—No le hará daño mostrar un poco de gratitud —replicó levantándose y yendo tras él— La mayoría de la gente estaría contenta de poder abrir sus ventanas en lugar de vivir en un lugar tan oscuro como una cueva.

—Por si no lo ha notado no soy como la mayoría de la gente. Si lo fuera, habría resuelto el problema yo mismo, en lugar de tener que recurrir a los servicios de un joven con vértigo —señaló él colocándose frente a uno de los armarios de la cocina y sacando una botella de whisky—. Necesito beber algo y supongo que usted también.

—¿A esta hora de la mañana? —protestó—. Apenas bebo...

—Puede ahorrarse el sermón sobre los males de la bebida. Me emborracharé cuando me apetezca y ahora me apetece.

Abrió la boca para decirle que ahogar las penas en alcohol no las hacía desaparecer, pero después se lo pensó mejor al ver una palidez grisácea bajo su bronceado. Le tembló la mano al abrir la botella.

Movido por una compasión nacida en otro tiempo en el que también había sido de incapaz de aliviar el sufrimiento ajeno, le tomó la mano y le quitó la botella.

—Permítame —pidió tranquilamente y llenó medio vaso de whisky.

Él se lo bebió de un trago, mantuvo el vaso entre las manos y se recostó en la silla con los ojos cerrados. Resolvió que tenía un rostro bastante bello que reflejaba su personalidad, incluso más de lo que él podía imaginar.

Percibió fuerza en la línea de su mandíbula, risa en el abanico de arrugas del contorno de sus ojos, pasión y disciplina en la curva de su boca. No era un bebedor. Mostraba demasiado orgullo para semejante exceso.

—Puede marcharse cuando quiera —informó sin mover un músculo—. No voy a hacer eso tan aceptable socialmente de invitarlo a tomar un café.

—Entonces me invitaré yo solo —replicó y, sin esperar su permiso, llenó la cafetera y la puso en el fuego—. ¿Cómo lo toma?

—Solo, muchas gracias.

Se encogió de hombros e inspeccionó el interior del frigorífico. Además de un trozo de queso, un par de huevos, un cartón de leche abierto, algo de pan y los restos de algo que debía de haber sido carne, estaba vacía.

Olió la leche e inmediatamente deseó no haberlo hecho.

—Esta leche caducó hace una semana, señor Kim.

—Lo sé —afirmó y, cuando se volvió para mirarlo, comprobó que lo observaba con malicia—. La guardé a propósito, solo por el placer de verle cara cuando metiera la nariz en otra parcela de mi vida. ¿Le gustaría probar el jamón también, ya que se pone?

Vació la leche en el fregadero y tiró el jamón a la basura.

—Quien le hace la compra está haciendo mal su trabajo. Pero, como había pensado ir a Sukira´s cove más tarde, puedo pararme en la tienda y comprarle algunas cosas si quiere.

—¿Qué parte de la frase «Métete en tus asuntos» es la que no entiende? ¿Qué tengo que hacer para dejar claro que soy capaz de hacer la compra yo solo? ¿Cómo puedo hacerlo entender que puede tomar su caridad y meterla donde quiera, porque ni quiero ni necesito su ayuda?

Se tomó los insultos como lo que eran: un amargo resentimiento por verse atrapado en una silla de ruedas. Cuando le ocurrió a Eric, reaccionó del mismo modo y tardó meses en aceptar cómo iba a ser su vida a partir de entonces.

—Sé lo difícil que debe de resultarle esto, señor Kim, y en absoluto quise ofenderlo.

—A no ser que haya estado donde estoy yo ahora, no tiene ni idea de cómo me siento.

Fregó y secó el plato donde había estado el jamón, lo guardó y preparó el café.

—Pues lo sé. Mi marido...

—Vaya, tiene un marido. En ese caso, ¿por qué no corre a atenderlo en lugar de deshacerse en atenciones 
conmigo?

—Porque está muerto —respondió.

La sorpresa y quizá la vergüenza borraron la sonrisa del rostro de Kim Yesung.

—Demonios —murmuró mirándose las manos—. Lo siento. Debe de ser duro. Es bastante joven para ser viudo.

Se secó los nudillos heridos con cuidado, dobló el trapo sobre la encimera y se dispuso a marcharse.

—No estoy buscando su compasión más de lo que usted busca la mía, señor Kim. Pero hágame caso, la gente puede adaptarse y se adapta, si se lo propone. Pero por supuesto, si solo les interesa regodearse en la autocompasión también pueden hacerlo, aunque por qué les resulta una alternativa interesante me desconcierta, porque debe de ser una tarea muy solitaria. Buenos días.

—¡Espere!

Estaba casi en la puerta cuando lo detuvo.

—¿Me llamaba? —preguntó con dulzura.

—¿Es profesor, por casualidad?

—No es asunto suyo, pero no. ¿Por qué lo pregunta?

—Porque habla como un profesor.

—Ya. ¿Quiere algo más, señor Kim?

—Sí —contestó irritado—. Deja de llamarme señor Kim de ese modo prepotente. Me llamo Yesung.

—¡Qué amable! ¿Algo más, Yesung?

Dio una palmada en el brazo de la silla y miró hacia el techo como invocando a la divina providencia para que lo salvara de sí mismo.

—Voy a arrepentirme de esto después —afirmó y volvió a mirarlo—. Como ya has preparado ese dichoso café, puedes quedarte a tomar una taza. Hay una lata de leche en el armario, si quieres.

—Eres muy amable, pero acabo de recordar que Melo está fuera y no quiero que ande merodeando por la isla solo.

—Entonces entra con el perro. No es la primera vez que se siente como en casa aquí.

—¡Bendito sea! —exclamó incapaz de ocultar el placer de haber obtenido una concesión de él—. ¿Cómo podría rechazar tan amable oferta?

Esperó a que el café estuviera servido para decir algo. Ryeowook se había sentado en el sofá y Melo estaba olisqueando al lado de la silla.

—¿Hace mucho que... estás solo?

—Solo dos años.

—Lo que dijiste sobre entender cómo me sentía en esta silla... ¿estaba tu marido...?

—Sí, la mayor parte de sus tres últimos años de vida.

—Me volvería loco si me quedara así tanto tiempo —aseguró.

—Es asombroso lo que se puede aceptar cuando no se tiene elección.

—Yo no. No voy a permitir que nada ni nadie controle mi vida, especialmente un puñado de doctores que no saben de lo que hablan. Según ellos, debería conformarme con estar vivo y tener las dos piernas y no preocuparme por volver a caminar otra vez. ¡Pero les daré una lección! Se necesita más que un fallo en la estructura de una plataforma petrolífera para tenerme atado a una silla de ruedas para el resto de mi vida.

¡Qué vida tan peligrosa llevaba! Había visto reportajes y documentales sobre las plataformas petrolíferas en alta mar. Le habían parecido inhóspitas.

—Deduzco que sufrió un accidente —intervino.

—Puede llamarse así. Me quedé atrapado bajo una viga de acero y tuve unos problemillas para liberarme.

Como estaba tan decidido a tratar un accidente casi mortal como algo sin grandes consecuencias, le pareció inteligente responder del mismo modo.

—No hay duda de que, con un poco de suerte y buena voluntad, algunas personas se recuperan extraordinariamente. ¿Te sirvo más café antes de marcharme?

—¿Ya te vas? ¿Por qué? ¿Hay un incendio?

Si antes no hubiera intentado con tanto interés librarse de él, habría creído que quería que se quedara un poco más.

—No hay incendios. Más bien al contrario. Quiero llevar a Melo a nadar antes de que suba la marea.
Al oír su nombre, el perro se irguió entusiasmado con un zapato en la boca.

—Si me lo permites, necesita unas cuantas lecciones sobre obediencia —aseguró Yesung agarrando el zapato y colocándolo bajo la mesa, después miró hacia su taza antes de que Melo la volcara con la cola—. Está descontrolado. ¡Tranquilízate, estúpido!

—No es más que un cachorro —replicó Ryeowook a la defensiva—. Aún está aprendiendo y tengo que tener paciencia.

—¡Paciencia! ¡Ya ha aprendido muy bien cómo dominarte! Si te dedicaras a hacer que se comportara y mantuviera sus dientes lejos de la propiedad ajena tanto como a meter las narices en los asuntos que no te incumben, serías mejor recibido y él también. Es demasiado grande para ir trotando por ahí de esa manera.

—La tregua fue bonita mientras duró, pero está claro que ha terminado así que nos largaremos antes de que nos eches. Gracias por el café. Vamos, Melo.

—Bueno... gracias por lo que hiciste, con los tablones y todo eso.

Parecía que le estaban arrancando los dientes sin anestesia, ¡parecía tan afligido! Pero le disculpó porque sabía que su orgullo estaba tan malherido como su pierna. Cualquiera podría darse cuenta de que Kim Yesung no estaba acostumbrado a estar incapacitado y no podía soportar que un joven desempeñara un trabajo que él consideraba de hombres.

—De nada. Gracias por rescatarme —respondió él.

—Fue lo único que se me ocurrió para librarme de ti.

La sonrisa que acompañaba al comentario transformó su rostro. Le devolvió la sonrisa.

—Haremos un trato. Prometo no molestarte más si aceptas llamarme cuando necesites ayuda.

—¿Y cómo propones que lo haga?

—Ata una toalla o algo a un poste del porche para que pueda verlo desde mi casa.

Yesung se mordió el labio pensativo, después se encogió de hombros y extendió la mano.

—Parece un trato desigual, pero si solo se necesita eso para mantener la paz...

Como parecía que tenía cierta aversión a tocarlo más de lo necesario, esperaba que su apretón de manos fuera breve e impersonal. Pero cuando él le vio los nudillos raspados se los frotó con el pulgar.

—Te has herido. ¿Tienes algo para evitar que se infecte?

—Sí.

La preocupación de Yesung, aunque impersonal, hizo que se le llenaran los ojos de lágrimas. Él también lo notó.

—¿Tanto te duele, Ryeowook? —preguntó malinterpretando la razón de su aflicción.

—Es que no estoy acostumbrado a que nadie se preocupe por mí, suele ser al revés.

Levantando la mirada lo sometió a un breve pero intenso examen antes de soltarle la mano y girar la silla hacia la puerta.

—Entonces ponte unas tiritas en las heridas y cuídate un poco para variar. Ya has perdido bastante tiempo conmigo hoy.

Sintió que lo seguía con la mirada por el camino. Antes de subir los escalones del porche de su casa, se volvió y comprobó que él se había quedado en el porche. Cuando lo vio girarse lo saludó con la mano. Hizo lo mismo y fue como si se encendiera una pequeña llama en el desierto frío y vacío que había sido su corazón durante tanto tiempo.

Aquel gesto sencillo marcó la tendencia de los días siguientes. Cuando se veían de lejos se saludaban con la mano, un acuerdo tácito que implicaba una preocupación mutua y cautelosa.

Una vez le vio sentado al volante de la lancha de Jongjin cruzando la franja de agua que separaba la isla de Sukira´s Cove. Otra vez lo vio subiendo por la rampa desde la playa. Pero aunque el instinto le llamaba a correr para asegurarse de que podía arreglárselas solo, cumplió su trato y se mantuvo a distancia.

La ola de calor se suavizó hasta una temperatura más típica de primeros de julio, con unas noches frescas y unas mañanas con neblina blanquecina. Los días de vacaciones hicieron efecto y Ryeowook encontró la sensación de satisfacción y de paz interior que durante tiempo había estado ausente.

Pasaba las tardes sentado en el porche en una silla de madera que su abuelo había hecho hacía años mirando cómo salían las estrellas. Cada mañana temprano dejaba un rastro de pisadas por la arena de la orilla del mar.

Su piel adquirió un cierto bronceado y engordó un par de kilos, de modo que sus brazos y piernas no parecían tan delgados. Dormía como un bebé y redescubrió una serenidad de espíritu que creía haber perdido para siempre.

A veces pensaba que podría vivir así eternamente, escondido, en compañía de Melo y con las águilas calvas y las ballenas como testigos de sus idas y venidas. Pero nada duraba para siempre. El tiempo y la vida seguían. Se producían cambios.

Para él empezaron la mañana en que salió y encontró unas almejas frescas al pie de la escalera del porche. No se había molestado en dejar una nota, pero supo que había sido Yesung quien las había llevado, aunque no podía imaginar cómo había conseguido llegar hasta allí.

Esperó hasta que lo vio montarse en la barca y después se acercó para dejar pan recién hecho fuera de su casa.

Así establecieron otra tenue línea de comunicación: Yesung le llevaba medio salmón, él fresas salvajes, él la tarta de manzana aún caliente mientras Yesung dejaba gambas del tamaño de langostas que había pescado en las aguas profundas del canal. Y todo se hacía de modo furtivo para no contravenir los términos del pacto de coexistencia pacífica e independiente.

Un día advirtió que la silla de ruedas estaba vacía y apoyada contra un poste, al final de la rampa que llevaba a su casa. Temeroso de que se hubiera caído de ella, se acercó y subió la rampa, asustado por lo que pudiera encontrar.

Lo encontró de pie en el lado del porche que daba al mar. Sujetándose en la barandilla, apoyaba el peso en la pierna herida.

Quiso gritarle que tuviera cuidado de no acelerar su recuperación. Y el que estuviera temblando por el esfuerzo indicaba que estaba forzándose demasiado.

Su preocupación no era del todo altruista. También había un poco de desilusión, porque mientras su recuperación progresaba la posibilidad de que acudiera en su ayuda era remota. Y la soledad tenía sus inconvenientes. No se podía mantener una conversación inteligente con un perro, aunque fuera tan listo como Melo.

Al parecer Kim Yesung llegó a la misma conclusión porque unos días más tarde, en lugar de comida, dejó una nota.

“Si te apetece puedes venir esta noche a cenar, y trae a tu perro. A las siete”.

No era muy refinada quizá, pero una invitación real no la hubiera alegrado tanto.

—Nos vemos a las siete —respondió. Dejó la nota bajo una piedra en el porche y corrió a su casa para preparar una tarta de moras.

Mientras estaba en el horno, arrastró la bañera de metal desde el porche trasero a la mitad de la cocina, la llenó de agua caliente y se bañó. Se lavó el cabello para retirar el agua salada, después se lo aclaró con agua fría. Se extendió crema perfumada por la piel reseca por el sol y rescató los pocos cosméticos que tenía y que no habían visto la luz del sol desde que había llegado a la isla.

Cuando se acercaban las siete, sufrió un horrible ataque de nervios, se despeinó, enterró la ropa elegida en el fondo del armario y se puso unos pantalones cortos y una camiseta rojos.

—Como si importara lo que me pusiera. Podría aparecer desnudo y ni se inmutaría —le dijo a Melo.


5 comentarios:

  1. Que lindo capitulo me pareció muy tiernos de que ambos se preocuparan el uno del otro aunque no quieran demostrarlo mucho!! Espero que Yeye se recupere pronto y que en la cena puedan entablar una amistad mas cercana
    Gracias por el cap cuídate!!!
    Rox Andres 05

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  2. Del odio al amor hay solo un paso.
    yesung todo un heroe aun en silla de ruedas
    Ya wook siente desilusión de que probablemente yesung se vaya de ahí demasiado pronto de lo que le gustaria.
    Ese intercambio de favores y cuidados,tan lindos el par de tontos,ahora a ver que sale de esta cena,espero y no salgan peleados,con ese caracter que se carga cada uno,todo puede suceder

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  3. actuu~ waa me encanto que lindos con sus regalos mientras el otro no esta jajaja que son locos envés d hablar como la gente normal ajajaj pero yesung ya dio un paso invitándolo a su casa ya quiero seguir leyendooo
    wokie creo que te arreglaste mucho es solo una cena no una cita ajajaj n.n

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  4. lo ameee!!! perdona por no haber comentado.. esta genial yeye esta en silla de ruedas por que?? y estos dos que se pelean en un principio pero se hacen regalos entre ellos sin que se vean la cara son tan tiernos!!!
    gracias por la actu!! ya quiero seguir leyendo!!!
    hasta luego y gracias por tomarte la molestia de adaptar esta historia!!!

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  5. rosaliehale:
    Aww que bonito, es una forma rara de tratarse pero es lindo, pienso que quizas Yeye necesitaba saber algo de la vida de Wook para aminorar su hostilidad, se que él vencera ese problema de andar en silla de ruedas, es muy terco e insistente.
    No me llego el aviso de este fic =s pero igual lo leo.

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yota´s news : De regreso?

 Buenas tardes a todas las lectoras. Después de un año  y casi 4 meses regreso a saludarlas y comentarles nuevas.  Me gustaría decirle...